Marcelino
José Benito Champagnat, Nació en 1789 cerca de Lyon, Francia. Su padre que
llegó a ser alcalde del pueblo, por defender y favorecer la religión tuvo que
sufrir mucho durante la revolución francesa.
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Creció sin
asistir a la escuela, pero las lecturas caseras lo fueron formando en un fuerte
amor por la religión. Desde muy niño demostró mucha capacidad para aprender la
albañilería, y la practicó en su niñez, y después este oficio le va a ser muy
útil en sus fundaciones. También era ágil para el negocio. Compraba corderitos,
los engordaba, y luego los vendía y así fue haciendo sus ahorros, con los
cuales más tarde ayudará a costearse sus estudios.
Terminada
la revolución francesa, el Cardenal Fresh (tío de Napoleón) se propuso
conseguir vocaciones para el sacerdocio y fundó varios seminarios. Cerca del
pueblo de Marcelino abrieron un seminario mayor y un sacerdote visitador llegó
a la casa de los Champagnat a visitar a alguno de los jóvenes a ingresar en el
nuevo seminario. A Marcelino le entusiasmó la idea, pero su padre y su tío
decían que él no servía para los estudios sino para los oficios manuales. Sin
embargo el joven insistió y le permitieron entrar en el seminario.
Como lo
habían anunciado el padre y el tío, los estudios le resultaron sumamente
difíciles y estuvo a punto de ser echado del seminario por sus bajas notas en
los exámenes. Pero su buena conducta y el hacerse repetir las clases por unos
buenos amigos, le permitieron poder seguir estudiando para el sacerdocio.
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Poco antes
de recibir la ordenación sacerdotal, él y otros 12 compañeros hicieron el
propósito de fundar una Comunidad religiosa que propagara la devoción a la Santísima Virgen
y fueron en peregrinación a un santuario mariano a encomendar esta gracia.
Marcelino logrará cumplir este buen deseo de sus compañeros.
En 1816 fue
ordenado sacerdote y lo nombraron como coadjuntor o vicario de un sacerdote
anciano en un pueblecito donde los hombres pasaban sus ratos libres en las
cantinas tomando licor, y la juventud en bailaderos nada santos, y la
ignorancia religiosa era sumamente grande.
Marcelino
se dedicó con toda su alma a tratar de acabar con las borracheras y los
bailaderos y a procurar instruir a sus fieles lo mejor posible en la religión.
Como tenía una especial cualidad para atraer a la juventud, pronto se vio
rodeado de muchos jóvenes que deseaban ser instruidos en la religión. Y hasta
tal punto les gustaba su clase de catequesis, que antes de que abrieran la
iglesia a las seis de la mañana, ya estaban allí esperando en la puerta para
entrar a escucharle.
Marcelino
era todavía muy joven, apenas tenía 27 años, y ya resultó fundando una nueva
comunidad. Era de elevada estatura, robusto, de carácter enérgico y amable a la
vez. Alto en su aspecto físico y gigante en la virtud. Le había consagrado su
sacerdocio a la Virgen
María , y en una de sus visitas al Santuario Mariano de la Fourviere , recibió la
inspiración de dedicarse a fundar una congregación religiosa dedicada a enseñar
catecismo a los niños y a propagar la devoción a Nuestra Señora. Eso sucedió en
1816, y una placa allá en dicho santuario recuerda este importante
acontecimiento.
Lo que
movió inmediatamente a Marcelino a fundar la Comunidad de Hermanos
Maristas fue el que al visitar a un joven enfermo se dio cuenta de que aquel
pobre muchacho ignoraba totalmente la religión. Se puso a pensar que en ese
mismo estado debían estar miles y miles de jóvenes, por falta de maestros que
les enseñaran el catecismo. Lo preparó a bien morir, y se propuso buscar
compañeros que le ayudaran a instruir cristianamente a la juventud.
El 2 de
enero de 1817 empezó la nueva comunidad de Hermanos Maristas en una casita que
era una verdadera Cueva de Belén por su pobreza. Sus jóvenes compañeros se
dedicaban a estudiar religión y a cultivar un campo para conseguir su
subsistencia. El santo los formaba rígidamente en pobreza, castidad y
obediencia, para que luego fueran verdaderamente apóstoles.
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Ante todo,
las labores de sus religiosos estaban todas dirigidas a hacer conocer y amar
más a Dios y a nuestra religión. El método empleado era el de la más exquisita
caridad con todos. Marcelino no podía olvidar cómo una vez un profesor puso en
público un sobrenombre humillante a un alumno y entonces los compañeros de ese
pobre muchacho empezaron a humillarlo hasta desesperarlo. Por eso prohibió
rotundamente todo trato humillante para con los alumnos. Quitó los castigos
físicos y deprimentes. Le dio mucha importancia al canto como medio de hacer
más alegre y más eficaz la catequesis. Fue precursor de la escuela activa, en
la cual los alumnos participan positivamente en las clases. Cada religioso
debía dedicar una hora por día a prepararse en catequesis, y en pedagogía para
saber enseñar lo mejor posible.
La quinta
esencia de la pedagogía de San Marcelino era su gran devoción a la Virgen Santísima.
Repetía a sus religiosos: Todo en
honor de Jesús, pero por medio de María. Todo por María, para llevar hacia
Jesús. Y les decía: Nuestra
Comunidad pertenece por completo a Nuestra Señora la Madre de Dios. Nuestras
actividades deben estar dirigidas a hacerla amar, estimar y glorificar.
Inculquemos su devoción a nuestros jóvenes, y así los llevaremos más fácilmente
hacia Jesucristo.
Entrega su
alma a Dios por medio de María en un sábado, 6 de junio de 1840, cuando los
Hermanos estaban cantando la alabanza mariana de la Salve como inicio de la
jornada, práctica que él había introducido como escudo contra todos los
disturbios políticos y sociales que en la Francia convulsionada de su tiempo tuvieron él y
los Hermanos que soportar.
El 29 de
mayo de 1955 es beatificado por el Papa Pío XII luego del reconocimiento de 2
milagros: la curación de un cáncer terminal obrado a favor de una señora en los
Estados Unidos de América, y la de una meningitis mortal a favor de un joven de
Madagascar. El 3 de julio de 1998 el Papa Juan Pablo II firma el decreto en
donde reconoce el 3er. milagro, la curación súbita de una enfermedad terminal,
la histoplasmosis, a favor de un Hermano Marista del Uruguay. Podemos, pues,
invocarlo ya como San Marcelino Champagnat. Marcelino Champagnat fue proclamado
santo por el Papa Juan Pablo II el 18 de abril de 1999.
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