Francisco
nació el 27 de marzo de 1416 en Paula (Cosenza-Italia) de Jaime Martolilla y
Viena de Fuscaldo. Dado que ambos eran ya de edad avanzada, atribuyeron el
nacimiento de su primogénito a la intercesión de San Francisco, y por ello le
dieron el nombre del Santo de Asís y prometieron revestirlo del hábito votivo
de los Franciscanos.
A la edad
de quince años Francisco fue acompañado por sus padres al Convento de San Marco
Argentano (Cosenza), para cumplir el voto y prestar un año de servicio a la
comunidad. Aquí Francisco manifestó su inclinación a la oración y sus dotes de
piedad, acompañadas de manifestaciones sobrenaturales, las mismas que, más
adelante, alimentarían su fama de gran taumaturgo.
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La peregrinación
constituyó para el joven Francisco un motivo serio de reflexión y de decisiones
para su futuro. Al volver a Paula, Francisco manifestó a sus padres el deseo de
conducir vida eremítica. En torno al 1435, se retiró a las afueras de Paula, en
un terreno propiedad de la familia, suscitando gran estupor entre los
conciudadanos por la austeridad de su modo de vivir. La experiencia de Paula lo
forjó en la contemplación, en el trabajo, en la soledad y en las privaciones y
mortificaciones corporales.
Enseguida
comenzaron a afluir a su eremitorio muchas personas deseosas de ponerse bajo su
guía espiritual y de compartir su mismo género de vida austera. Con la llegada
a la diócesis de Mons. Pirro Caracciolo, nombrado arzobispo de Cosenza el 31 de
agosto de 1452, el movimiento obtuvo el beneplácito del ordinario diocesano y
pudo dotarse de un oratorio. El flujo de peregrinos que se dirigían al
eremitorio de Paula atrajo la atención de Pablo II quien, en los comienzos del
1467, envió un visitador de su confianza para indagar sobre la vida de
Francisco. A su regreso a la
Curia, Mons. Baldassarre De Gutrossis tranquilizó al Papa
sobre la fidelidad de Francisco a la Sede Apostólica y, visto que el Eremita había
iniciado la construcción de una iglesia, el 7 de julio 1467 le proporcionó una
carta colectiva de cuatro cardenales con la cual concedían la indulgencia, con
las condiciones acostumbradas, a quienes visitaban o contribuían a los gastos
para la construcción de la iglesia de Paula.
A comienzos
del 1470, con el traslado a Paula del ex visitador, que asumirá el nombre de P.
Baldassarre da Spigno, inicia el iter jurídico que llevará al reconocimiento
oficial del movimiento eremítico fundado por Francisco. La primera etapa está
constituida por el "nulla ostat" concedido por Mons. Caracciolo el
30de noviembre de 1470.
A
distancia de algunos años, gracias al factivo interés del arzobispo cosentino y
a la obra diplomática de P. Baldassarre, el 17 de mayo de 1474 el movimiento
obtiene la aprobación pontificia, asumiendo el nombre de "Congregación
eremítica paolana de S. Francisco de Asís". Al eremitorio de Paula
siguieron los de Paterno Calabro (1472), Spezzano della Sila (1474), Corigliano
Calabro (1476) y Milazzo (1480). La vida de estos eremitas estaba regulada por
las "ordenaciones y estatutos" que, en parte, confluyeron en las
sucesivas redacciones de la regla.
Francisco
se convirtió para Paula en un punto de referencia religioso y social, entrando
en el corazón de la gente que se dirigía a él para consultarle problemas de
diversa naturaleza. El Eremita era visto, además, como el único baluarte en
condiciones de oponerse a los abusos de la corte aragonesa, como la persona
capaz de ponerse de parte de la gente pobre y humilde de aquel extremo del
Reino de Nápoles y de asumir un papel de auténtico "humanista" en
favor de quien no tenía voz. Francisco era, por su forma de vida, un
contestatario que recordaba las grandes figuras del anacoretismo. Lo buscaban
potentes y humildes, y él no hacía distinción de clases sociales: un testimonio
del proceso apostólico de Cosenza afirma que Galeazzo di Tarsia, barón de
Belmonte, se dirigió muchas veces a Paula pidiendo la curación, y que Francisco
le hizo transportar las piedras junto a los demás operarios. El Santo supo
crear entorno a sí un ambiente de profunda religiosidad y fe, con la invitación
constante a la oración y a la observancia de la voluntad de Dios.
Desde el
principio, Francisco tuvo fama de gran taumaturgo. Los prodigios acompañaron
toda su vida, a partir de la construcción de los primeros conventos hasta su
partida para Francia. Fue el suyo un poder taumatúrgico a favor de todos, pero
en particular de los pobres y de los oprimidos por las difundidas
malversaciones de los poderosos, contra los cuales Francisco no se cansó de
levantar la voz.

El joven
lo miró y le dijo: "De esta hierba hay mucha en Paula, ¿es posible que
haga milagros?" El Eremita replicó: "Es la fe la que hace
milagros". A un sacerdote que le hacía esta pregunta: "¿Cómo haces
para saber que esta hierba tiene virtud curativa?", Francisco respondió
con sencillez evangélica: "A quien sirve fielmente a Dios y observa sus
mandamientos, incluso las hierbas le manifiestan su poder". Muchos de sus
milagros impresionaron grandemente a literatos y artistas, que los
inmortalizaron en sus obras, como el conocido episodio del paso del estrecho de
Mesina, realizado sobre su manto extendido sobre las olas del mar.

El Pontífice, buscando un
acercamiento a Francia, con la cual deseaba un acuerdo para la abolición de la Pragmática Sanción
de Bourges del 1438, acogió favorablemente la embajada francesa y lo mismo hizo
el rey de Nápoles. Fueron sin embargo necesarios muchos meses para convencer a
Francisco, el cual aceptó partir solamente cuando el Papa se lo impuso. Fue
para el Eremita una obediencia difícil: tenía 67 años, su Congregación se había
extendido desde hacía poco tiempo también en Sicilia y, sobre todo, sentía
reticencia ante la idea de ir a vivir en un palacio, con una dotación regia ,
después de haber vivido por más de treinta años en un eremitorio. El sacrificio
pedido de dejar el Reino de Nápoles sería después largamente compensado por el
favor de la corte francesa hacia su Orden y por las intervenciones de la misma
ante la Curia Romana.
Dejando el
eremitorio de Paterno el 2 de febrero de 1483, Francisco fue acogido
triunfalmente en Nápoles tanto por el pueblo como por la corte, que de su
partida a Francia esperaba un alejamiento de la temida invasión del Reino por
parte de los Valois.

Francisco
fue enseguida apreciado en la corte y –no obstante su desconocimiento de la
lengua- fue rodeado tanto de los humildes como de los doctores de la Sorbona, deseosos de
reforma personal estos últimos y en busca de intervenciones prodigiosas los
primeros.
Francisco vivió en Francia alrededor de veinticinco años y se creó su
mundo trabajando un trozo de tierra, presentándose como reformador de la vida
religiosa y con la aureola de hombre de Dios penitente, eremítico, un nuevo
Juan Bautista.
Por esto su austero estilo de vida fue escogido por algunos
benedictinos, franciscanos y eremitas, que dejaron las respectivas familias
religiosas para agregarse a Francisco. Su llegada, además de internacionalizar la Congregación
calabresa, determinó un profundo cambio en su interior, en cuanto que fue
abandonado el eremitismo y fue introducida la vida cenobítica.

Francisco
se apagó en Tours el 2 de abril de 1507. La fama de este taumaturgo, a través
de las tres ramas de la familia Mínima (frailes, monjas y terciarios), se
difundió en Europa, favoreciendo su beatificación (7 julio 1513) y su
canonización (1° mayo 1519), obtenida a solamente doce años de su muerte.
Francisco
entraba en el corazón de la gente y su protección se extendió a numerosos
Reinos; se multiplicaron las iglesias en su honor, la gente lo invocaba con
familiaridad y conservaba sus recuerdos como preciosas reliquias (en el 1510,
incluso antes de su beatificación, existía quien iba a Paula para tocar o para
revestir los indumentos por él usados). Patrono de la gente del mar italiana –
Pío XII lo declaró tal el 27 de marzo de 1943- y de diversos reinos, entre los
cuales se encuentran Francia, España, Nápoles, Bohemia, es invocado de manera
particular para conseguir prole.

La iconografía
es abundante. La efigie más conocida y que ha inspirado a numeros pintores es
la de Jean Bourdichon. Es necesario decir que ya antes de la canonización
(1519), sobre el sepulcro de Francisco se encontraba "el retrato del
natural del buen hombre, el cual tenía una gran barba blanca, enjuto y con el
rostro grave y lleno de santidad". Después del Concilio de Trento,
paralelamente a cuanto ha sucedido en el campo hagiográfico, la iconografía
evidenció sobre todo el dato taumatúrgico del Santo.
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