Martirologio
Romano: En el pueblo de Silla en el mismo territorio, beato Juan María de la
Cruz (Mariano) García Méndez, sacerdote de la Congregación de los Sacerdotes
del Sagrado Corazón de Jesús y mártir, que siempre en la misma persecución
religiosa conservó la fe en Cristo hasta la muerte.
Nació
en San Esteban de los Patos, Ávila, en el seno de una familia campesina.
Párroco en la diócesis de Ávila desde 1916.
Hombre de oración, especialmente
delante del Santísimo, tenía una generosidad ardiente para con los pobres y
cuantos acudían a su puerta. Su interés por la catequesis de niños y adultos
dejó la huella de este buen cura entre sus feligreses.
Buscó
un camino vocacional en la vida religiosa. En tres veces vive esta tensión
interior e iniciará la experiencia. Una primera será siendo seminarista con los
Dominicos de Santo Tomás de Ávila, la siguiente con los Carmelitas y la tercera
con los Trapenses de Cóbreces.
Siempre
será la misma respuesta: "por motivos de salud, no es apto para este tipo
de vida religiosa". Nunca fue un hombre sano, a los varios achaques se
sumaban las continuas mortificaciones, hasta con el uso de disciplinas y
cilicios.
En
1926 ingresó en la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús
(Dehonianos).
Don Mariano García Méndez tomará el nombre de padre Juan María de
la Cruz y se establece en la comunidad de Puente la Reina. Su salud es precaria
pero él le pide a Dios "10 años más de apostolado".
Son
muchos los recuerdos que quedan de "aquel padre que era un santo",
por parte de los laicos, amigos y colaboradores; a los religiosos y religiosas
que lo tuvieron como huésped en sus casas les dejó su testimonio de hombre de
oración, servicial y humilde.
Dotado para la predicación, siempre estaba
dispuesto a hacerlo si era necesario, y su amor por la Eucaristía lo llevó a
ser un propagador de la obra de la Adoración Perpetua y a hablar siempre del
Amor misericordioso del Salvador.
La
espiritualidad mariana era otro de sus grandes amores, y la vida siempre
itinerante de estos años le permitía visitar sus santuarios y después contar y
animar con ello a sus seminaristas.
El
18 de julio de 1936 comienza de lleno la guerra civil.
A
los del santuario de Garaballa les tocar salir huyendo en direcciones opuestas.
Y al padre Juan, "disfrazado de paisano", con una chaqueta fuera de
medida, que le valdrá el sobre nombre de "padre Chaquetón" en la
cárcel, se le abre el camino hacia Valencia, ciudad en la que podría pasar
desapercibido, en casa de colaboradores de la Congregación.
Habían pasado cinco días de la sublevación
militar. No tuvo ni tiempo de establecer contacto. Al encaminarse hacia aquella
dirección se tropezó con uno de los tantos incendios de iglesias que oscurecían
el cielo de Valencia. Espectador, como tantos otros, de la barbarie artística y
religiosa no pudo menos que decir en voz alta que aquello era un crimen, un
sacrilegio.
Al
pedírsele explicaciones acusándolo de ser de derecha, respondió sencilla y
llanamente que era un sacerdote, tal como testimonia un abogado compañero de
cárcel, maravillado de que una persona pudiera ser tan ingenua o tuviera tanto
coraje.
Termina
en la Cárcel Modelo de Valencia, cuarta galería, celda 476. Sin juicio previo,
en la noche del 3 de agosto de 1936, sin más acusación que la de ser sacerdote
y no ocultarlo, al P. Juan María de la Cruz bajo la consigna de
"Libertad" lo llaman a salir de su celda.
Enseguida
se da cuenta que la libertad adquiere otro sentido, el de las puertas abiertas
hacia la muerte liberadora, camino nuevo hacia el encuentro con el Señor. En
los campos de Silla, diez cuerpos quedan tendidos entre olivos.
En las primeras
horas del día serán sepultados en el cementerio municipal en una fosa común sin
nombre. Será trasladado a Puente la Reina donde entre los seminaristas de
aquella casa ha sido testigo callado y fiel de una vida entregada y generosa.
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