VATICANO,
28 Jun. 17 / 04:32 am (ACI).- El Papa Francisco habló, en su catequesis de la
Audiencia General de los miércoles, de la esperanza que da fuerza a los
mártires y de las características que debe tener un cristiano para considerarse
como tal.
Afirmó
que “deberá ser prudente, a veces también astuto: estas son virtudes aceptadas
por la lógica evangélica. Pero la violencia jamás. Para derrotar al mal, no se
puede compartir los métodos del mal”.
A
continuación, el texto completo de la Catequesis del Papa:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
reflexionamos sobre la esperanza cristiana como fuerza de los mártires. Cuando,
en el Evangelio, Jesús envía a sus discípulos en misión, no los ilusiona con
quimeras de fácil suceso; al contrario, les advierte claramente que el anuncio
del Reino de Dios implica siempre una oposición. Y usa incluso una expresión
extrema: «Serán odiados – odiados – por todos a causa de mi Nombre» (Mt 10,22).
Los cristianos aman, pero no siempre son amados. Desde el inicio Jesús nos pone
ante esta realidad: en una medida más o menos fuerte, la confesión de la fe se
da en un clima de hostilidad.
Los
cristianos son pues hombres y mujeres “contracorriente”. Es normal: porque el
mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en diversas formas de
egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina en dirección contraria.
No
por un espíritu polémico, sino por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que
es una lógica de esperanza, y se traduce en el estilo de vida basado en las
indicaciones de Jesús.
Y
la primera indicación es la pobreza. Cuando Jesús envía a sus discípulos en
misión, parece que pone más atención en el “despojarlos” que en el “vestirlos”.
De hecho, un cristiano que no es humilde y pobre, desapegado de las riquezas y
del poder y sobre todo desapegado de sí, no se asemeja a Jesús.
El cristiano
recorre su camino en este mundo con lo esencial para el camino, pero con el
corazón lleno de amor. La verdadera derrota para él o para ella es caer en la
tentación de la venganza y de la violencia, respondiendo al mal con el mal.
Jesús nos dice: «Yo los envío como a ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16). Por
lo tanto, sin fauces, sin garras, sin armas.
El cristiano mejor dicho deberá
ser prudente, a veces también astuto: estas son virtudes aceptadas por la
lógica evangélica. Pero la violencia jamás. Para derrotar al mal, no se puede
compartir los métodos del mal.
La
única fuerza del cristiano es el Evangelio. En los momentos de dificultad, se
debe creer que Jesús está delante de nosotros, y no cesa de acompañar a sus
discípulos.
La persecución no es una contradicción al Evangelio, sino que forma
parte de este: si han perseguido a nuestro Maestro, ¿Cómo podemos esperar que
nos sea eximida la lucha? Pero, al centro de la tormenta, el cristiano no debe
perder la esperanza, pensando de haber sido abandonado.
Jesús
conforta a los suyos diciendo: «Ustedes tienen contados todos sus cabellos» (Mt
10,30). Para decir que ningún sufrimiento del hombre, ni siquiera el más
pequeño y escondido, es invisible a los ojos de Dios. Dios ve, y seguramente
protege; y donará su rescate.
De hecho, existe en medio de nosotros Alguien que
es más fuerte que el mal, más fuerte que las mafias, que los oscuros engaños,
de quien lucra sobre la piel de los desesperados, de quien aplasta a los demás
con prepotencia… Alguien que escucha desde siempre la voz de la sangre de Abel
que grita desde la tierra.
Los
cristianos deben pues encontrarse siempre del “otro lado” del mundo, aquel
elegido por Dios: no perseguidores, sino perseguidos; no arrogantes, sino
humildes; no vendedores de humo, sino subyugados a la verdad; no impostores,
sino honestos.
Esta
fidelidad al estilo de Jesús – que es un estilo de esperanza – hasta la muerte,
será llamada por los primeros cristianos con un nombre bellísimo: “martirio”,
que significa “testimonio”.
Habían tantas otras posibilidades, ofrecidas por el
vocabulario: se podía llamar heroísmo, abnegación, sacrificio de sí. En cambio,
los cristianos de los primeros tiempos los han llamado con un nombre que
perfuma de discipulado. Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar
sus propias ideas, y aceptan deber morir sólo por fidelidad al Evangelio.
El
martirio no es ni siquiera el ideal supremo de la vida cristiana, porque sobre
ello está la caridad, es decir, el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Lo dice
bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad, es decir el amor hacia Dios y
hacia el prójimo.
Lo
dice bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad: «Aunque repartiera todos
mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si
no tengo amor, no me sirve para nada» (1Cor 13,3).
Disgusta a los cristianos la
idea que los terroristas suicidas puedan ser llamados “mártires”: no hay nada
en su fin que pueda asemejarse a la actitud de los hijos de Dios.
A
veces, leyendo las historias de tantos mártires de ayer y hoy – que son más de
los mártires de los primeros tiempos –, nos quedamos sorprendidos ante la
fortaleza con la cual han enfrentado la prueba.
Esta fortaleza es signo de la
gran esperanza que los animaba: la esperanza cierta que nada y nadie los podía
separar del amor de Dios donado en Jesucristo (Cfr. Rom 8,38-39).
Que
Dios nos done siempre la fuerza de ser sus testigos. Nos done vivir la
esperanza cristiana sobre todo en el martirio escondido de hacer bien y con
amor nuestros deberes de cada día. Gracias.
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