PATRONO
DE BUENOS AIRES, ARGENTINA.
El
Santo Obispo de Tours poseyó los tres modelos de santidad conocidos en el Mundo
Antiguo, la del asceta que se despoja de todo lo mundano para entregarse por
entero a Dios, la del hombre de gobierno que ordena todo en procura del reino
de Cristo y lo demás lo recibe por añadidura, y la del celo apostólico y misional.
Todas sus obras las realizó en permanente unión a los misterios del Señor por
medio de la vía más eficiente: la oración.
Hijo de
un tribuno romano, San Martín de Tours nació en Sabaria, actual territorio de
Hungría, hacia el año 316. Siendo todavía niño, su familia regresó a la
península itálica para establecerse en la ciudad de Pavía, donde fue inscripto
como catecúmeno. Sin embargo, al igual que su padre, sintió la vocación
militar, razón por la cual, a los 15 años de edad se enroló en el ejército de
Roma, siendo destinado a la caballería de la Guardia Imperial.
De
soldado del César a soldado de Cristo
Habiendo
sido enviado su regimiento a la Galia, atravesaba en una fría noche de invierno
las puertas de la ciudad de Amiens, cuando un individuo extremadamente pobre se
acercó a su caballo y le pidió una moneda. San Martín buscó en sus alforjas y
al no encontrar ninguna, desmontó y tomando su capa, la cortó en dos pedazos
con su espada, dándole uno al mendigo y quedándose el otro para sí. Una vez en
las barracas del cuartel romano, Martín debió soportar las burlas de sus
compañeros, pero esa misma noche tuvo su recompensa: en sueños se le apareció
Nuestro Señor Jesucristo vistiendo el trozo de capa que había entregado como
limosna.
A los
18 años, el joven soldado sintió la necesidad de ser bautizado y, poco después,
un hecho asombroso lo llevó a abandonar la milicia para abrazar la vida
religiosa.
Era
emperador de Roma por esos días el césar Juliano, conocido en la historia por
el apodo de “Apóstata”, ya que habiendo conocido el cristianismo por intermedio
de los herejes arrianos, intentó instaurar nuevamente el culto pagano. Corría
el año 356, cuando las hordas bárbaras de salios y camavios penetraron en
territorio galo, arrasando todo a su paso. Los romanos concentraron sus fuerzas
en Worms y hasta allí se encaminó Juliano, para entregar a sus tropas el
incentivo en dinero con el que las mismas eran animadas. Al llegar el turno de
San Martín, éste miró al emperador y sin aceptar la dádiva exclamó: “Hasta
ahora, César, he luchado siempre a tu servicio, permíteme hacerlo a partir de
ahora por Dios. Quien desee continuar a tu servicio acepte entonces tu
donativo; yo soy soldado de Cristo. No me es lícito seguir en el ejército.” A
ello respondió el emperador: “Tu actitud, mi querido Martín, más parece miedo a
la batalla que convicción religiosa; tu sabes que los bárbaros nos atacarán
mañana. Sabes que debemos responder con contundencia porque la seguridad del
imperio peligra. Dices ser cristiano, es decir que eres un cobarde. Tienes
miedo de enfrentar al enemigo.”
Martín
sabía que además de buen comandante, Juliano era enemigo del cristianismo y que
si titubeaba, sus compañeros no sólo se reirían de él sino del mismo Cristo,
razón por la cual, solicitó que le permitiesen formar en la primera fila, sin
armas ni escudo ni yelmo. “... así mi internaré tranquilo entre los bárbaros,
demostrándote mi valor y fidelidad y que lo único que temo es derramar sangre
de otros hombres.” Por la mañana, cuando la batalla estaba a punto de comenzar,
los bárbaros enviaron un parlamentario y pidieron la paz. Los anales
atribuyeron la victoria a Juliano, pero algunos legionarios manifestaron que el
enemigo había entrado en pánico al enterarse que, seguros del triunfo, había soldados
que marcharían a combatir sin armamentos.
Sus
primeros pasos sacerdotales
Obtenida
su licencia y liberado del ejército, Martín se trasladó a Poitiers para unirse
a losseguidores de San Hilario, a quien ayudó a exorcizar a numerosos poseídos
en aquella ciudad. Fue el mismo Santo el que le ordenó sacerdote y le indicó,
con su ejemplo, el camino a seguir.
San
Martín regresó por un tiempo a su ciudad natal y desde allí pasó a Milán
primero, y a una isla cercana a Génova después, para llevar vida de ermitaño,
en silencio y oración. Al cabo de un tiempo, regresó a Poitiers llamado por San
Hilario. En la ciudad cercana de Ligugé fundó el que sería el primer monasterio
de Francia y un verdadero semillero de obispos y sacerdotes defensores de la
ortodoxia católica, desde donde su fama comenzó a extenderse por toda la Galia
mientras se le unían los primeros discípulos.
Apóstol
y misionero de las Galias
Ordenado
Obispo de Tours en el año 371, fijo allí su residencia fundando el monasterio
Marmontier, al tiempo que emprendía numerosos viajes misionales evangelizando
la regióny poniendo en funciones las primeras parroquias rurales.
Simultáneamente emprendió una ardua lucha contra el paganismo, la adoración de
símbolos falsos y los cultos druídicos, sumamente extendidos por aquellas
comarcas. En su afán de difundir el Cristianismo debió enfrentar a numerosos
enemigos que intentaron obstaculizar su accionar, en especial los amantes de
las riquezas y el lujo, que no veían con buenos ojos su ejemplo de austeridad.
Al ser
nombrado obispo de Tours, San Martín intentó rechazar el nombramiento por
considerarse indigno, escondiéndose de quienes lo buscaban en el interior de un
granero. Ocurrió que un ganso comenzó a dar fuertes graznidos, delatando la
presencia del Santo. Otro día intentó cortar una encina adorada por los paganos
y estos le dijeron que se lo permitirían siempre y cuando el árbol cayese sobre
él. Así lo hizo el sacerdote y cuando hubo terminado de cortar, viendo que la
encina se le venía encima, alzó su brazo, hizo la señal de la cruz y el árbol
cayó sin tocarlo.
Su
muerte, veneración y culto
San
Martín de Tours falleció el 8 de Noviembre en Candes, Turena, en el año 397, a
los 81 años de edad. Murió apaciblemente, recostado en el suelo sobre cenizas, confortable
cama ante los ojos del Altísimo, y supo rechazar violentamente al demonio que
intentó en aquel trance tentar su trasparente alma. Sus restos fueron
conducidos al sepulcro en solemne procesión, escoltados por una guardia de
honor de más de 2000 de sus monjes. Suepiscopado marca el triunfo del
cristianismo en el Oeste de las Galias y su tumba no tardó en convertirse en
centro de peregrinación. Su fiesta se celebra el 11 de Noviembre. Es santo de
los soldados, de los artistas, de los tejedores y fabricantes textiles –junto a
San Francisco de Asís– y Patrono de Francia y Hungría, además de varias
ciudades, entre ellas Amiens, París, Utrech, Aviñon y Buenos Aires.
Su
biografía fue reseñada por su discípulo Sulpicio Severo en su célebre “Vida de
San Martín”. Allí nos habla de su talla fuera de lo normal, de su apostura
marcial y su forma de predicar, que más perecían arengas militares que
homilías. Con ellas acusó a emperadores, reprimió a herejes y defendió a
menesterosos, obrando varios milagros, entre ellos la resurrección de algunos
muertos. El propio San Martín solía mostrar orgulloso las numerosasheridas
adquiridas en el campo de batalla durante sus veinticinco años de servicios y
ese temperamento militar fue el que le ganó el apodo de “Apóstol de las Galias”
ya que nadie había hecho tanto por la Francia Católica hasta entonces. Por esa
causa San Gregorio de Tours lo invocó como “Patrono especial del mundo entero”.
Patrono
de Buenos Aires
Un
hecho sumamente curioso llevó a que San Martín fuera designado patrono de la
capital argentina. En junio de 1580, a poco de fundada la ciudad por segunda
vez, sus autoridades, encabezadas por los cabildantes, los alcaldes de
Hermandad, y los representantes del clero, se reunieron en el Cabildo para
designar al Santo bajo cuya protección iban a colocar al incipiente poblado.
En la
oportunidad, se pusieron los nombres de los “candidatos” dentro de una galera y
llamaron a un niño para que extrajera uno. El nombre que salió fue el de San
Martín de Tours, a lo que las autoridades hispanas pusieron “peros”. “¡Un santo
francés jamás!”. La operación se repitió y el nombre de Martín volvió a salir
consecutivamente dos veces más. No quedaron dudas de que el Santo de las Galias
debía ser el patrono de Buenos Aires.
Como dice
el poeta Francisco Luis Bernárdez en su Oración a San Martín, éste, “no
teniendo con qué socorrer al mendigo, como aquella causa era justa, desenvainó
la espada que llevaba al cinto, rasgó por el medio su capa, le alargó la mitad
y siguió su camino, llevando la otra mitad para cubrir espiritualmente al
pueblo argentino, que, con el andar de los años, había de nacer aquí, donde
nacimos”.


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