sábado, 14 de octubre de 2017

Rezando el Rosario contemplamos a Cristo.






 San Mateo 17, 1-8


Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de Santiago y los llevó aparte, a una montaña alta. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Su rostro resplandecía como el sol, su ropa se volvió blanca como la luz. En esto se le aparecieron Moisés y Elías, conversando con Jesús. 

Pedro le dijo a Jesús: “Señor, qué bien estamos aquí, si quieres levanto tres carpas, una para Ti, otra para Moisés, otra para Elías”. Mientras estaba hablando apareció una nube luminosa que los envolvió de la cuál salió que les dijo: “este es mi Hijo amado, estoy muy complacido con El, escúchenlo.” 

Al oír esto los discípulos se postraron sobre su rostro aterrorizados, pero Jesús se acercó a ellos y los tocó. “Levántense les digo, no tengan miedo.”


Contemplar a Cristo con María desde la oración del Rosario siguiendo las enseñanzas de San Juan Pablo II

1.- Un rostro brillante como el Sol

“Y se transfiguró delante de ellos, su rostro se puso brillante como el Sol”  dice el texto que hemos compartido. Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza de Jesús. Este puede ser como un icono ce la contemplación cristiana. Como una imagen que nos refleja el sentido más pleno de la contemplación. 

El éxtasis, el estar más allá de sí mismo atraídos por la imagen del Dios viviente y el brillo que rodea ese acontecimiento de encuentro. 

Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino de todos los días, el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir el resplandor divino que se manifiesta definitivamente en el acontecimiento de su resurrección, allí donde la gloria de Cristo, a la derecha del Padre sorprende a todos los que están allí contemplando lo que ocurre y a nosotros cada vez que entramos en clima de oración contemplativa para percibir los rasgos del rostro de Cristo que vienen a imprimirse en nuestra interioridad. 

Contemplando este rostro, el de Jesús, nos disponemos a recibir el misterio de la vida interna de Dios, vida Trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. 

Se realiza en nosotros la palabra de Pablo: “Reflejamos como en un espejo la Gloria del Señor” nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más. 

Así es como actúa el Señor que es Espíritu, lo dice 2 Corintios 3, 18.

La contemplación de Jesús tiene en María un modelo insuperable, el rostro del Hijo le pertenece, decía San Juan Pablo II, y le pertenece no de cualquier manera, sino de un modo especial. Ha sido allí en el vientre mariano donde se ha formado, tomando también de ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con tanta delicadeza y con tanto amor a contemplar el rostro de Jesús como María. 

Y en este sentido, cuando entramos en contacto con María en la oración y particularmente en la oración del Rosario, somos llevados por ella a este lugar tan delicado de su corazón y tan propio de su espiritualidad que es el de la contemplación. 

Cuando oramos el Rosario lo oramos desde esa perspectiva, desde una perspectiva de sintonía mariana en contemplación, al modo de los discípulos que ven transfigurarse a Jesús en el Tabor y ellos mismos resplandecen frente a la gloria de Dios en todo su ser. 

Quedaron blanqueados, con la blancura propia de la gloria de Dios y a partir de allí el proceso de transformación que el rostro de Cristo refleja sobre nuestra humanidad. 

El rostro como el símbolo, icono, que represente lo humano, nos pone de cara a la transformación de todo lo humano. En este sentido, el misterio de la contemplación del rostro de Cristo en clave mariana, que termina siendo una transfiguración de Jesús en nosotros, es una transformación de nosotros. La contemplación es una gracia de transformación.

¿Vos podrías testimoniar como el Rosario realmente cambió tu vida?

Así como en el libro del Éxodo, Moisés aparece con el cayado abriendo un camino por el Mar Rojo permitiendo que este se abra en dos para que el pueblo de Israel pase por allí, así también María, ya no con un bastón en su mano para apoyarse en el camino sino con estos misterios de su Hijo, el Rosario, el mismo que ella llevó en sus manos, para con el enseñarnos a rezar y abrirnos caminos en medio de tanta lucha y combate cotidiano.

 2.- Los recuerdos de María

María vive mirando a Cristo, es como que está atraída particularmente por el rostro de su hijo. Así como decimos a veces que el Padre no tiene rostro nada más que para el Hijo, así María no tiene más que ojos también para Jesús. Es como que todo su ser y los ojos como expresión del ser, apuntan a este misterio. María vive contemplando a Jesús, tiene en cuenta cada una de sus palabras. 

El texto del evangelio de Lucas nos lo dice en dos oportunidades, en 2, 19 y 2, 51: “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Los recuerdos de Jesús están impresos en lo más hondo de su alma, va acompañado siempre en todo momento llevándola a recorrer con él pensamientos y episodios de su vida junto a Jesús. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido en cierto sentido, dice San Juan Pablo II el Rosario que ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal. 


Que interesante esta imagen, y acá me quiero detener, a partir de la experiencia de Bernardita Souvirous frente a la imagen que aparece en la gruta de Lourdes. 

María rezó su rosario decía San Juan Pablo II, ¿pero cómo es eso? ¿Se rezó a si misma? No, porque la oración del Rosario no es una oración mariana es una oración cristo céntrica, María nos lleva de la mano al encuentro con Jesús. 

El Rosario es la contemplación de los misterios de Jesús aún cuando contemplamos un misterio mariano como por ejemplo la Asunción. Siempre es en relación a los misterios de Cristo, los misterios de la vida de María. Decir “María rezó su Rosario” nos pone en sintonía con la imagen de Lourdes. 


A mí siempre me sorprendió que Bernardita cuente que mientras ella rezaba el Rosario frente a la imagen que se le aparecía, la Virgen iba pasando las cuentas como si ella también rezara el Rosario. Y parece que fue así. Al menos Juan Pablo dice “María rezó su Rosario” es decir, contempló a Jesús y sus misterios. Cuando rezamos el Rosario no le rezamos a la Virgen, rezamos con la Virgen, no le rezamos a María, rezamos con María. 

María nos acompaña en la oración de la contemplación de los misterios de su hijo que no son otros que los recuerdos marianos. Es decir, cuando entramos en oración del Rosario vamos sobre ese lugar del corazón de María con el que hacemos sintonía para desde su experiencia, desde su interioridad, poder entrar como ella y con ella a la mirada de Jesús. 

María sólo tiene miradas para Jesús y en su corazón están todos los recuerdos y toda la memoria viva de la contemplación del rostro de su hijo. Viste cuando vos buscas un archivo de audio o de video, vas a un lugar en donde están registrados esos archivos. 

Yo te diría, comparativamente hablando, en el corazón de María están registrados como en ningún otro lugar los misterios de Jesús y por eso, al Rosario lo rezamos con ella, es una presencia de compañía, en gracia, que el Padre Dios, en Cristo, por el Espíritu nos ha dejado para poder entrar en Cristo, para poder contemplar el Rostro de Jesús. 

Eso cambia la vida, eso nos revela la gloria del Altísimo. Hoy queremos compartir en torno a esta oración nuestra, la del Rosario, su fuerza de transformación.






 3.- El Rosario, oración contemplativa


El Rosario, a partir de la experiencia de María es una oración marcadamente contemplativa. Antes de esta reflexión San Juan Pablo II se ha preguntado sobre las críticas del rosario y entre ellas aparecen dos grandes críticas que son muchas veces desviaciones de esta oración: una es que nos quedamos en María y no llegamos a Jesús que es el intercesor entre el Padre y su pueblo y la otra es que el rosario es una oración aburrida y repetitiva. 

Esta dimensión contemplativa de los misterios del Rosario, en Cristo, nos ayudan a salir de ese lugar de costumbre desviada a veces con el que nos vinculamos a esta oración tan nuestra, tan cercana, tan popular. 

El Papa Beato Pablo VI decía: “Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma”,  y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: Cuando recen no sean charlatanes como los paganos que creen que son escuchados en virtud de su locuacidad. Ustedes cuando recen entren a la oración desde la intimidad, desde adentro, desde el lugar del corazón, como hemos compartido en estos días. 

Oramos desde el corazón. Por la naturaleza propia del rosario se nos exige un ritmo tranquilo, sereno, reflexivo, de remanso, que favorezca en quien reza la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca de el que nadie. 

La que lo tuvo en sus brazos cuando nació y la que la tuvo en sus brazos cuando murió. Entre Belén y el Gólgota hay una misma imagen repetida, María y El entre sus brazos, en Belén y después de su muerte, ella lo tuvo entre sus brazos como nadie. 

Cuando oramos el rosario junto a María que ora con nosotros, nos lo pone en los brazos a nosotros, nos lo regala a nosotros para cobijarlo dejándonos cobijar por él. Aquella indicación del ángel a San José: “Toma al niño” significa, traducido en un lenguaje más de castellano nuestro, “Ser tomados por el que es tomado”, abrazar al niño es dejarnos abrazar por él. 

Cuando nosotros tenemos a Jesús, ofrecidos por María con nosotros, el toma nuestra vida porque su rostro resplandece en nosotros y nuestra vida con la de él se transfigura en la contemplación.     




4.- María nos regala el sol, pone claridad en nuestro corazón


 Eso es lo que nos regala María cuando con ella oramos el Santo Rosario, los misterios, la redención que Jesús nos ha traído, nos acerca la luz, nos trae el Sol, pone claridad en nuestro corazón. Decía el Papa San Juan Pablo II que esta era la oración más amada por él. Y la contemplación de María, que nos enseña a contemplar es por sobre todas las cosas, un recordar. 

Aprendemos a orar el rosario de manera contemplativa cuando con María oramos al modo suyo en la memoria, en un sentido de memoria como lo es bíblicamente el sacar el sentido propio de la memoria, actualizar las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación, es hacer presente y dejar que actúe de nuevo en nosotros la obra de la redención que aconteció hace dos mil años. 

La Biblia es la narración de los acontecimientos de la redención que tiene el punto más alto en Jesús. Estos acontecimientos no son solamente un ayer, son también un hoy, es decir, lo que recordamos actúa en medio nuestro. 




Esta actualización se realiza en particular en la liturgia Eucarística, lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos del acontecimiento sino que alcanza con su gracia a los hombres de todo tiempo, de toda época. 



Vale también, decía San Juan Pablo II, en cierto modo para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos en donde hacemos memoria de ellos en una actitud creyente y de contemplación amorosa. Esto quiere decir que nos abrimos a la gracia de Jesús que nos alcanza con sus misterios de vida, de muerte y resurrección, vida que transforma. 

Cuando contemplamos en esa clave, Dios se hace presente y reactualiza al modo, y en cierto modo como acontece en los misterios eucarísticos, reactualiza toda su acción salvadora a través nuestro. 

Mientras se reafirma en el Concilio Vaticano II que la Liturgia como el oficio sacerdotal de Cristo y culto público es la cumbre a la que tiende toda la acción de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda la fuerza de la gracia, también es necesario, decía el Papa, que la vida espiritual no se agota sólo en la participación de la Liturgia, el cristiano, llamado a orar en común entra también en su interior para orar al Padre que ve en lo escondido, más aún, según la enseñanza del apóstol, debe orar sin cansarse, sin interrumpir su oración. 


El Rosario, en su carácter específico, pertenece a ese variado panorama de oración incesante, de oración permanente, variado, toda oración jaculatoria que acompaña nuestra vida cuando recordamos a Jesús a lo largo de la jornada, la oración repetida del Peregrino Ruso, la oración incesante, ininterrumpida, y la memoria permanente de estar en la presencia de Dios, entra en esta dimensión. 



Oremos, oremos el Rosario y dejemos que los gemidos del Espíritu en nuestro interior, desde donde oramos con María, nos tomen de tal manera que nos familiaricemos a ella, no como una oración mecánica, aburrida, sino como una oración llena de vida que transforma.   



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