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Yo he visto estos
pies, en el verano, polvorientos y morenos de sol, sudorosos, por la enorme
fatiga, recogerse al descanso, a la sombra de la catedral de Colonia, y, al
quedar reverentes, de rodillas, todos los santos, los ángeles y los grifos, que
cantan un misterio de fe sobre la gloria del pórtico, han sonreído beatamente,
en la frialdad de la piedra sagrada y maravillosa. Y los vio sobre los montes
de Spira, en lucha amarga con las tormentas de invierno, ir dejando en la nieve
un camino de sangre. Pero su vida y su gloria —la de estos pies
extraordinarios— resplandecen en caminar sin vacilaciones, sin pausas. ¿Qué
buscan con tan ardorosa impaciencia estos pies? ¡Las almas!
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Pero estos pies —para siempre, ahora,
descalzos, mendicantes apostólicos— calzaron en su juventud finos escarpines de
pieles, labradas en oro y pedrería. Eran esbeltos y ágiles para la danza en las
fiestas de corte del emperador Enrique; cauteloso para tantear los laberintos
sutiles de la política; raudos en la ambición de prebendas y honores.
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Había nacido el año 1080, en la pequeña ciudad
de Santes, del Estado de Cléves, en las márgenes alemanas del Rhin, que tiene
castillos de leyenda, viñedos dorados por un embrujo de sol, para que destilen
sus vinos, como la sangre encendida. La Crónica laudatoria del XVII atribuye a su padre
Heriberto ascendencia de césares. Era realmente noble y emparentado con el
emperador. Su madre Haduvije “traía origen de la Serenísima Casa de
Lorena, raíz fecunda de donde han descollado, en todas las edades, muy
cristianos héroes". Pues nada sorprende que, con semejantes ejecutorias en
su cuna, tuviera Norberto entre sus manos la estrella de los elegidos y la
fortuna asomada a sus ojos anhelantes y limpios. Sería un puro intelectual de
la época, libre de toda servidumbre a las armas y a las artesanías.
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Norberto ha vivido estos mundos alucinantes de
la sabiduría. Tiene una inteligencia despejada y aguda; imaginación dulce para
los madrigales, una palabra vital, que hace impacto de llagas en quien le oye.
Sigue las disciplinas eclesiásticas porque le
prima en la sangre el ejemplo de su tío, Federico de Carinthia, arzobispo de
Colonia. Y asciende al subdiaconado, pero sin intenciones de consagrarse al
Señor, en la plenitud de entrega del sacerdocio. Su tonsura le traerá un estado
de vida magnificada por los honores y por las prebendas. Su propio tío le
confiere una capellanía en la imperial iglesia de Santes, donde se muere de
tedio y de nostalgias bajo el meridiano del demonio, dando a sus pasiones
placer y a su ambición conquistas. Un canonicato en la catedral de Colonia le
introduce triunfalmente en la vida cortesana. El emperador le hace su
limosnero. Y ya está Norberto sobre los lujosos escenarios de la intriga
palatina, para decir su papel, en alegres justas de amor, que han de terminar
en drama. De cuerpo bien plantado y hermoso, maestro de humanidades, de
cetrerías y poesías, insinuante y bien compuesto el ademán, la palabra caliente...,
y una turba de damas, como gacelas, que ansían el venablo del cazador.
Hay para Norberto, en este tiempo de
vanidades, un viaje imperial a Roma, porque Enrique desea zanjar con el papa
Pascual Il el escándalo de las investiduras que trae envilecida a la
cristiandad, Han precedido unas conversaciones en Sutri, donde ambas partes
llegaron a un esquema de convenio. Sólo falta la solemnidad de la firma, en la
gran ceremonia que se celebra en San Pedro, con pausada pompa papal. Pero
entonces, lejos de suscribir el emperador las estipulaciones de Sutri,
"con la mayor alevosía que se lee en las historias —según papeles del
tiempo—, hace una seña en alemán a sus tropas, que se echan sobre el Pontífice
y los cardenales, les despojan de sus saeras vestiduras y los reducen a
prisión". Fuera, los regocijos de Roma por la visita de tan insigne
viajero naufragan en sangre inocente, en tropelías de la soldadesca, en
incendios de destrucción. El alma exquisita de Norberto se turba y reprueba la
conducta indigna de su amo: corre a la cárcel del Pontífice para reverenciarle
y llorar con él tan grandes desventuras, y, ya de regreso en Alemania, no
quiere admitir el obispado de Cambray, con el que desea investirle el
emperador. Es el principio de su salud.
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Se repite la historia de Saulo. Norberto
encuentra su Ananías en el santo abad del cenobio de Ligeberg, en cuyas
soledades se convierte a la contrición de sus pecados, a la penitencia.
Entonces decide ascender hasta el sacerdocio. Su primera misa en la iglesia
natal de Santes se configura, como una perfecta crucifixión, con el Cristo vivo
de su Sacrificio.
Es escarnecido por clérigos y por labradores, que le
recuerdan los regalos carnales de su vida mundana; pero el sermón primero que
les dirige impresiona hasta las lágrimas a todos sus paisanos, porque les confiesa
con extrema humildad los escándalos de su vida y les invita a seguir a
Jesucristo, en la vida nueva que él va a emprender.
Y sus pies inician la gran epopeya. Reparte
entre los pobres sus tesoros; renuncia a los cargos eclesiásticos y se hace sembrador
del Evangelio por todas las marcas del Rhin, con milagros, carismas y don de
lenguas, como los mismos apóstoles, que recibieron en Pentecostés al Santo
Espíritu.
Andar y andar, a la sola conquista de las almas. Los auditorios que
abarrotan los templos vienen de largas distancias para oírle: pastores,
letrados, clérigos, y todos quedan embebidos en los ardores de su caridad.
Acusado falazmente por su propio Cabildo de Colonia al concilio de Hesse, en
1118, alcanza del Papa una legación para predicar en todo el orbe.
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En 1119, muerto el papa Gelasio, le sucede el
arzobispo de Viena, Calixto II, quien convoca un concilio en Reims para la
reforma de las costumbres y el arreglo de la cuestión de las investiduras.
Asisten cuatrocientos obispos, el rey de Francia y nuestros dos apóstoles,
Norberto y Hugo.
En el curso de las sesiones conocen al obispo de Laón, don
Bartolomé, quien, movido del Espíritu, ofrece edificar un monasterio allí donde
lo determine Norberto. Y así nace el Premontré. En la selva de Coucy,
pantanosa, sombría, dantesca, circundada de montes pelados y rocosos, hay un
prado —Pratum monstratum— donde Norberto presiente que debe nacer su obra.
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Y así van por
las ciudades y las campiñas, con su hábito de lana blanca, como ángeles de la
buena noticia, adoradores del sacramento y heraldos de Santa María.
El suceso del Premontré conmueve a toda
Europa. Las grandes Ordenes monásticas que obedecen a Cluny han entrado en una
crisis de decadencia; las riquezas territoriales y el amplio poder de
jurisdicción han corrompido al Cister; la soberbia de su gran abad Pons de
Melgueil siembra de rivalidades la paz de los monjes, hasta conducirles a la
excomunión y a la apostasía.
Por eso Francia, Alemania, Bélgica acogen a los
premonstratenses como la medicina celeste que Dios les envía. En los cuatro
primeros años Norberto preside ya nueve monasterios y atiende a la formación de
sus canónigos, a quienes empuja y calienta el ejemplo santo de su vida.
En este nacimiento afortunado de la Orden hay un signo que la
consagra definitivamente: el encuentro de su fundador con la herejía maniquea.
Importada de Asia a Europa en el siglo III, reaparece con nuevos bríos en
Amberes y Brujas, en el Delfinado, Provenza y Languedoc.
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Pero su muerte aumenta el
número de los seguidores, encolerizados y rebeldes. Y es Norberto, con sus
canónigos, llamados por el obispo de Cambray, quienes combaten el error y
devuelven la paz y el orden a las gentes.
Semejante suceso le hace concebir una idea
genial y salvadora. Su Orden tendrá otra rama, completamente secular, donde
hombres y mujeres, que viven en el mundo. Observan una vida cristiana, a la
sombra de sus abadías, lucrándose de las instrucciones, del ejemplo, de la
oración. y de la compañía de sus canónigos. Son, ya entrevistas, las Ordenes
Terceras, que los mendicantes Asís y Domingo han de fundar, después, corno
pilares ciclópeos de la grandeza espiritual de la Alta Edad Media.
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Le
conocen bien: le saben piadoso y justiciero; y le suplican que, en aquella hora
de amargura, les consuele su palabra, ungida de tantos carismas. Lotario asiste
al sermón y queda transido del amor de caridad en que se abrasa el apóstol. Y
sin saber cómo —¡el Santo Espíritu sopla donde quiere y como quiere!—
arrebatado el auditorio se echa sobre Norberto, clamando, "¡Norberto,
arzobispo de Magdeburgo!". Queda anonadado y se resiste, con violencias,
por su auténtica humildad. Pero aquel fervor de multitud mueve a Lotario a
confirmar la elección de Norberto y después al Papa. A los pocos días hace su
entrada en la catedral.
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Durante los ocho años de su pastoreo
arzobispal Norberto culmina, en sus obras, el ejemplo de San Pablo. Pone a su
discípulo Hugo como gran abad de toda la Orden , que se extiende por ciento veinte
monasterios.
Predica y escribe. Es perseguido como el apóstol, salvando por dos
veces la vida de manos criminales. Viaja con el emperador a Roma y consigue
deponer al antipapa Pedro de León. Asiste al concilio de Reims, donde su
sabiduría brilla con los mismos resplandores de su santidad y de su celo.
El 6 de junio de 1134, dentro de la octava de
Pentecostés, este siervo humilde, a quien San Bernardo llamaba
"Maestro", apóstol fidelísimo del Espíritu Santo, agotado de la fiebre,
en suaves transportes de divino amor, se fue para el cielo a festejar los gozos
de su Pascua.
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Sólo fui rico cuando de ellos carecí. Porque lo
mismo fue arrojar de mi corazón los bienes de la tierra que llenarse de los de
la gloria, mucho mejores sin comparación, de suavidad inefable y de una
duración eterna".
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