¿Por
qué decimos que la Iglesia es Una?
Cuando decimos que la Iglesia
es Una, estamos diciendo que
creemos que la Iglesia Católica fue fundada sobre la Roca, Pedro (cf. Mt 16,
18), y que está unida bajo el sucesor de Pedro, que es el Papa.
Queremos decir, por tanto, que
Cristo fundó una sola Iglesia. Y que esa
Iglesia que El fundó subsiste en la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor
de Pedro.
No estamos diciendo que las
demás iglesias no tienen relación con Cristo, pero creemos que Cristo quiere
que todos sus seguidores estén unidos en Él, tal como Él oró al Padre antes de
su Pasión: Que todos sean uno (Jn. 17,
21).
La Iglesia es Una porque tiene
como origen y modelo la unidad de un solo Dios en la Trinidad de las Personas;
como fundador y cabeza a Jesucristo, que restablece la unidad de todos los
pueblos en un solo Cuerpo; como alma al Espíritu Santo que une a todos los
fieles en la comunión en Cristo. La Iglesia tiene una sola fe, una sola vida
sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma
caridad.
La Iglesia no puede ser sino
Una, porque así como hay un solo Cristo, no pueden haber varios cuerpos de
Cristo, sino un solo Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. También la Esposa de Cristo no puede ser sino
una sola: su Iglesia.
Los
Cristianos no-Católicos
Ha habido momentos de
separación de la única Iglesia de Jesucristo, por fallas humanas de parte y
parte.
En las Iglesias y comunidades
eclesiales que se separaron de la plena comunión con la Iglesia Católica, se
hallan muchos elementos de santificación y verdad. Todos estos bienes proceden
de Cristo e impulsan hacia la unidad católica.
Los miembros de estas Iglesias y
comunidades se incorporan a Cristo en el Bautismo, por ello los reconocemos
como hermanos.
Todas esas iglesias y
comunidades que se separaron de la Iglesia Católica han sido iniciadas por
hombres.
La única Iglesia fundada por
Dios mismo es la Iglesia Católica, que fue la que Jesucristo dejó fundada bajo
la autoridad de San Pedro y que ha continuado a lo largo de más de 2000 años
con todos los Papas que son sucesores de San Pedro.
La
Iglesia es Santa
La Iglesia es Santa, no porque
todos sus miembros somos santos, sino porque Dios es Santo, y está actuando en
ella continuamente, y porque su fundador, Jesucristo, es Santo. La Iglesia es
Santa porque Dios santísimo es su autor; Cristo se ha entregado a sí mismo por
ella, para santificarla y hacerla santificante; y el Espíritu Santo actúa en
ella de manera constante.
Por otro lado, todos los
miembros de la Iglesia hemos sido hechos santos en nuestro Bautismo. Y todos, sin excepción, estamos llamados a la
santidad, a ser santos. Para eso
contamos con todos los medios de salvación y santificación que tenemos en la
Iglesia Católica.
Somos pecadores, pero podemos
ser santos, porque tenemos todas las ayudas necesarias para serlo dentro de la
Iglesia que Cristo dejó fundada. Por eso no confundamos: la Iglesia es Santa,
los hombres que la dirigen y la integran no lo son.
La santidad es la vocación de
cada uno de sus miembros y el fin de toda su actividad. Cuenta en su seno con
la Virgen María e innumerables santos, como modelos e intercesores.
La
Iglesia es Católica
Católica viene del griego que
significa “todo”. También significa
“universal”.
La Iglesia es Católica, porque Cristo la llamó
a profesar toda la Fe, a preservar y a administrar todos los Sacramentos, a
proclamar la Buena Nueva a todos y la envió a todas las naciones.
Desde el primer siglo del
Cristianismo era importante destacar que la Iglesia era Católica, es decir,
universal, pues la Iglesia de Cristo no era solamente para los judíos, sino
también para los gentiles o no-judíos, los que estaban cerca y los que estaban
lejos de Jerusalén, en seguimiento a la orden de Cristo de llevar su mensaje a
todos los rincones de la tierra (Mt. 28, 19).
La
Iglesia es Apostólica
Apostólica se refiere –por
supuesto- a los Apóstoles.
La Iglesia es apostólica por
su origen, ya que fue construida «sobre el fundamento de los Apóstoles» (Ef. 2,
20); por su enseñanza, que es la misma de los Apóstoles; por su estructura,
porque es instruida, santificada y gobernada, hasta la vuelta de Cristo, por
los sucesores de los Apóstoles, que son los Obispos, los cuales están en
comunión con el Papa, que es el sucesor de Pedro. Cristo funda su Iglesia sobre
los Apóstoles
¿Qué
es la Sucesión Apostólica?
Es la cadena ininterrumpida de
Obispos que vienen desde los mismos Apóstoles.
Cuando Jesús confirió su autoridad a los Apóstoles, éstos fueron pasando
esa autoridad de Obispo a Obispo hasta la actualidad.
Así que cada Obispo que ha
sido ordenado Obispo puede trazar su línea hacia atrás hasta alguno de los
Apóstoles. Lo mismo todo Sacerdote que
ha sido ordenado sabe que el Obispo que lo ordenó puede trazar su línea
originaria hasta alguno de los 12 Apóstoles.
Impresionante ¿no?
Además de la Iglesia Católica,
la única que tiene Sucesión Apostólica es la Iglesia Ortodoxa.
Los
integrantes de la Iglesia Católica Apostólica Romana
Todo bautizado que esté en
unión con el Papa y con los Obispos, que participa de los Sacramentos de la
Iglesia está formando parte de la Iglesia Católica.
Dios quiso una sola Iglesia
para todos, pero los cristianos no hemos sido fieles a ese deseo de
Cristo. Sin embargo, a pesar de la
desunión, estamos unidos por la Fe común en Jesucristo y por el Bautismo.
Sabemos
que la verdadera Iglesia, fue fundada por Jesucristo y es la Iglesia Católica,
ahora bien, es importante preguntarse si son realmente “iglesias” las otras
comunidades eclesiales cristianas.
Muchas comunidades cristianas
se autodenominan iglesias. La Iglesia
Católica entiende que sólo aquellos grupos religiosos en los cuales han sido
preservados todos los Sacramentos que Jesús dejó instituidos, siguen siendo
Iglesia.
¿Cuáles son estos grupos? Solamente la Iglesia Ortodoxa –aunque no está
adherida al Papa- y las Iglesias Orientales Católicas que sí están adheridas al
Papa.
Lamentablemente, en las
comunidades eclesiales que surgieron de la Reforma Protestante, no se
preservaron los Sacramentos. A las
primeras que se separaron de la Iglesia Católica en el siglo XVI (Luterana,
Calvinista, Anglicana o Episcopaliana) se le suelen llamar también iglesias
históricas, no así a las que se han ido desprendiendo de éstas, como las
Evangélicas, por ejemplo.
Cristo quiere que todos sus
seguidores estén unidos en Él, tal como Él oró al Padre antes de su
Pasión: Que todos sean uno (Jn. 17, 21)
por eso existe el ecumenismo dentro de la Iglesia Católica, especialmente a
partir del Concilio Vaticano II (década del 1960), donde se ha iniciado un
diálogo que ha ido dando ciertos frutos para la unión de todos los Cristianos
–hasta tiene un Dicasterio (oficina vaticana) dedicada a la unión de los
Cristianos.
Sin embargo, hay que alertar
sobre lo que no es ecumenismo: no
significa ignorar o diluir verdades fundamentales, lo que llevaría a un
acercamiento conciliatorio falso que daña la pureza de la Verdad. Dicho de manera positiva, el verdadero
ecumenismo es aquél que trata de vencer los obstáculos que se anteponen en el
camino de la verdadera unidad cristiana.
Un ejemplo de lo que es
verdadero ecumenismo es el Documento firmado entre la Iglesia Católica y la
Luterana en 1999, el cual muestra clarificaciones y acuerdos muy importantes
entre ambas.
A raíz de la Reforma, las
Iglesias Protestantes sostenían que la persona se salva sólo por la fe y que
las obras no son necesarias, y acusaban a la Iglesia Católica de enseñar que la
persona se salva por sus obras y no por la fe en Cristo.
La brecha por tantos siglos
abierta a raíz de la Reforma, debido a las diferencias de comprensión de la
justificación haya comenzado a cerrarse con el Acuerdo entre la Iglesia
Católica y la Iglesia Luterana, firmado -precisamente- un Día conmemorativo de
la Reforma, el 31 de octubre de 1999, por lo que ese día -con ese Acuerdo
firmado- ya no es día de división, sino día de unión.
Para analizar, entonces, si la
fe basta para la salvación y si las obras son necesarias, obligatoriamente
tenemos que referirnos a ese documento, titulado “Declaración Conjunta sobre la
Doctrina de la Justificación”, del cual extraemos las siguientes citas:
“Sólo por gracia mediante la
fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito, nosotros somos
aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones
capacitándonos y llamándonos a buenas obras. (#15)
“... en cuanto a pecadores nuestra nueva
vida obedece únicamente al perdón y misericordia renovadora, que Dios imparte
como un don y nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito propio, cualquiera
que éste sea”. (#17)
“El ser humano depende enteramente de la
gracia redentora de Dios ... (el ser
humano), por ser pecador es incapaz de merecer su justificación ante Dios o de
acceder a la salvación por sus propios medios”. (#19)
“Cuando los católicos afirman que el ser
humano “coopera” (en su salvación) ... consideran que esa aceptación personal
es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana de la innata
capacidad humana”. (#20)
Quiere decir esto que no somos
capaces, por nosotros mismos, de justificarnos, es decir, de santificarnos o de
salvarnos. Nuestra salvación depende
primeramente de Dios. Pero el ser humano
tiene su participación, la cual consiste en dar respuesta a todas las gracias
que Dios nos ha dado y que sigue dándonos constantemente para ser
salvados. Eso es lo que la Teología
Católica llama “obras”. De tal magnitud es nuestra imposibilidad de acceder por
nosotros mismos a la salvación, hasta la capacidad para dar esa respuesta a los
dones de Dios, no viene de nosotros, sino de Dios.
La
relación de la Iglesia Católica con los Judíos
Los judíos son los hermanos
mayores de los cristianos, porque Dios los amó y les habló a ellos en primer
lugar.
Jesucristo como hombre es judío,
y este hecho nos une con ellos. La
Iglesia lo reconoce como el Hijo de Dios Vivo, y este hecho nos separa. Sin embargo, en la espera de la venida final
del Mesías somos uno.
La fe judía es la raíz de
nuestra fe cristiana. La Sagrada
Escritura de los judíos, el Antiguo Testamento, es parte de nuestra Sagrada
Escritura.
El concepto judeo-cristiano del hombre y la moral nos viene de los 10 Mandamientos, que compartimos con los judíos.
El concepto judeo-cristiano del hombre y la moral nos viene de los 10 Mandamientos, que compartimos con los judíos.
A diferencia de las otras
religiones no cristianas, la fe judía es ya una respuesta a la Revelación de
Dios en la Antigua Alianza.
Es decir, la religión judía viene de Dios que se revela y que busca al hombre. No así otras religiones que son iniciadas por hombres.
Es decir, la religión judía viene de Dios que se revela y que busca al hombre. No así otras religiones que son iniciadas por hombres.
La
Iglesia Católica respeta a todas las religiones
La Iglesia respeta todo lo que
hay de bueno y de verdad en otras religiones.
Además, la Iglesia promueve y defiende la libertad religiosa como uno de
los derechos humanos. Pero también sabe
y enseña que Jesucristo es el único Salvador y Redentor de toda la humanidad.
La más cercana de las
religiones no cristianas, por supuesto, es la religión judía, la cual se
originó como revelación divina.
Además, de la cristiana y la
judía, la única otra religión monoteísta es el Islam. Es de hacer notar, sin embargo, que el Islam
venera a un único dios, pero el dios del Islam no es el Dios del Cristianismo.
Los islámicos consideran a
Jesús como un gran profeta, pero creen que Mahoma está por encima de Jesús,
pues no consideran a Jesús como Hijo de Dios.
Le tienen gran respeto y admiración a la Madre de Jesús, pero, por
supuesto, para ellos no es la Madre de Dios.
Las religiones politeístas
están menos cerca de la Iglesia Católica que las monoteístas.
¿Pueden
las personas salvarse si están fuera de la Iglesia que Cristo fundó?
La Iglesia enseña que la
persona que, sin culpa alguna de su parte, no conoce a Cristo y su Iglesia,
pero que sinceramente busca a Dios y, bajo el influjo de la gracia, se esfuerza
por seguir su Voluntad, conocida por la voz de su conciencia, puede obtener la
salvación eterna.
“De todos modos, se encuentran
en una situación deficitaria si se compara con la de los que en la Iglesia
tienen la plenitud de los medios salvíficos”, palabras de San Juan Pablo II, el
28-1-2000.
Sabemos que Cristo dejó bien
especificada la necesidad de la fe y el bautismo para la salvación: “El que
crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará” (Mr. 16,
16). Además, instituyó su Iglesia como instrumento de salvación, en la que
entramos a formar parte desde el momento de nuestro Bautismo.
De allí que no podrían
salvarse aquellos que, sabiendo que Cristo (Dios) fundó su Iglesia como
necesaria para la salvación, sin embargo, no hubieran querido entrar a ella o
hubieran escogido separarse de la misma.
Aclaremos un poco más: para
todos aquéllos que rechazan la doctrina de Cristo, que evaden la pertenencia a
la Iglesia, o que se separan formalmente o informalmente de ella, que es el
instrumento de salvación que Dios mismo nos ha dejado, y esto lo hacen con
pleno conocimiento y con pleno consentimiento, ponen en grave peligro su
salvación eterna.
No todas las religiones
enseñan verdades y ninguna tiene la plenitud de la Verdad que está en la
Iglesia que Cristo dejó fundada, a la que aseguró que estaría con ella hasta el
fin del mundo, precisamente para protegerla del error contra la Verdad.
Hay buenas personas en todos
los grupos religiosos que buscan sinceramente a Dios. Dios les premiará esa bondad y esa búsqueda
de El. Pero su bondad y sinceridad no
pueden cambiar lo que no está objetivamente enraizado en la Verdad.
¿Qué
es la Verdad? ¿Puede haber dos verdades
contradictorias: la tuya, la mía, la de
ellos, la de Dios, etc.?
Si nos fijamos bien, realmente
no. Lo que sucede es que el siglo XXI está
influenciado por el relativismo, que fue condenado fuertemente por muchos Papas
y obispos. El relativismo nos lleva a
que cada uno pretenda diseñarse su verdad.
Si unes a esto la defensa a ultranza de una libertad mal entendida,
hablar de “verdades diferentes” en realidad es una forma coloquial de expresar
la aceptación de “creencias” diversas -mas no “verdades”- de otros.
Esa actitud de tolerancia es
buena, conveniente y necesaria para la convivencia. Pero, realmente, la “verdadera” Verdad no
puede aceptar una supuesta verdad opuesta, pues esta última NO puede ser
verdad.
El diccionario nos dice: Verdad es un juicio o proposición que no se
puede negar racionalmente.
Está bien ser tolerante con
las distintas creencias de las personas, pero aceptar “verdades” que son
errores o falsedades: no. No se pueden negociar “verdades” contrarias
para llegar a un acuerdo de “verdad”, es imposible y contradictorio.
Así que, aunque podamos
parecer intolerantes: la Verdad es una
sola. Las “creencias” sí pueden ser muy
variadas y hasta opuestas. Y Dios nos
dio la libertad para creer lo que queramos creer, pero también nos dio el
secreto para ser realmente libres: “Ustedes serán mis verdaderos discípulos si
guardan siempre mi Palabra; entonces conocerán la Verdad, y la Verdad los hará
libres” (Jn. 8, 31-32).
La
estructura de la Iglesia Católica Apostólica Romana
1º. Quien
guía terrenalmente a la Iglesia es el Papa.
Él es el Vicario de Cristo en la Tierra.
La Cabeza de la Iglesia es Cristo, pero el Papa es la Cabeza visible de
la Iglesia.
2º. Territorialmente, la Iglesia Católica se
organiza en Diócesis, no se organiza por países. Cada Diócesis es regida por un Obispo.
Algunas Diócesis son llamadas Arquidiócesis y su Obispo se llama Arzobispo. El rango de Arquidiócesis puede deberse a varias razones, siendo la más común el hecho de ser territorio de una importante región urbana de un país.
Ningún Obispo, aunque haya sido nombrado Cardenal, tiene autoridad sobre otro, sino que cada Obispo depende directamente del Papa.
Los Obispos no pueden enseñar con contradicción con el Papa, solamente en unión con el Papa. Pero, aunque no es usual, el Papa sí podría tomar decisiones en algún caso aún sin la aprobación de los Obispos.
3º. Los Cardenales son Obispos o Arzobispos que ayudan al Papa en la acción pastoral de la Iglesia universal y en la administración del Vaticano y la Curia Romana. Cuando el Papa muere, eligen al sucesor de entre los Cardenales.
4º. Las Conferencias Episcopales: Los Obispos de un mismo país – y/o de un mismo continente suelen organizarse en lo que se llama una Conferencia Episcopal, para poder ejercer unidos, funciones pastorales comunes para todos los habitantes de un país o de una región. Los cargos dentro de las Conferencias Episcopales se los distribuyen los Obispos entre sí.
5º. Los Sacerdotes o Presbíteros dependen directamente de cada Obispo en la Diócesis a la cual pertenecen, y ayudan a los Obispos en pastorear al pueblo de Dios, con la evangelización y la predicación de la Palabra de Dios, la administración de los Sacramentos y la celebración de la Santa Misa en cada Parroquia. También pueden organizar obras de caridad de diversa índole.
6º. Los Diáconos ayudan a los Sacerdotes en algunas funciones como la predicación, y pueden administrar los Sacramentos del Bautismo y el Matrimonio.
El Papa, los Obispos, Sacerdotes y Diáconos constituyen lo que se llama la “Jerarquía Eclesiástica”.
7º. Congregaciones y Órdenes Religiosas: Son grupos de personas establecidas conforme a los tres votos básicos de pobreza, castidad y obediencia. Las Congregaciones y Órdenes Religiosas no pertenecen a la organización jerárquica de la Iglesia. Unas dependen directamente del Papa y otras dependen de algún Obispo. Se dedican a muchísimas actividades dentro de la Iglesia: enseñanza, salud, oración, pastoral, jóvenes, etc.
8º. Los Laicos: es todo el resto del pueblo de
Dios perteneciente a la Iglesia Católica y es parte muy importante de
ella. Todos somos Iglesia. Los laicos forman parte de la Iglesia y
también tienen deberes y responsabilidades dentro de la misma.
En este siglo
XXI, los laicos tenemos una gran responsabilidad y aparte de nuestros derechos
como tales, tenemos muchos deberes que cumplir, ya que somos nosotros los que
llegamos a tantísimos lugares que no pueden llegar los consagrados y predicar
con nuestra vida cotidiana el Evangelio.
La principal responsabilidad
de los laicos es ser miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo que es su
Iglesia, es decir, tienen la obligación ineludible de vivir en Gracia, de ser
portadores de Cristo con su vida, de manera de que la savia que fluye en ese
Cuerpo no sea interrumpida por ser ellos miembros muertos que no viven en
Gracia.
Además, los fieles laicos
tienen como vocación propia la de buscar el Reino de Dios, iluminando y
ordenando las realidades temporales según Dios. Responden así a la llamada a la
santidad y al apostolado, que se dirige a todos los bautizados. Esa es la primera labor de los laicos: llevar el mensaje de Cristo a sus ambientes
(familiar, escolar, universitario, recreativo, laboral, etc.).
Los laicos también pueden
utilizar parte de su tiempo para colaborar con la Jerarquía en difundir el
mensaje de Cristo, participando en la Catequesis, la enseñanza, la
evangelización o algunas otras labores a las que se dedique la Iglesia.
El
Papa y su responsabilidad frente a la Iglesia y al mundo
Como sucesor de San Pedro y
cabeza del Colegio de Obispos, el Papa es el fundamento y garantía de la unidad
de la Iglesia.
Jesús le dio a San Pedro la
singular posición de preeminencia entre los Apóstoles. Esto lo constituyó en la suprema autoridad en
la Iglesia en sus comienzos.
Por eso el Papa, que es su
sucesor, tiene la autoridad pastoral suprema y es la autoridad final en materia
doctrina y moral, y en decisiones disciplinarias.
El Papa es infalible cuando
habla infaliblemente, pero sí puede equivocarse en cuestiones humanas y cuando
no está hablando ex cathedra.
Es infalible sólo cuando
aclara que habla infaliblemente. Esto es
cuando define un Dogma en un acto eclesiástico solemne (“ex-cathedra”).
Sucede esto cuando anuncia una decisión usando su plena autoridad en materia de fe y moral.
El último Dogma declarado fue el de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo en el año1950.
Sucede esto cuando anuncia una decisión usando su plena autoridad en materia de fe y moral.
El último Dogma declarado fue el de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo en el año1950.
También hay algunas decisiones
infalibles del Magisterio de la Iglesia por parte del Colegio de Obispos en
comunión con el Papa, como sucedió con dos documentos del Concilio Vaticano II
(Dei Verbum o Constitución Dogmática sobre la Sagrada Escritura y Lumen Gentium
o Constitución Dogmática de la Iglesia).
La
misión de la Iglesia
La Iglesia debe anunciar el
Evangelio a todo el mundo porque Cristo ha ordenado: «Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo» (Mt 28, 19).
La misión de la Iglesia es
claramente misionera porque, guiada por el Espíritu Santo, continúa a lo largo
de los siglos la misión del mismo Cristo.
Por tanto, los cristianos deben anunciar a todos la Buena Noticia traída por Jesucristo, siguiendo su camino y dispuestos incluso al sacrificio de sí mismos hasta el martirio.
Por tanto, los cristianos deben anunciar a todos la Buena Noticia traída por Jesucristo, siguiendo su camino y dispuestos incluso al sacrificio de sí mismos hasta el martirio.
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