Monseñor
Oscar Arnulfo Romero y Galdámez
Los
teólogos de la liberación visitaban a Monseñor Oscar Romero y le dejaban sus
libros, pero nunca los abrió, él estaba adherido a la doctrina de la Iglesia,
afirmó Monseñor Jesús Delgado, secretario del beato, quien indicó además que el
entonces Arzobispo de San Salvador “se vio jalado de un lado y de otro”, pues
también la “izquierda” lo amenazó de muerte.
Su
padre era telegrafista y su madre de oficios domésticos. Al terminar sus
estudios básicos se dedicó al aprendizaje de carpintería y a la música.
En
1930 y a los trece años de edad, que Oscar recibió su llamada al servicio de
Dios. Ingresó al seminario menor en San Miguel y luego, en 1937, se mudó a Roma
donde terminó sus estudios teológicos en la Universidad Gregoriana el 4 de
abril de 1942.
Regresó
a El Salvador en 1943, a su natal San Miguel y el obispo le confió la parroquia
de Anamorós, un pueblo cerca de San Miguel donde se venera la patrona de El
Salvador, Nuestra Señora de la Paz.
Monseñor
Oscar Arnulfo Romero En 1966, es nombrado Secretario de la Conferencia de
Obispos en El Salvador, cargo en el cual permanece por once años más. Durante
este tiempo, Oscar difundió centenares de sermones emotivos y espirituales a
través de la radio a lo largo y ancho del país, ganándose así el respeto de la
comunidad católica.
En
1970, Oscar es nombrado Obispo y ejerce al lado del entonces Arzobispo de San
Salvador, Monseñor Chávez y González. También desempeñó su oficio en 1974, en
la parroquia de Santiago de María, en el Departamento de Usulután.
El
3 de febrero de 1977, la Iglesia Católica en el Vaticano bajo el mando de Pablo
VI, le concedió el título de Arzobispo de San Salvador, sólo unas semanas antes
de las elecciones presidenciales que trajeron al General Carlos Humberto Romero
a la presidencia de la república.
Sangre,
tortura y persecuciones enmarcan los tres años que sirvió como Obispo de San
Salvador Durante la guerra civil de este país que daba comienzo en 1979,
Monseñor Romero se convirtió en la “voz de los sin voz” y en “el pastor del
rebaño que Dios le había confiado” por su férrea defensa de los derechos de los
pobres y marginados.
Tras
el asesinato de su colega y buen amigo, el sacerdote Rutilio Grande, Monseñor
Romero cita las enseñanzas de su Papa favorito, Pío XI: “La misión de la
Iglesia no es desde luego política, pero cuando la política toca el altar, la
Iglesia defiende el altar.”
Es
por esto que Monseñor intervino en el conflicto social que estaba destruyendo a
su país y a su gente.
Monseñor
Romero recurrió a las palabras de San Agustín y Santo Tomás para justificar a
quien se levanta contra las leyes opresoras.
La
defensa de los pobres siempre fue su criterio para juzgar la política. Monseñor
Romero, luego de luchar por los derechos humanos de los pobres y de los
oprimidos por el gobierno, cae asesinado por un certero disparo de calibre 25
directo al corazón, el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba una misa en la
capilla del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador.
Para
muchos, la imagen de Monseñor Romero es el símbolo religioso más grande del
país y, desde su asesinato, su legado ha traspasado fronteras y se ha convertido
en un símbolo universal de la justicia y de la paz.
Su
proceso de beatificación y canonización se inició el 24 de marzo de 1994 a
cargo del sacerdote Rafael Urrutia, párroco de la misma capilla donde Monseñor
fue asesinado. Ahora le conocen como “El Profeta y Mártir de la Américas”. Está
enterrado en la Catedral Metropolitana de San Salvador.
Beatificado por el Papa Francisco, el 23 de mayo de 2015 en la capital de El
Salvador.
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