Siguiendo
con lo que he publicado el 31 de marzo del 2019 sobre la purificación de la
Iglesia, me pareció interesante mostrar no al Judas Iscariote de la Iglesia (el
que entregó a Cristo por 30 monedas de plata), sino a algunos miembros de la Iglesia
que sí han entendido el mensaje del Evangelio y trabajan en silencio y todos
los días para mejorar la calidad de vida de sus hermanos. Estas personas “no
venden”, por eso no son noticia, pero existen y son miles.
Padre
Pedro Opeka
Pedro
Pablo Opeka nació en San Martín, provincia de Buenos Aires, Argentina, el 29 de
junio de 1948. Hijo de Luis Opeka y María Marolt, inmigrantes eslovenos que
llegaron a la Argentina en enero de 1948, huyendo del comunismo que se había
instalado en Eslovenia. Hermano de Bernarda, Helena, Mariana, Luis, Irene
Silvia (Luba), Lucía e Isabel (Cvety).
De
niño aprendió el oficio de albañil. A los quince años de edad decidió ser un
sacerdote de la Iglesia católica y entró a la Congregación de la Misión (Padres
Vicentinos- Lazaristas).
Estudió
en el colegio María Reina de los padres vicentinos de Lanús y en el colegio San
Vicente de Paul, Escobar, vivió en Ramos Mejía e hizo el seminario interno en
San Miguel. Todas esas, ciudades de la provincia de Buenos Aires.
Cuando
aún no tenía diecisiete años construyó una casa en Junín de los Andes para una
familia de indígenas mapuches.
A
los 18 años ingresó en el seminario de la congregación para la misión de San
Vicente de Paul, en San Miguel.
En
1968 viajó a Europa, continuó su formación, estudiando Filosofía y Teología, en
Liubliana, Eslovenia, y en Francia. Dos años después viajó a Madagascar donde
trabajó como albañil en las parroquias lazaristas. Finalizó sus estudios en el
Instituto Católico de París. Se reunió con la Comunidad Taizé y viajó por toda
Europa.
El
25 de septiembre de 1975 fue ordenado sacerdote vicentino en la Basílica de
Nuestra Señora de Luján, y luego nombrado para hacerse cargo de una iglesia en
Vangaindrano, en el sudeste de Madagascar. En 1989 los superiores le nombraron
director de un seminario en la capital, Antananarivo.
En
1976 regresó a Madagascar, donde vive desde entonces. Hasta 1989 atendió una
parroquia en la zona selvática del sur de la isla y a partir de ese año fue
trasladado a la capital, Antananarivo, para hacerse cargo del seminario de la
congregación.
Su
misión en Madagascar
Es
actualmente sacerdote de la Congregación de la Misión, fundada por San Vicente
de Paul, y lleva más de treinta años como misionero en Madagascar, uno de los
países más pobres del planeta.
La
primera vez que estuvo en esa isla vio a cientos de chicos escarbando y
viviendo descalzos en un inmenso basurero de veinte hectáreas en las afueras de
Antananarivo, capital de Madagascar, África, y se dijo a sí mismo: Acá no hay
que hablar porque sería una falta de respeto hacia ellos, sino que debemos
ponernos a trabajar.
El
ser un hombre blanco constituyó su primer obstáculo para poder ayudarlos. Pero
encontró la manera de acercarse jugando al fútbol, una de sus pasiones. Así fue
ganando su confianza.
Uno
de los primeros proyectos de Opeka fue la remodelación de un hospital, en
conjunto con la fundación "France Libertés" (ONG francesa dirigida
por Danielle Mitterrand). Opeka conoció a la ex primera dama francesa a través
del hijo de ésta, Gilbert, ya que jugaba al fútbol con él. El relato del Padre
Pedro muestra las carencias sanitarias del país:
El
centro hospitalario de la ciudad está completamente desprovisto de todo
material y es un desafío a las reglas de higiene. Me habría muerto si mi
congregación no me hubiera repatriado a Francia.
¿Cómo puedo presentarme ante
mis fieles y persuadirlos de que se hagan tratar en el hospital, cuando conozco
lo que es?
El
hospital fue renovado por los habitantes de la zona, y el material médico
aportado por la fundación.
Además,
creó una pequeña casa para los niños, de cuatro por cuatro metros, junto al
vertedero de basura, para darles leche o té. Jugaba con ellos, les cantaba y
les enseñaba a escribir. Sobre el basurero vivían unas cinco mil personas.
Convocó a algunos jóvenes que conocía del país que estaban desempleados para
que lo ayudaran. Afirma que el haber sido obrero de la construcción de joven le
permitió tener buenas ideas para saber cómo crear fuentes de trabajo con pocas
herramientas y materiales para los indigentes. Por ejemplo, los entusiasmó con
la idea de convertir una montaña de granito en piedras y adoquines, para luego
venderlos para la construcción. De esa manera nació la cantera en la que
trabajaron hasta 2500 personas que hasta entonces vivían de la basura. Luego
aprovechó el vertedero para crear una empresa de venta de abono natural.
Con
lo producido y la ayuda de los jóvenes logró que se levantaran casillas
precarias en los bordes del vertedero, que fueron reemplazando por casas de
ladrillo de dos pisos, que él mismo iba levantando, al mismo tiempo que les
enseñaba a ellos cómo hacerlo. Los grupos de casas fueron creando diecisiete
pueblos pequeños que a su vez conformaron toda una ciudad levantada en el sitio
donde estaba el basurero.
Cada uno de esos pueblos posee su comité y las
resoluciones se toman entre los representantes de cada comité. Se crearon
escuelas primarias, secundarias, un liceo y un jardín de infantes,
dispensarios, un pequeño hospital y dos maternidades. Hay más de cuatrocientos
colaboradores del padre, entre técnicos, docentes, médicos y enfermeros. El
lugar posee agua potable y un comedor.
De
esta manera, además de evitar que miles de chicos continuaran revolviendo en la
basura, les posibilitó una vida digna a más de trescientas mil personas al
crear la organización no gubernamental denominada Akamasoa (buenos amigos, en
lengua malgache), a doce kilómetros de Antananarivo, en dirección a Tamatave.
Esta organización ayuda, desde 1990, a la gente pobre con complejos
habitacionales, educativos y laborales donde viven cerca de veinte mil
personas, y de ellos nueve mil son niños que van al colegio.
Además el Padre
Pedro los invita a rezar a la misa del domingo, oficiada con una liturgia que
tiene en cuenta la cultura del lugar y a la que asisten miles de personas,
entre ellos turistas que luego difunden su obra en el resto del mundo.
Akamasoa se convirtió así en una gran ciudad,
que hacia 2015 contaba con 17 barrios y 25 mil personas; el 60% menores de 15
años. Hay 5 guarderías, 4 escuelas, un liceo para mayores y 4 bibliotecas. En
total, 10 mil los escolarizados.
Los
puestos de trabajo de la organización se crean a partir de la explotación de la
cantera de piedra y grava, a la actividad artesanal y talleres de bordado, al
centro de compost implementado junto al vertedero, a la separación y
clasificación de la basura, a tareas agrícolas y a tareas de la construcción
(como albañiles, carpinteros, ebanistas, operadores y obreros que adoquinan las
calles).
Para
financiarse cuenta además con redes de amigos que juntan donaciones, tres ONGs
en Francia y una en Mónaco y la ayuda de Manos Unidas, de la Comunidad Europea.
Dijo
Danielle Mitterrand sobre el trabajo realizado por el Padre Opeka:
Todo
está tan bien organizado que pienso en el milagro que puede ocurrir cuando se
encuentran un hombre animado por una feroz voluntad y una situación por más
deplorable que parezca.
Sus
pensamientos e ideas
El
padre Pedro suele insistir que la mejor manera de ayudar al pobre no es con
asistencialismo sino cambiándole la conciencia para que sea autor de su propia
prosperidad:
Yo
siempre les dije a ellos, los amo demasiado como para asistirlos, si tuviera
que asistirlos yo me voy hoy de Madagascar, porque el amor no es asistir de
manera perenne a un pobre, es darle trabajo, es darle herramientas, es
cambiarle lentamente la conciencia que tiene para que sea autor y promotor de
su propia promoción. Este trabajo no es fácil porque uno se acostumbra a eso.
A
veces uno se tiene que hacer de violencia. Yo hablé con mucha fuerza para decir
hay que cambiar de mentalidad. Cambiar esa costumbre que teníamos de pedir y de
ser asistidos......por eso siempre le pido a la gente que vive allí tres cosas:
que acepten el trabajo, que acepten educar y escolarizar los niños, y que
acepten una disciplina en la comunidad.
Los
gobiernos que fomentan el asistencialismo están fomentando la delincuencia y la
exclusión y están profundizando el problema. Y si no se atacan en serio las
causas de la pobreza es para seguir aprovechándose de ellos,
utilizándolos...Junto con la pobreza económica se viene abajo la autoestima y
la moral. La familia explota y ya no hay un núcleo donde formar a la persona.
Cada uno tiene que rebuscársela, salir a robar porque cada noche tienen que
traer algo como sea, o no volver.
En
cuanto a la verdadera solidaridad, el sacerdote ha opinado que:
La
concepción de ayuda que tiene mucha gente es errónea, porque muchos quieren
ayudar para sentirse feliz. Quieren sentir la alegría de dar, quieren sentir la
alegría de que alguien le está agradeciendo. Quieren sentir la satisfacción de
sentirse alguien. Que dando soy alguien. Entonces el otro depende de mí. Hay
mucha gente que está contenta de que los otros dependan de ellos y quieren
mantener esa gente dependiendo de ellos. Esa no es la verdadera ayuda, ni la
ayuda evangélica cuando Cristo dice que tu mano derecha no sepa lo que dio tu
mano izquierda. Y cuando das lo das porque lo tuviste que dar. Luchar contra la
pobreza es también compartir.
Por
esta obra humanitaria, el padre Pedro Opeka ha sido propuesto en distintas
oportunidades por Eslovenia, Mónaco y Francia para el premio Nobel de la Paz, y
ha recibido (entre otros) los siguientes premios:
Caballero
de la orden Nacional de Madagascar (1996)
Premio
Paloma de Oro de Eslovenia (1996)
Oficial
de la Orden Nacional del Mérito de Francia (1998)
Misionero
del año jubilar, en Italia (2000)
Caballero
de la Legión de Honor de Francia (2007)
Premio
Mundo Negro a la Fraternidad (2007)
Premio
Cirilo y Metodio de Eslovenia (2008)
Premio
Cardenal Van Thuan al Desarrollo y Solidaridad, recibido en el Vaticano (2008),
entre otros.
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