La
Iglesia Católica Apostólica Romana no obliga a nadie a invocar y tener devoción
a los santos. Solamente los propone como modelos para ser imitados.
Los que los
invocamos, lo único que hacemos es contemplar las virtudes que el mismo Dios
obró sobre ellos.
No son dioses, no los adoramos, recurrimos a ellos para que
recen por y junto a nosotros a Dios Padre Celestial.
Tanto
el Papa Francisco como quienes le antecedieron, han beatificado y canonizado a
una gran cantidad de hombres y mujeres a lo largo de toda la Iglesia Universal.
Con esto la Iglesia reconoce oficialmente su testimonio de santidad. De esta
forma ellos se convierten para los creyentes en un modelo de santidad y en
intercesores en favor nuestro.
Ahora
bien, muchos de nosotros, nos damos cuenta de que los hermanos no católicos
rechazan enérgicamente a los santos diciendo que no necesitamos otros modelos
de santidad, ya que tenemos el modelo de Jesús.
Y menos necesitamos a los
santos como intercesores, pues Cristo es el Único mediador ante el Padre.
Muchos católicos no saben qué contestar y están dudosos frente a estas
opiniones.
¿Qué
debemos contestar a los que piensan que estamos en un error al invocar a un
santo?
Los
hermanos evangélicos dicen: No necesitamos otro modelo de santidad si ya
tenemos el modelo del propio Jesús.
Queridos
hermanos: Esta es una verdad a medias. Y enseguida me vienen a la mente los
textos bíblicos del Apóstol Pablo: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte es
ganancia... Hermanos, sigan mi ejemplo y fíjense también en los que viven según
el ejemplo que nosotros les hemos dado a ustedes» (Fil. 1, 21 y 3, 17).
En
otra parte dice el Apóstol: «Sigan ustedes mi ejemplo como yo sigo el ejemplo
de Cristo Jesús» (1 Tim. 1, 16).
En
estos textos vemos claramente que Pablo se pone a sí mismo como ejemplo de
seguidor de Cristo, e incita a los creyentes a ser sus imitadores, como él lo
es de Cristo.
Tomemos
otro ejemplo de la Biblia: María, la Madre de Jesús. Ella es la mujer «que Dios
ha bendecido más que a todas las mujeres» (Lc. 1, 28 y 1, 42), como dijeron el
ángel Gabriel y su prima Isabel. Y en el cántico de María (Lc. 1, 46-55); ella
se presenta también como ejemplo de humilde servidora y de esclava, «en
adelante todos los hombres me llamarán bienaventurada» (Lc. 1, 48).
La
Biblia, entonces, pone claramente a María como modelo de santidad para todas
las generaciones. Y es eso lo que celebra la Iglesia Católica al venerar a
María. La veneración a María nunca puede ser culto de adoración; la veneración
es un culto de honra y de profundo respeto hacia la Madre de Jesús.
Cuando
leemos con atención las Escrituras, nos damos cuenta de que la Biblia nos
ofrece muchos modelos de santidad; por ejemplo: al apóstol Tomás, que era un
hombre con grandes dudas sobre la fe pero que al fin proclamó a Jesús como su
Señor y su Dios (Jn. 20, 26-28).
Así
también la Iglesia católica presenta el ejemplo de Juan Bautista que con gran
valentía dio testimonio de Jesús hasta derramar su sangre por el Señor (Mt. 14,
1-12).
De
igual manera, la Iglesia Católica presenta ahora a los santos de nuestros
tiempos (Santa Edith Stein, el Cura Brochero, la Madre Teresa, San Juan Pablo
II, etc.) como ejemplos de fe cristiana. Ellos nos señalan un camino y muchos
ven en ellos la gracia del Señor Jesús, que fue tan eficaz en sus vidas.
Los
santos son para nosotros verdaderos modelos a imitar. Ellos tuvieron una clara
prioridad en su vida: Jesucristo. Y es este modelo de fe cristiana el que tocó
de diversas maneras el corazón de mucha gente.
La fe en los santos no es, de
ninguna manera, un obstáculo a la fe en Jesucristo, como piensan los hermanos
evangélicos, sino un estímulo para seguir a Cristo. Son tres distintos modelos
de santidad que Dios ha regalado a su Iglesia en este último tiempo.
Por
supuesto debemos evitar excesos, los santos no son semidioses y la santidad de
tal o cual persona nunca puede oscurecer el seguimiento de Cristo. Al
contrario, la verdadera santidad de los santos siempre anima hacia una mayor
búsqueda de Dios.
Los
santos como intercesores
Muchos
hermanos evangélicos tienen problemas para aceptar a los santos como
intercesores en favor nuestro.
Simplemente dicen que Jesucristo es el único
Mediador entre Dios y los hombres y que no necesitamos nuevos intercesores:
«Hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús»
(1 Tim. 2, 5; Hebr. 8, 6 y 9, 11-14).
Nosotros,
los católicos, proclamamos también que Jesucristo es el Único Mediador entre
Dios y los hombres.
Pero los santos no son un obstáculo para dirigirnos
directamente a Jesucristo, a Dios Padre o al Espíritu Santo.
Los santos no nos
alejan de Dios; simplemente ellos con sus ejemplos de fe cristiana nos
estimulan a acercarnos a Dios con la sola mediación de Jesucristo.
Ahora
bien, cuando la Iglesia Católica dice que los santos son intercesores nuestros
delante de Jesucristo, eso no quiere decir que ellos son los que hacen los
milagros. Es siempre Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo, quienes obran
maravillas entre nosotros, aunque sí puede ser que los milagros sean hechos
«por intercesión» de estos santos.
El
ejemplo de María
Veamos
el ejemplo de María en las bodas de Cana. Es María la Madre de Jesús la que
invita discretamente a su Hijo a hacer un milagro diciendo: «Ya no tienen
vino».
Y Jesús le hace entender que la hora de hacer signos no ha llegado
todavía. Sin embargo, por la intercesión de su Madre María, Jesús hace su
primer milagro (Jn. 2, 1-12).
Este
es el sentido bíblico de la intercesión de los santos. Hay muchos ejemplos más
de la intercesión de los santos ante Dios. Veamos algunos textos: Moisés ora a
Dios por intercesión de Abraham, Isaac y de Jacob (Ex. 32, 11-14).
Jesús
manda a sus Apóstoles a sanar enfermos, a resucitar muertos, a limpiar leprosos
y echar demonios (Mt. 10, 8). Pedro y Juan, en nombre de Jesús, sanan a un
hombre tullido (Hech. 3, 1-10).
En
el pueblo de Troáda, el apóstol Pablo devuelve la vida a un joven accidentado
(Hech. 20, 7-11).
Cuando
el apóstol Pedro pasaba por la calle, la gente sacaba a los enfermos y los
ponía en camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre
algunos de ellos, y todos eran sanados (Heh. 5, 15-16).
Dios hacía grandes
milagros por medio de Pablo, tanto que hasta los pañuelos o las ropas que
habían sido tocados por su cuerpo eran llevadas a los enfermos y los espíritus
malos salían de éstos (Hech. 19, 11-12).
Todos
estos textos nos dicen que Jesucristo hacía milagros por medio de sus
discípulos. «Ustedes han recibido este poder sin costo; úsenlo sin cobrar»,
dijo Jesús (Mt. 10, 8).
Dios
acepta la oración de los santos
La
Biblia nos enseña también que debemos ayudarnos mutuamente con la oración. «La
oración de los santos es como perfume agradable ante el trono de Dios» (Apoc.
8, 4).
«Ahora
me alegro, dice el Apóstol Pablo, en lo que sufro por ustedes, porque de esta
manera voy completando en mi propio cuerpo lo que falta a los sufrimientos de
Cristo por la Iglesia, que es su cuerpo» (Col. 1, 24).
«La
oración fervorosa del hombre bueno tiene mucho poder. El profeta Elías era un
hombre tal como nosotros, y cuando pidió en su oración que no lloviera, dejó de
llover sobre la tierra durante tres años y medio y después cuando oró otra vez,
volvió a llover y la tierra dio su cosecha» (Stgo. 5, 16-18).
«Los
cuatro seres vivientes y los 24 ancianos se pusieron de rodillas delante del
Cordero. Cada uno de los ancianos tenía un arpa, y llevaban copas de oro llenas
de incienso, que son las oraciones de los que pertenecen a Dios» (Apoc. 5, 8).
En
todos estos textos notamos que la oración fervorosa o la intercesión de los
santos tiene mucho poder delante del trono de Dios. No podemos dudar de que
estos santos, que ahora están delante de Dios, van a interceder por nosotros,
como lo hizo Moisés al hablar con Dios para aplacar su ira invocando a Abraham,
Isaac y Jacob (Ex. 32, 13).
Al
invocar a los santos siempre contemplaremos las virtudes que obró Dios en
ellos. Dios está siempre en el trasfondo de nuestra invocación o veneración a
los santos. Los santos no nos alejan de Dios, sino que nos invitan a ponernos
directamente en contacto con Él, con la sola mediación de Jesucristo.
Hay
que evitar los excesos en la veneración de los santos.
Por
ejemplo, hay gente que no busca a los santos como un modelo de fe cristiana,
sino solamente como remedio a sus dolencias, angustias y dificultades, o para
encontrar un objeto que se le ha perdido.
Sabemos muy bien que hay gente que se
acerca a los santos con una fe casi mágica.
No nos corresponde juzgar los
sentimientos de nuestros hermanos que tienen una fe débil. Pero estoy seguro de
que Dios respeta la conciencia de cada uno.
Pienso
en aquella mujer de la Biblia que sufría hemorragias de sangre durante tantos
años, la que se acercó a Jesús tal vez con una fe mágica, pensando que con sólo
tocar su manto sanaría, y la señora con esta fe que a nosotros nos parece medio
mágica sanó.
Pero luego Jesús buscó a aquella mujer y quiso darle más que un
simple remedio a sus dolencias. Jesús deseaba un encuentro personal con aquella
enferma y aclarar la verdadera razón de su sanación: La fe. «Hija, has sido
sanada porque creíste» (Lc. 8, 43-48).
Creo
que hay mucha gente católica entre nosotros, que se acerca a Cristo y a los
santos con esta actitud tímida, con esta fe no muy clara, tal vez con creencias
medio mágicas.
Pero no tenemos derecho a humillar o aplastar esta poca fe que
tiene la gente sencilla. Es un pecado muy grave burlarse de la fe débil de uno
de nuestros hermanos.
Debemos ayudarles con mucho amor a purificar su fe, como
lo hizo Jesús con aquella mujer enferma. Un poco de fe basta para que Dios
actúe.
Doy
gracias a Dios por las grandes maravillas que obró en los santos, y por
habernos hecho el hermoso regalo de nuestros santos latinoamericanos: San
Martín de Porres, Santa Rosa de Lima, San Gabriel del Rosario Brochero y tantos
otros.
Reitero
algo que dije al comienzo: “la Iglesia no obliga a nadie a invocar y tener
devoción a los santos”.
Esto depende del gusto, de la cultura y de la libertad
de cada cristiano.
Es un camino que se ofrece, y dichosos de nosotros si lo
aceptamos con humildad y agradecimiento.
El Catecismo de la Iglesia dice:
¿A
qué nos llama Dios?
Dios
nos llama a responder al deseo natural de felicidad que El mismo ha puesto
dentro de nosotros. Y esta felicidad sólo la podemos lograr con la santidad de
vida.
¿Qué
es la comunión de los santos?
La
comunión de los santos significa que así como todos los creyentes forman entre
sí un solo cuerpo, así también el bien de unos se comunica a otros.
¿Interceden
los santos por nosotros?
Sí,
ellos interceden por nosotros al presentar, por medio del Único Mediador Jesús,
los méritos que adquirieron en la tierra.
¿Somos
todos llamados a la santidad?
Sí,
todos los bautizados, ya pertenezcan a la Jerarquía, a los laicos, todos somos
llamados a la santidad.
¿Quiénes
son los santos?
Los
que llegaron ya a la patria y gozan de la presencia del Señor. Ellos no cesan
de interceder por nosotros presentando a Dios por medio del único Mediador
Jesús (1, Tim. 2, 5), los méritos que en la tierra alcanzaron.
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