Su
padre, Félix de Guzmán, era noble acompañante del Rey. Su madre era la Beata
Juana de Aza de quien Domingo recibió su educación primera.
Cuando
tenía seis años fue entregado a un tío suyo, arcipreste, para su educación
literaria. A los catorces años fue enviado al Estudio General de Palencia, el
primero y más famoso de toda esa parte de España, y en el que estudiaban artes
liberales, es decir, todas las ciencias humanas y sagrada teología. El joven
Domingo se entregó de lleno al estudio de la teología.
Eran
tiempos de continuas guerras contra los moros y entre los mismos príncipes
cristianos. Una gran hambre sobrevino a toda aquella región de Palencia.
Domingo se compadeció profundamente de los pobres y les fue entregando sus
pertenencias. En los oídos de Domingo martilleaban las palabras del maestro:
"Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os
he amado". Llegó el momento que
solo le quedaba lo que mas preciaba, sus libros. Entonces pensó: "¿Cómo
podré yo seguir estudiando en pieles muertas (pergaminos), cuando hermanos míos
en carne viva se mueren de hambre?". Un día llegó a su presencia una mujer
llorando y le dijo: "Mi hermano ha caído prisionero de los moros". A
Domingo no le queda ya nada que dar. Decide venderse como esclavo para rescatar
al esclavo. Este acto de Domingo conmovió a Palencia.
Domingo
conmovió a la ciudad de Palencia de manera que se produjo un movimiento de
caridad y se hizo innecesario vender sus libros o entregarse como esclavo.
También surgieron vocaciones para la Orden que mas tarde Domingo fundaría.
A
los 24 años de edad, Domingo fue llamado por el obispo de Osma para ser
canónigo de la catedral. A los 25 años fue ordenado sacerdote.
El
Rey Alfonso VIII había encargado al Obispo de Osma, en 1203, la misión de
dirigirse a Dinamarca a pedir la mano de una dama de la nobleza para su hijo
Fernando. El Obispo acepta y como compañero de viaje lleva a Domingo. Al pasar
por Francia, Flandes, Renania e Inglaterra, Domingo quedó preocupado al
constatar la extensión de las grandes herejías, los cátaros, valdenses y otras
herejías procedentes del maniqueísmo oriental. Estos negaban muchos dogmas de
la fe católica, incluso la Redención por la Cruz de Cristo y los Sacramentos.
En
1207 Domingo, con algunos compañeros, entre ellos el Obispo de Osma, se entrega
de lleno a la vida apostólica, viviendo de limosnas, que diariamente mendigaba,
renunciando a toda comodidad, caminando a pie y descalzo, sin casa ni
habitación propia en la que retirarse a descansar, sin más ropa que la puesta.
Comprendiendo
la necesidad de instruir a aquellas gentes que caían en las herejías, determinó
fundar la Orden de predicadores, dispuestos a recorrer pueblos y ciudades para
llevar a todas partes la luz del Evangelio. Funda centros de apostolado en todo
el sur de Francia. Pero, reconociendo que para combatir las herejías era necesario
una buena formación teológica, busca un doctor en teología que instruyera a la
comunidad. Más tarde, uno de sus discípulos en la orden sería la lumbrera más
grande que haya tenido la iglesia universal: Santo Tomás de Aquino.
Santo
Domingo fue un gran amigo de San Francisco de Asís, a quien visito y abrazó
efusivamente.
Santo
Domingo poco después fundó la rama femenina de su Orden.
La
misión de los dominicos, predicar para llevar almas a Cristo, encontró grandes
dificultades pero la Virgen vino a su auxilio. Estando en Fangeaux una noche,
en oración, tiene una revelación donde, según la tradición, la Virgen le revela
el Rosario como arma poderosa para ganar almas. Esta tradición está respaldada
por numerosos documentos pontificios.
El
21 de enero de 1217, el Papa Honorio III aprobó definitivamente la obra de
Domingo, la Orden de los predicadores o Dominicos.
En
1220 la herejía de los cataros y albigenses se había extendido por Italia. El
Papa Honorio pone a Domingo a cargo de una gran misión.
Murió
en Bolonia el 6 de agosto de 1221
Fue
canonizado por Gregorio IX en 1234. El Papa dijo: "De la santidad de este
hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo".
Sto.
Domingo le decía a su hermanos:
Primero contemplar, y después enseñar.
Predicar siempre y en todas partes.
Todos
los días pedía a Nuestro Señor la gracia de crecer en el amor hacia Dios y en
la caridad hacia los demás y tener un gran deseo de salvar almas. Esto mismo
recomendaba a sus discípulos que pidieran a Dios constantemente.
Hacía
estrictas penitencias:
Temporadas de 40 días de ayuno a pan y
agua.
Siempre dormía sobre duras tablas.
Soportaba los más terribles insultos sin
responder ni una sola palabra.
Predicaba a pesar de estar enfermo.
Nunca
mostraba desánimo. Era el hombre de gran alegría y del buen humor.
Sus
compañeros decían: "De día nadie más comunicativo y alegre. De noche,
nadie más dedicado a la oración y a la meditación". Pasaba noches enteras
en oración.
Sus
libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo.
Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y prácticamente se los
sabía de memoria. A sus discípulos les recomendaba que no pasaran ningún día
sin leer alguna página de la Biblia.
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