Escrito por el Prof. Lic. Daniel Atapuerca
Jamás pensé vivir una semana
santa así. Es la primera vez en mi vida que la vivo dentro de mi casa, aislado
de mis seres queridos, perdiendo a algunos de ellos sin poderlos despedir y estando
pendiente de los afectos, para saber si están bien o precisan cosas urgentes.
Es una mezcla de sensaciones y vivencias que me hacen acordar que estoy frente
al Cristo inocente a punto de vivir su vía crucis.
El Domingo de Ramos, veíamos
cómo Jesús entraba en Jerusalén, era aclamado por la inmensa multitud y
Él humilde, montado en un asno. Se escuchaba: “Hosanna al Hijo de David;
bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna en las alturas” (Mt. 21,9).
Pero a pesar de tanta euforia, Jesús estaba absorto y ajeno a todo, ya divisaba
con sus divinos ojos que la cruz, las traiciones, las injusticias y miserias de
los hombres estaban cerca. A diferencia de Él, nosotros buscamos elogios,
momentos de triunfos y alegrías, pero atención que como se nos dice en
Proverbios 14, 13 “Cercano a la alegría está la tristeza” y este año 2020, se
encargó de demostrárnoslo.
La humanidad se divertía con
sus logros, con sus derechos inalienables que todo lo puede hacer sin respetar
a nadie ni nada. El niño por nacer no es vida; el planeta debe ser contaminado
y arrasado por el hombre, porque es superior a todo lo existente; yo primero,
segundo y tercero, los demás que se arreglen como puedan; no preciso de Dios,
no existe ni me ayuda, sólo me complica los pensamientos y mi forma de vivir; y
podría seguir con frases de muchas personas que sin duda no conocen la Fe, la
Esperanza y la Caridad.
Pero llegó el gran día de
comenzar entre todos, de norte a sur y de este a oeste, el gran Vía Crucis de
la humanidad, estas semanas cuarentenales y cuaresmales, que seguirán, Dios
sabe hasta cuándo.
Nos olvidamos de la última
cena por años, donde ese gesto de amor, entrega y caridad divina de Cristo
a la humanidad, fue único e irrepetible, se quiso quedar entre nosotros para
siempre. Pocas veces repetimos junto a San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo
quien vivo, porque es Jesús quien vive en mí” (Gal. 2,20). Nos olvidamos de
comer y de beber, nos dedicamos a seguir disfrutando de nuestra entrada a
Jerusalén, pero sin Él, sólo entre nosotros, como si fuésemos Él. Lo ignoramos,
no lo respetamos, no lo aceptamos, nos burlamos, no lo quisimos ni lo
precisamos. Qué gran error cometió la humanidad al dejar de lado al dador de
Vida.
Llegó la traición de Judas,
nuestra propia traición. Tantas veces repetimos “Amigo, ¿a qué has venido?”
Mt. 26,50 y por el otro lado escuchábamos “¿Con un beso entregas al Hijo del
hombre?” Lc. 22,48, pero no nos importó. Qué distinto hubiera sido si tanto
Judas como nosotros hubiéramos escuchado esas palabras de Jesús, si hubiéramos
pedido perdón con arrepentimiento, seguro que el Corazón de Jesús nos hubiera
perdonado y no nos hubiera dejado llegar al borde del abismo y escucharnos
decir ahora, en forma desesperada “Señor, no te calles, ni te apartes de mí”
Salm. 34,22
Nuestra avaricia de corazón es
igual que la avaricia de Judas por esas míseras monedas, y se convirtió en
ladrón Jn. 12, 6 y nos convertimos en entes sin principios, sin valores y sin
espiritualidad, avaros en todo sentido.
Llegamos a Getsemaní, a
ese huerto de los olivos en donde ya nos dijo Cristo hace más de 2000 años:
“Velad y orad, para no caer en la tentación. El espíritu está pronto, pero la
carne es débil” Mc. 14, 38 Tampoco lo entendimos y seguimos durmiendo sobre los
laureles, porque al fin y al cabo somos superiores a Él. Nos olvidamos que
Cristo vio todo lo que iba a suceder, por eso le pide al Padre que pase de Él
este sufrimiento, pero agrega: “Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la
tuya” Lc. 22, 42, se ofreció al sacrificio porque quiso (Is.53, 7). En cambio,
la humanidad del siglo XXI ha venido rechazando ese cáliz en forma constante.
“A mí y a mi familia no, que sufran otros, pero yo no”, es lo que se escucha
con mayor frecuencia, una falta de caridad sin límites, donde el eje central es
el yo y no el nosotros. Esta pandemia de Coronavirus Covid-19 ha hecho que
muchos inclinasen su cabeza ante Dios con resignación, en estos momentos de
angustia y han sentido una luz y una paz interior que sólo la gracia divina
puede dar. Despertaron del huerto y no se durmieron, porque descubrieron dónde
estaba la Verdad, el Camino y la Vida.
Getsemaní era la hora del
poder de las tinieblas. “Esta es vuestra hora, y el poder de las tinieblas” Lc.
22, 53 y la reacción de “sus amigos” fue la misma que la de los hombres del
siglo XXI, “Entonces todos sus discípulos, abandonándole, huyeron” Mt. 26, 56
lo dejamos solo, muy solo y sin embargo Él nunca se fue ni nos dejó.
Si hubo una noche triste para
Cristo, fue esa, como la nuestra cuando la pandemia del Coronavirus empezó en
China. Él sabía lo que se venía, Él sabía nuestros pecados y nuestras
debilidades, a diferencia de nosotros que seguíamos creyéndonos dioses,
interpretamos al revés las palabras que están en el evangelio de San Mateo
22,21, le dimos al César lo que era de Dios y a Dios lo que era del César. Como
Caifás, lo volvemos a proclamar reo de muerte Mt. 26, 63-66 y nos lo
sacamos de encima, se lo entregamos a otro para que se encargue de Él. Fue
injusto y lo sabía, pero no le importó, su soberbia y sus ansias de poder lo
enceguecieron, como a muchos hombres actuales. Cuántos San Pedros,
negando a Jesús hemos visto pasar por nuestras vidas, cuántas veces lo hemos
negado nosotros mismos, por vergüenza, miedo o por quedar bien con otros hombres.
Muchos sentimos cantar al gallo, pedimos perdón y lloramos como Pedro, otros
siguieron sordos sin recordar a Lc. 22,34.
Fuimos Pilato,
lavándonos las manos y Herodes entregándolo a Cristo a la muchedumbre,
como si fuera uno más, como si fuera nadie. Dejamos todo en otras manos, nunca
nos hicimos cargo de su inocencia, nunca lo defendimos. Sin embargo, y
pudiéndolo hacer, jamás salió de escena, siguió con su obra maestra de
Salvación. La humanidad aplaudía o se iba, como si no tuvieran nada que ver. Lo
flagelamos, lo coronamos con insultos e injurias y nos burlamos de Él y su
doctrina. La pasión continúa con Cristo, sin ningún extra que lo reemplace.
Pero con un escenario distinto al de Galilea, esta vez fue el planeta entero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario