miércoles, 3 de abril de 2019

Padre Pedro Opeka.



Siguiendo con lo que he publicado el 31 de marzo del 2019 sobre la purificación de la Iglesia, me pareció interesante mostrar no al Judas Iscariote de la Iglesia (el que entregó a Cristo por 30 monedas de plata), sino a algunos miembros de la Iglesia que sí han entendido el mensaje del Evangelio y trabajan en silencio y todos los días para mejorar la calidad de vida de sus hermanos. Estas personas “no venden”, por eso no son noticia, pero existen y son miles.



Padre Pedro Opeka

Pedro Pablo Opeka nació en San Martín, provincia de Buenos Aires, Argentina, el 29 de junio de 1948. Hijo de Luis Opeka y María Marolt, inmigrantes eslovenos que llegaron a la Argentina en enero de 1948, huyendo del comunismo que se había instalado en Eslovenia. Hermano de Bernarda, Helena, Mariana, Luis, Irene Silvia (Luba), Lucía e Isabel (Cvety).



De niño aprendió el oficio de albañil. A los quince años de edad decidió ser un sacerdote de la Iglesia católica y entró a la Congregación de la Misión (Padres Vicentinos- Lazaristas).

Estudió en el colegio María Reina de los padres vicentinos de Lanús y en el colegio San Vicente de Paul, Escobar, vivió en Ramos Mejía e hizo el seminario interno en San Miguel. Todas esas, ciudades de la provincia de Buenos Aires.

Cuando aún no tenía diecisiete años construyó una casa en Junín de los Andes para una familia de indígenas mapuches.
A los 18 años ingresó en el seminario de la congregación para la misión de San Vicente de Paul, en San Miguel.






En 1968 viajó a Europa, continuó su formación, estudiando Filosofía y Teología, en Liubliana, Eslovenia, y en Francia. Dos años después viajó a Madagascar donde trabajó como albañil en las parroquias lazaristas.​ Finalizó sus estudios en el Instituto Católico de París. Se reunió con la Comunidad Taizé y viajó por toda Europa.

El 25 de septiembre de 1975 fue ordenado sacerdote vicentino en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, y luego nombrado para hacerse cargo de una iglesia en Vangaindrano, en el sudeste de Madagascar. En 1989 los superiores le nombraron director de un seminario en la capital, Antananarivo.






En 1976 regresó a Madagascar, donde vive desde entonces. Hasta 1989 atendió una parroquia en la zona selvática del sur de la isla y a partir de ese año fue trasladado a la capital, Antananarivo, para hacerse cargo del seminario de la congregación.

Su misión en Madagascar

Es actualmente sacerdote de la Congregación de la Misión, fundada por San Vicente de Paul, y lleva más de treinta años como misionero en Madagascar, uno de los países más pobres del planeta.

La primera vez que estuvo en esa isla vio a cientos de chicos escarbando y viviendo descalzos en un inmenso basurero de veinte hectáreas en las afueras de Antananarivo, capital de Madagascar, África, y se dijo a sí mismo: Acá no hay que hablar porque sería una falta de respeto hacia ellos, sino que debemos ponernos a trabajar.

El ser un hombre blanco constituyó su primer obstáculo para poder ayudarlos. Pero encontró la manera de acercarse jugando al fútbol, una de sus pasiones. Así fue ganando su confianza.​







Uno de los primeros proyectos de Opeka fue la remodelación de un hospital, en conjunto con la fundación "France Libertés" (ONG francesa dirigida por Danielle Mitterrand). Opeka conoció a la ex primera dama francesa a través del hijo de ésta, Gilbert, ya que jugaba al fútbol con él. El relato del Padre Pedro muestra las carencias sanitarias del país:

Caí enfermo, tan enfermo que casi me muero. No podría haber sido de otra manera. 

El centro hospitalario de la ciudad está completamente desprovisto de todo material y es un desafío a las reglas de higiene. Me habría muerto si mi congregación no me hubiera repatriado a Francia. 

¿Cómo puedo presentarme ante mis fieles y persuadirlos de que se hagan tratar en el hospital, cuando conozco lo que es?​

El hospital fue renovado por los habitantes de la zona, y el material médico aportado por la fundación.​

Además, creó una pequeña casa para los niños, de cuatro por cuatro metros, junto al vertedero de basura, para darles leche o té. Jugaba con ellos, les cantaba y les enseñaba a escribir. Sobre el basurero vivían unas cinco mil personas. 

Convocó a algunos jóvenes que conocía del país que estaban desempleados para que lo ayudaran. Afirma que el haber sido obrero de la construcción de joven le permitió tener buenas ideas para saber cómo crear fuentes de trabajo con pocas herramientas y materiales para los indigentes. Por ejemplo, los entusiasmó con la idea de convertir una montaña de granito en piedras y adoquines, para luego venderlos para la construcción. De esa manera nació la cantera en la que trabajaron hasta 2500 personas que hasta entonces vivían de la basura. Luego aprovechó el vertedero para crear una empresa de venta de abono natural.​








Con lo producido y la ayuda de los jóvenes logró que se levantaran casillas precarias en los bordes del vertedero, que fueron reemplazando por casas de ladrillo de dos pisos, que él mismo iba levantando, al mismo tiempo que les enseñaba a ellos cómo hacerlo. Los grupos de casas fueron creando diecisiete pueblos pequeños que a su vez conformaron toda una ciudad levantada en el sitio donde estaba el basurero. 

Cada uno de esos pueblos posee su comité y las resoluciones se toman entre los representantes de cada comité. Se crearon escuelas primarias, secundarias, un liceo y un jardín de infantes, dispensarios, un pequeño hospital y dos maternidades.​ Hay más de cuatrocientos colaboradores del padre, entre técnicos, docentes, médicos y enfermeros. El lugar posee agua potable y un comedor.​


 


De esta manera, además de evitar que miles de chicos continuaran revolviendo en la basura, les posibilitó una vida digna a más de trescientas mil personas al crear la organización no gubernamental denominada Akamasoa (buenos amigos, en lengua malgache), a doce kilómetros de Antananarivo, en dirección a Tamatave. 

Esta organización ayuda, desde 1990, a la gente pobre con complejos habitacionales, educativos y laborales donde viven cerca de veinte mil personas, y de ellos nueve mil son niños que van al colegio.

 Además el Padre Pedro los invita a rezar a la misa del domingo, oficiada con una liturgia que tiene en cuenta la cultura del lugar y a la que asisten miles de personas, entre ellos turistas que luego difunden su obra en el resto del mundo.​  

Akamasoa se convirtió así en una gran ciudad, que hacia 2015 contaba con 17 barrios y 25 mil personas; el 60% menores de 15 años. Hay 5 guarderías, 4 escuelas, un liceo para mayores y 4 bibliotecas. En total, 10 mil los escolarizados.​

Los puestos de trabajo de la organización se crean a partir de la explotación de la cantera de piedra y grava, a la actividad artesanal y talleres de bordado, al centro de compost implementado junto al vertedero, a la separación y clasificación de la basura, a tareas agrícolas y a tareas de la construcción (como albañiles, carpinteros, ebanistas, operadores y obreros que adoquinan las calles).​


Para financiarse cuenta además con redes de amigos que juntan donaciones, tres ONGs en Francia y una en Mónaco y la ayuda de Manos Unidas, de la Comunidad Europea.


Dijo Danielle Mitterrand sobre el trabajo realizado por el Padre Opeka:

Todo está tan bien organizado que pienso en el milagro que puede ocurrir cuando se encuentran un hombre animado por una feroz voluntad y una situación por más deplorable que parezca.​

Sus pensamientos e ideas

Pedro Opeka en la catedral de San Juan Bautista en Máribor, el 25 de octubre de 2015.

El padre Pedro suele insistir que la mejor manera de ayudar al pobre no es con asistencialismo sino cambiándole la conciencia para que sea autor de su propia prosperidad:


Yo siempre les dije a ellos, los amo demasiado como para asistirlos, si tuviera que asistirlos yo me voy hoy de Madagascar, porque el amor no es asistir de manera perenne a un pobre, es darle trabajo, es darle herramientas, es cambiarle lentamente la conciencia que tiene para que sea autor y promotor de su propia promoción. Este trabajo no es fácil porque uno se acostumbra a eso. 


A veces uno se tiene que hacer de violencia. Yo hablé con mucha fuerza para decir hay que cambiar de mentalidad. Cambiar esa costumbre que teníamos de pedir y de ser asistidos......por eso siempre le pido a la gente que vive allí tres cosas: que acepten el trabajo, que acepten educar y escolarizar los niños, y que acepten una disciplina en la comunidad.​

Los gobiernos que fomentan el asistencialismo están fomentando la delincuencia y la exclusión y están profundizando el problema. Y si no se atacan en serio las causas de la pobreza es para seguir aprovechándose de ellos, utilizándolos...Junto con la pobreza económica se viene abajo la autoestima y la moral. La familia explota y ya no hay un núcleo donde formar a la persona. Cada uno tiene que rebuscársela, salir a robar porque cada noche tienen que traer algo como sea, o no volver.​



 

En cuanto a la verdadera solidaridad, el sacerdote ha opinado que:


La concepción de ayuda que tiene mucha gente es errónea, porque muchos quieren ayudar para sentirse feliz. Quieren sentir la alegría de dar, quieren sentir la alegría de que alguien le está agradeciendo. Quieren sentir la satisfacción de sentirse alguien. Que dando soy alguien. Entonces el otro depende de mí. Hay mucha gente que está contenta de que los otros dependan de ellos y quieren mantener esa gente dependiendo de ellos. Esa no es la verdadera ayuda, ni la ayuda evangélica cuando Cristo dice que tu mano derecha no sepa lo que dio tu mano izquierda. Y cuando das lo das porque lo tuviste que dar. Luchar contra la pobreza es también compartir.​

Por esta obra humanitaria, el padre Pedro Opeka ha sido propuesto en distintas oportunidades por Eslovenia, Mónaco y Francia para el premio Nobel de la Paz, y ha recibido (entre otros) los siguientes premios:


Caballero de la orden Nacional de Madagascar (1996)
Premio Paloma de Oro de Eslovenia (1996)
Oficial de la Orden Nacional del Mérito de Francia (1998)
Misionero del año jubilar, en Italia (2000)
Caballero de la Legión de Honor de Francia (2007)
Premio Mundo Negro a la Fraternidad (2007)
Premio Cirilo y Metodio de Eslovenia (2008)
Premio Cardenal Van Thuan al Desarrollo y Solidaridad, recibido en el Vaticano (2008), entre otros.



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