Nace el 4 de
octubre de 1880 en San Gregorio, pueblo de los Apeninos Centrales, en la región
de "Abbruzzi".
Sus
padres, humildes labradores, se llamaban Santa Colaiandi y
Ludovico De Angelis.
Era la
primogénita y tuvo que ayudar en el cuidado de los hermanos. Frecuento
esporádicamente la escuela, donde aprendió a leer y escribir. Al llegar a la
adolescencia, colaboró con el padre en las tareas agrícolas.
Su
párroco, P. Samuel Tarquini, la puso al frente de la Asociación de Hijas de
María, fundada por él. El 14 de noviembre de 1904 ingresó como postulante en el
noviciado de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, en Savona,
guiada y ayudada económicamente por el P. Tarquini, dado la oposición de su
familia. El 3 de mayo de 1905 vistió el anhelado hábito. En la vestición, se le
impuso el nombre de Ludovica. Comenzó entonces el noviciado. El 3 de mayo de
1906 se consagró a Dios a través de los votos de pobreza, castidad y
obediencia.
Sus
padres estuvieron ausentes y compartió su alegría con el P. Samuel, que le
costeó el vestido de profesa.
El 14
de noviembre de 1907, con cuatro religiosas se embarcaron para la Argentina. Llegaron
a Buenos Aires el 4 de diciembre y se dirigieron a la Casa Provincial.

La Ciudad había sido fundada en 1882, tenía a la sazón de 26 años,
es decir dos menos que sor Ludovica; al decir de Fray Contardo Miglioranza,
crecieron juntas.
Su
destino era la cocina y la despensa. En 1909, al ver su sentido de
responsabilidad, el Dr. Cometto la propuso como administradora, cargo que
honrará hasta la hora de su muerte en 1962.
Según
distintos testimonios, luchó y logró quitar al lugar toda la frialdad de los
hospitales clásicos, fue consejera, directora espiritual del personal y de los
familiares de los pacientes, aprendió y se ejercitó en todos los oficios
propios de una enfermera, llegó a ser una experta colaboradora de los médicos y
desempeñaba hasta los menesteres más humildes. A través de su intuición y
experiencia captaba tan cabalmente al enfermo que los médicos daban gran
crédito a sus observaciones.
El 3 de
mayo profesó con los votos perpetuos.
Al
morir la Superiora
del Hospital, en 1915, el Dr. Cometto acompañado de otros médicos, pidió a la Madre Provincial
que la nombrara a Sor Ludovica, ya que tanto él como todo el personal,
admiraban sus dotes no comunes de prudencia, previsión y capacidad de
dirección. La Madre
accedió y hubo que convencer a la interesada que alegaba su ignorancia.
Al
asumir el cargo, encaró una paulatina ampliación del lugar, que pertenecía a la Sociedad de Beneficencia.
Para lograrlo, solicitó la ayuda de los platenses.
El
Hospital de Niños, gracias a su corazón caritativo, no sólo atendió a los
enfermos, sino que amparó a aquellos que sus padres abandonaban al internarlos.
Ella siguió su educación y costeó sus estudios. En una ocasión, uno de estos
jovencitos se fracturó el cráneo, A las 36 horas se agravó y los médicos
decidieron operarlo. Sor Ludovica se opuso terminantemente. Los profesionales
le delegaron la responsabilidad, ya que en ese momento tenía la maternidad del
enfermo. Después de 48 horas, el niño recobró el conocimiento y mejoró
rápidamente. Cuando le preguntaron a la superiora el motivo de su decisión,
decía: "Dios me dijo que no era necesaria la operación".

En
Savona, aprovechó la cortesía de alguna cohermana para dar un paseo por la
"Riviera Ligure". Allí visitó varias casas consagradas a la
recuperación de niños débiles. Esto la inspiró para renovar en nuestras tierras
esa experiencia tan beneficiosa, Al regresar, emprendería la obra, que sería el
"Solario" de Punta Mogotes, en Mar del Plata.
En
1937, de acuerdo con el director del Hospital, Dr. Alejandro Oyuela, solicitó
al ministro de Obras Públicas, la cesión de una quinta en City Bell, para la
instalación del solario. Pero decidió transformar esos terrenos en una quinta
para hortalizas sanas y frescas y fruta abundante y en una granja para cría de
aves y cerdos. De esa manera, brindaría a sus niños huevos, pollos y embutidos
de primera calidad.
Durante
19 años, día por medio, iba a la granja y volvía con las canastas llenas. En la
época de los tomates, preparaba conservas para todo el año. Aprovechaba el
viaje para llevar u grupo de niños dar un paseo.
Como
experta agrícola, se preocupó del desgaste de la tierra y buscó un fertilizante
natural y barato: solicitó al intendente Frangi, que le cediera el abono
proveniente de los caballos del corralón municipal de Villa Elisa.
Debido
a la extirpación del riñón, fue obligada a tomar un breve descanso en Mar del
Plata. Sintiendo en sí misma los beneficios del mar, del aire yodado y de los
rayos solares, comenzó a pensar en los beneficios que sacarían los niños
débiles, raquíticos, atacados por problemas óseos y se embarco en el proyecto
de un solario marítimo. Fue una lucha titánica de siete años, debido a muchas
oposiciones, pero con su voluntad tenaz y con las oraciones pedidas por ella a
los enfermos y al personal, se vencieron los obstáculos. Se inauguró en 1943.
Sor Ludovica sabía que sanar el espíritu es más beneficioso que curar las
enfermedades. Por eso, hizo construir una capilla que dedicó a San José.

Mientras
estaba empeñada en sus peripecias edilicias, en sus viajes con la
"cañoneta", en sus cuidados de la quinta y de la granja y en sus desvelos
maternales por su mundo infantil, desde la Dirección de Higiene de la Provincia acechaban sus
actividades e intervinieron la Administración del Hospital. Los vaivenes de
acusaciones, inspecciones y descargos debieron amargarla mucho. Pero lo tomó con
serenidad y como prueba del Señor. Prosiguió su ardoroso ritmo de trabajo y de
oración, sin quejas. Y la luz llegó a través de la defensa y exaltación de sus
colaboradores.
Al
intuir que la locura humana desataría otra vez los horrores de la guerra, previó
la carencia de productos medicinales con la compra de productos que cubrieron
la demanda por largo tiempo. Su administración era abierta y generosa. Después
del terremoto de San Juan, el Hospital de Niños mandó más suero antitetánico,
antigangrenoso y antidiftérico que la Dirección General
de Hospitales de la
Provincia.

En
1951, se opuso a un Decreto Oficial para que el Hospital llevara su nombre.
("¿Con quién me confundieron? Yo soy una religiosa... rompan ese decreto.
Si no lo hacen, sepan que mañana mismo me voy para Italia"). Sólo después
de su muerte, se pudo llevar a cabo ese homenaje.
En ese
mismo año una imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima recorrió el mundo y
estuvo varios días en La
Plata. Todo el Hospital fue movilizado en los preparativos,
en la recepción, en las veladas de oraciones, en los cantos y en la despedida. La Virgen transitó sala por
sala. Muchos testimonios hablan de la constante devoción mariana de Sor
Ludovica. Día y noche, al recorrer pasillos y salas, desgranaba rosarios y
jaculatorias. Anualmente el personal peregrinaba a Luján. Ella era siempre la
animadora.
Desde
que le extirparon el riñón en 1935, su salud quedó debilitada, pero por sus
ansias de servir a los niños, se despreocupó de sus problemas personales. A lo
largo de los años, sufrió más de un edema pulmonar, pero el que padeció en
1957, alcanzó una gravedad extrema. Su curación la atribuyó a una gracia
especial de Nuestra Señora de la Misericordia.
Siempre
tenía una tierna y generosa palabra de consuelo y esperanza para los familiares
de los internados. Según testimonios, recorría todos los rincones de la casa,
para que funcionara a la perfección. Nada debía faltar, y si algo faltaba,
había que agotar los medios para conseguirlo. Cuando escaseaba la leche,
recorría los tambos para traerla. Por la
tarde, visitaba la Casa
de Gobierno y oras dependencias oficiales para agilizar trámites
administrativos, como en busca de recursos para las obras y visita de comercios
para pedir ayuda y donaciones. Estas visitas y trámites tenían también un aire
familiar y pedagógico. Llamaba por turno a una docena de niños convalecientes y
partía con ellos para distraerlos y oxigenar sus pulmones.
Falleció
el domingo 25 de Febrero de 1962,
a los 82 años de edad.
Fue
Beatificada por el Papa Juan Pablo II, el 3 de Octubre de 2004, en Roma. Su
cuerpo se encuentra en la
Iglesia Catedral de La Plata, Argentina.
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