Desde
el momento en el que somos bautizados somos llamados a ser misioneros de Cristo
y a vivir una lucha constante para alcanzar la santidad, en pocas palabras,
estamos llamados a ser otros Cristo, a imitar sus enseñanzas.
Los
santos son un claro ejemplo de ese imitar a Cristo, su vida ejemplar los
convierten en grandes modelos para el resto de cristianos. La vida de los
santos se caracteriza por la docilidad ante la voluntad de Dios y por una fe
llena de oración y acción.
Ahora
bien, ¿alguna vez te has puesto a pensar cuál es la receta secreta para la
santidad? En muchas ocasiones hemos oído hablar sobre las admirables y
ejemplares vidas de los santos, sin embargo, pocas veces reflexionamos sobre
sus armas secretas, esas de dónde sacan el impulso para ir por el mundo y
evangelizar a todas las naciones, esas fuentes de sabiduría y templanza que
tanto los han caracterizado.
Sin
duda, las armas secretas de los santos son muchas, pero en esta ocasión quiero
hablar del secreto más dulce de todos, ese que además de enseñar a amar,
enamora. Estoy hablando de una mujer, la más bella de todas, la llena de
Gracia, la bienaventurada, la Virgen de las vírgenes, la que guardaba todo en
su corazón, la que con su ejemplo ha guiado a los santos a lo largo del tiempo
por un buen caminar.
El
secreto a voces de los santos es la Santísima Virgen María, quien en su
fidelidad ha sido la que mejor supo asimilar la vida y doctrina de Jesucristo.
Jesús mismo en su agonía en la cruz, no se reservó nada para Él y nos dio a su
buena Madre.
Para
imitar las enseñanzas de Jesús debemos primero conocerlo, y quién mejor que
María, nadie conoce tanto a un hijo que su misma Madre. Es ella la que hace que
nuestra relación con Dios sea más cercana, “[…] la Virgen que nos separa de la masa
y nos conduce dulcemente hacia las cumbres, en las que el aire es más puro, el
cielo más claro, Dios más cercano… Allí en donde se vive la vida de intimidad
con Dios”(Roberto de Langeac).
Es
María quien nos enseña a ser humildes, a dar fe que para Dios no hay nada
imposible, es ella quien nos enseña a buscar y cumplir la voluntad de Dios a
través de la docilidad y obediencia, “hagan lo que Él les diga”( Juan 2, 1-12).
La
humildad no es sinónimo de debilidad, aunque una espada atravesó su corazón [como
le dijo Simeón en una premonición] la firmeza de María a los pies de la cruz
nos enseña que la fe nos fortalece en los momentos de angustia. “Si queremos
ser Cristianos debemos ser Marianos, es decir; debemos reconocer la relación
esencial, vital, providencial que une la Señora a Jesús y que nos abre el
camino que nos conduce a Él” (Pablo VI).
El
primer santo en acoger a la Virgen María en su vida fue el mismo San Juan, el
discípulo amado de Jesús, el que tuvo el privilegio de descansar en el pecho
del Maestro y escuchar los latidos de Su Corazón, el que gozó de su presencia,
el que no abandonó la cruz y el que no espera grandes señales para creer.
“Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su
madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu
madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Juan
19,26-27).
Un
verdadero discípulo de Cristo honra a su Padre y a su Madre (Lucas 18, 20),
confía plenamente en la voluntad de Dios y lleva a María a su casa. Bendita
seas Madre Santa, porque podemos tener la misma alegría de Juan de poder
llevarte y tenerte en nuestra casa.
5
lecciones de los santos sobre la Virgen María:
1-
Su figura de Madre en los momentos de angustia:
San
Bernardo decía que cuando las tentaciones pongan en peligro tu salvación, y la
tristeza te quite las fuerzas y los deseos de seguir trabajando por conseguir
la santidad, “acuérdate de María y llámala en tu ayuda; llámala insistentemente
como el niño aterrorizado pide ayuda a su madre, y ella que es causa de nuestra
alegría, correrá a ayudarte.
Te desafío a que hagas la prueba. No te fallará ni
una sola vez”. En los momentos de angustia “si te turba la memoria de la
enormidad de tus faltas, de la fealdad de tu conciencia y comienzas a
sumergirte en la tristeza, en la desesperación, piensa en María, invoca a María
[…] Pecador quien quiera que seas, vete a María y te salvara, porque es
imposible que se condene el devoto de María que le sirve e implora su socorro”
2-
María nos encamina a Jesús:
San
Marcelino Champagnat decía que si los padres de familia tienen “la dicha de
grabar en el corazón de los niños la devoción a la Virgen María, habréis
asegurado su salvación", María no deja que sus hijos se pierdan. San Luis de
Monfort nos dice que María es el camino que nos lleva a El Camino de la Verdad
y la Vida que es Jesús: “María es el camino más seguro, el más corto y el más
perfecto para ir a Jesús.”
3-
María es auxilio de los cristianos:
San
Juan Bosco siempre decía: “Quien confía en María no se sentirá nunca
defraudado”, el siempre enseñaba a los niños del oratorio a amar a María
Auxiliadora de los cristianos, los invitaba a confiar en su amor de madre
porque “ella lo ha hecho todo”.
4-
La castidad como fruto:
“Llena
de gracia, Bendita entre todas las mujeres”. No le habría hablado así el ángel
si María no hubiera sido perfectamente pura y santa”. (San Agustín).
Otro santo
que en sus pensamientos expresaba a María como aliada para la castidad era
Santo Domingo Savio, un joven acogido en el oratorio de Don Bosco y entregado
totalmente a Dios; en una ocasión le dijo a San Juan Bosco: “Tus discípulos
llegarán a la santidad si se esfuerzan mucho por conservar la virtud de la
castidad y si cultivan una gran devoción a la Madre de Dios.”
5-
Es una Madre que ama y acompaña:
En
los momentos cuando parece todo perdido, cuando la llama está a punto de
apagarse, acude a María, con ella todo es más fácil, ella no abandona a sus hijos:
“Antes, solo, no podías… Ahora, has acudido a la Señora, y con Ella, ¡qué
fácil!” (San Josemaría Escrivá de Balaguer).
Retomando
las palabras de San Juan Pablo II te decimos este día a ti Santísima Virgen
María: Totus Tus (todo tuyo). Recuerda que María nunca dejará de oír a sus
hijos, ella intercederá por nosotros ante Jesús. Ahora ya lo sabes, quien busca
alcanzar la santidad, busca también a María.
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