sábado, 2 de marzo de 2024

2 de marzo fiesta del Beato Engelmar Unzeitig, el ángel de Dachau.



Hubert Unzeitig nació el 1 de marzo de 1911 en Greifendorf (Moravia del Este, República Checa), se unió a la edad de 17 años a la comunidad de los Misioneros de Mariannhill en Reimlingen, cerca de Augsburgo (Alemania), y su nombre religioso fue Engelmar.

Después de estudiar teología y filosofía en Wurzburgo (Baviera, Alemania), fue ordenado sacerdote en 1939 y designado párroco de Glöckelberg en Cesky Krumlov (en la región de Bohemia, República Checa). Allí, el 21 de abril de 1941, fue detenido por la Gestapo.



María Huberta Unzeitig (hermana de Engelman) nos cuenta lo ocurrido: «De repente vi cómo paraba allí un coche -en la casa rectoral- y eso me asustó un poco.

 Al poco rato, mi hermano vino donde yo estaba y me dijo: "¡Mira, la Gestapo está aquí! ¡Ven conmigo rápidamente!". Mientras tanto los dos oficiales registraban todo en la oficina parroquial. 

Página tras página, miraron los sermones de mi hermano y cogieron algunos de ellos. Hubert estaba pálido mientras cogía su pequeña maleta para poner en ella algunas cosas. 

Yo no fui capaz de hacerle algo para comer. Me hubiera gustado cocinar algo para él. Pero todo ocurrió muy rápido…».

Después de seis semanas de incertidumbre y ansiosa espera en situación de prisión preventiva, llegó de Berlín una orden según la cual el destino del prisionero Hubert Unzeitig era el Campo de Concentración de Dachau -"KZ Dachau"-.

 No tenía entonces más de 30 años y en aquel infierno, el P. Engelmar iba a comenzar el último y más denso capítulo de su vida.

Cuando los prisioneros llegaban a la estación de tren de Dachau tenían que esperar de pie durante horas antes de ser introducidos en el campo de concentración. Cuando el P. Engelmar entró en el CC Dachau tuvo que pasar, como todos los demás, por el humillante proceso de "admisión". 

Con rapidez se le rasuró el pelo y el vello de todo el cuerpo. Luego su cuerpo fue desinfectado con un líquido maloliente e irritante. Después una ducha. Dependía del capricho personal de los guardias de las SS que fuera con agua helada o hirviendo.

El prisionero era sólo un número y al P. Engelmar le correspondió el 26.147. El membrete de sus cartas rezaba así: «Unzeitig Hubert, nacido el 1 de marzo de 1911, número de prisionero 26.147, bloque 26/2, Dachau K».

El P. Johannes Maria Lenz, SJ llamó al Campo de Concentración de Dachau “el convento más grande del mundo”, pues en alguna ocasión llegó a haber detenidos allí hasta 3.000 clérigos. 

El bloque 26 y los bloques 28 y 30, donde se encontraban los clérigos de otras confesiones religiosas, estaban rígidamente separados de los demás. Como a casi todos los prisioneros que eran clérigos, cosieron a la chaqueta y al pantalón del P. Engelmar unos triángulos de color rojo, distintivo de los llamados "presos políticos".

En una carta, a su hermana, escrita en Dachau el Venerable dice: "Todo lo que hacemos, lo que queremos, es la certeza de ser guiados por la gracia. La omnipotente gracia de Dios nos ayuda a superar los obstáculos... el amor duplica nuestras fuerzas, nos da inventiva, nos hace sentir satisfechos y libres interiormente. “Si tan sólo la gente se diera cuenta de lo que Dios tiene preparado para los que le aman".

También escribió de este infierno de sufrimiento: "Incluso detrás de los más duros sacrificios y peores sufrimientos está Dios con su amor de Padre, que está satisfecho con la buena voluntad de sus hijos y les da felicidad".

En el verano de 1942 faltaron los víveres en Dachau, desatándose un hambre atroz en todo el campo. Pese a todo, el trabajo debía ser realizado con toda normalidad. La dirección del campo permitió la recepción de paquetes en el otoño de aquel año. La medida supuso un alivio para todos. 

Con la llegada de estos paquetes, los sacerdotes prisioneros organizaron toda una red de distribución de víveres. Dado que mucha comida recibida debía ser preparada y cocinada, se instaló un fogón en un rincón del bloque 26 y entre los presos se empezó a denominar a aquel lugar la "Iglesia-Cocina".

El P. Engelmar consideró una exigencia de la caridad cristiana el compartir los alimentos que recibía con otros prisioneros. En una carta de enero de 1943, escribía: «Depende de nosotros hacer cada cosa por la gloria de Dios y hacer felices a los demás. Obtenemos así el más grande de los beneficios y la vida se vuelve más llevadera. 

En este sentido, yo uso los bienes que recibo, enviados por mis seres queridos a nuestra reclusión, para compartirlos con otros, porque no todos tienen la suerte de recibir algo». En otra carta pide a los suyos que no se priven de la comida para mandársela a él.

Él se consideraba a sí mismo el último. Cuando recibía un paquete de casa, siempre encontraba a alguien con quien compartir. Mendigaba entre sus hermanos sacerdotes para luego entregar lo recogido allí donde más se necesitaba.

 Muchas limosnas pasaban por sus manos e iban a parar a los prisioneros más necesitados; a gran número de los cuales conocía, debido a su mucho tiempo de estancia en el campo.

Entre las muchas acciones pastorales y misioneras que el P. Engelmar desarrolló en el infierno de Dachau destacan aquellas que realizó a favor de los prisioneros rusos. El P. Engelmar entró en contacto con los presos rusos en la barraca llamada "Messerschmitt", donde tenía que trabajar con otros sacerdotes alemanes y austriacos. 

A pesar de las amenazas de severos castigos, el P. Engelmar administraba los sacramentos, asistía a los moribundos, llevaba la comunión a los enfermos. Junto con otros sacerdotes, el P. Engelmar tradujo al ruso partes de la Sagrada Escritura, textos del Catecismo y párrafos del libro “La Imitación de Cristo”. 

Los prisioneros rusos leían con avidez y a escondidas estos textos. Según el P. Joseph Witthaut: «Engelmar estudió con aplicación el ruso. Parecía como si pensara trabajar un día como misionero en el Este».

A finales de diciembre de 1944, con rapidez vertiginosa, una epidemia de tifus se extendió por todo el campo de concentración. Cada día la muerte se cobraba su ración de víctimas. Los contagiados por el tifus eran tantos que los enfermos no podían ser instalados en la enfermería del campo. 

Con rapidez, las autoridades del campo destinaron unas barracas como enfermería, que aislaron del resto de las barracas. Expuestos a la enfermedad, sin protección alguna, los enfermos morían como mueren las moscas. Según una estadística del campo, el término medio de defunciones diarias alcanzaba el centenar.

El P. Sales Hess nos relata: «En medio de tan gran apuro la dirección del campo se acordó de los curas… Reconocieron entonces nuestro espíritu de sacrificio, pues hasta entonces los curas y religiosos éramos parásitos a los ojos de las SS».

 Al ofrecerse como voluntario, el P. Engelmar realizó la decisión más importante de su vida: se encaminó voluntariamente hacia la muerte por amor a aquellos hermanos suyos. Aquellos bloques del tifus en Dachau se convirtieron en la última parroquia del P. Engelmar.

P. Johannes Maria Lenz, SJ: «Los cuidados y servicios eran para el P. Engelmar expresión necesaria y fruto de su amor sacerdotal hacia el prójimo. 

Con gusto confesaba a sus pobres y de manera tranquila y bondadosa repartía consuelo… 

Una tarde me llamaron desde una ventana de la segunda habitación. 

Era Engelmar, que llamaba y preguntaba por mí… Quería óleo de enfermos para sus pacientes moribundos, porque se le había terminado el suyo… 

La fiebre brillaba en sus ojos y había manchas rojas en sus flacas mejillas… no parecía darse cuenta de que la muerte ya le había echado mano sin remedio. 

Él quería seguir ayudando todavía a muchos, porque muchos eran los que esperaban su ayuda. En sí mismo, él no pensaba».

El P. Engelmar fue trasladado a la barraca de los enfermos. 

El traslado ocurrió el 20 de febrero de 1945. Los médicos le diagnosticaron tifus en estado avanzado. 

Durante aquellos días experimentó una leve mejoría, recayendo en seguida y muriendo el 2 de marzo de 1945. El día antes había cumplido 34 años.

P. Richard Sneider: «Cuando se conoció la noticia de su muerte, mi único pensamiento fue cómo hacerme con sus restos mortales, de otra manera acabarían en la fosa común de las cenizas. Mi relación con el capo –prisionero encargado de un grupo de trabajo- del crematorio, un paisano compatriota de Baden, lo hizo posible...

 Le pedí si podía, cuando trabajara solo por la noche en el crematorio, quemar el cuerpo del P. Engelmar por separado y darme las cenizas... Cierta mañana, el capo me trajo las cenizas en una bolsa de papel. 

Cuando se le preguntó en la puerta del campo qué llevaba en la bolsa, contestó que era arena seca y le dejaron pasar. A través de la plantación donde yo solía trabajar, las cenizas, con la ayuda de un sacerdote de Muensterschwarzzach, llegaron al monasterio de Mariannhill en Würzburg».

El P. Willehad Krause, CMM, Rector del Seminario de Mariannhill en Würzburg, nos dejó el siguiente testimonio: «El 29 de marzo recibí de una manera muy sigilosa una pequeña caja de madera. Dentro estaban las cenizas de nuestro P. Engelmar en una pequeña bolsa de lino. Una nota decía que aquellas eran sus genuinas cenizas -"Veri cineres beati in Domino defuncti P. Unzeitig"-. El 30 de marzo, Viernes Santo, bajamos la pequeña caja a nuestro panteón, mientras las bombas seguían explotando en el cementerio…

 En junio de 1947 obtuve el permiso de las autoridades del cementerio para abrir el panteón y poner las cenizas en una urna de metal, que habíamos conseguido entretanto. 

La pequeña bolsa de lino se había descompuesto. En el fondo de la caja hallamos dos cartas en un sobre. Estaban tan pegadas la una a la otra, debido a la humedad, que no las pudimos recuperar…»

En 1968 la urna fue trasladada a la capilla de la Iglesia del Sagrado Corazón de los Misioneros de Mariannhill en Würzburg.





El 3 de julio de 2009, el Papa Benedicto XVI aprobó el decreto en el que se reconoce las virtudes heroicas de este Siervo de Dios. Fue beatificado el 24 de septiembre de 2016 en Würzburg, Alemania y la ceremonia estuvo presidida por el Cardenal Angelo Amato.

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