Antonio
Claret y Clará nació en Sallent (Barcelona, España) el 23 de diciembre de 1807.
Era el quinto de once hijos de Juan Claret y Josefa Clará. Le bautizaron el día
de Navidad. La escasa salud de su madre hizo que se le pusiera al cuidado de
una nodriza en Santa María de Olot. Una noche en que Antonio se quedó en la
casa paterna se hundió la casa de la nodriza muriendo todos en el accidente.
Para Claret aquello supuso siempre una señal de la providencia.
La cuna de
Claret fue sacudida constantemente por el traqueteo de los telares de madera
que su padre tenía en los bajos de la casa. Ya desde sus primeros años Antonio
dio muestras de una inteligencia y de buen corazón. A los cinco años, pensaba
en la eternidad: por la noche, sentado en la cama, quedaba impresionado por
aquel "siempre, siempre, siempre". El mismo recordaría estas
palabras, más tarde, siendo Arzobispo: "Esta idea de la eternidad quedó en
mí tan grabada, que, ya sea por lo tierno que empezó en mí o ya sea por las
muchas veces que pensaba en ella, lo cierto es que es lo que más tengo
presente. Esta misma idea es la que más me ha hecho y me hace trabajar aún, y
me hará trabajar mientras viva, en la conversión de los pecadores" (Aut.
nº 9)
La guerra
popular contra Napoleón embargaba vivamente el ambiente de la época. Sus
soldados pasaban frecuentemente por la villa entre los años 1808 y 1814. Hasta
los sacerdotes del pueblo se habían sumado a la lucha. En 1812 se promulgaba la
nueva Constitución.
Mientras,
Antonio jugaba, estudiaba, crecía... Dos amores destacaban ya en el pequeño
Claret: la Eucaristía
y la Virgen. Asistía
con atención a la misa; dejaba momentáneamente el juego para visitar a Jesús en
la iglesia siempre que no ocasionara molestias a sus compañeros; iba con
frecuencia, acompañado de su hermana Rosa, a la ermita de Fusimaña y rezaba
diariamente el rosario.
Una
debilidad de Antonio eran los libros. Se los devoraba. Pocas cosas contribuyeron
tanto a la santidad de Antonio como sus lecturas, las primeras lecturas de su
infancia. Porque sus lecturas eran escogidas. Pero ya entonces Antonio tenía
una ilusión: llegar a ser sacerdote y apóstol. Sin embargo, su vocación debería
recorrer todavía otro itinerario.
Entre
los Telares:
Toda su
adolescencia la pasó Antonio en el taller de su padre. Pronto consiguió llegar
a ser maestro en el arte textil. Para perfeccionarse en la fabricación pidió a
su padre que le permitiera ir a Barcelona, donde la industria estaba atrayendo
a numerosos jóvenes. Allí se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de la Lonja. Trabajaba
de día, y de noche estudiaba. Aunque seguía siendo un buen cristiano, su
corazón estaba centrado en su trabajo. Gracias a su tesón e ingenio llegó
pronto a superar en calidad y belleza las muestras que llegaban del extranjero.
Un grupo de empresarios, admirados de su competencia, le propusieron un plan
halagüeño: fundar una compañía textil corriendo a cuenta de ellos la
financiación y el montaje de la fábrica. Pero Antonio, inexplicablemente, se
negó. Dios andaba por medio.
Unos
cuantos hechos le hicieron más sensible el oído a la voz de Dios.
a) Un amigo
a quien estimaba mucho tenía el grave vicio del juego. Llegó a robarle sus ahorros
para jugarlos y cuando los perdió, desesperado robó unas joyas valiosas, las
cuales también perdió en el juego. La policía siguiendo el rastro de las joyas
dio con él y lo encarceló; todos comenzaron a calumniar a Antonio, diciendo que
era cómplice de su amigo. Esta experiencia empezó a crear en su corazón un
disgusto por el mundo, las amistades y las riquezas.
b) El
segundo hecho que le ocurrió fue estando un día con unos amigos en la playa,
metió los pies para refrescarse en el agua, y de pronto una ola gigantesca lo
arrastró hacia mar adentro, y Antonio que no sabía nadar se estaba ahogando. De
sus labios solo salió un grito "Virgen Santa, salvadme" , y sin saber
cómo, Antonio estaba en la orilla, sano y salvo y para colmo sus vestidos secos
totalmente.
c) El
tercer hecho fue el que le ocurrió al ir a visitar a un amigo a su casa. Cuando
llegó, el amigo no se encontraba y quien estaba en casa era la esposa. Ella,
dándose cuenta de la gallardía de Antonio, quedó cegada con un amor indigno y
le dijo: "Antonio, ¡qué diferente eres de mi esposo, siempre agrio y
despectivo! Quisiera que fuéramos buenos amigos".
Claret huye
de la tentación. "Señora, vuestro esposo tarda y tengo mucho que
hacer..." Ella intentó detenerle, pero en vano. Antonio se deshace de ella
para no volver más.
Por fin,
las palabras del Evangelio: "¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo
si pierde su alma?", le impresionaron profundamente.
Los telares
se pararon en seco, y Antonio se fue a consultar a los oratorianos de San Felipe
Neri. Por fin tomó la decisión de hacerse cartujo y así se lo comunicó a su
padre. Su decisión de ser sacerdote llegó a oídos del obispo de Vic D. Pablo de
Jesús Corcuera que quiso conocerle. Antonio salía de Barcelona a principios de
septiembre de 1829 camino de Sallent y Vic. Tenía 21 años y estaba decidido a
ser sacerdote.
En el
Seminario.
En el
seminario de Vic, forja de apóstoles, Claret se formó como seminarista externo
viviendo como fámulo de Don Fortià Bres, mayordomo del palacio episcopal. Pronto
iba a destacar por su piedad y por su aplicación. Eligió como su confesor y
director al oratoriano P. Pere Bac. Después de un año llegó el momento de
llevar a cabo su decisión de entrar en la cartuja de Montealegre, y hacia allí
salió, pero una tormenta de verano que lo sorprendió en el camino dio al traste
con sus planes. Tal vez Dios no le quería de cartujo. Dio media vuelta y
retornó a Vic.
Este hecho
nos muestra la apertura tan grande de San Antonio a las inspiraciones del
Espíritu Santo y a las obras y señales de Dios.
Al
siguiente año, Antonio pasó la prueba de fuego de la castidad en una tentación
que le sobrevino un día en que yacía enfermo en la cama. Vio que la Virgen se le aparecía y,
mostrándole una corona, le decía: "Antonio, esta corona será tuya si
vences". De repente, todas las imágenes obsesivas desaparecieron. Siempre la Virgen Santísima
sale a la defensa y auxilio de sus hijos.
Bajo la
acertada guía del obispo Corcuera el ambiente del Seminario era óptimo. En él
trabó amistad con Jaime Balmes, que se ordenaría de Diácono en la misma
ceremonia en que Claret se ordenó de Subdiácono. Fue en esta época cuando
Claret entró en un profundo contacto con la Biblia, que le impulsaría a un insaciable
espíritu apostólico y misionero.
Sacerdote:
A los 27
años, el 13 de junio de 1835, el obispo de Solsona, Fray Juan José de Tejada,
ex-general de los Mercedarios, le confería, por fin, el sagrado orden del
Presbiterado, junto con otros compañeros seminaristas. Su primera misa la
celebró en la parroquia de Sallent el día 21 de junio, con gran satisfacción y
alegría de su familia. Su primer destino fue precisamente Sallent, su ciudad
natal.
A la muerte
de Fernando VII la situación política española se había agravado. Los
constitucionales, imitadores de la Revolución francesa, se habían adueñado del
poder. En las Cortes de 1835 se aprobaba la supresión de todos los Institutos
religiosos. Se incautaron y subastaron los bienes de la Iglesia y se azuzó al
pueblo para la quema de conventos y matanza de frailes. Contra este desorden
pronto se levantaron las provincias de Navarra, Cataluña y el País Vasco,
estallando la guerra civil entre carlistas e isabelinos.
Pero Claret
no era político. Era un apóstol. Y se entregó en cuerpo y alma a los quehaceres
sacerdotales a pesar de las enormes dificultades que le suponía el ambiente
hostil de su ciudad natal. Su caridad no tenía límites. Por eso, los horizontes
de una parroquia no satisfacían el ansia apostólica de Claret. Consultó y
decidió ir a Roma a inscribirse en "Propaganda Fide", con objeto de
ir a predicar el Evangelio a tierras de infieles... Corría el mes de septiembre
de 1839. Tenía 31 años.
En Roma
busca su identidad misionera:
Con un
hatillo y sin dinero, a pie, un joven cura atravesó los Pirineos camino de la
ciudad eterna. Llegado a Marsella tomó un vapor a Roma. Ya en la ciudad eterna,
Claret hizo los ejercicios espirituales con un padre de la Compañía de Jesús. Y se
sintió llamado a ingresar como novicio jesuita; había ido a Roma para ofrecerse
como misionero del mundo, pero Dios parecía no quererle ni misionero "ad
gentes" ni tampoco jesuita. Una enfermedad -un fuerte dolor en la pierna
derecha- le hizo comprender que su misión estaba en España. Después de tres
meses abandonó el noviciado por consejo del P. Roothaan.
Regresado a
España, fue destinado provisionalmente a Viladrau, pueblecito entonces de
leñadores, en la provincia de Gerona. En calidad de Regente (el párroco era un
anciano impedido) emprendió su ministerio con gran celo. Tuvo que hacer también
de médico, porque no lo había ni en el pueblo ni en sus contornos, utilizando
yerbas y ungüentos medicinales para aliviar las penas de los que venían a
verle.
Misionero
Apostólico en Cataluña:
Como Claret
no había nacido para permanecer en una sola parroquia, su espíritu le empujó
hacia horizontes más vastos. En julio de 1841, cuando contaba con 33 años
recibió de Roma el título de Misionero Apostólico. Por fin era alguien
destinado al servicio de la
Palabra, al estilo de los apóstoles. Esta clase de misioneros
había desaparecido desde San Juan de Avila. A partir de entonces su trabajo fue
misionar. Vic iba a ser su residencia. Claret, siempre a pie, con un mapa de
hule, su hatillo y su breviario, caminaba por la nieve o en medio de las
tormentas, hundido entre barrancos y lodazales. Se juntaba con arrieros y
comerciantes y les hablaba del Reino de Dios. Y los convertía. Sus huellas
quedaron grabadas en todos los caminos. Las catedrales de Solsona, Gerona,
Tarragona, Lérida, Barcelona y las iglesias de otras ciudades se abarrotaban de
gente cuando hablaba el P. Claret.
Caminando
hacia Golmes le invitaron a detenerse porque sudaba; él respondía con humor:
"Yo soy como los perros, que sacan la lengua pero nunca se cansan".
"Padre,
confiese a mi borrico" -le dijo un arriero con tono burlón. "Quien se
ha de confesar eres tú -respondió Claret- que llevas 7 años sin hacerlo y te
hace buena falta". Y aquel hombre se confesó.
En otra
ocasión sacó de apuros a un pobre hombre, contrabandista, convirtiendo en
alubias un fardo de tabaco ante unos carabineros que les echaron el alto. La
mayor sorpresa se la llevó el buen hombre cuando, al llegar a su casa, observó
que el fardo de alubias se había convertido de nuevo en tabaco. Son algunas de
las "florecillas claretianas" de aquella época.
Otros
hechos prodigiosos se cuentan, pero sobre todo se destacaba su virtud de
penetrar las conciencias. Tenía enemigos que le calumniaban y que procuraban
impedir su labor misionera teniendo que salir en su defensa el arzobispo de
Tarragona. Pero su temple era de acero. Todo lo resistía y salía airoso de
todas las emboscadas que le tendían.
Además de
la predicación, el P. Claret se dedicaba a dar Ejercicios Espirituales al clero
y a las religiosas, especialmente en verano. En 1844 , por ejemplo, los daba a
las Carmelitas de la Caridad
de Vic, asistiendo a ellos Santa Joaquina Vedruna.
Durante
este tiempo también publicó numerosos folletos y libros. De entre ellos cabe
destacar el "Camino Recto", publicado en 1843 por primera vez y que
sería el libro de piedad más leído del siglo XIX. Tenía 35 años. En 1847
fundaba junto con su amigo José Caixal, futuro obispo de Seu D'Urgel y Antonio
Palau la "Librería Religiosa". Ese mismo año fundaba la Archicofradía del
Corazón de María y escribía los estatutos de La Hermandad del Santísimo
e Inmaculado Corazón de María y Amantes de la Humanidad, compuesta por
sacerdotes y seglares, hombres y mujeres.
Apóstol
de las Islas Canarias: ( marzo 1848 - mayo 1849).
El 6 de
marzo de 1848 salía de Cádiz para las islas Canarias con el recién nombrado
obispo D. Buenaventura Codina. Tenía 40 años. Y es que tras la nueva rebelión
armada de 1847 ya no era posible dar misiones en Cataluña. Desde el Puerto de la Luz de Gran Canaria hasta los
ásperos arenales de Lanzarote resonó la convincente voz de Claret. Misionó
Telde, Agüimes, Arucas, Gáldar, Guía, Firgas, Teror... El milagro de Cataluña
se repitió de nuevo. Claret tuvo que predicar en las plazas, sobre los
tablados, al campo libre, entre multitudes que lo acosaban. A pesar de una
pulmonía no cesó en su intenso trabajo. En Lanzarote da misiones en Teguise y
Arrecife.
Gastó 15
meses de su vida en las Canarias, y dejó atrás conversiones, prodigios, profecías y leyendas. Los canarios
vieron partir con lágrimas en los ojos un día a su "padrito" y lo
despidieron con añoranza. Era en los últimos días de mayo de 1849. Aún perdura
su recuerdo.
"Estos
canarios me tienen robado el corazón... será para mí muy sensible el día en que
los tendré que dejar para ir a misionar a otros lugares, según mi
ministerio" (Carta al obispo de Vic, 27 de sept.).
S. Antonio
M. Claret es Copatrono de la
Diócesis de Canarias junto con la Virgen del Pino.
Fundador
y director espiritual.
Poco
después, el 16 de julio de 1849,
a las tres de la tarde en una celda del seminario de Vic
fundaba San Antonio María Claret la Congregación de los Misioneros Hijos del
Inmaculado Corazón de María. Tenía 41 años. Eran los Cofundadores los PP.
Esteban Sala, José Xifré, Manuel Vilaró, Domingo Fábregas y Jaime Clotet.
"Hoy
comienza una gran obra" -dijo el P. Claret.
¿Cómo serán
los Hijos del Inmaculado Corazón de María?
"Un
hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que
abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios
encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza
en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en
las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e
imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la
mayor gloria de Dios
y la
salvación de las almas"
El Padre
Claret sabía que era impulsado por Dios; y Dios le reveló tres cosas:
1) Que la Congregación se
extendería por todo el mundo.
2) Que
duraría hasta el fin de los tiempos.
3) Que
todos los que murieran en la
Congregación se salvarían.
En la
espléndida floración de nuevos institutos religiosos que se operó en el siglo
XIX, fue el confesor real el más decidido colaborador que se encontraron casi
todos los fundadores y fundadoras de su tiempo. Con la Madre París ya había
fundado en Cuba el año 1855 el Instituto de Religiosas de María Inmaculada,
llamadas misioneras claretianas, para la educación de las niñas.
Bajo su dirección
espiritual se incluyen Santa Micaela del Santísimo Sacramento, fundadora de las
Adoratrices, y Santa Joaquina de Vedruna, fundadora de las Carmelitas de la Caridad.
Intervino
directa o indirectamente en otras fundaciones. Se relacionó con Joaquím Masmitjà,
fundador de las Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María, con D.
Marcos y Dña. Gertrudis Castanyer fundadores de las Religiosas Filipenses, con
María del Sagrado Corazón fundadora de las Siervas de Jesús, con Ana Mogas
fundadora de las Franciscanas de la Divina Pastora. Le encontramos con Fracesc Coll
fundador de las Dominicas de la Anunciata. También tuvo parte en la fundación de
las Esclavas del Corazón de María, de la M. Esperanza
González. Y habría que añadir su influjo en la Compañía de Santa Teresa,
Religiosas de Cristo Rey, etc.
Todas
estas instituciones nacieron o germinaron gracias al P.Claret.
Arzobispo
de Santiago de Cuba: (1851-1857)
Un hecho de
capital importancia puso pronto en peligro su recién fundado Instituto. El P.
Claret era nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba. Aceptó el cargo después de
todos los intentos de renuncia el 4 de octubre de 1849 y el día 6 de octubre de
1850 era consagrado obispo en la catedral de Vic. Tenía 42 años. Antes de
embarcarse para Cuba y después de ir a Madrid a recibir el palio y la gran cruz
de Isabel la Católica
efectuó tres visitas: a la
Virgen del Pilar, en Zaragoza, a la Virgen de Montserrat y a la Virgen de Fusimaña, en
Sallent, su Patria chica. Y aún le dio tiempo, antes de partir, para fundar las
"Religiosas en sus Casas o las Hijas del Inmaculado Corazón de María,
actual Filiación Cordimariana." En el puerto de Barcelona un inmenso
gentío despidió al Arzobispo Claret con una apoteósica manifestación.
En el viaje
hacia La Habana
aprovechó para dar una misión a bordo para todos los pasajeros, oficialidad y
tripulación. Y al fin... Cuba. Seis años gastaría Claret en la diócesis de
Santiago de Cuba, trabajando incansablemente, misionando, sembrando el amor y
la justicia en aquella isla en la que la discriminación racial y la injusticia
social reinaban por doquier.
Fue un
Arzobispo evangelizador por excelencia.
Renovó todos los aspectos de la vida de la iglesia: sacerdotes,
seminario, educación de niños, abolición de la esclavitud... En cinco años realizó cuatro veces la visita
pastoral de la diócesis. El pueblo de Baracoa, por ejemplo, tenía 62
años que no veía obispo alguno.
Se enfrentó
a los capataces, les arrancó el látigo de las manos... Un día reprendió a un
rico propietario que maltrataba a los pobres negros que trabajaban en su
hacienda. Viendo que aquel hombre no estaba dispuesto a cambiar de conducta, el
Arzobispo intentó darle una lección. Tomó dos trozos de papel, uno blanco y
otro negro. Les prendió fuego y pulverizó las cenizas en la palma de su mano.
"Señor, -le dijo- ¿podría decir qué diferencia hay entre las cenizas de
estos dos papeles? Pues así de iguales somos los hombres ante Dios".
El P.
Claret tenía una capacidad inventiva que denotaba un ingenio poco común. En Holguín
se organizaron fiestas populares. El número fuerte del programa era el
lanzamiento de un globo tripulado por un hombre. El artefacto aerostático era
de los primeros que se ensayaban en aquellos tiempos. No tuvo éxito; comenzó a
elevarse, pero el piloto perdió el control y cayó en un pequeño barranco. El
Arzobispo estudió el problema y un día sorprendió a todos: "Hoy he dado
con el sistema de la dirección de los globos". Y les mostró un diseño, que
todavía hoy se conserva.
Era un
hombre práctico. Fundó en todas las parroquias instituciones religiosas y
sociales para niños y para mayores; creó escuelas técnicas y agrícolas,
estableció y propagó por toda Cuba las Cajas de Ahorros, fundó asilos, visitó
cuatro veces todas las ciudades, pueblos y rancherías de su inmensa diócesis.
Siempre a pie o a caballo.
Pero ni
siquiera en Cuba le dejaron en paz sus enemigos. La tormenta de atentados llegó
al cúlmen en Holguín, donde fue herido gravemente por un sicario a sueldo de
sus enemigos, al que había sacado poco antes de la cárcel, cuando salía de la
iglesia. El P. Claret, casi agonizando, pidió que perdonaran al criminal. A
pesar de todo, sus enemigos siguieron sin perderle de vista.
Un
hombre Santo:
La
suntuosidad cortesana no impidió al P. Claret vivir como el religioso más
observante. Cada día dedicaba mucho tiempo a la oración. Su austeridad era
proverbial y su sobriedad para las comidas y bebidas, admirable.
Este era su
horario. Dormía apenas seis horas levantándose a las tres de la mañana. Antes
que se levantaran los demás tenía dos horas de oración y lectura de la Biblia, luego otra hora con
ellos, celebraba su Eucaristía y oía otra en acción de gracias, desde el
desayuno hasta las diez confesaba y luego escribía. Lo que peor soportaba era
la hora de audiencia hacia las doce. Por la tarde predicaba, visitaba
hospitales, cárceles, colegios y conventos.
Su pobreza
era ejemplar. Un día se llevó un susto al llevarse la mano al bolsillo. Le
pareció haber encontrado una moneda, pero enseguida se repuso, no era una
moneda, sino una medalla. En una ocasión no teniendo otra cosa para poder
auxiliar a un pobre empeñó su cruz arzobispal.
San Antonio
era un verdadero místico. Varias veces se le vio en estado de profundo
ensimismamiento ante el Señor. Un día de Navidad, en la iglesia de las
adoratrices de Madrid, dijo haber recibido al Niño Jesús en sus brazos.
En Intimidad
con el Señor:
La clave de
toda la espiritualidad de San Antonio es el amor al Santísimo Sacramento, que
devoró su corazón durante toda su vida. Este amor es el que le hace
transformarse en Cristo, en Cristo paciente y sacrificado.
Desde niño
acudía con frecuencia a la
Santa Misa, reconociendo a Cristo realmente presente en la Eucaristía, fuente de
toda su vida.
Dice San
Antonio: "Sentía cómo el Señor me llamaba y me concedía el poder
identificarme con El. Le pedía que hiciese siempre su voluntad.
La vivencia
de la presencia de Jesús en la
Eucaristía, en la celebración de la Misa o en la adoración de
Jesús Sacramentado era tan profunda que no la sabía explicar. Sentía y siento
su presencia tan viva y cercana que me resulta violento separarme del Señor
para continuar mis tareas ordinarias".
Un
privilegio incomparable del que fue objeto fue la conservación de las especies
sacramentales de una comunión a otra durante nueve años. Así lo escribió en su
Autobiografía:
"El
día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la iglesia del Rosario de La Granja, a las siete de la
tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies
sacramentales, y tener siempre día y noche el santísimo sacramento en mi pecho.
Desde entonces debía estar con mucho más devoción y recogimiento interior.
También tenía que orar y hacer frente a todos los males de España, como así me
lo manifestaba el Señor en otras oraciones."
Esta
presencia, casi sensible, de Jesús en el P. Claret debió ser tan grande, que
llegó a exclamar: "En ningún lugar me encuentro tan recogido como en medio
de las muchedumbres".
Imagen
de los dos corazones que colgaba en su cuarto.
Desde niño,
la devoción y el amor a la
Santísima Virgen marcaron la vida de San Antonio. La Virgen Santísima
era para él la estrella que le guiaba en su vida. Siempre la visitaba en el
altar de su parroquia y se imaginaba que sus oraciones subían al cielo por unos
"hilos misteriosos". Le
gustaba visitar a la
Santísima Virgen en su santuario de Fusimaña.
De niño,
todos los días rezaba una parte del Santo Rosario y cuando mayor lo rezaba
completo, los quince misterios todos los días. Era gran devoto del Santo
Rosario a tal punto que la
Virgen le dijo un día: "Tú serás el Domingo de estos
tiempos. Promueve el Santo Rosario"
Pasaba
largo tiempo frente a una imagen de la Virgen haciendo sus oraciones y rezos, y
hablándole con cordialidad y confianza, porque estaba convencido de que la Santísima Virgen
lo escuchaba...
En obsequio
a la Virgen María
se abstenía no sólo de pecados mortales, sino hasta de veniales, de faltas e
imperfecciones, y aún se abstenía de cosas lícitas, solo para mortificarse y
abstenerse de alguna cosa en obsequio a María Santísima.
El amaba a
María, pero María le amaba más a él, pues siempre le concedía lo que pedía y
aún cosas que nunca pidió, le concedió. La Virgen Santísima
lo libró de enfermedades, de peligros y aun de la muerte muchas veces, por mar
o por tierra; le libró de tentaciones y de ocasiones de pecar.
Decía el
Santo: "Ya veis cuanto importa ser devoto de María Santísima. Ella os
librará de males y desgracias de cuerpo y alma. Ella os alcanzará los bienes
terrenales y eternos. ...Rezadle el Santo Rosario todos los días con devoción y
fervor y veréis como María Santísima será vuestra Madre, vuestra abogada,
vuestra medianera, vuestra maestra, vuestro todo después de Jesús".
En otro
lado dice: "Ni en mi vida personal, ni en mis andanzas misioneras podía
olvidarme de la figura maternal de María. Ella es todo corazón y toda amor.
Siempre la he visto como Madre del Hijo amado y esto la hace Madre mía, Madre
de la Iglesia,
Madre de todos. Mi relación con María siempre ha sido muy íntima y a la vez
cercana y familiar, de gran confianza. Yo me siento formado y modelado en la
fragua de su amor de Madre, de su Corazón lleno de ternura y amor. Por eso me
siento un instrumento de su maternidad divina. Ella está siempre presente en mi
vida y en mi predicación misionera. Para mí, María, su Corazón Inmaculado, ha
sido siempre y es mi fuerza, mi guía, mi consuelo, mi modelo, mi Maestra, mi
todo después de Jesús".
"Oh
Virgen Madre de Dios... soy hijo y misionero vuestro, formado en la fragua de
vuestra misericordia y amor...
Un
hombre perseguido.
No es de
extrañar que un hombre de la influencia del P. Claret, que arrastraba a las
multitudes, atrajera también las iras de los enemigos de la Iglesia. Pero las
amenazas y los atentados se iban frustrando uno a uno, porque la Providencia velaba
sobre él que se alegraba en las persecuciones. Fueron numerosos los atentados
personales que sufrió en vida. La mayor parte frustrados por la conversión de
los asesinos.
Pero fue
peor la campaña difamatoria que se organizó a gran escala por toda España para
desacreditarlo ante las gentes sencillas. Se le acusó de influir en la
política, de pertenecer a la famosa "camarilla" de la Reina con Sor Patrocinio,
Marfori y otros, de ser poco inteligente, de ser obsceno en sus escritos
refiriéndose a "La Llave
de Oro", de ser ambicioso y aún de ladrón. Pero Claret supo callar,
contento de sufrir algo por Cristo.
Ante el
reconocimiento del Reino de Italia:
El 15 de
julio de 1865, el gobierno en pleno se reunía en La Granja para arrancar a la Reina su firma sobre el
reconocimiento del Reino de Italia, que equivalía a la aprobación del expolio
de los Estados pontificios.
El P.
Claret ya había advertido a la
Reina que la aprobación de este atropello era, a su parecer,
un grave delito, y la amenazó con retirarse si lo firmaba. La Reina, engañada, firmó.
Claret no quiso ser cómplice permaneciendo en la corte. Oró ante el Cristo del
Perdón, en la iglesia de La
Granja, y escuchó estas palabras: "Antonio,
retírate".
Transido de
dolor al verse obligado a abandonar a la Reina en aquella situación, se dirigió a Roma.
Allí el Papa Pío IX le consoló y le ordenó que volviera otra vez a la corte. La
familia real se alegró inmensamente de su retorno. Pero una nueva tempestad de
calumnias y de ataques se desencadenó contra él. Se puede decir de Claret que
fue uno de los hombres públicos más perseguidos del siglo XIX.
Desterrado.
El 18 de
septiembre de 1868, la revolución, ya en marcha, era incontenible. Veintiún
cañonazos de la fragata Zaragoza, en la bahía de Cádiz, anunciaron el destronamiento
de la Reina Isabel
II. Con la derrota del ejército isabelino en Alcolea caía Madrid, y la
revolución, como un reguero de pólvora, se extendió por toda España.
El día 30,
la familia real, con algunos adictos y su confesor, salía para el destierro en
Francia. Primero hacia Pau, luego París. El P. Claret tenía 60 años.
Los
desmanes y quema de iglesias se prodigaron, cumpliéndose otra de las profecías
del P. Claret: la
Congregación tendrá su primer mártir en esta revolución. En La Selva del Camp caía
asesinado el P.Crusats.
El 30 de
marzo de 1869 Claret se separaba definitivamente de la Reina y se iba a Roma.
Padre
del Concilio Vaticano I.
El día 8 de
diciembre de 1869 comenzaron a llegar a Roma 700 obispos de todo el mundo,
superiores de órdenes religiosas, arzobispos, primados, patriarcas y
cardenales. Comenzaba el Concilio Ecuménico Vaticano I. Allí estaba el P.
Claret.
Uno de los
temas más debatidos fue la infalibilidad pontificia en cuestiones de fe y
costumbres. La voz de Claret resonó en la basílica vaticana:
"Llevo
en mi cuerpo las señales de la pasión de Cristo, -dijo, aludiendo a las heridas
de Holguín-; ojalá pudiera yo, confesando la infalibilidad del Papa, derramar
toda mi sangre de una vez".
El ocaso
de sus días.
El 23 de
julio de 1870, en compañía del P. Xifré, Superior General de la Congregación, llegaba
el Arzobispo Claret a Prades, en el Pirineo francés. La Comunidad de misioneros
en el destierro, en su mayoría jóvenes estudiantes, recibió con gran gozo al
fundador, ya enfermo. El sabía que su muerte era inminente. Pero ni siquiera en
el ambiente plácido de aquel retiro le dejaron en paz sus enemigos. El día 5 de
agosto se recibió un aviso. Querían apresar al señor Arzobispo. Incluso en el
destierro y enfermo, el P. Claret tuvo que huir. Se refugió en el cercano
monasterio cisterciense de Fontfroide. En aquel cenobio, cerca de Narbona, fue
acogido con gran alegría por sus moradores.
"Me
parece que ya he cumplido mi misión, en París y en Roma he predicado la ley de
Dios... En París como capital del mundo, en Roma capital del catolicismo, lo he
hecho de palabra y por escrito, he observado la santa pobreza...
Su salud
estaba completamente minada. El P. Clotet no se separó de su lado y anotó las
incidencias de la enfermedad. El día 4 de octubre tuvo un ataque de apoplejía.
El día 8
recibió los últimos sacramentos e hizo la profesión religiosa como Hijo del
Corazón de María, a manos del P. Xifré.
Llegó el
día 24 de octubre por la mañana. Todos los religiosos se habían arrodillado
alrededor de su lecho de muerte. Junto a él, los Padres Clotet y Puig. Entre
oraciones Claret entregó su espíritu en manos del Creador. Eran las 8:45 de la
mañana y tenía 62 años.
Su cuerpo
fue depositado en el cementerio monacal con una inscripción de Gregorio VII que
rezaba: "Amé la justicia y odié la iniquidad, por eso muero en el
destierro".
Glorificado.
Los restos
del P. Claret fueron trasladados más tarde a Vic, en 1897, donde se veneran. El
25 de febrero de 1934 la
Iglesia le inscribió en el número de los beatos. El humilde
misionero apareció a la veneración del mundo en la gloria de Bernini. Las
campanas de la
Basílica Vaticana pregonaron su gloria.
Y el 7 de
mayo de 1950 el Papa Pío XII lo proclamó SANTO. Estas fueron sus palabras aquel
memorable día:
"San
Antonio María Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes:
pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Pequeño de cuerpo,
pero de espíritu gigante. De apariencia modesta, pero capacísimo de imponer
respeto incluso a los grandes de la tierra. Fuerte de carácter, pero con la
suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia.
Siempre en la presencia de Dios, aún en medio de su prodigiosa actividad
exterior. Calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y, entre tantas
maravillas, como una luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios".
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