Hubert
Unzeitig nació el 1 de marzo de 1911 en Greifendorf (Moravia del Este,
República Checa), se unió a la edad de 17 años a la comunidad de los Misioneros
de Mariannhill en Reimlingen, cerca de Augsburgo (Alemania), y su nombre
religioso fue Engelmar.
Después
de estudiar teología y filosofía en Wurzburgo (Baviera, Alemania), fue ordenado
sacerdote en 1939 y designado párroco de Glöckelberg en Cesky Krumlov (en la
región de Bohemia, República Checa). Allí, el 21 de abril de 1941, fue detenido
por la Gestapo.
María Huberta Unzeitig (hermana de Engelman) nos cuenta lo
ocurrido: «De repente vi cómo paraba allí un coche -en la casa rectoral- y eso
me asustó un poco.

Página tras
página, miraron los sermones de mi hermano y cogieron algunos de ellos. Hubert
estaba pálido mientras cogía su pequeña maleta para poner en ella algunas
cosas.
Yo no fui capaz de hacerle algo para comer. Me hubiera gustado cocinar
algo para él. Pero todo ocurrió muy rápido…».
Después
de seis semanas de incertidumbre y ansiosa espera en situación de prisión
preventiva, llegó de Berlín una orden según la cual el destino del prisionero
Hubert Unzeitig era el Campo de Concentración de Dachau -"KZ
Dachau"-.
No tenía entonces más de 30 años y en aquel infierno, el P.
Engelmar iba a comenzar el último y más denso capítulo de su vida.
Cuando
los prisioneros llegaban a la estación de tren de Dachau tenían que esperar de
pie durante horas antes de ser introducidos en el campo de concentración.
Cuando el P. Engelmar entró en el CC Dachau tuvo que pasar, como todos los
demás, por el humillante proceso de "admisión".
Con rapidez se le
rasuró el pelo y el vello de todo el cuerpo. Luego su cuerpo fue desinfectado
con un líquido maloliente e irritante. Después una ducha. Dependía del capricho
personal de los guardias de las SS que fuera con agua helada o hirviendo.

El
P. Johannes Maria Lenz, SJ llamó al Campo de Concentración de Dachau “el
convento más grande del mundo”, pues en alguna ocasión llegó a haber detenidos
allí hasta 3.000 clérigos.
El bloque 26 y los bloques 28 y 30, donde se
encontraban los clérigos de otras confesiones religiosas, estaban rígidamente
separados de los demás. Como a casi todos los prisioneros que eran clérigos,
cosieron a la chaqueta y al pantalón del P. Engelmar unos triángulos de color
rojo, distintivo de los llamados "presos políticos".
En
una carta, a su hermana, escrita en Dachau el Venerable dice: "Todo lo que
hacemos, lo que queremos, es la certeza de ser guiados por la gracia. La
omnipotente gracia de Dios nos ayuda a superar los obstáculos... el amor
duplica nuestras fuerzas, nos da inventiva, nos hace sentir satisfechos y
libres interiormente. “Si tan sólo la gente se diera cuenta de lo que Dios
tiene preparado para los que le aman".
También
escribió de este infierno de sufrimiento: "Incluso detrás de los más duros
sacrificios y peores sufrimientos está Dios con su amor de Padre, que está
satisfecho con la buena voluntad de sus hijos y les da felicidad".

Con la llegada de
estos paquetes, los sacerdotes prisioneros organizaron toda una red de
distribución de víveres. Dado que mucha comida recibida debía ser preparada y
cocinada, se instaló un fogón en un rincón del bloque 26 y entre los presos se
empezó a denominar a aquel lugar la "Iglesia-Cocina".
El
P. Engelmar consideró una exigencia de la caridad cristiana el compartir los
alimentos que recibía con otros prisioneros. En una carta de enero de 1943,
escribía: «Depende de nosotros hacer cada cosa por la gloria de Dios y hacer
felices a los demás. Obtenemos así el más grande de los beneficios y la vida se
vuelve más llevadera.
En este sentido, yo uso los bienes que recibo, enviados
por mis seres queridos a nuestra reclusión, para compartirlos con otros, porque
no todos tienen la suerte de recibir algo». En otra carta pide a los suyos que
no se priven de la comida para mandársela a él.
Él
se consideraba a sí mismo el último. Cuando recibía un paquete de casa, siempre
encontraba a alguien con quien compartir. Mendigaba entre sus hermanos
sacerdotes para luego entregar lo recogido allí donde más se necesitaba.

Entre
las muchas acciones pastorales y misioneras que el P. Engelmar desarrolló en el
infierno de Dachau destacan aquellas que realizó a favor de los prisioneros
rusos. El P. Engelmar entró en contacto con los presos rusos en la barraca
llamada "Messerschmitt", donde tenía que trabajar con otros
sacerdotes alemanes y austriacos.
A pesar de las amenazas de severos castigos,
el P. Engelmar administraba los sacramentos, asistía a los moribundos, llevaba
la comunión a los enfermos. Junto con otros sacerdotes, el P. Engelmar tradujo
al ruso partes de la Sagrada Escritura, textos del Catecismo y párrafos del
libro “La Imitación de Cristo”.
Los prisioneros rusos leían con avidez y a
escondidas estos textos. Según el P. Joseph Witthaut: «Engelmar estudió con
aplicación el ruso. Parecía como si pensara trabajar un día como misionero en
el Este».
A
finales de diciembre de 1944, con rapidez vertiginosa, una epidemia de tifus se
extendió por todo el campo de concentración. Cada día la muerte se cobraba su
ración de víctimas. Los contagiados por el tifus eran tantos que los enfermos
no podían ser instalados en la enfermería del campo.

El
P. Sales Hess nos relata: «En medio de tan gran apuro la dirección del campo se
acordó de los curas… Reconocieron entonces nuestro espíritu de sacrificio, pues
hasta entonces los curas y religiosos éramos parásitos a los ojos de las SS».
Al ofrecerse como voluntario, el P. Engelmar realizó la decisión más importante
de su vida: se encaminó voluntariamente hacia la muerte por amor a aquellos
hermanos suyos. Aquellos bloques del tifus en Dachau se convirtieron en la
última parroquia del P. Engelmar.
P.
Johannes Maria Lenz, SJ: «Los cuidados y servicios eran para el P. Engelmar
expresión necesaria y fruto de su amor sacerdotal hacia el prójimo.
Con gusto
confesaba a sus pobres y de manera tranquila y bondadosa repartía consuelo…
Una
tarde me llamaron desde una ventana de la segunda habitación.
Era Engelmar, que
llamaba y preguntaba por mí… Quería óleo de enfermos para sus pacientes
moribundos, porque se le había terminado el suyo…
La fiebre brillaba en sus
ojos y había manchas rojas en sus flacas mejillas… no parecía darse cuenta de
que la muerte ya le había echado mano sin remedio.
Él quería seguir ayudando
todavía a muchos, porque muchos eran los que esperaban su ayuda. En sí mismo,
él no pensaba».
El traslado ocurrió el
20 de febrero de 1945. Los médicos le diagnosticaron tifus en estado avanzado.
Durante aquellos días experimentó una leve mejoría, recayendo en seguida y
muriendo el 2 de marzo de 1945. El día antes había cumplido 34 años.
P.
Richard Sneider: «Cuando se conoció la noticia de su muerte, mi único
pensamiento fue cómo hacerme con sus restos mortales, de otra manera acabarían
en la fosa común de las cenizas. Mi relación con el capo –prisionero encargado
de un grupo de trabajo- del crematorio, un paisano compatriota de Baden, lo
hizo posible...

Cuando se le
preguntó en la puerta del campo qué llevaba en la bolsa, contestó que era arena
seca y le dejaron pasar. A través de la plantación donde yo solía trabajar, las
cenizas, con la ayuda de un sacerdote de Muensterschwarzzach, llegaron al
monasterio de Mariannhill en Würzburg».
El
P. Willehad Krause, CMM, Rector del Seminario de Mariannhill en Würzburg, nos
dejó el siguiente testimonio: «El 29 de marzo recibí de una manera muy sigilosa
una pequeña caja de madera. Dentro estaban las cenizas de nuestro P. Engelmar
en una pequeña bolsa de lino. Una nota decía que aquellas eran sus genuinas
cenizas -"Veri cineres beati in Domino defuncti P. Unzeitig"-. El 30
de marzo, Viernes Santo, bajamos la pequeña caja a nuestro panteón, mientras
las bombas seguían explotando en el cementerio…

La pequeña
bolsa de lino se había descompuesto. En el fondo de la caja hallamos dos cartas
en un sobre. Estaban tan pegadas la una a la otra, debido a la humedad, que no
las pudimos recuperar…»
En
1968 la urna fue trasladada a la capilla de la Iglesia del Sagrado Corazón de
los Misioneros de Mariannhill en Würzburg.
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