En 1917, en
el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500
habitantes, situada a 800
metros de altura y a 130 kilómetros al
norte de Lisboa, casi en el centro de Portugal. Hoy Fátima es famosa en todo el
mundo y su santuario lo visitan innumerables devotos.
Allí, la Virgen se manifestó a niños
de corta edad: Lucía, de diez años, Francisco, su primo, de nueve años, un
jovencito tranquilo y reflexivo, y Jacinta, hermana menor de Francisco, muy
vivaz y afectuosa. Tres niños campesinos muy normales, que no sabían ni leer ni
escribir, acostumbrados a llevar a pastar a las ovejas todos los días. Niños
buenos, equilibrados, serenos, valientes, con familias atentas y premurosas.
Los tres
habían recibido en casa una primera instrucción religiosa, pero sólo Lucía
había hecho ya la primera comunión.
Las
apariciones estuvieron precedidas por un "preludio angélico": un
episodio amable, ciertamente destinado a preparar a los pequeños para lo que
vendría.

Sería más o
menos mediodía, cuando estábamos tomando la merienda. Luego, invité a mis
compañeras a recitar conmigo el rosario, cosa que aceptaron gustosas. Habíamos
apenas comenzado, cuando vimos ante nosotros, como suspendida en el aire, sobre
el bosque, una figura, como una estatua de nieve, que los rayos del sol hacían
un poco transparente. "¿Qué es eso?", preguntaron mis compañeras, un
poco atemorizadas. "No lo sé". Continuamos nuestra oración, siempre
con los ojos fijos en aquella figura, que desapareció justo cuando terminábamos
(ibíd., p. 45).
El hecho se
repitió tres veces, siempre, más o menos, en los mismos términos, entre 1915 y
1916.
Llegó 1917,
y Francisco y Jacinta obtuvieron de sus padres el permiso de llevar también
ellos ovejas a pastar; así cada mañana los tres primos se encontraban con su
pequeño rebaño y pasaban el día juntos en campo abierto. Una mañana fueron
sorprendidos por una ligera lluvia, y para no mojarse se refugiaron en una
gruta que se encontraba en medio de un olivar. Allí comieron, recitaron el
rosario y se quedaron a jugar hasta que salió de nuevo el sol. Con las palabras
de Lucía, los hechos sucedieron así:
...
Entonces un viento fuerte sacudió los árboles y nos hizo levantar los ojos...
Vimos entonces que sobre el olivar venía hacia nosotros aquella figura de la
que ya he hablado. Jacinta y Francisco no la habían visto nunca y yo no les
había hablado de ella. A medida que se acercaba, podíamos ver sus rasgos: era
un joven de catorce o quince años, más blanco que si fuera de nieve, el sol lo
hacía transparente como de cristal, y era de una gran belleza. Al llegar junto
a nosotros dijo: "No tengan miedo. Soy el ángel de la paz. Oren
conmigo". Y arrodillado en la tierra, inclinó la cabeza hasta el suelo y
nos hizo repetir tres veces estas palabras: "Dios mío, yo creo, adoro,
espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y
no te aman". Luego, levantándose, dijo: "Oren así. Los corazones de
Jesús y María están atentos a la voz de sus súplicas". Sus palabras se
grabaron de tal manera en nuestro espíritu, que jamás las olvidamos y, desde
entonces, pasábamos largos períodos de tiempo prosternados, repitiéndolas hasta
el cansancio (ibíd, p. 47).
En el
prefacio al libro de Lucía, el padre Antonio María Martins anota con mucha
razón que la oración del ángel "es de una densidad teológica tal" que
no pudo haber sido inventada por unos niños carentes de instrucción. "Ha
sido ciertamente enseñada por un mensajero del Altísimo", continúa el
estudioso. "Expresa actos de fe, adoración, esperanza y amor a Dios Uno y
Trino".
Durante el
verano el ángel se presentó una vez más a los niños, invitándolos a ofrecer
sacrificios al Señor por la conversión de los pecadores y explicándoles que era
el ángel custodio de su patria, Portugal.
Pasó el
tiempo y los tres niños fueron de nuevo a orar a la gruta donde por primera vez
habían visto al ángel. De rodillas, con la cara hacia la tierra, los pequeños
repiten la oración que se les enseñó, cuando sucede algo que llama su atención:
una luz desconocida brilla sobre ellos. Lucía lo cuenta así:
Nos
levantamos para ver qué sucedía, y vimos al ángel, que tenía en la mano
izquierda un cáliz, sobre el que estaba suspendida la hostia, de la que caían
algunas gotas de sangre adentro del cáliz.

El ángel no
volvió más: su tarea había sido evidentemente la de preparar a los niños para
los hechos grandiosos que les esperaban y que tuvieron inicio en la primavera
de 1917, cuarto año de la guerra, que vio también la revolución bolchevique.
El 13 de
mayo era domingo anterior a la Ascensión. Lucía, Jacinta y Francisco habían ido
con sus padres a misa, luego habían reunido sus ovejas y se habían dirigido a
Cova da Iria, un pequeño valle a casi tres kilómetros de Fátima, donde los
padres de Lucía tenían un cortijo con algunas encinas y olivos.
Aquí,
mientras jugaban, fueron asustados por un rayo que surcó el cielo azul:
temiendo que estallara un temporal, decidieron volver, pero en el camino de
regreso, otro rayo los sorprendió, aún más fulgurante que el primero. Dijo
Lucía:
A los pocos
pasos, vimos sobre una encina a una Señora, toda vestida de blanco, más
brillante que el sol, que irradiaba una luz más clara e intensa que la de un
vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesada por los rayos del sol más
ardiente. Sorprendidos por la aparición, nos detuvimos. Estábamos tan cerca que
nos vimos dentro de la luz que la rodeaba o que ella difundía. Tal vez a un
metro o medio de distancia, más o menos... (ibíd., p. 118).
La Señora
habló con voz amable y pidió a los niños que no tuvieran miedo, porque no les
haría ningún daño. Luego los invitó a venir al mismo sitio durante seis meses
consecutivos, el día 13 a
la misma hora, y antes de desaparecer elevándose hacia Oriente añadió:
"Reciten la corona todos los días para obtener la paz del mundo y el fin
de la guerra".
Los tres
habían visto a la Señora,
pero sólo Lucía había hablado con ella; Jacinta había escuchado todo, pero
Francisco había oído sólo la voz de Lucía.
Lucía
precisó después que las apariciones de la Virgen no infundían miedo o temor, sino sólo
"sorpresa": se habían asustado más con la visión del ángel.
En casa,
naturalmente, no les creyeron y, al contrario, fueron tomados por mentirosos;
así que prefirieron no hablar más de lo que habían visto y esperaron con ansia,
pero con el corazón lleno de alegría, que llegara el 13 de junio.

En el
instante en que dijo estas últimas palabras, abrió las manos y nos comunicó el
reflejo de aquella luz inmensa. En ella nos veíamos como inmersos en Dios.
Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al
cielo y yo en la que se difundía sobre la tierra. En la palma de la mano
derecha de la Virgen
había un corazón rodeado de espinas, que parecían clavarse en él. Comprendimos
que era el Corazón Inmaculado de María, ultrajado por los pecados de la
humanidad, y que pedía reparación (ibíd., p. 121).
Cuando la Virgen desapareció hacia
Oriente, todos los presentes notaron que las hojas de las encinas se habían
doblado en esa dirección; también habían visto el reflejo de la luz que
irradiaba la Virgen
sobre el rostro de los videntes y cómo los transfiguraba.

La mañana
del 13 de julio, cuando los tres niños llegaron a Cova da Iria, encontraron que
los esperaban al menos dos mil personas. La Virgen se apareció a mediodía y repitió su
invitación a la penitencia y a la oración. Solicitada por sus padres, Lucía
tuvo el valor de preguntarle a la
Señora quién era; y se atrevió a pedirle que hiciera un
milagro que todos pudieran ver. Y la
Señora prometió que en octubre diría quién era y lo que
quería y añadió que haría un milagro que todos pudieran ver y que los haría
creer.
Antes de
alejarse, la Virgen
mostró a los niños los horrores del infierno (esto, sin embargo, se supo muchos
años después, en 1941, cuando Lucía, por orden de sus superiores escribió las
memorias recogidas en el libro ya citado. En ese momento, Lucía y sus primos no
hablaron de esta visión en cuanto hacía parte de los secretos confiados a ellos
por la Virgen,
cuya tercera parte aún se ignora) y dijo que la guerra estaba por terminar,
pero que si los hombres no llegaban a ofender a Dios, bajo el pontificado de
Pío XII estallaría una peor.

Después de
esta aparición, Lucía fue interrogada de modo muy severo por el alcalde, pero
no reveló a ninguno los secretos confiados por la Virgen.
El 13 de
agosto, la multitud en Cova era innumerable: los niños, sin embargo, no
llegaron. A mediodía en punto, sobre la encina, todos pudieron ver el relámpago
y la pequeña nube luminosa. ¡La
Virgen no había faltado a su cita! ¿Qué había sucedido? Los
tres pastorcitos habían sido retenidos lejos del lugar de las apariciones por
el alcalde, que con el pretexto de acercarlos en auto, los había llevado a otro
lado, a la casa comunal, y los había amenazado con tenerlos prisioneros si no
le revelaban el secreto. Ellos callaron, y permanecieron encerrados. Al día
siguiente hubo un interrogatorio con todas las de la ley, y con otras amenazas,
pero todo fue inútil, los niños no abandonaron su silencio.
Finalmente
liberados, los tres pequeños fueron con sus ovejas a Cova da Iria el 19 de agosto,
cuando, de repente, la luz del día disminuyó, oyeron el relámpago y la Virgen apareció: pidió a
los niños que recitaran el rosario y se sacrificaran para redimir a los
pecadores. Pidió también que se construyera una capilla en el lugar.

El 13 de
septiembre, Cova estaba atestada de personas arrodilladas en oración: más de
veinte mil. A mediodía el sol se veló y la Virgen se apareció acompañada de un globo
luminoso: invitó a los niños a orar, a no dormir con los cilicios, y repitió
que en octubre se daría un milagro. Todos vieron que una nube cándida cubría a
la encina y a los videntes. Luego reapareció el globo y la Virgen desapareció hacia
Oriente, acompañada de una lluvia, vista por todos, de pétalos blancos que se
desvanecieron antes de tocar tierra. En medio de la enorme emoción general,
nadie dudaba que la Virgen
en verdad se había aparecido.
El 13 de
octubre es el día del anunciado milagro. En el momento de la aparición se llega
a un clima de gran tensión. Llueve desde la tarde anterior. Cova da Iria es un
enorme charco, pero no obstante miles de personas pernoctan en el campo abierto
para asegurar un buen puesto.
Justo al
mediodía, la Virgen
aparece y pide una vez más una capilla y predice que la guerra terminará
pronto. Luego alza las manos, y Lucía siente el impulso de gritar que todos
miren al sol. Todos vieron entonces que la lluvia cesó de golpe, las nubes se
abrieron y el sol se vio girar vertiginosamente sobre sí mismo proyectando
haces de luz de todos los colores y en todas direcciones: una maravillosa danza
de luz que se repitió tres veces.
La
impresión general, acompañada de enorme estupor y preocupación, era que el sol
se había desprendido del cielo y se precipitaba a la tierra. Pero todo vuelve a
la normalidad y la gente se da cuenta de que los vestidos, poco antes empapados
por el agua, ahora están perfectamente secos. Mientras tanto la Virgen sube lentamente al
cielo en la luz solar, y junto a ella los tres pequeños videntes ven a san José
con el Niño.
Sigue un
enorme entusiasmo: las 60.000 personas presentes en Cova da Iria tienen un
ánimo delirante, muchos se quedan a orar hasta bien entrada la noche.
Las
apariciones se concluyen y los niños retoman su vida de siempre, a pesar de que
son asediados por la curiosidad y el interés de un número siempre mayor de
personas: la fama de Fátima se difunde por el mundo.
Entre tanto
las predicciones de la Virgen
se cumplen: al final de 1918 una epidemia golpea a Fátima y mina el organismo
de Francisco y Jacinta. Francisco muere santamente en abril del año siguiente
como consecuencia del mal, y Jacinta en 1920, después de muchos sufrimientos y
de una dolorosísima operación.
Se sabe
que, luego de concluir el ciclo de Fátima, Lucía tuvo otras apariciones de la Virgen (en 1923, 1925 y
1929), que le pidió la devoción de los primeros sábados y la consagración de
Rusia.
En Fátima
las peticiones de la Virgen
han sido atendidas: ya en 1919 fue erigida por el pueblo una primera modesta
capilla. En 1922 se abrió el proceso canónico de las apariciones y el 13 de
octubre de 1930 se hizo pública la sentencia de los juicios encargados de
valorar los hechos: "Las manifestaciones ocurridas en Cova da Iria son
dignas de fe y, en consecuencia, se permite el culto público a la Virgen de Fátima".
También los
papas, de Pío XII a Juan Pablo II, estimaron mucho a Fátima y su mensaje.
Movido por una carta de sor Lucía, Pío XII consagraba el mundo al Corazón
Inmaculado de María el 31 de octubre de 1942. Pablo VI hizo referencia
explícita a Fátima con ocasión de la clausura de la tercera sesión del Concilio
Vaticano II. Juan Pablo II fue personalmente a Fátima el 12 de mayo de 1982: en
su discurso agradeció a la Madre
de Dios por su protección justamente un año antes, cuando se atentó contra su
vida en la plaza de San Pedro.
Con el
tiempo, se han construido en Fátima una grandiosa basílica, un hospital y una
casa para ejercicios espirituales. Junto a Lourdes, Fátima es uno de los
santuarios marianos más importantes y visitados del mundo.
Tercera
parte del mensaje de Fátima. Se revela el misterio.
Tercera
parte del secreto de Fátima, revelado el 13 de julio de 1917 a los tres pastorcillos
en la Cueva de
Iria-Fátima y transcrito por Sor Lucía el 3 de enero de 1944. Fue hecho público
por el Secretario de Estado, Cardenal Angelo Sodano, el 13 de mayo del 2000.

"Después
de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra
Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano
izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo;
pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con
su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano
derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos en
una inmensa luz qué es Dios: 'algo semejante a como se ven las personas en un
espejo cuando pasan ante él' a un Obispo vestido de Blanco 'hemos tenido el
presentimiento de que fuera el Santo Padre'.
Comentario
Teológico del Card. Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI).
El
Comentario Teológico del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe está dividido en tres
partes: Revelación pública y revelaciones privadas, su lugar teológico; La
estructura antropológica de las revelaciones privadas; Un intento de
interpretación del secreto de Fátima.

En Cristo
Dios ha dicho todo, es decir, se ha manifestado a sí mismo y, por lo tanto, la
revelación ha concluido con la realización del misterio de Cristo que ha
encontrado su expresión en el Nuevo Testamento".
2) La
"revelación privada", en cambio, "se refiere a todas las
visiones y revelaciones que tienen lugar una vez terminado el Nuevo Testamento;
es ésta la categoría dentro de la cual debemos colocar el mensaje de Fátima.
La autoridad
de las revelaciones privadas -prosigue el cardenal Ratzinger- es esencialmente
diversa de la única revelación pública: ésta exige nuestra fe". La
revelación privada, en cambio, "es una ayuda para la fe, y se manifiesta
como creíble precisamente porque remite a la única revelación pública".
Citando al
teólogo flamenco E. Dhanis, el prefecto para la Fe afirma que "la aprobación eclesiástica de
una revelación privada contiene tres elementos: el mensaje en cuestión no
contiene nada que vaya contra la fe y las buenas costumbres; es lícito hacerlo
público, y los fieles están autorizados a darle en forma prudente su
adhesión". "Un mensaje así puede ser una ayuda válida para comprender
y vivir mejor el Evangelio en el momento presente; por esto no se debe descartar.
Es una ayuda que se ofrece, pero no es obligatorio hacer uso de la misma".
El cardenal
Ratzinger subraya también que "la profecía en el sentido de la Biblia no quiere decir
predecir el futuro, sino explicar la voluntad de Dios para el presente, lo cual
muestra el recto camino hacia el futuro".
La parte
más importante del Comentario Teológico está dedicada a "un intento de
interpretación del secreto de Fátima". Del mismo modo que la palabra clave
de la primera y de la segunda parte del "secreto" es la de
"salvar almas", "la palabra clave de este 'secreto' es el triple
grito: '¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!'. Viene a la mente el comienzo del
Evangelio: 'paenitemini et credite evangelio' (Mc 1,15). Comprender los signos
de los tiempos significa comprender la urgencia de la penitencia, de la
conversión y de la fe. Esta es la respuesta adecuada al momento histórico, que
se caracteriza por grandes peligros y que serán descritos en las imágenes
sucesivas. Me permito insertar aquí un recuerdo personal: en una conversación
conmigo, Sor Lucia me dijo que le resultaba cada vez más claro que el objetivo
de todas las apariciones era el de hacer crecer siempre más en la fe, en la
esperanza y en la caridad. Todo el resto era sólo para conducir a esto".
3) Después,
el prefecto de la
Congregación para la
Fe pasa revista a las "imágenes" del secreto.
"El ángel con la espada de fuego a la derecha de la Madre de Dios recuerda
imágenes análogas en el Apocalipsis. Representa la amenaza del juicio que
incumbe sobre el mundo. La perspectiva de que el mundo podría ser reducido a
cenizas en un mar de llamas, hoy no es considerada absolutamente pura fantasía:
el hombre mismo ha preparado con sus inventos la espada de fuego".
"La
visión muestra después la fuerza que se opone al poder de destrucción: el
esplendor de la Madre
de Dios, y proveniente siempre de él, la llamada a la penitencia. De este modo
se subraya la importancia de la libertad del hombre: el futuro no está
determinado de un modo inmutable, y la imagen que vieron los niños no es una
película anticipada del futuro, de la cual nada podría cambiarse. En realidad,
toda la visión tiene lugar sólo para llamar la atención sobre la libertad y
para dirigirla en una dirección positiva. (...) Su sentido es el de movilizar
las fuerzas del cambio hacia el bien. Por eso están totalmente fuera de lugar
las explicaciones fatalísticas del 'secreto' que dicen que el atentador del 13
de mayo de 1981 habría sido en definitiva un instrumento de la Providencia. (...) La
visión habla más bien de los peligros y del camino para salvarse de los
mismos".
Pasando a
las siguientes imágenes, "el lugar de la acción -explica el cardenal
Ratzinger- aparece descrito con tres símbolos: una montaña escarpada, una gran
ciudad medio en ruinas, y finalmente una gran cruz de troncos rústicos. Montaña
y ciudad simbolizan el lugar de la historia humana: la historia como costosa
subida hacia lo alto, la historia como lugar de la humana creatividad y de la
convivencia, pero al mismo tiempo como lugar de las destrucciones, en las que
el hombre destruye la obra de su propio trabajo (...) Sobre la montaña está la
cruz, meta y punto de orientación de la historia. En la cruz la destrucción se
transforma en salvación; se levanta como signo de la miseria de la historia y
como promesa para la misma".
"Aparecen
después aquí personas humanas: el Obispo vestido de blanco ('hemos tenido el
presentimiento de que fuera el Santo Padre'), otros Obispos, sacerdotes,
religiosos y religiosas y, finalmente, hombres y mujeres de todas las clases y
estratos sociales. El Papa parece que precede a los otros, temblando y
sufriendo por todos los horrores que lo rodean. No sólo las casas de la ciudad
están medio en ruinas, sino que su camino pasa en medio de los cuerpos de los
muertos. El camino de la
Iglesia se describe así como un via crucis, como camino en un
tiempo de violencia, de destrucciones y de persecuciones. En esta imagen, se
puede ver representada la historia de todo un siglo. Del mismo modo que los
lugares de la tierra están sintéticamente representados en las dos imágenes de
la montaña y de la ciudad, y están orientados hacia la cruz, también los
tiempos son representados de forma compacta".
"En la
visión podemos reconocer el siglo pasado como siglo de los mártires, como siglo
de los sufrimientos y de las persecuciones contra la Iglesia, como el siglo de
las guerras mundiales y de muchas guerras locales que han llenado toda su
segunda mitad y han hecho experimentar nuevas formas de crueldad. En el
'espejo' de esta visión vemos pasar a los testigos de la fe de decenios".
El prefecto
de la Congrenación
de la Doctrina
de la Fe afirma
también que en el via crucis de este siglo "la figura del Papa tiene un
papel especial. En su fatigoso subir a la montaña podemos encontrar indicados
con seguridad juntos diversos Papa, que empezando por Pío X hasta el Papa
actual han compartido los sufrimientos de este siglo y se han esforzado por
avanzar entre ellos por el camino que lleva a la cruz. En la visión también el
Papa es matado en el camino de los mártires )No podía el Santo Padre, cuando
después del atentado del 13 de mayo de 1981 se hizo llevar el texto de la
tercera parte del 'secreto', reconocer en él su propio destino?

La
conclusión del secreto, prosigue el cardenal Ratzinger, "recuerda imágenes
que Lucía puede haber visto en libros piadosos, y cuyo contenido deriva de
antiguas intuiciones de fe. Es una visión consoladora, que quiere hacer
maleable por el poder salvador de Dios una historia de sangre y lágrimas. Los
ángeles recogen bajo los brazos de la cruz la sangre de los mártires y riegan
con ella las almas que se acercan a Dios. La sangre de Cristo y la sangre de
los mártires están aquí consideradas juntas: la sangre de los mártires fluye de
los brazos de la cruz. Su martirio se lleva a cabo de manera solidaria con la
pasión de Cristo y se convierte en una sola cosa con ella".
"La
visión de la tercera parte del secreto tan angustiosa en su comienzo, se
concluye pues con una imagen de esperanza: ningún sufrimiento es vano y,
precisamente una Iglesia sufriente, una Iglesia de mártires, se convierte en
señal orientadora para la búsqueda de Dios por parte del hombre (...) del
sufrimiento de los testigos deriva una fuerza de purificación y de renovación,
porque es actualización del sufrimiento mismo de Cristo y transmite en el
presente su eficacia salvífica".
¿Qué
significa en su conjunto (en sus tres partes), el "secreto" de
Fátima?, se pregunta por último el cardenal Ratzinger. "Ante todo debemos
afirmar con el cardenal Sodano: 'los acontecimientos a los que se refiere la
tercera parte del 'secreto' de Fátima parecen pertenecer ya al pasado'. En la
medida en que se refiere a acontecimientos concretos ya pertenecen al pasado.
Quien había esperado impresionantes revelaciones apocalípticas sobre el fin del
mundo o sobre el curso futuro de la historia se desilusionará. Fátima no nos
ofrece este tipo de satisfacción de nuestra curiosidad, lo mismo que la fe
cristiana no quiere y no puede ser un mero alimento para nuestra curiosidad. Lo
que queda de válido lo hemos visto de inmediato al inicio de nuestras
reflexiones sobre el texto del 'secreto': la exhortación a la oración como
camino para la 'salvación de las almas' y, en el mismo sentido, la llamada a la
penitencia y a la conversión".

"Pero
desde que Dios mismo tiene corazón humano y de ese modo ha dirigido la libertad
del hombre hacia el bien, hacia Dios, la libertad hacia el mal ya no tiene la
última palabra. Desde aquel momento cobran todo su valor las palabras de Jesús:
'padeceréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza; yo he vencido al
mundo' (Jn 16,33). El mensaje de Fátima nos invita a confiar en esta
promesa".
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