Nicolás,
hijo de comerciantes, dócil y reservado, nació en 1745 en Boulogne sur Mer,
importante puerto vecino al canal de la Mancha, creció en una familia
acomodada, numerosa y de firmes principios religiosos: una madre presente y
alegre, un padre recto y honesto en sus operaciones comerciales de productos
alimentarios y de vino, además propietario también de dos salinas en La
Rochelle.
Por
motivo de ser parte de un hogar religioso, los padres eligen la escuela lasallana,
orientada al fortalecimiento de las actividades del cálculo, muy apropiadas
para dar concreción al programa escolar de los hijos de los comerciantes,
además de los artesanos y pobres. Su mismo padre ya había sido alumno en ella y
la tenía en estima y aprecio.
A
los 16 años, concluye la escuela y con miras a un empleo en la empresa
familiar, es enviado a Devres, no lejos de Boulogne y luego a París para un
tiempo de “prácticas”. Pero justamente, en el tumulto de la capital, donde
impera la intolerancia religiosa y los jóvenes – como aquellos que se alojan
con él en la pensión Vessette – es donde madura el rechazo hacia una vida
desmedida y mundana y crece la nostalgia de una vida en plenitud.
El
regreso a casa y la determinación: “quiero ser como mis maestros, los Hermanos
de las Escuelas Cristianas, hacer mía su piedad, austeridad, el servicio a los
jóvenes”, provoca que a los 21 años ingresara al noviciado, con la alegría de
un camino pleno y verdadero, testimoniado por las cartas que escribe a su
familia, gran don del cielo. Allí recibe el nombre de Hermano Salomón.
Sus
éxitos comenzaron a destacarse; maestro a sus 23 años, primero en Rennes y
luego en Rouen y llegar a tener hasta 130 alumnos en clase, acompañando a cada
uno de ellos desde la mañana hasta el atardecer. En este espacio aprende el
sufrimiento, a relacionarse con ternura, misericordia, autoridad, cambiando su
innata timidez en alegría y sana preocupación no sólo por enseñar, sino más aún
por acompañar con paciencia, vistas las carencias de las familias de origen,
hacia horizontes de sentido.
A
sus 27 años, emite los votos perpetuos y pocos meses después recibe su nuevo
destino como maestro de novicios, donde dedicó sus esfuerzos a la: capacidad de
discernimiento y de acompañamiento de los futuros religiosos, a los cuales
trasmite el sentido profundo de los reglamentos y constituciones lasallanos,
introduciéndoles en la práctica constante de la virtud.
Con
32 años lo encontramos como administrador en Mareville, un gran complejo
educativo, con cerca de 1.000 alumnos, entre ellos 150 muchachos “difíciles”
enviados por los tribunales, un noviciado y una comunidad de 40 Hermanos. Además
de algunas enseñanzas, sobre todo se dedicó a administrar; Un cambio repentino
de vida, que lo devuelve a las cosas del mundo, fuerte de prudencia y
equilibrio, como le había enseñado su padre.
Después
de nueve años allí, es enviado a enseñar matemáticas en el escolasticado de
Melun, escuela de formación de los maestros lasallanos, donde permanece 5 años.
La rectitud de su razonamiento, la sencillez, la discreción y la gran
competencia que apasionaba a sus alumnos lo llaman para ser secretario personal
del Director.
Dos
años después estalla la revolución. El Hermano Salomón continuó con su trabajo
y junto con otros hermanos se niega a prestar juramento al Estado. Se suprimen
las congregaciones y también las escuelas de los Lasallanos, por lo que son
expulsados de sus casas en condiciones de pobreza total y regresan a sus
familias de origen aquellos que pueden.
En
este periodo, el Hno. Salomón se encuentra con el P. Clorivière, jesuita, y
comparte con él su intuición: transformar los institutos religiosos en tiempo
de persecución en lo que posteriormente serán los institutos seculares,
viviendo la propia vocación en el mundo. En el bosque de Senart hace un retiro
antes del calvario.
Posteriormente, llega el momento culminante de
la Revolución Francesa, que suspende los derechos personales en nombre de la
democracia y de la igualdad. Ante toda esta polémica, los religiosos con
quienes más pagan y el 15 de agosto de 1792 su última carta: ante la tempestad,
el Hermano permanece sereno, preocupado más por la familia y por sus Hermanos
que por sí mismo: “Suframos con alegría y agradecimiento por las cruces y las
aflicciones que nos son enviadas. Por mi parte no soy digno de sufrir por Él,
puesto que hasta este momento no he experimentado nada malo, mientras hay tantos
confesores de la fe que se encuentran en dificultad”.
Pocas
horas después es arrestado por un tropel de 50 hombres y junto con 166
sacerdotes y religiosos “refractarios” es encarcelado en el convento de los
Carmelitas de París. Interrogado durante la noche, pasa los últimos días sin
comida. Es el Hermano Abram, prisionero con él que logrará escapar, quien
relata los últimos momentos vividos como si fueran unos ejercicios espirituales
lasallanos: desprendimiento de los bienes materiales y preparación para el
martirio.
El
2 de septiembre fue su última oportunidad para retractarse y prestar el
juramento a la Constitución Civil del Clero y en su descanso que fungía como su
salida al jardín para la tradicional hora al aire libre, en dos grupos
sucesivos, les acompañaron los sicarios, quienes a una orden convenida,
comienzan a matar a golpes de espada, fusil y pistola.
Fueron
beatificados el 17 de octubre de 1926 por el Papa Pío XI junto con un grupo
total de 191 víctimas de las masacres de septiembre. Primer mártir lasallano,
el Hermano Salomón será seguido luego por otros tres Hermanos muertos en
aquellos años en los pontones de Rochefort y beatificados en 1995.
Fue
canonizado por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016 en la Plaza de San
Pedro, Roma.
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