Desde hace algunos años me dedico a la creación y restauración de imágenes religiosas. De a poco les iré mostrando algunas de mis piezas y voy a compartir con ustedes las distintas técnicas que se emplean. Muchas de las piezas se encuentran a la venta, sólo tienen que consultar. Muchas gracias por compartir conmigo este espacio. Estamos en Misiones, Argentina. Para comunicarse escribir al e-mail: daniel1962ar@gmail.com
jueves, 30 de octubre de 2014
lunes, 27 de octubre de 2014
domingo, 26 de octubre de 2014
jueves, 23 de octubre de 2014
lunes, 20 de octubre de 2014
Para los amigos del Facebook.
Para todos aquellos que me preguntaron si estábamos en Facebook, esta es la dirección:
https://www.facebook.com/pages/Imaginer%C3%ADa-Religiosa-San-Juan-De-Dios/231289990348953?fref=ts
Figuramos como : Imaginería Religiosa San Juan de Dios. Con un simple "ME GUSTA" en la página, estarán al tanto de los últimos trabajos que realizamos en el taller y de novedades eclesiales, al igual que el santoral. Los esperamos.
Que Jesús y María, nuestra Buena Madre nos guíen y protejan.
domingo, 19 de octubre de 2014
19 de octubre BEATIFICACIÓN DEL PAPA PABLO VI.
Hijo de un abogado y de una piadosa mujer,
Giovanni Battista Montini nació en Concesio, cerca de Brescia, el 26 de
septiembre de 1897. Desde pequeño Giovanni se caracterizó por una gran timidez,
así como por un gran amor al estudio.
Acogiendo la llamada sacerdotal, Giovanni
ingresó a los 19 años al Seminario de Brescia. Ordenado sacerdote del Señor el
29 de mayo de 1920, cuando tenía cumplidos 23 años, se dirigió a Roma para
perfeccionar allí sus estudios teológicos.
Allí mismo realizó estudios también en la
academia pontificia de estudios diplomáticos y en 1922 ingresó al servicio
papal como miembro de la Secretaría de Estado. En mayo de 1923 se le nombró
secretario del Nuncio en Varsovia, cargo que por su frágil salud tuvo que
abandonar a finales del mismo año. De vuelta en Roma, y trabajando nuevamente
en la Secretaría de Estado de la Santa Sede, el padre Montini dedicó gran parte
de sus esfuerzos apostólicos al movimiento italiano de estudiantes católicos
(1924-1933), ejerciendo allí una importante labor pastoral.
En 1931, a sus 32 años, le era asignada la
cátedra de Historia Diplomática en la Academia Diplomática.
En 1937 fue nombrado asistente del Cardenal
Pacelli, quien por entonces se desempeñaba como Secretario de Estado. En este
puesto de servicio Monseñor Montini prestaría un valioso apoyo en la ayuda que
la Santa Sede brindó a numerosos refugiados y presos de guerra.
Arzobispo y cardenal preparando el Concilio
Vaticano II En 1944, ya bajo el pontificado de S.S. Pío XII, fue nombrado
director de asuntos eclesiásticos internos, y ocho años más tarde,
Pro-secretario de Estado.
En 1954, el Papa Pío XII lo nombró Arzobispo
de Milán. El nuevo Arzobispo habría de enfrentar muchos retos, siendo el más
delicado de todos, el problema social. Entregándose con gran energía al cuidado
de la grey que se le confiaba, desarrolló un plan pastoral que tendría como
puntos centrales la preocupación por los problemas sociales, el acercamiento de
los trabajadores industriales a la Iglesia, y la renovación de la vida
litúrgica. Por el respeto y la confianza que supo ganarse por parte de la
inmensa multitud de obreros, Montini sería conocido como el "Arzobispo de
los obreros".
En diciembre de 1958 fue creado Cardenal por
S.S. Juan XXIII quien, al mismo tiempo, le otorgó un importante rol en la
preparación del Concilio Vaticano II al nombrarlo su asistente. Durante estos
años previos al Concilio, el Cardenal Montini realizó algunos viajes
importantes: Estados Unidos (1960); Dublín (1961); África (1962).
Sumo Pontífice con apretado programa
apostólico Su pontificado El Cardenal Montini contaba con 66 años cuando fue
elegido como sucesor del Pontífice Juan XXIII, el 21 de junio de 1963, tomando
el nombre de Pablo VI. Tres días antes de su coronación, realizada el 30 de
junio, el nuevo Papa daba a conocer a todos el programa de su pontificado: su
primer y principal esfuerzo se orientaba a la culminación y puesta en marcha
del gran Concilio, convocado e inaugurado por su predecesor. Además de esto, el
anuncio universal del Evangelio, el trabajo en favor de la unidad de los
cristianos y del diálogo con los no creyentes, la paz y solidaridad en el orden
social —esta vez a escala mundial—, merecerían su especial preocupación
pastoral.
El
Papa Pablo VI y el Concilio Vaticano II
El pontificado de Pablo VI está profundamente
vinculado al Concilio, tanto en su desarrollo como en la inmediata aplicación.
En su primera encíclica, la
"programática" Ecclesiam suam, publicada en 1966 al finalizar la segunda
sesión del Concilio, planteaba que eran tres los caminos por los que el
Espíritu le impulsaba a conducir a la Iglesia, respondiendo a los "vientos
de renovación" que desplegaban las amplias velas de la barca de Pedro.
Decía él mismo el día anterior a la publicación de su encíclica Ecclesiam suam:
El primer camino «es espiritual; se refiere a la conciencia que la Iglesia debe
tener y fomentar de sí misma. El segundo es moral; se refiere a la renovación
ascética, práctica, canónica, que la Iglesia necesita para conformarse a la
conciencia mencionada, para ser pura, santa, fuerte, auténtica. Y el tercer
camino es apostólico; lo hemos designado con términos hoy en boga: el diálogo;
es decir, se refiere este camino al modo, al arte, al estilo que la Iglesia debe
infundir en su actividad ministerial en el concierto disonante, voluble y
complejo del mundo contemporáneo.
Conciencia, renovación, diálogo, son los
caminos que hoy se abren ante la Iglesia viva y que forman los tres capítulos
de la encíclica».
Sesiones del Concilio Vaticano II y varios
viajes apostólicos Cronología del Concilio bajo su pontificado
El 29 de setiembre de 1963 se abre la segunda
sesión del Concilio. S.S. Pablo VI la clausura el 4 de diciembre con la
promulgación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia.
En enero de 1964 (4-6), S.S. Pablo VI realiza
un viaje sin precedentes a Tierra Santa, en donde se da un histórico encuentro
con Atenágoras I, Patriarca de Jerusalén.
El 6 de agosto de 1964, S.S. Pablo VI publica
su encíclica programática Ecclesiam suam.
La tercera sesión conciliar duraría del 14 de
setiembre hasta el 21 de noviembre de 1964. Se clausuraba con la promulgación
de la Constitución sobre la Iglesia. En aquella ocasión proclamó a María como
Madre de la Iglesia.
Entre la tercera y cuarta sesión del Concilio
(diciembre 1964), S.S. Pablo VI viaja a Bombay, para participar en un Congreso
Eucarístico Internacional.
El 4 de octubre, durante la cuarta y última
sesión del Concilio, viaja a Nueva York a la sede de la ONU, para hacer un
histórico llamado a la paz mundial ante los representantes de todas las
naciones.
El 7 de diciembre de 1965, un día antes de
finalizar el gran Concilio, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I hacen
una declaración conjunta por la que deploraban y se levantaban los mutuos
anatemas —pronunciados por representantes de la Iglesia Oriental y Occidental
en Constantinopla en 1054, y que marcaban el momento culminante del cisma entre
las Iglesias de oriente y la de occidente—.
El 8 de diciembre de 1965 confirmaba
solemnemente todos los decretos del Concilio, y proclamaba un jubileo
extraordinario, el 1 de enero al 29 de mayo de 1966, para la reflexión y
renovación de toda la Iglesia a la luz de las grandes enseñanzas conciliares.
El Post-Concilio La aplicación del Concilio:
la época post-conciliar Culminado el gran Concilio abierto al tercer milenio,
se iniciaba el difícil periodo de su aplicación. Ello exigía un hombre de mucha
fortaleza interior, con un espíritu hondamente cimentado en el Señor; hombre de
profunda oración para discernir, a la luz del Espíritu los caminos seguros por
donde conducir al Pueblo de Dios en medio de dificultades propias de todo
proceso de cambio, de adecuación, de renovación... propias también de la furia
del enemigo, cuyas fuerzas buscan prevalecer sobre la Iglesia de Cristo.
Lo que a S.S. Pablo VI le tocó vivir como
Pastor universal de la grey del Señor, lo resume el Papa Juan Pablo II en un
valiosísimo testimonio, pues él —como dice él mismo— había podido «observar de
cerca» su actividad: «Me maravillaron siempre su profunda prudencia y valentía,
así como su constancia y paciencia en el difícil período posconciliar de su
pontificado.
Como timonel de la Iglesia, barca de Pedro,
sabía conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial incluso en los
momentos más críticos, cuando parecía que ella era sacudida desde dentro,
manteniendo una esperanza inconmovible en su compactibilidad» (Redemptor
hominis, 3).
El
primer Papa en América y otras labores de su pontificado.
El Papa Montini tuvo también una gran
preocupación por la unión de los cristianos, causa a la que dedicó no pocos
esfuerzos, dando así los primeros pasos hacia la unidad de todos los cristianos.
Por otro lado, fomentó con insistencia la
colaboración colegial de los obispos. Este impulso se concretaría de diversas
formas, siendo las más significativas el proceso de consilidación de las
Conferencias Episcopales Nacionales en toda la Iglesia, los diversos Sínodos
locales y también los Sínodos internacionales trienales. Durante su pontificado
los temas tratados en estos Sínodos episcopales fueron: el sacerdocio (1971); la
evangelización (1974); la catequesis (1977).
Otro hito importante de su pontificado lo
constituye el viaje realizado al continente americano para la inauguración de
la II Conferencia general del Episcopado Latinoamericano, siendo ésta la
primera vez que un Sucesor de Pedro pisaba tierras americanas.
Su
peculiar doctrina, las enseñanzas al Pueblo de Dios.
S.S. Pablo VI ha dejado un rico legado en sus
muchos escritos. Dentro de esta larga lista cabe resaltar a la encíclica
Populorum progressio, la cual trata sobre el tema del desarrollo integral de la
persona.
Esta encíclica fue la base para la
Conferencia de los Obispos latinoamericanos en Medellín. También merece ser
especialmente mencionada la exhortación Evangelii nuntiandi, carta magna de la
evangelización, que pone enfáticamente el anuncio de Jesucristo en el corazón
de la misión de la Iglesia.
Para muchos, esta carta vino de algún modo, a
completar y profundizar la Gaudium et spes. Además, constituyó el telón de
fondo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla.
La encíclica programática Ecclesiam suam –la
primera que escribió— es asimismo, de gran importancia. Manifiesta que de la
«conciencia contemporánea de la Iglesia —nos dice S.S. Juan Pablo II—, Pablo VI
hizo el tema primero de su fundamental Encíclica que comienza con las palabras
Ecclesiam suam; (...) Iluminada y sostenida por el Espíritu Santo, la Iglesia
tiene una conciencia cada vez más profunda, sea respecto de su misterio divino,
sea respecto de su misión humana, sea finalmente respecto de sus mismas
debilidades humanas: es precisamente esta conciencia la que debe seguir siendo
la fuente principal del amor de esta Iglesia, al igual que el amor por su parte
contribuye a consolidar y profundizar esa conciencia.
Pablo VI nos ha dejado el testimonio de esa
profundísima conciencia de Iglesia. A través de los múltiples y frecuentemente
dolorosos acontecimientos de su pontificado, nos ha enseñado el amor intrépido
a la Iglesia (...)» (Redemptor hominis, 3).
Son muy significativas también todas las
enseñanzas dadas con ocasión del Año Santo de la Reconciliación, en 1975, lo
que queda manifiesto en una importante exhortación apostólica: La
reconciliación dentro de la Iglesia. Por otro lado, es también de especial
importancia El Credo del Pueblo de Dios. En él, el Papa Pablo VI hace una hermosa
profesión de fe, que reafirma las verdades que el Cuerpo místico de Cristo cree
y vive, tomando así una firme postura ante los no pocos intentos de agresión
que sufría la fe cristiana.
La herencia que ha dejado a la Iglesia con
todos sus escritos es invalorable.
Iluminando
la plenitud humana de vida próximo ya a su muerte .Su tránsito a la casa del
Padre
Su Santidad Pablo VI, luego de su incansable
labor en favor de la Iglesia a la que tanto amor mostró, fue llamado a su
presencia por el Padre Eterno, el 6 de agosto de 1978, en la Fiesta de la
Transfiguración (que curiosamente fue también la fecha de la publicación de la
encíclica que anunciaba el programa de su pontificado).
Acaso el Señor mismo, con este signo de su
amorosa Providencia, quiso rubricar con sello divino aquello que el Santo
Padre, pocos años antes, había escrito en una preciosa exhortación apostólica
sobre la alegría cristiana: «...existen muchas moradas en la casa del Padre y,
para quienes el Espíritu Santo abrasa el corazón, muchas maneras de morir a sí
mismos y de alcanzar la santa alegría de la resurrección.
La efusión de la sangre no es el único
camino. Sin embargo, el combate por el Reino incluye necesariamente la
experiencia de una pasión de amor (...) «per crucem ad lucem», y de este mundo
al Padre, en el soplo vivificador del Espíritu» (Gaudete in Domino, 37).
Y ciertamente, el Padre Eterno quiso que este
hijo suyo, habiendo pasado por muchos sufrimientos y habiendo entregado
ejemplarmente su vida en el servicio amoroso a la Iglesia, pasase "de la
cruz a la luz" en el día en que la Iglesia entera celebraba la gran Fiesta
de la Transfiguración, que indica esperanzada la meta final a la que conduce la
muerte física de todo cristiano fiel.
Y él —como dijera S.S. Juan Pablo I— había
transitado ese camino de modo ejemplar: «(...) en quince años de Pontificado,
este Papa ha demostrado no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo
se sirve y cómo se trabaja y sufre por la Iglesia de Cristo».
Él
mismo, vislumbrando ya esta magnífica realidad, dejaría escrito para todos en
su "Testamento":
«Fijo la mirada en el misterio de la muerte y
de lo que a ella sigue a la luz de Cristo, el único que la esclarece; miro, por
tanto, la muerte con confianza, humilde y serenamente. Percibo la verdad que
ese misterio ha proyectado siempre sobre la vida presente y bendigo al vencedor
de la muerte por haber disipado en mí las tinieblas y descubierto su luz.
»Por ello, ante la muerte y la separación
total y definitiva de la vida presente, siento el deber de celebrar el don, la
fortuna, la belleza, el destino de esta misma fugaz existencia: Señor, te doy
gracias porque me has llamado a la vida y más aún todavía porque me has
regenerado y destinado a la plenitud de la vida».
Su
magisterio pontificio
Encíclicas:
Ecclesiam suam (6-8-1964), sobre los caminos
que la Iglesia Católica debe seguir en la actualidad para cumplir con su
misión.
Mysterium fidei (3-9-1965), sobre la doctrina
y culto de la Santa Eucaristía.
Sacerdotalis caelibatus (24-6-1967), sobre el
celibato sacerdotal.
Humanae vitae (25-7-1968), sobre la
regulación de la natalidad.
Exhortaciones
apostólicas:
Marialis cultus (2-2-1974), sobre la recta
ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen.
Petrum et Paulum.
Gaudete in Domino (9-5-1975), sobre la
alegría cristiana.
Evangelii nuntiandi (8-12-1975), acerca de la
evangelización en el mundo contemporáneo.
Cartas
apostólicas:
Octogesima adveniens (1971), con ocasión del
80 aniversario de la encíclica Rerum novarum.
Declaraciones:
Persona humana (29-12-1975), acerca de
algunas cuestiones de ética sexual.
Inter insigniores (15-10-1976), sobre la
cuestión de la admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial.
Otros:
Constitución apostólica Paenitemini
(17-2-1966), sobre el valor de la penitencia individual.
El "Credo del Pueblo de Dios"
(30-6-1968).
El Papa
Francisco lo proclama Beato el 19 de octubre de 2014 en la Plaza de San Pedro.
viernes, 17 de octubre de 2014
miércoles, 15 de octubre de 2014
Mensaje del Papa por el inicio del Año Jubilar, por el aniversario del nacimiento de Santa Teresa de Ávila.
La iglesia celebra la memoria litúrgica de
Santa Teresa de Ávila. Por este motivo comienza el Año Jubilar por el quinto
centenario del nacimiento de esta santa española (28 marzo 1515 – 15 octubre
1582). El Papa Francisco escribe un mensaje al obispo de Ávila con este motivo.
Vaticano, 15 de octubre de 2014
A Monseñor Jesús García Burillo Obispo de
Ávila
ÁVILA Querido Hermano:
El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila una
niña que con el tiempo sería conocida como santa Teresa de Jesús. Al acercarse
el quinto centenario de su nacimiento, vuelvo la mirada a esa ciudad para dar
gracias a Dios por el don de esta gran mujer y animar a los fieles de la
querida diócesis abulense y a todos los españoles a conocer la historia de esa
insigne fundadora, así como a leer sus libros, que, junto con sus hijas en los
numerosos Carmelos esparcidos por el mundo, nos siguen diciendo quién y cómo
fue la Madre Teresa y qué puede enseñarnos a los hombres y mujeres de hoy.
En la escuela de la santa andariega
aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la
lección de su vida y de su obra. Ella entendió su vida como camino de
perfección por el que Dios conduce al hombre, morada tras morada, hasta Él y,
al mismo tiempo, lo pone en marcha hacia los hombres. ¿Por qué caminos quiere
llevarnos el Señor tras las huellas y de la mano de santa Teresa? Quisiera
recordar cuatro que me hacen mucho bien: el camino de la alegría, de la
oración, de la fraternidad y del propio tiempo.
Teresa de Jesús invita a sus monjas a «andar
alegres sirviendo» (Camino 18,5). La verdadera santidad es alegría, porque “un
santo triste es un triste santo”. Los santos, antes que héroes esforzados, son
fruto de la gracia de Dios a los hombres. Cada santo nos manifiesta un rasgo
del multiforme rostro de Dios. En santa Teresa contemplamos al Dios que, siendo
«soberana Majestad, eterna Sabiduría» (Poesía 2), se revela cercano y
compañero, que tiene sus delicias en conversar con los hombres: Dios se alegra
con nosotros. Y, de sentir su amor, le nacía a la Santa una alegría contagiosa
que no podía disimular y que transmitía a su alrededor. Esta alegría es un
camino que hay que andar toda la vida. No es instantánea, superficial,
bullanguera.
Hay que procurarla ya «a los principios»
(Vida 13,1). Expresa el gozo interior del alma, es humilde y «modesta» (cf.
Fundaciones 12,1). No se alcanza por el atajo fácil que evita la renuncia, el
sufrimiento o la cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores (cf.
Vida 6,2; 30,8), mirando al Crucificado y buscando al Resucitado (cf. Camino
26,4). De ahí que la alegría de santa Teresa no sea egoísta ni
autorreferencial. Como la del cielo, consiste en «alegrarse que se alegren
todos» (Camino 30,5), poniéndose al servicio de los demás con amor desinteresado.
Al igual que a uno de sus monasterios en dificultades, la Santa nos dice
también hoy a nosotros, especialmente a los jóvenes: «¡No dejen de andar
alegres!» (Carta 284,4). ¡El Evangelio no es una bolsa de plomo que se arrastra
pesadamente, sino una fuente de gozo que llena de Dios el corazón y lo impulsa
a servir a los hermanos!
La Santa transitó también el camino de la
oración, que definió bellamente como un «tratar de amistad estando muchas veces
a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). Cuando los tiempos son “recios”,
son necesarios «amigos fuertes de Dios» para sostener a los flojos (Vida 15,5).
Rezar no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de
aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se
trata al Señor, «amigo verdadero» y «compañero» fiel de viaje, con quien «todo
se puede sufrir», pues siempre «ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (Vida 22,6).
Para orar «no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho» (Moradas
IV,1,7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente
y sufrirnos pacientemente (cf. Camino 26,3-4).
Por muchos caminos puede Dios conducir las
almas hacia sí, pero la oración es el «camino seguro» (Vida 21,5). Dejarla es
perderse (cf. Vida 19,6). Estos consejos de la Santa son de perenne actualidad.
¡Vayan adelante, pues, por el camino de la oración, con determinación, sin
detenerse, hasta el fin! Esto vale singularmente para todos los miembros de la
vida consagrada. En una cultura de lo provisorio, vivan la fidelidad del «para
siempre, siempre, siempre» (Vida 1,5); en un mundo sin esperanza, muestren la
fecundidad de un «corazón enamorado» (Poesía 5); y en una sociedad con tantos
ídolos, sean testigos de que «sólo Dios basta» (Poesía 9).
Este camino no podemos hacerlo solos, sino
juntos. Para la santa reformadora la senda de la oración discurre por la vía de
la fraternidad en el seno de la Iglesia madre. Ésta fue su respuesta
providencial, nacida de la inspiración divina y de su intuición femenina, a los
problemas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo: fundar pequeñas
comunidades de mujeres que, a imitación del “colegio apostólico”, siguieran a
Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con
una vida hecha plegaria. «Para esto os juntó Él aquí, hermanas» (Camino 2,5) y
tal fue la promesa: «que Cristo andaría con nosotras» (Vida 32,11). ¡Qué linda
definición de la fraternidad en la Iglesia: andar juntos con Cristo como
hermanos! Para ello no recomienda Teresa de Jesús muchas cosas, simplemente
tres: amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad, que
«aunque la digo a la postre es la base principal y las abraza todas» (Camino
4,4).
¡Cómo desearía, en estos tiempos, unas comunidades cristianas más
fraternas donde se haga este camino: andar en la verdad de la humildad que nos
libera de nosotros mismos para amar más y mejor a los demás, especialmente a
los más pobres! ¡Nada hay más hermoso que vivir y morir como hijos de esta
Iglesia madre!
Precisamente porque es madre de puertas
abiertas, la Iglesia siempre está en camino hacia los hombres para llevarles
aquel «agua viva» (cf. Jn 4,10) que riega el huerto de su corazón sediento.
La santa escritora y maestra de oración fue
al mismo tiempo fundadora y misionera por los caminos de España. Su experiencia
mística no la separó del mundo ni de las preocupaciones de la gente. Al
contrario, le dio nuevo impulso y coraje para la acción y los deberes de cada
día, porque también «entre los pucheros anda el Señor» (Fundaciones 5,8). Ella
vivió las dificultades de su tiempo –tan complicado– sin ceder a la tentación
del lamento amargo, sino más bien aceptándolas en la fe como una oportunidad
para dar un paso más en el camino. Y es que, «para hacer Dios grandes mercedes
a quien de veras le sirve, siempre es tiempo» (Fundaciones 4,6).
Hoy Teresa nos dice: Reza más para comprender
bien lo que pasa a tu alrededor y así actuar mejor. La oración vence el
pesimismo y genera buenas iniciativas (cf. Moradas VII,4,6). ¡Éste es el
realismo teresiano, que exige obras en lugar de emociones, y amor en vez de
ensueños, el realismo del amor humilde frente a un ascetismo afanoso! Algunas
veces la Santa abrevia sus sabrosas cartas diciendo: «Estamos de camino» (Carta
469,7.9), como expresión de la urgencia por continuar hasta el fin con la tarea
comenzada. Cuando arde el mundo, no se puede perder el tiempo en negocios de
poca importancia. ¡Ojalá contagie a todos esta santa prisa por salir a recorrer
los caminos de nuestro propio tiempo, con el Evangelio en la mano y el Espíritu
en el corazón!
«¡Ya es tiempo de caminar!» (Ana de San
Bartolomé, Últimas acciones de la vida de santa Teresa). Estas palabras de
santa Teresa de Ávila a punto de morir son la síntesis de su vida y se
convierten para nosotros, especialmente para la familia carmelitana, sus
paisanos abulenses y todos los españoles, en una preciosa herencia a conservar
y enriquecer.
Querido Hermano, con mi saludo cordial, a
todos les digo: ¡Ya es tiempo de caminar, andando por los caminos de la alegría,
de la oración, de la fraternidad, del tiempo vivido como gracia! Recorramos los
caminos de la vida de la mano de santa Teresa. Sus huellas nos conducen siempre
a Jesús.
Les pido, por favor, que recen por mí, pues
lo necesito. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
Francisco.
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