Si
bien este es un blog de Imaginería religiosa, donde muestro y enseño el armado
de imágenes religiosas, no puedo apartarme de mi rol de laico católico, que
pertenece y sufre junto con sus hermanos de la Iglesia Católica Apostólica
Romana los avatares de estos tiempos.
Por
eso me pareció importante, hacer en esta Cuaresma del 2019, una reflexión de lo
que nos está sucediendo como Iglesia, ya que el sentido y el desafío de la
Cuaresma es meternos en lo más profundo de nuestra fe y retomar un camino que
nos debería llevar a un “nuevo modo de vivir”.
Tenemos
que aprender a estar en silencio, a meditar, a conversar con nuestro Dios
Salvador, a leer y practicar lo escrito en las Escrituras, pero por sobre todo
purificar nuestro corazón y nuestra mente. Una vez le preguntaron a Santa
Teresa de Calcuta qué cambiaría de la Iglesia y ella contestó: “me cambiaría a
mí misma”.
Ya
rumbo a las seis décadas de vida, no recuerdo haber pasado por un período de
desolación eclesial a nivel internacional tan fuerte como el que estamos
viviendo en este siglo XXI. He vivido momentos muy dispares dentro de la
iglesia, pero nunca como esta etapa de desolación y desprestigio tan feroz,
donde las noticias escandalosas y amarillistas invaden todos los medios de
comunicación, donde el único objetivo es la caza del cura y del religioso, sobre
todo por los abusos de pederastía.
Quiero
aclarar que no niego que estos aberrantes hechos hayan ocurrido, ocurrieron a
lo largo de muchos años y en cantidad. Muchas personas de la Iglesia trataron
de ocultar esta bomba, pero finalmente y gracias a Dios, explotó y con mayor
poder de lo esperado, al punto tal que lo único que se escucha hablar de la
Iglesia son todas cosas negativas, perversas, denigrantes. Han metido a todos
en la misma bolsa y todos son castigados por igual.
Me duele en el alma ver que
ya son pocos los que se acuerdan de las obras de bien, de caridad, de amor
verdadero que miles de hombres y mujeres, consagrados o no, que realizaron y realizan
en la Iglesia con una entrega desinteresada en favor de los demás.
Ya
nadie se acuerda de los cientos de hospitales, orfanatos, leprosarios,
escuelas, hogares maternales y tantísimas obras sociales que mantiene la
Iglesia en todo el mundo. Hoy en día lo importante es buscar y encontrar al
Judas Iscariote que desprestigie a la Iglesia.
Recordando
el evangelio de San Mateo 16:18 donde dice: “Mas yo también te digo, que tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella”, pienso en la figura del Papa Francisco
que está luchando para purificar la Iglesia, incluso contra fuerzas adversas
muy cercanas a él, dentro del mismo seno de la Iglesia.
Sería
iluso creer que este camino de purificación va a ser corto, aún queda mucho por
destapar y conocer. Hace falta una buena limpieza dentro de nuestra Madre
Iglesia. Los primeros pasos ya fueron dados:
El
Papa y la jerarquía ya han expresado con humildad y sinceridad los abusos que
se suscitaron dentro de la Iglesia. Se denunciaron y se está actuando en
consecuencia. Ya no se puede tapar el sol con un dedo.
La
Iglesia necesita atravesar el camino del arrepentimiento real y sincero,
recordando que lo podrido caerá y nunca más se levantará. Es la única manera de
ver florecer con toda vitalidad, fuerza y bienestar a la nueva Iglesia, la
verdadera Iglesia fundada por el mismo Cristo, sencilla, orante, inmaculada y
fiel a sus enseñanzas. Esa es la Iglesia que no tendrá fin y sobre la cual el
demonio no tiene ningún poder.
Aquellas
personas que se sienten abandonadas y desilusionadas por la Iglesia, o fueron
víctimas de las miserias de algunos de sus miembros, sepan que en este siglo
XXI, la postura de la Iglesia es otra, se ha comenzado un camino de renovación
que ya no tiene vuelta atrás.
Será
un camino difícil, duro, complejo, pero que va a ir adquiriendo cada vez más
sentido a medida que se va acercando a la meta, que no es otra que la
purificación de la Iglesia. Como les dije antes, la voluntad del Padre es que
nos revistamos de humildad y fortaleza para atravesar el momento.
Estamos
obligados a enfrentar el miedo y la confusión. Tenemos que llevar como escudo la
Fe, la Esperanza y la Caridad y sabernos hijos de María, nuestra Buena Madre,
que nunca nos ha abandonado, ni nos abandonará.
El
poder del Espíritu Santo sigue actuando en la Iglesia, es el que impulsa a las comunidades
parroquiales, a las obras eclesiales en los cinco continentes, a las personas
laicas o consagradas a seguir con sus trabajos desinteresados en favor de sus
hermanos en bien de la Iglesia.
Sigamos caminando juntos y demos buenos y
abundantes frutos de santidad y fidelidad al Evangelio y mucho más en estos
momentos donde vemos que la barca se hunde, no nos detengamos en mirarla,
solamente miremos a Cristo, que viene junto a nosotros y que nuevamente nos
pregunta ¿De qué temen? El Capitán nunca abandona la barca por más que la
tempestad sea abrumadora.
Es
momento de recordar las palabras de María en Fátima y Lourdes: “penitencia y
oración” dos pilares sólidos que nos llevarán a la verdad, a la justicia y a la
misericordia.
Que
el Señor nos bendiga y nos colme con su Gracia.
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