Esta
imagen de San Antonio de Padua la he realizado con la técnica de telas encoladas
y masillas epoxídicas. Es una técnica que tiene unos 400 años y tiene como cuna
a España e Italia, con ella se pueden realizar múltiples imágenes artesanales e
irrepetibles, todas ellas con un realismo fantástico. ¿Cómo se hace? te lo
cuento ahora por si no leíste alguno de los trabajos anteriores:
1) Se parte de un soporte (que puede ser de
alambre, madera, plástico, cartón, telgopor, etc.) En este caso es un tallado
en yeso betalfa. Se le van marcando las partes del cuerpo. TENER EN CUENTA LAS
PROPORCIONES CORPÓREAS ya explicadas en varias entradas anteriores.
2) Se sigue con la cabeza y las manos (en
este caso de los dos: San Antonio y el Niño Jesús). Vamos pensando cómo va a ir
ubicada la ropa (para esto es preciso ver estampas para que sea más real) y las
actitudes de la imagen (esto lleva bastante tiempo). Se va pensando en todos
los detalles que se le quieren hacer (ubicación de las manos, de los pies,
manto, etc.). Prestar atención porque San Antonio lleva un libro y unos lirios,
es importante ya saber dónde los vamos a ubicar.
3) Si hiciera falta, se van añadiendo
pequeñas almohadillas con algodón para darle volumen a las partes del cuerpo.
Como es un varón, le damos un poco más a la caja torácica y a la espalda y
menos para las caderas. Se pinta la cara y las manos. Se añaden las cabezas y
las manos. Se las fijan con masilla epoxídica. Se pinta la base imitando suelo,
mármol, madera, etc. y se le da varias manos de barniz. Se la protege con papel
adherente para que no se ensucie.
4) Se diagrama la vestimenta de San Antonio
y el Niño Jesús en tela de algodón o lino (NO SINTÉTICO) y se le pasa una
mezcla de cola de carpintero, tiza, enduído y colorantes. Por lo menos 2 manos.
Dejar secar muy bien entre tela y tela, lo mismo cuando se pinta, Mucha
PACIENCIA, porque a la hora de anexar el
ropaje del Niño se les puede complicar. PRIMERO SE VISTE A SAN ANTONIO. Lo
adherimos muy bien al cuerpo y lo dejamos secar. Nos vamos a ayudar haciendo
algún “andamio” con palitos, hilos, etc. Para que fragüe todo en el lugar
correcto.
5) Sacar el papel adherente de la base y
seguir decorando con otros detalles (aureola, cinturón, capucha, etc.). Retocar
con pigmentos al tono las marquitas que hubiéramos dejado y todo el perfilado
es retocado con dorado y otros colores para crear sombras.
RECOMENDACIÓN:
procuren no agregarles demasiadas cosas a las imágenes, traten de hacerlas lo
más fiel que puedan, por eso recurran a algún buscador para ver estampas o
fotos si las hubiera de los santos. Recuerden que algunas veces “MENOS ES MÁS”.
El paso a paso:
BIOGRAFÍA
DE SAN ANTONIO DE PADUA
Vino
al mundo en el año 1195 en Portugal y se llamó Fernando de Bulloes y Taveira de
Azevedo, nombre que cambió por el de Antonio al ingresar en la orden de Frailes
Menores, por la devoción al gran patriarca de los monjes y patrones titulares
de la capilla en que recibió el hábito franciscano.
Sus
padres, jóvenes miembros de la nobleza de Portugal, dejaron que los clérigos de
la Catedral de Lisboa se encargaran de impartir los primeros conocimientos al
niño, pero cuando éste llegó a la edad de quince años, fue puesto al cuidado de
los canónigos regulares de San Agustín, que tenían su casa cerca de la ciudad.
Dos
años después, obtuvo permiso para ser trasladado al priorato de Coimbra, por
entonces capital de Portugal, a fin de evitar las distracciones que le causaban
las constantes visitas de sus amistades.
No
le faltaron las pruebas. En la juventud fue atacado duramente por las pasiones
sensuales. Pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios las dominó. El se
fortalecía visitando al Stmo. Sacramento. Además desde niño se había consagrado
a la Stma. Virgen y a Ella encomendaba su pureza.
Una
vez en Coimbra, se dedicó por entero a la plegaria y el estudio; gracias a su
extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir, en poco tiempo, los más
amplios conocimientos sobre la Biblia.
En
el año de 1220, el rey Don Pedro de Portugal regresó de una expedición a
Marruecos y trajo consigo las reliquias de los santos frailes-franciscanos que,
poco tiempo antes habían obtenido allá un glorioso martirio. Fernando que por
entonces había pasado ocho años en Coimbra, se sintió profundamente conmovido a
la vista de aquellas reliquias y nació en lo íntimo de su corazón el anhelo de
dar la vida por Cristo.
Poco
después, algunos frailes franciscanos llegaron a hospedarse en el convento de
la Santa Cruz, donde estaba Fernando; éste les abrió su corazón y fue tan
empeñosa su insistencia, que a principio de 1221, se le admitió en la orden.
Casi
inmediatamente después, se le autorizó para embarcar hacia Marruecos a fin de
predicar el Evangelio a los moros. Pero no bien llegó a aquellas tierras donde
pensaba conquistar la gloria, cuando fue atacado por una grave enfermedad
(hidropesía), que le dejó postrado e incapacitado durante varios meses y, a fin
de cuentas, fue necesario devolverlo a Europa. La nave en que se embarcó,
empujada por fuertes vientos, se desvió y fue a parar en Messina, la capital de
Sicilia.
Con
grandes penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de Asís donde, según le
habían informado sus hermanos en Sicilia, iba a llevarse a cabo un capítulo
general. Aquella fue la gran asamblea de 1221, el último de los capítulos que
admitió la participación de todos los miembros de la orden; estuvo presidido
por el hermano Elías como vicario general y San Francisco, sentado a sus pies,
estaba presente. Indudablemente que
aquella reunión impresionó hondamente al joven fraile portugués.
Tras
la clausura, los hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado,
y Antonio fue a hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de
Forli. Hasta ahora se discute el punto
de si, por aquel entonces, Antonio era o no sacerdote; pero lo cierto es que
nadie ha puesto en tela de juicio los extraordinarios dones intelectuales y
espirituales del joven y enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo.
Cuando
no se le veía entregado a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía,
estaba al servicio de los otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de
los platos y cacharros, después del almuerzo comunal.
Mas
no estaban destinadas a permanecer ocultas las claras luces de su intelecto.
Sucedió que al celebrarse una ordenación en Forli, los candidatos franciscanos
y dominicos se reunieron en el convento de los Frailes Menores de aquella
ciudad. Seguramente a causa de algún malentendido, ninguno de los dominicos
había acudido ya preparado a pronunciar la acostumbrada alocución durante la
ceremonia y, como ninguno de los franciscanos se sentía capaz de llenar la
brecha, se ordenó a San Antonio, ahí presente, que fuese a hablar y que dijese
lo que el Espíritu Santo le inspirara.
El
joven obedeció sin chistar y, desde que abrió la boca hasta que terminó su
improvisado discurso, todos los presentes le escucharon como arrobados,
embargados por la emoción y por el asombro, a causa de la elocuencia, el fervor
y la sabiduría de que hizo gala el orador. En cuanto el ministro provincial
tuvo noticias sobre los talentos desplegados por el joven fraile portugués, lo
mandó llamar a su solitaria ermita y lo envió a predicar a varias partes de la
Romagna, una región que, por entonces, abarcaba toda la Lombardía.
En
un momento, Antonio pasó de la oscuridad a la luz de la fama y obtuvo, sobre
todo, resonantes éxitos en la conversión de los herejes, que abundaban en el
norte de Italia, y que, en muchos casos, eran hombres de cierta posición y
educación, a los que se podía llegar con argumentos razonables y ejemplos
tomados de las Sagradas Escrituras.
En
una ocasión, cuando los herejes de Rímini le impedían al pueblo acudir a sus
sermones, San Antonio se fue a la orilla del mar y empezó a gritar: "Oigan
la palabra de Dios, Uds. los pececillos del mar, ya que los pecadores de la
tierra no la quieren escuchar".
A
su llamado acudieron miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de
aprobación. Aquel milagro se conoció y
conmovió a la ciudad, por lo que los herejes tuvieron que ceder.
A
pesar de estar muy enfermo de hidropesía, San Antonio predicaba los 40 días de
cuaresma. La gente presionaba para tocarlo y le arrancaban pedazos del hábito,
hasta el punto que hacía falta designar un grupo de hombres para protegerlo
después de los sermones.
Además
de la misión de predicador, se le dio el cargo de lector en teología entre sus
hermanos. Aquella fue la primera vez que un miembro de la Orden Franciscana
cumplía con aquella función. En una
carta que, por lo general, se considera como perteneciente a San Francisco, se
confirma este nombramiento con las siguientes palabras: "Al muy amado
hermano Antonio, el hermano Francisco le saluda en Jesucristo.
Me
complace en extremo que seas tú el que lea la sagrada teología a los frailes,
siempre que esos estudios no afecten al santo espíritu de plegaria y devoción
que está de acuerdo con nuestra regla". Sin embargo, se advirtió cada vez
con mayor claridad que, la verdadera misión del hermano Antonio estaba en el
púlpito. Por cierto que poseía todas las cualidades del predicador: ciencia,
elocuencia, un gran poder de persuasión, un ardiente celo por el bien de las
almas y una voz sonora y bien timbrada que llegaba muy lejos.
Por
otra parte, se afirmaba que estaba dotado con el poder de obrar milagros y, a
pesar de que era de corta estatura y con cierta inclinación a la corpulencia,
poseía una personalidad extraordinariamente atractiva, casi magnética. A veces,
bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies;
parecía que de su persona irradiaba la santidad. A donde quiera que llegaba,
las gentes le seguían en tropel para escucharle, y con eso había para que los
criminales empedernidos, los indiferentes y los herejes, pidiesen confesión.
Las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para asistir a sus
sermones; muchas veces sucedió que algunas mujeres salieron antes del alba o
permanecieron toda la noche en la iglesia, para conseguir un lugar cerca del
púlpito.
Con
frecuencia, las iglesias eran insuficientes para contener a los enormes auditorios
y, para que nadie dejara de oírle, a menudo predicaba en las plazas públicas y
en los mercados. Poco después de la muerte de San Francisco, el hermano Antonio
fue llamado, probablemente con la intención de nombrarle ministro provincial de
la Emilia o la Romagna.
En relación con la actitud que asumió el santo
en las disensiones que surgieron en el seno de la orden, los historiadores
modernos no dan crédito a la leyenda de que fue Antonio quien encabezó el
movimiento de oposición al hermano Elías y a cualquier desviación de la regla
original; esos historiadores señalan que el propio puesto de lector en
teología, creado para él, era ya una innovación.
Más
bien parece que, en aquella ocasión, el santo actuó como un enviado del
capítulo general de 1226 ante el Papa, Gregorio IX, para exponerle las
cuestiones que hubiesen surgido, a fin de que el Pontífice manifestara su
decisión. En aquella oportunidad, Antonio obtuvo del Papa la autorización para
dejar su puesto de lector y dedicarse exclusivamente a la predicación.
El
Pontífice tenía una elevada opinión sobre el hermano Antonio, a quien cierta
vez llamó "el Arca de los Testamentos", por los extraordinarios
conocimientos que tenía de las Sagradas Escrituras.
Desde aquel momento, el lugar de residencia de
San Antonio fue Padua, una ciudad donde anteriormente había trabajado, donde
todos le amaban y veneraban y donde, en mayor grado que en cualquier otra
parte, tuvo el privilegio de ver los abundantísimos frutos de su ministerio.
Porque
no solamente escuchaban sus sermones multitudes enormes, sino que éstos
obtuvieron una muy amplia y general reforma de conducta. Las ancestrales
disputas familiares se arreglaron definitivamente, los prisioneros quedaron en
libertad y muchos de los que habían obtenido ganancias ilícitas las
restituyeron, a veces en público, dejando títulos y dineros a los pies de San
Antonio, para que éste los devolviera a sus legítimos dueños.
Para
beneficio de los pobres, denunció y combatió el muy ampliamente practicado
vicio de la usura y luchó para que las autoridades aprobasen la ley que eximía
de la pena de prisión a los deudores que se manifestasen dispuestos a
desprenderse de sus posesiones para pagar a sus acreedores. Se dice que también se enfrentó abiertamente
con el violento duque Eccelino para exigirle que dejase en libertad a ciertos
ciudadanos de Verona que el duque había encarcelado.
A pesar de que no consiguió realizar sus
propósitos en favor de los presos, su actitud nos demuestra el respeto y la
veneración de que gozaba, ya que se afirma que el duque le escuchó con
paciencia y se le permitió partir, sin que nadie le molestara.
Después
de predicar una serie de sermones durante la primavera de 1231, la salud de San
Antonio comenzó a ceder y se retiró a descansar, con otros dos frailes, a los
bosques de Camposampiero. Bien pronto se
dio cuenta de que sus días estaban contados y entonces pidió que le llevasen a
Padua. No llegó vivo más que a los aledaños de la ciudad.
El 13 de junio de 1231, en la habitación
particular del capellán de las Clarisas Pobres de Arcella recibió los últimos
sacramentos. Entonó un canto a la Stma. Virgen y sonriendo dijo:"Veo venir
a Nuestro Señor" y murió. Era el 13
de junio de 1231. La gente recorría las
calles diciendo: "¡Ha muerto un santo! ¡Ha muerto un santo! Al morir tenía
tan sólo treinta y cinco años de edad.
Durante sus funerales se produjeron extraordinarias demostraciones de la
honda veneración que se le tenía. Los
paduanos han considerado siempre sus reliquias como el tesoro más preciado.
San
Antonio fue canonizado antes de que hubiese transcurrido un año de su muerte;
en esa ocasión, el Papa Gregorio IX pronunció la antífona "O doctor
optime" en su honor y, de esta manera, se anticipó en siete siglos a la
fecha del año 1946, cuando el Papa Pío XII declaró a San Antonio "Doctor
de la Iglesia".
Se
le llama el "Milagroso San Antonio" por ser interminable lista de
favores y beneficios que ha obtenido del cielo para sus devotos, desde el
momento de su muerte. Uno de los
milagros más famosos de su vida es el de la mula: Quiso uno retarle a San
Antonio a que probase con un milagro que Jesús está en la Santa Hostia. El
hombre dejó a su mula tres días sin comer, y luego cuando la trajo a la puerta
del templo le presentó un bulto de pasto fresco y al otro lado a San Antonio
con una Santa Hostia. La mula dejó el
pasto y se fue ante la Santa Hostia y se arrodilló.
Iconografía:
Por regla general, a partir del siglo XVII, se ha representado a San Antonio
con el Niño Jesús en los brazos; ello se debe a un suceso que tuvo mucha
difusión y que ocurrió cuando San Antonio estaba de visita en la casa de un
amigo. En un momento dado, éste se asomó por la ventana y vio al santo que
contemplaba, arrobado, a un niño hermosísimo y resplandeciente que sostenía en
sus brazos. En las representaciones
anteriores al siglo XVII aparece San Antonio sin otro distintivo que un libro,
símbolo de su sabiduría respecto a las Sagradas Escrituras. En ocasiones se le representó con un lirio en
las manos y también junto a una mula que, según la leyenda, se arrodilló ante
el Santísimo Sacramento que mostraba el santo; la actitud de la mula fue el
motivo para que su dueño, un campesino escéptico, creyese en la presencia real.
San
Antonio es el patrón de los pobres y ciertas limosnas especiales que se dan
para obtener su intercesión, se llama "pan de San Antonio"; esta
tradición comenzó a practicarse en 1890.
No
hay ninguna explicación satisfactoria sobre el motivo por el que se le invoca
para encontrar los objetos perdidos, pero es muy posible que esa devoción esté
relacionada con un suceso que se relata entre los milagros, en la
"Chronica XXIV Generalium" (No. 21):
un novicio huyó del convento y se llevó un valioso salterio que
utilizaba San Antonio; el santo oró para que fuese recuperado su libro y, al
instante, el novicio fugitivo se vio ante una aparición terrible y amenazante
que lo obligó a regresar al convento y devolver el libro.
En
Padua hay una magnífica basílica donde se veneran sus restos mortales.
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