miércoles, 6 de septiembre de 2017

Mi viaje a Ávila.


Después de la canonización de Madre Teresa en Roma y de estar una semana entre las maravillas de la ciudad eterna, me esperaba Ávila, la tierra carmelitana por excelencia.

Venía de mucha fiesta, conversaciones y experiencias internacionales con hermanos míos en la fe, ahora tocaba unos días de silencio y más oración personal y con poca gente. Meterme de lleno en la vida de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz me hizo mucho bien. Sabía que ellos también habían pasado en algún momento por “la noche oscura del alma”, lo mismo vivió Santa Teresa de Calcuta y tantos otros santos. 

 

 

 

 

 

Fueron humanos y supieron por medio de la oración y la entrega personal, alcanzar y cumplir con la voluntad de Dios.

 

Muy emocionante visitar el Monasterio de San José y ver in situ todos los objetos de Santa Teresa de Jesús, su celda, sus plumas para escribir, su baúl para guardar su ropa, hasta los instrumentos musicales que usaba con sus hermanas en los momentos de recreación, “una monja triste es una triste monja”, decía. 

Tuve tiempo de rezar, pedí mucho por los que más lo precisaban y agradecí las múltiples bondades que el Señor me ha concedido a lo largo de más de medio siglo.

El silencio se hace oír de múltiples maneras, todas ellas muy sencillas pero que aturden con su ruido interior. 
Desde un amanecer, un atardecer, el ruido del agua en un arroyo, el canto de algún pajarito perdido por ahí, en fin hay que estar atentos y no perder la capacidad de asombro y cuando el cuerpo y el espíritu están en armonía se perciben y uno queda extasiado, como si fuera la primera vez que lo ve o escucha.
Esto es Santa Teresa, lo cotidiano transformado en divino. Es la alegría de saberse amado por Dios y de ser su hijo. De saber que estamos de paso y que una eternidad nos espera, que lo vano, vano es y lo primordial es agradar a Dios y no al mundo. 

Nos enseña que las tentaciones existen y para no sucumbir a ellas hay grandes y poderosas armas que se pueden usar: la oración y los sacrificios. 

Esas palabras suyas del “muero porque no muero”, nos preparan para la gloria celestial lo mismo que su letrilla del “Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios Basta”.

La visita al convento de la Encarnación, donde ella vivió la mayor parte de su vida, ya que posteriormente funda a las carmelitas descalzas en el convento de San José, nos empapa con muchos de sus objetos y escritos. 

 

 

 

Emociona ver el locutorio y la sala en la que se encontraba con San Juan de la Cruz, reja de por medio y pensar en algunos de sus diálogos. Seguramente le contaría las penurias que pasaría entre esas religiosas medio mundanas que eran muy sabias a la hora de hacerle la vida imposible, pero ella con convicción y paciencia, sin dejar nunca de amarlas, lo sabía sobrellevar. 

Me imaginaba a su “medio fraile” (lo llamaba así porque San Juan de la Cruz era bastante petizo) aconsejándole mansedumbre y caridad y entre ambos viendo cómo se podrían revertir esos errores en la vida religiosa.

Podría estar horas contándoles historias de ellos pero no los voy a aburrir, ya bastante que me han leído hasta acá. Lo que sí les digo es que en Ávila se respira el aire carmelitano, vaya uno a donde vaya. Sus murallas y sus callejuelas nos hacen ver a Santa Teresa, andariega como era, por múltiples lugares. 



Si alguna vez van, no dejen de pasar por su casa natal, ahora transformada en Museo, con una iglesia preciosa. Saliendo de la iglesia está la plaza con una imagen de ella sentada que si uno se ubica a su lado, seguramente la podrá escuchar o bien ella podrá escucharnos, como grandes amigos de toda la vida.


Pasé por la alegría de Roma, el silencio de Ávila y la marcha sigue  rumbo a Lourdes, junto a la Buena Madre. En este último lugar todo se amalgama, el hijo junto a la Madre, es la imagen perfecta y más sincera que existe tanto en la tierra como en cielo. En otra entrada les contaré esta experiencia. Dios los bendiga. 

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