
El Mesías, que
hasta ese momento se había mantenido oculto, toma posesión de la ciudad santa y
del templo, revelando así su misión de verdadero y nuevo pastor de Israel,
aunque esto --lo sabe muy bien-- lo llevará a la muerte.
No entra sobre un
carro, como el jefe de un ejército, aunque use la montura de los soberanos de
la antigüedad: un pollino (Gn 49,ll).

Jesús
entra en Jerusalén como rey. La gente parece intuirlo y extiende los mantos a
lo largo del camino, como era costumbre en Oriente al paso del soberano.
Incluso las ramas de olivo, tomadas de los campos y esparcidas a lo largo del
camino de Jesús, hacen de alfombra.
El grito de “Hosanna” (en hebreo significa
“sálvanos”) expresa la necesidad de salvación y de ayuda que sentía la gente.
Por fin llegaba el Salvador.
Jesús entra en Jerusalén, y en nuestras ciudades
de hoy, como el único que puede hacemos salir de la esclavitud para hacernos
partícipes de una vida más humana y solidaria. Su rostro no es el de un
poderoso o un fuerte, sino el de un hombre manso y humilde. Bastan seis días
para aclararlo todo: el rostro de Jesús será el de un crucificado, el de un
vencido.

La
única corona que se le pondrá sobre la cabeza en las próximas horas será de
espinas, el cetro será una caña y el uniforme un manto de púrpura a modo de
burla. Qué verdaderas son las palabras de Pablo: “Siendo de condición divina,
no codició el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de esclavo” (Flp 2,6-l).
Esas
ramas de olivo que hoy son signo de fiesta, en el huerto donde se retiraba a
orar, le verán sudar sangre por la angustia de la muerte. Jesús no huye; toma
su cruz y llega con ella hasta el Gólgota, donde es crucificado.

Es el recuerdo del día de
la entrada de Jesús en Jerusalén. Ese ramo es el signo de la paz, pero debe
recordarnos también la necesidad que Jesús tiene de nuestra compañía.
Precisamente bajo aquellos olivos centenarios de Getsemaní, Jesús, dominado por
la angustia de la muerte, quiso que los suyos permaneciesen junto a él. Qué
amargas son las palabras que dirige a Pedro: “¿Conque no habéis podido velar
una hora conmigo?”(Mt 26,40). Que el ramo de olivo sea un signo de nuestro
compromiso de estar junto al Señor sobre todo en estos días. Es una hermosa
manera de consolar a un hombre que va a morir por todos.
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