
Nació
el 14 de agosto de 1860 en Kaltbrunn, St. Gallen (Suiza). Fue bautizada al día
siguiente con el nombre de María Josefa Carolina.
Fue
dotada de una inteligencia poco común que su madre supo guiar, esforzándose por
darle una esmerada educación, que incluía una sólida formación cristiana y en
virtudes, con la que la Beata fue moldeando poco a poco su corazón a las
inspiraciones de Dios, y un amor peculiar a la Virgen María.
En
la escuela de Kaltbrun, cursó con gran aprovechamiento los estudios de la
enseñanza primaria; en el instituto María Hilf de Altstätten, dirigido por una
comunidad de religiosas de la Tercera Orden Regular de san Francisco, los de
enseñanza media (1º de octubre de 1880); y en Friburgo perfeccionó sus
conocimientos y recibió el diploma oficial de maestra.

El
22 de agosto del año siguiente, emitió los votos religiosos.
Dada
su preparación pedagógica, fue destinada a la enseñanza en el colegio anexo al
monasterio.

La
beata María Bernarda Bütler, superiora del convento, que encabezó el grupo de
las seis misioneras, la descibía con las siguientes palabras: «A la fundación
misionera va la madre Caridad, generosa en sumo grado, que no retrocede ante
ningún sacrificio y, con su extraordinario don de gentes y su pedagogía, podrá
prestar a la misión grandes servicios».
El
19 de junio de 1888 la madre Caridad y sus compañeras emprendieron el viaje
hacia Chone, Ecuador. En 1893 continuó misionando, pero ahora en Túquerres,
Colombia, donde pasó gran parte de su vida. Ahí, se ganó el afecto de los
indígenas, a quienes atendía con gran celo misionero, haciendo hasta lo
imposible para llegar hasta donde estaban, desafiando al clima y las
condiciones del terreno.
Le
preocupaban de manera especial los más pobres, los marginados y los que todavía
no conocían el Evangelio.

Al
incio, la Congregación estuvo compuesta por jóvenes suizas, pero pronto se
unieron las vocaciones autóctonas, sobre todo de Colombia, que hicieron crecer
su carisma y extendenderlo a varios países.
La
madre Caridad, en su actividad apostólica, supo compaginar muy bien la
contemplación y la acción. Exhortaba a sus hijas a una preparación académica
eficiente, pero «sin que se apague el espíritu de la santa oración y devoción».
Cultivaba la vida interior y vivía en continua presencia de Dios.
Su
fortaleza espiritual fue la santa Eucaristía, donde encontró los valores que le
dieron sentido a su vida. Movida por ese amor, infundió la Adoración Perpetua a
Jesús Sacramentado, de manera diurna y nocturna, que dejó como el patrimonio
más estimado a su comunidad, junto con el amor y apoyo a los sacerdotes como
ministros de Dios.
Fue
superiora general y guía espiritual de su Congregación de 1893 hasta 1919, y
reelegida de 1928 a 1940; después manifestó su decisión irrevocable de no
volver a tomar el cargo, y a su sucesora le prometió filial obediencia.
A
sus 82 años de edad presintió su muerte, no sin antes exhortar a sus hermanas a
continuar con las obras de caridad con los más necesitados y adherirse a los
sacerdotes.
El
27 de febrero de 1943 en Pasto, Colombia falleció. Al divulgarse la noticia una
multitud de devotos acudieron a venerar sus restos mortales, encomendándose a
su intercesión.
Los
funerales se celebraron el 2 de marzo de 1943, con la asistencia de autoridades
eclesiásticas y civiles, así como una gran multitud de fieles que decían: «ha
muerto una santa». Su tumba sigue siendo meta constante de peregrinos que la
invocan en sus necesidades.
El
23 de marzo de 2003 el Papa San Juan Pablo II la proclamó Beata.
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