
Ambos
padres inculcaron en sus hijas la idea de que su riqueza simplemente era
prestada a ellos y debía ser compartida con otros.

Esta
experiencia despertó su deseo de hacer algo específico para ayudar a aliviar su
condición. Éste fue el inicio de una vida de apoyo personal y financiero a
numerosas misiones y misioneros en los Estados Unidos. La primera escuela que
ella estableció fue la St. Catherine Indian School en Santa Fe, Nuevo México
(1887).

Después
de consultar con su director espiritual, el Obispo James O´Connor, tomó la
decisión de entregarse totalmente a
Dios, junto con su herencia, a través del servicio a los indios americanos y a
los afro-americanos.
Su
riqueza se transformó ahora en una pobreza de espíritu que se volvió una
constante diaria en su vida, recibiendo apoyo tan sólo para sus necesidades
básicas.

Siendo
desde siempre una mujer de oración intensa, Catalina encontró en la Eucaristía
la fuente de su amor para el pobres y oprimidos y de su preocupación para
combatir los efectos de racismo.
Conociendo
que muchos afro-americanos estaban aún lejos de la libertad y todavía vivían en
condiciones denigrantes como labradores o criados mal pagados, a los que se les
negaba la educación y los derechos constitucionales que si eran disfrutados por
otros, sintió la compasiva urgencia de ayudar a cambiar las actitudes raciales
en los Estados Unidos.
Las
plantaciones, en aquella época, eran una atrincherada institución social que
hacía que las personas de color siguieran siendo víctimas de opresión. Ésta era
una profunda afrenta al sentido de justicia de Catalina.
La necesidad de ofrecer a la gente de color
una institución educativa de calidad era prioritario para ella, por ello habló
sobre este tema con quienes compartían su preocupación por la desigualdades en
la educación de los afro-americanos. Restricciones legales en el sur rural
también obstaculizaban el acceso a una educación básica.
Fundar
y proveer de personal a escuelas, a lo largo del país, que atendieran a los
nativo-americanos y afro-americanos se volvió una prioridad para Catalina y su
congregación.

La
educación religiosa, el servicio social, las visitas en los hogares, hospitales
y prisiones forman parte del ministerio de Catalina y su Congregación.
De
una manera callada y serena, Catalina armonizaba una piadosa y total
dependencia a la Divina Providencia con un activismo muy marcado. Su alegre
iniciativa en armonía con el Espíritu Santo, superaba los obstáculos y facilitó
sus adelantos en el campo de la justicia social.
A
través del testimonio profético de Catalina Drexel, la Iglesia en los Estados
Unidos pudo darse cuenta de la grave necesidad doméstica por un apostolado que
trabajara para los nativo-americanos y afro-americanos.
Ella no dudó hablar
contra la injusticia y toma una posición pública cuando la discriminación
racial era evidente.
Durante
los últimos 18 años de su vida ella sufrió de una grave enfermedad que la dejó
casi completamente inmóvil. Durante estos años hizo una vida de intensa
adoración y contemplación tal como lo había deseado en su niñez. Murió el 3 de
marzo de 1955.
Catalina
dejó un dinámico legado de cuatro conceptos a sus Hermanas del Santísimo
Sacramento, quienes continúan su apostolado hoy al servicio de todas las
gentes:
·
Su
amor para la Eucaristía, su espíritu de oración, y su perspectiva de unidad de
toda la gente en torno a la Eucaristía;
·
Su
espíritu indómito de valerosa iniciativa para enfrentar la injustita social
existente y la protección a las minorías étnicas cien
años antes de que tal preocupación despertara interés público en los Estados
Unidos;
·
Su
creencia en la importancia de educación de calidad para todos, y sus esfuerzos
por lograrlo;
·
Su
donación total de su persona, de su herencia y todo lo material en generoso
servicio generoso a las víctimas de injusticia.
Catalina
Drexel fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 20 de noviembre de 1980 y
canonizada por él mismo el 1 de octubre de 2000.
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