Karol Wojtyla
nace el 18 de mayo de 1920, en Wadowice, a unos pocos kilómetros de Cracovia,
una importante ciudad y centro industrial al norte de Polonia.
Su padre,
un hombre profundamente religioso, era militar de profesión. Enviudó cuando
Karol contaba apenas con nueve años. De él -según su propio testimonio- recibió
la mejor formación: «Bastaba su ejemplo para inculcar disciplina y sentido del
deber. Era una persona excepcional».
De joven el
interés de Karol se dirigió hacia el estudio de los clásicos, griegos y
latinos. Con el tiempo fue creciendo en él un singular amor a la filología: a
principios de 1938 se traslada junto con su padre a Cracovia para matricularse
en la universidad Jaghellonica y cursar allí estudios de filología polaca.
Sin
embargo, con la ocupación de Polonia por parte de las tropas de Hitler, hecho
acontecido el 1 de septiembre de 1939, sus planes de estudiar filología se
verían definitivamente truncados.
En esta
difícil situación, y con el fin de evitar la deportación a Alemania, Karol busca
un trabajo. Es contratado como obrero en una cantera de piedra, vinculada a una
fábrica química, de nombre Solvay.
También en
aquella difícil época Karol se iniciaba en el "teatro de la palabra
viva", una forma muy sencilla de hacer teatro: la actuación consistía
esencialmente en la recitación de un texto poético. Las representaciones se
realizaban en la clandestinidad, en un círculo muy íntimo, por el riesgo de
verse sometidos a graves sanciones por parte de los nazis.
Otra
importante ocupación de Karol por aquella época era la ayuda eficaz que
prestaba a las familias judías para que pudiesen escapar de la persecución
decretada por el régimen nacionalsocialista. Poniendo en riesgo su propia vida,
salvaría la vida de muchos judíos.
A
principios de 1941 muere su padre. Karol contaba por entonces con 21 años de
edad. Este doloroso acontecimiento marcará un hito importante en el camino de
su propia vocación: «después de la muerte de mi padre -dirá el Santo Padre en
diálogo con André Frossard-, poco a poco fui tomando conciencia de mi verdadero
camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida en que lo permitía el terror
de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras y al arte dramático. Mi
vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto, como un hecho interior
de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año siguiente, en otoño, sabía
ya que había sido llamado. Veía claramente qué era lo que debía abandonar y el
objetivo que debía alcanzar "sin una mirada atrás". Sería sacerdote».
Habiendo
escuchado e identificado con claridad el llamado del Señor, Karol emprende el
camino de su preparación para el sacerdocio, ingresando al seminario
clandestino de Cracovia, en 1942. Dadas las siempre difíciles circunstancias,
el hecho de su ingreso al seminario -que se había establecido clandestinamente
en la residencia del Arzobispo Metropolitano, futuro Cardenal Adam Stepan
Sapieha- debía quedar en la más absoluta reserva, por lo que no dejó de
trabajar como obrero en Solvay. Años de intensa formación transcurrieron en la
clandestinidad hasta el 18 de enero de 1945, cuando los alemanes abandonaron la
ciudad ante la llegada de la "armada roja".
El 1 de
noviembre de 1946, fiesta de Todos los Santos, llegó el día anhelado: por la
imposición de manos de su Obispo, Karol participaba desde entonces -y para
siempre- del sacerdocio del Señor. De inmediato el padre Wojtyla fue enviado a
Roma para continuar en el Angelicum sus estudios teológicos.
Dos años
más tarde, culminados excelentemente los estudios previstos, vuelve a su tierra
natal: «Regresaba de Roma a Cracovia -dice el Santo Padre en Don y Misterio-
con el sentido de la universalidad de la misión sacerdotal, que sería
magistralmente expresado por el Concilio Vaticano II, sobre todo en la Constitución dogmática
sobre la Iglesia ,
Lumen gentium. No sólo el obispo, sino también cada sacerdote debe vivir la
solicitud por toda la Iglesia
y sentirse, de algún modo, responsable de ella».
Como
Vicario fue destinado a la parroquia de Niegowic, donde además de cumplir con
las obligaciones pastorales propias de la parroquia, asumió la enseñanza del
curso de religión en cinco escuelas elementales.
Pasado un
año fue trasladado a la parroquia de San Florián. Entre sus nuevas labores
pastorales le tocó hacerse cargo de la pastoral universitaria de Cracovia.
Semanalmente iba disertando -para la juventud universitaria- sobre temas
básicos que tocaban los problemas fundamentales sobre la existencia de Dios y
la espiritualidad del ser humano, temas que eran necesarios profundizar junto
con la juventud en el contexto del ateísmo militante, impuesto por el régimen
comunista de turno en el gobierno de Polonia.
Dos años
después, en 1951, el nuevo Arzobispo de Cracovia, mons. Eugeniusz Baziak, quiso
orientar la labor del padre Wojtyla más hacia la investigación y la docencia.
No sin un gran sacrificio de su parte, el padre Karol hubo de reducir
notablemente su trabajo pastoral para dedicarse a la enseñanza de Ética y
Teología Moral en la
Universidad Católica de Lublín. A él se le encomendó la
cátedra de Ética. Su labor docente la ejerció posteriormente también en la Facultad de Teología de la Universidad Estatal
de Cracovia.
Nombrado
Obispo por el Papa Pío XII, fue consagrado el 23 de setiembre de 1958. Fue
entonces destinado como Obispo auxiliar a la diócesis de Cracovia, quedando a
cargo de la misma en 1964. Dos años después, la diócesis de Cracovia sería
elevada al rango de Arquidiócesis por el Papa Pablo VI.
Su labor
pastoral como Obispo estuvo marcada por su preocupación y cuidado para con las
vocaciones sacerdotales. En este sentido, su infatigable labor apostólica y su
intenso testimonio sacerdotal dieron lugar a una abundante respuesta de muchos
jóvenes que descubrieron su llamado al sacerdocio y tuvieron el coraje de seguirlo.
Asimismo,
ya desde entonces destacaba entre sus grandes preocupaciones la integración de
los laicos en las tareas pastorales.
Mons.
Wojtyla tendrá una activa participación en el Concilio Vaticano II. Además de
sus intervenciones, que fueron numerosas, fue elegido para formar parte de tres
comisiones: Sacramentos y Culto Divino, Clero y Educación Católica. Asimismo
formó parte del comité de redacción que tuvo a su cargo la elaboración de la Constitución pastoral
Gaudium et spes.
Es creado
Cardenal por el Papa Pablo VI en 1967, un año clave para la Iglesia peregrina en
tierras polacas. Fue entonces que la Sede Apostólica puso en marcha su conocida
Ostpolitik, dando inicio a un importante "deshielo" a nivel de las
frías relaciones entre la
Iglesia y el Estado comunista. El flamante Cardenal Wojtyla
asumiría un importante papel en este diálogo, y sin duda respondió a esta
difícil y delicada tarea con mucho coraje y habilidad. Su postura -la postura
en representación de la
Iglesia- era la misma que había sido tomada también por sus
ejemplares predecesores: la defensa de la dignidad y derechos de toda persona
humana, así como la defensa del derecho de los fieles a profesar libremente su
fe.
Su
sagacidad y tenacidad le permitieron obtener también otras significativas
victorias: tras largos años de esfuerzos, en contra de la persistente oposición
de las autoridades, tuvo el gran gozo de inaugurar una iglesia en Nowa Huta,
una "ciudad piloto" comunista. Los muros de esta iglesia, cual
símbolo silente y a la vez elocuente de la victoria de la Iglesia sobre el régimen
comunista, habían sido levantados con más de dos millones de piedras talladas
voluntariamente por los cristianos de Cracovia.
En cuanto a
la pastoral de su arquidiócesis, el continuo crecimiento de la cuidad planteaba
al Cardenal muchos retos. Ello motivó a que con habitual frecuencia reuniese a
su presbiterio para analizar las diversas situaciones, con el objeto de
responder adecuada y eficazmente a los desafíos que se iban presentando.
En 1975
asiste al III Simposio de Obispos Europeos. Allí en el que se le confía la
ponencia introductoria: «El obispo como servidor de la fe». Ese mismo año
dirige los ejercicios espirituales para Su Santidad Pablo VI y para la Curia vaticana. Las pláticas
que dio en aquella ocasión fueron publicadas en un libro titulado Signo de
contradicción.
Sucesor de Pedro.
Elegido
pontífice el 16 de octubre de 1978, escogió los mismos nombres que había tomado
su predecesor: Juan Pablo. En una hermosa y profunda reflexión, hecha pública
en su primera encíclica (Redemptor hominis), dirá él mismo sobre el significado
de este nombre: «ya el día 26 de agosto de 1978, cuando él (el entonces electo
Cardenal Albino Luciani) declaró al Sacro Colegio que quería llamarse Juan
Pablo -un binomio de este género no tenía precedentes en la historia del
Papado- divisé en ello un auspicio elocuente de la gracia para el nuevo
pontificado. Dado que aquel pontificado duró apenas 33 días, me toca a mí no
sólo continuarlo sino también, en cierto modo, asumirlo desde su mismo punto de
partida. Esto precisamente quedó corroborado por mi elección de aquellos dos
nombres. Con esta elección, siguiendo el ejemplo de mi venerado Predecesor,
deseo al igual que él expresar mi amor por la singular herencia dejada a la Iglesia por los Pontífices
Juan XXIII y Pablo VI y al mismo tiempo mi personal disponibilidad a
desarrollarla con la ayuda de Dios. A través de estos dos nombres y dos
pontificados conecto con toda la tradición de esta Sede Apostólica, con todos los
Predecesores del siglo XX y de los siglos anteriores, enlazando sucesivamente,
a lo largo de las distintas épocas hasta las más remotas, con la línea de la
misión y del ministerio que confiere a la Sede de Pedro un puesto absolutamente singular en
la Iglesia. Juan
XXIII y Pablo VI constituyen una etapa, a la que deseo referirme directamente
como a umbral, a partir del cual quiero, en cierto modo en unión con Juan Pablo
I, proseguir hacia el futuro, dejándome guiar por la confianza ilimitada y por
la obediencia al Espíritu que Cristo ha prometido y enviado a su Iglesia (...).
Con plena confianza en el Espíritu de Verdad entro pues en la rica herencia de
los recientes pontificados. Esta herencia está vigorosamente enraizada en la
conciencia de la Iglesia
de un modo totalmente nuevo, jamás conocido anteriormente, gracias al Concilio
Vaticano II».
"No
tengáis miedo".
Fueron
éstas las primeras palabras que S.S. Juan Pablo II lanzó al mundo entero desde la Plaza de San Pedro, en
aquella memorable homilía celebrada con ocasión de la inauguración oficial de
su pontificado, el 22 de octubre de 1978. Y son ciertamente estas mismas
palabras las que ha hecho resonar una y otra vez en los corazones de
innumerables hombres y mujeres de nuestro tiempo, alentándonos -sin caer en
pesimismos ni ingenuidades- a no tener miedo "a la verdad de nosotros
mismos", miedo "del hombre ni de lo que él ha creado": «¡no
tengáis miedo de vosotros mismos!». Desde el inicio de su pontificado ha sido
ésta su firme exhortación a confiar en el hombre, desde la humilde aceptación
de su contingencia y también de su ser pecador, pero dirigiendo desde allí la
mirada al único horizonte de esperanza que es el Señor Jesús, vencedor del mal
y del pecado, autor de una nueva creación, de una humanidad reconciliada por su
muerte y resurrección. Su llamado es, por eso mismo, un llamado a no tener
miedo a abrir de par en par las puertas al Redentor, tanto de los propios
corazones como también de las diversas culturas y sociedades humanas.
Este
llamado que ha dirigido a todos los hombres de este tiempo, es a la vez una
enorme exigencia que él mismo se ha impuesto amorosamente. En efecto, «el Papa
-dice él de sí mismo-, que comenzó Su pontificado con las palabras "¡No
tengáis miedo!", procura ser plenamente fiel a tal exhortación, y está
siempre dispuesto a servir al hombre, a las naciones, y a la humanidad entera
en el espíritu de esta verdad evangélica».
Desde
"un país lejano".
«Me han
llamado de una tierra distante, distante pero siempre cercana en la comunión de
la Fe y Tradición
cristianas». Fueron estas, al inicio de su pontificado, las palabras del primer
Papa no italiano desde Adriano VI (1522).
Juan Pablo
II nació en Polonia, una extraordinaria nación que por su fidelidad a la fe,
puesta en el crisol de la prueba muchas veces, llegó a ser considerada como un
"baluarte de la cristiandad", de allí el "Semper fidelis"
con que orgullosamente califican los católicos polacos a su patria. La
personalidad de S.S. Juan Pablo II está sellada por la identidad y cultura
propias de su Polonia natal: una nación con raíces profundamente católicas,
cuya unidad e identidad, más que en sus límites territoriales, se encuentra en
su historia común, en su lengua y en la fe católica.
Su origen,
al mismo tiempo, lo une a los pueblos eslavos, evangelizados hace once siglos
por los santos hermanos Cirilo y Metodio. Será casualmente «recordando la
inestimable contribución dada por ellos a la obra del anuncio del Evangelio en
aquellos pueblos y, al mismo tiempo, a la causa de la reconciliación, de la
convivencia amistosa, del desarrollo humano y del respeto a la dignidad
intrínseca de cada nación», que su S.S. Juan Pablo II proclamó a los santos
Cirilo y Metodio copatronos de Europa, junto a San Benito. A ellos, dicho sea
de paso, está dedicada su hermosa encíclica Slavorum apostoli, en la que hace
explícita esta gratitud: «se siente particularmente obligado a ello el primer
Papa llamado a la sede de Pedro desde Polonia y, por lo tanto, de entre las
naciones eslavas».
Una nación
probada en su fe.
El nuevo
Papa era un hombre que había podido conocer «desde dentro, los dos sistemas
totalitarios que han marcado trágicamente nuestro siglo: el nazismo de una
parte, con los horrores de la guerra y de los campos de concentración, y el
comunismo, de otra, con su régimen de opresión y de terror». A lo largo de
aquellos años de prueba, la personalidad de Karol fue forjada en el crisol del
dolor y del sufrimiento, sin perder jamás la esperanza, nutrida en la fe. Esta
experiencia vivida en su juventud nos permite comprender su gran «sensibilidad
por la dignidad de toda persona humana y por el respeto de sus derechos,
empezando por el derecho a la vida». Su encíclica Evangelium vitae es la
expresión magisterial más firme y acabada de esta profunda sensibilidad humana
y pastoral.
Gracias a
aquellas dramáticas experiencias que vivió en aquellos tiempos terribles «es
fácil entender también mi preocupación por la familia y por la juventud». Esta
preocupación, por su parte, ha hallado su más amplia expresión magisterial en
la encíclica Familiaris consortio.
Improntas
del pontificado de Juan Pablo II.
La vida
cristiana y la Trinidad :
Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Papa
Juan Pablo II ha querido hacer evidente desde el inicio de su pontificado la
relación existente -aunque quizá tantas veces olvidada o relegada- de la vida
de la Iglesia
(y de cada uno de sus hijos) con la
Trinidad , dedicando sus primeras encíclicas a profundizar en
cada una de las tres personas de la
Trinidad : una a Dios Padre, rico en misericordia (1980); otra
al Hijo, Redentor del mundo (1979); y otra al Espíritu Santo, Señor y dador de
vida (1986). Este es el misterio central de la fe cristiana: Dios es uno solo,
pero a la vez tres Personas. Recuerda así las bases de la verdadera fe, y con
ello el fundamento de la auténtica vida de la Iglesia y de cada uno de
sus hijos: en efecto, no se entiende la vida del cristiano si no es en relación
con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Comunión de Amor.
"Totus
Tuus". Un Papa sellado por el amor a la Madre.
Totus Tuus,
o Todo tuyo (con evidente referencia a María), fue el lema ele-gido por Su
Santidad Juan Pablo II al asumir el timón de la barca de Pedro. De este modo se
consagraba a Ella, se acogía a su tierno cuidado e intercesión, invitándola a
sellar con su amorosa presencia maternal la entera trayectoria de su
pontificado. Con ocasión de la
Eucaristía celebrada el 18 de octubre de 1998, a los veinte años de
su elección y a los 40 años de haber sido nombrado obispo, reiterará en la Plaza de San Pedro ese
"Totus Tuus" ante el mundo católico.
En otra
ocasión había dicho él mismo con respecto a esta frase: «Totus Tuus. Esta
fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de
devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal se afirmó en mí en
el período en que, durante la
Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica.
En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la
devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo
cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí que la
verdadera devoción a la Madre
de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente
radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención. Así
pues, redescubrí con conocimiento de causa la nueva piedad mariana, y esta
forma madura de devoción a la
Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos
son la Redemptoris
Mater y la
Mulieris dignitatem».
Otro signo
de su amor filial a Santa María es su escudo pontificio: sobre un fondo azul,
una cruz amarilla, y bajo el madero horizontal derecho, una "M",
también amarilla, representando a la
Madre que estaba "al pie de la cruz", donde -a
decir de San Pablo- en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo. En su
sorprendente sencillez, su escudo es, pues, una clara expresión de la
importancia que el Santo Padre le reconoce a Santa María como eminente
cooperadora en la obra de la reconciliación realizada por su Hijo.
Su escudo
se alza ante todos como una perenne y silente profesión de un amor tierno y
filial hacia la Madre
del Señor Jesús, y a la vez, es una constante invitación a todos los hijos de la Iglesia para que
reconozcamos su papel de cooperadora en la obra de la reconciliación, así como
su dinámica función maternal para con cada uno de nosotros. En efecto,
«entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan,
"acoge entre sus cosas propias" a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio
de su vida interior, es decir, en su "yo" humano y cristiano:
"La acogió en su casa". Así el cristiano, trata de entrar en el radio
de acción de aquella "caridad materna", con la que la Madre del Redentor
"cuida de los hermanos de su Hijo", "a cuya generación y
educación coopera" según la medida del don, propia de cada uno por la
virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad
según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los pies de la Cruz y en el cenáculo».
La
profundización de la teología y de la devoción mariana -en fiel continuidad con
la ininterrumpida tradición católica- es una impronta muy especial de la
persona y pontificado del Santo Padre.
Hombre
del perdón; apóstol de la reconciliación.
Quizá
muchos jóvenes desconocen el atentado que el Santo Padre sufrió aquel ya lejano
13 de mayo de 1981, a
manos de un joven turco, de nombre Alí Agca. Entonces, guardándolo
milagrosamente de la muerte, se manifestó la Providencia divina que
le concedía a su elegido una invalorable ocasión para experimentar en sí mismo
el dolor y sufrimiento humano -físico, sicológico y también espiritual- para
poder mejor asociarse a la cruz del Señor Jesús y solidarizarse más aún con
tantos hermanos dolientes. Fruto de esta experiencia vivida con un profundo
horizonte sobrenatural será su hermosa Carta Apostólica Salvifici doloris.
Aquel hecho
fue también una magnífica oportunidad para mostrar al mundo entero que él, fiel
discípulo del Maestro, es un hombre que no sólo llama a vivir el perdón y la
reconciliación, sino que él mismo lo vive: una vez recuperado, en un gesto
auténticamente cristiano y de enorme grandeza de espíritu, el Santo Padre se
acercó a su agresor -recluido en la cárcel- para ofrecerle el perdón y
constituirse él mismo en un testimonio vivo de que el amor cristiano es más
grande que el odio, de que la reconciliación -aunque exigente- puede ser
vivida, y de que éste es el único camino capaz de convertir los corazones
humanos y de traerles la paz tan anhelada.
Servidor
de la comunión y de la reconciliación.
El deseo de
invitar a todos los hombres a vivir un proceso de reconciliación con Dios, con
los hermanos humanos, consigo mismos y con la entera obra de la creación ha
dado pie a numerosas exhortaciones en este sentido. Ocupa un singular lugar su
Exhortación Apostólica Post-Sinodal Reconciliatio et paenitentiae -sobre la
reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia hoy (se nutre de
la reflexión conjunta que hicieron los obispos del mundo reunidos en Roma el
año 1982 para la VI
Asamblea General del Sínodo de Obispos)-, y tiene un peso
singularmente importante la declaración que hiciera en el Congreso Eucarístico
de Téramo, el 30 de junio de 1985: «Poniéndome a la escucha del grito del
hombre y viendo cómo manifiesta en las circunstancias de la vida una nostalgia
de unidad con Dios, consigo mismo y con el prójimo, he pensado, por gracia e
inspiración del Señor, proponer con fuerza ese don original de la Iglesia que es la
reconciliación».
La
preocupación social de S.S. Juan Pablo II.
La
encíclica Centessimus annus, que conmemora el centésimo año desde el inicio
formal del Magisterio Social Pontificio con la publicación de encíclica Rerum
novarum de S.S. León XIII, se ha constituido en el último gran aporte de S.S.
Juan Pablo II en lo que toca a dicho Magisterio. En ella escribía: «... deseo
ante todo satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia entera ha
contraído con el gran Papa (León XIII) y con su "inmortal Documento".
Es también mi deseo mostrar cómo la rica savia, que sube desde aquella raíz, no
se ha agotado con el paso de los años, sino que, por el contrario, se ha hecho
más fecunda».
Indudablemente
enriquecido por su propia experiencia como obrero, y en su particular cercanía
con sus compañeros de labores, la gran preocupación social del actual Pontífice
ya había encontrado otras dos ocasiones para manifestarse al mundo entero en lo
que toca al magisterio: la encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano,
y la encíclica Sollicitudo rei socialis, sobre los problemas actuales del
desarrollo de los hombres y de los pueblos.
La nueva
evangelización: tarea principal de la Iglesia.
Desde el
inicio de su pontificado el Papa Juan Pablo II ha estado empeñado en llamar y
comprometer a todos los hijos de la
Iglesia en la tarea de una nueva evangelización: «nueva en su
ardor, en sus métodos, en su expresión».
Pero, como
recuerda el Santo Padre, «si a partir de la Evangelii nuntiandi se
repite la expresión nueva evangelización, eso es solamente en el sentido de los
nuevos retos que el mundo contemporáneo plantea a la misión de la Iglesia » ... «Hay que
estudiar a fondo -dice el Santo Padre- en qué consiste esta Nueva
Evangelización, ver su alcance, su contenido doctrinal e implicaciones
pastorales; determinar los "métodos" más apropiados para los tiempos
en que vivimos; buscar una "expresión" que la acerque más a la vida y
a las necesidades de los hombres de hoy, sin que por ello pierda nada de su
autenticidad y fidelidad a la doctrina de Jesús y a la tradición de la Iglesia ».
En esta
tarea el Papa Juan Pablo II tiene una profunda conciencia de la necesidad
urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia , preocupación que se refleja claramente
en su Encíclica Christifideles laici y en el impulso que ha venido dando al
desarrollo de los diversos Movimientos eclesiales. Por eso mismo, en la tarea
de la nueva evangelización «la
Iglesia trata de tomar una conciencia más viva de la
presencia del Espíritu que actúa en ella (...) Uno de los dones del Espíritu a
nuestro tiempo es, ciertamente, el florecimiento de los movimientos eclesiales,
que desde el inicio de mi pontificado he señalado y sigo señalando como motivo
de esperanza para la Iglesia
y para los hombres».
Pero S.S.
Juan Pablo II no entiende la nueva evangelización simplemente como una
"misión hacia afuera": la misión hacia adentro (es decir, la
reconciliación vivida en el ámbito interno de la misma Iglesia) ha sido también
destacada por el Santo Padre como una urgente necesidad y tarea, pues ella es
un signo de credibilidad para el mundo entero. Desde esta perspectiva hay que
comprender también el fuerte empeño ecuménico alentado por el Santo Padre, muy
en la línea del rumbo marcado por los pontífices precedentes y por los Padres
conciliares.
"Que
todos sean uno".
El Santo
Padre, como Cristo el Señor hace dos mil años, sigue elevando también hoy al
Padre esta ferviente súplica: «¡ Que todos sean uno (Ut unum sint)… para que el
mundo crea!». Como incansable artesano de la reconciliación, el actual Sucesor
de Pedro ha venido trabajado desde el inicio de su pontificado por lograr la
unidad y reconciliación de todos los cristianos entre sí, sin que ello
signifique de ningún modo claudicar a la Verdad : «El diálogo -dijo Su Santidad a los
Obispos austriacos, en 1998-, a diferencia de una conversación superficial,
tiene como objetivo el descubrimiento y el reconocimiento común de la verdad.
(…) La fe viva, transmitida por la
Iglesia universal, representa el fundamento del diálogo para
todas las partes. Quien abandona esta base común elimina de todo diálogo en la Iglesia la posibilidad de
convertirse en diálogo de salvación. (…) nadie puede desempeñar sinceramente un
papel en un proceso de diálogo si no está dispuesto a exponerse a la verdad y a
crecer en ella».
Renovado
impulso a la catequesis.
Como dice
el Santo Padre, la
Encíclica Redemptoris missio quiere ser -después de la Evangelii nuntiandi-
«una nueva síntesis de la enseñanza sobre la evangelización del mundo
contemporáneo».
Por otro
lado, la
Exhortación Apostólica Catechesi tredendae es un intento -ya
desde el inicio de su pontificado- de dar un nuevo impulso a la labor pastoral
de la catequesis.
El Santo
Padre, desde que asumió su pontificado, ha mantenido las catequesis de los
miércoles iniciadas por su predecesor Pablo VI. En ellos ha desarrollado
principalmente el contenido del "Credo".
En este
mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica -aprobado por el Santo Padre en
1992- ha querido ser «el mejor don que la Iglesia puede hacer a sus Obispos y a todo el
Pueblo de Dios», teniendo en cuenta que es un «valioso instrumento para la
nueva evangelización, donde se compendia toda la doctrina que la Iglesia ha de enseñar».
El Papa
peregrino.
Quizá más
de uno se ha preguntado sobre el sentido de los numerosos viajes apostólicos
que ha realizado el Santo Padre (más de doscientos, contando sus viajes al
exterior como al interior de Italia):
«En nombre
de toda la Iglesia ,
siento imperioso el deber de repetir este grito de san Pablo («Predicar el
Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me
incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio!»). Desde el comienzo de mi
pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra
para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto
directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la
urgencia de tal actividad a la cual dedico la presente Encíclica (Redemptoris
missio)».
Asimismo
dirá el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias: «la
experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene visitar
personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias. Éste no es un
deber exclusivo, desde luego, pero yo le concedo una importancia primordial.
Veinte años de experiencia me han hecho comprender que, gracias a las visitas
parroquiales del obispo, cada parroquia se inscribe con más fuerza en la más
vasta arquitectura de la
Iglesia y, de este modo, se adhiere más íntimamente a
Cristo».
S.S.
Juan Pablo II y los jóvenes.
Desde 1985 la Iglesia ha visto surgir
las Jornadas Mundiales de los Jóvenes. Su génesis -recuerda el Santo Padre- fue
el Año Jubilar de la
Redención y el Año Internacional de la Juventud , convocado por la Organización de las
Naciones Unidas en aquel mismo año:
«Los
jóvenes fueron invitados a Roma. Y éste fue el comienzo. (...) El día de la
inauguración del pontificado, el 22 de octubre de 1978, después de la
conclusión de la liturgia, dije a los jóvenes en la plaza de San Pedro:
"Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y del mundo. Vosotros sois mi
esperanza"».
Maestro
de ética y valores.
También en nuestro siglo, y con sus particulares notas de gravedad, el Santo Padre ha notado con paternal preocupación como el hombre ha "cambiado la verdad por la mentira". Consecuencia de este triste "cambio" es que el hombre ha visto ofuscada su capacidad para conocer la verdad y para vivir de acuerdo a esa verdad, en orden a encontrar su felicidad en la plena realización como persona humana. La publicación de la Encíclica Veritatis splendor constituye la plasmación de un testimonio ante el mundo del esplendor de la Verdad. En ella se descubren las enseñanzas de quien fuera un notable profesor de ética, que en su calidad de Sumo Pontífice sale al encuentro del relativismo moral a que ha llegado la cultura de hoy: «Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta sólo es posible gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más íntimo del espíritu humano… La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo… Él es "el Camino, la Verdad y la Vida ".
Por esto la
respuesta decisiva de cada interrogante del hombre, en particular de sus
interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún, como recuerda el
Concilio Vaticano II, la respuesta es la persona misma de Jesucristo:
"Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado…"». A lo largo de toda su encíclica el Santo Padre, con
desarrollos magistrales, se ocupa de presentar un horizonte ético -en íntima
conexión con la verdad sobre el hombre- para el pleno desarrollo de la persona
humana en respuesta al designio divino.
Incansable
Servidor de la fe y de la
Verdad.
A los
veinte años de su elevación al Solio Pontificio, el Papa Juan Pablo II -como un
incansable Maestro de la
Verdad- ha dado a conocer al mundo entero su decimotercera
encíclica: Fides et ratio, fe y razón. En ella presenta en forma positiva la
búsqueda de la verdad que nace de la naturaleza profunda del ser humano. Sale
al paso de múltiples errores que actualmente obstaculizan el acceso a la
verdad, y más aún a la Verdad
última sobre Dios y sobre el hombre que como don gratuito Dios mismo ha
ofrecido a la humanidad entera a través de la revelación. La verdad, la
posibilidad de conocerla, la relación entre razón y fe, entre filosofía y
teología son temas que va tocando en respuesta a la situación de enorme
confusión, de relativismo y subjetivismo en la que se encuentra inmersa nuestra
cultura de hoy.
Trabajando
por la consolidación de los frutos del Concilio Vaticano II.
El Santo
Padre ha sido un incansable artesano que ha trabajado, a lo largo de los ya
veinte años de su fecundo pontificado, en favor de la profundización y
consolidación de los abundantísimos frutos suscitados por el Espíritu Santo en
el Concilio Vaticano segundo. Al respecto ha dicho él mismo: «Es indispensable
este trabajo de la Iglesia
orientado a la verificación y consolidación de los frutos salvíficos del
Espíritu, otorgados en el Concilio. A este respecto conviene saber
"discernirlos" atentamente de todo lo que contrariamente puede
provenir sobre todo del "príncipe de este mundo". Este discernimiento
es tanto más necesario en la realización de la obra del Concilio ya que se ha
abierto ampliamente al mundo actual, como aparece claramente en las importantes
Constituciones conciliares Gaudium et spes y Lumen gentium».
Con S.S.
Juan Pablo II hacia el tercer milenio.
El Papa
Juan Pablo II, mediante su Carta apostólica Tertio millenio adveniente, ha
invitado a toda la cristiandad a prepararse para lo que será una gran
celebración y conmemoración: tres años han sido dedicados por deseo explícito
del Sumo Pontífice a la reflexión y profundización en torno a cada una de las
Personas divinas del Misterio de la Santísima Trinidad :
1997 ha
sido dedicado al Hijo, 1998 al Espíritu Santo y 1999 al Padre. De este modo la Iglesia se prepara a celebrar
con un gran Jubileo los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, el Hijo
eterno del Padre que -de María Virgen y por obra del Espíritu Santo- «nació del
Pueblo elegido, en cumplimiento de la promesa hecha a Abraham y recordada
constantemente por los profetas».
De Él, y
del cristianismo, nos ha recordado en su misma Carta el Papa: «Estos (los
profetas de Israel) hablaban en nombre y en lugar de Dios. (…) Los libros de la Antigua Alianza
son así testigos permanentes de una atenta pedagogía divina. En Cristo esta
pedagogía alcanza su meta: Él no se limita a hablar "en nombre de
Dios" como los profetas, sino que es Dios mismo quien habla en su Verbo
eterno hecho carne. Encontramos aquí el punto esencial por el que el
cristianismo se diferencia de las otras religiones, en las que desde el
principio se ha expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El
cristianismo comienza con la
Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca
a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a
mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo. (…) El Verbo Encarnado
es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la
humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa
humana».
Este
acontecimiento histórico central para la humanidad entera, acontecimiento por
el que Dios que se hace hombre para decir «la palabra definitiva sobre el
hombre y sobre la historia», es lo que la Iglesia se prepara a celebrar con un gran
Jubileo, y de este modo se prepara a trasponer el umbral del nuevo milenio. Su
Santidad, el "dulce Cristo sobre la tierra", como icono visible del
Buen Pastor va a la cabeza de la
Iglesia que peregrina en este tiempo de profundas
transformaciones, constituyéndose para todos sus hijos e hijas que con valor
quieren escucharle y seguirle, en roca segura y guía firme … "¡No tengáis
miedo!"… son las palabras que también hoy brotan con insistencia de los
labios de Pedro, hombre de frágil figura, pero elegido y fortalecido por Dios
para sostener el edificio de la
Iglesia toda con una fe firme y una esperanza inconmovible.
(Lo que
sigue es un artículo titulado «S.S. Juan Pablo II: "Profeta del
sufrimiento"», cuyo autor es Mons. Cipriano Calderón Polo)
«S.S. Juan
Pablo II, es en esta etapa final del segundo milenio, el Pastor universal del
pueblo de Dios, guía segura para atravesar el "umbral de la
esperanza" que nos introducirá en el tercer milenio de la
evangelización...
«¿Cómo se
presenta al mundo de hoy el Papa en esta encrucijada decisiva de la historia?
«Su imagen característica es ahora la de profeta del sufrimiento, un sacerdote,
un evangelizador que realiza en su amable persona la doctrina que él mismo ha
explicado en la carta apostólica Salvifici doloris (11 de febrero de 1984) y en
tantos discursos sobre el significado del dolor humano.
«Juan Pablo
II, en las celebraciones litúrgicas, en las audiencias, en los viajes
apostólicos, en todas sus actividades, aparece como un icono del sufrimiento,
dando a la Iglesia
un testimonio formidable de la fuerza evangelizadora del dolor físico y moral.
«En su
persona de Vicario de Cristo se cruzan las debilidades físicas: esas
"debilidades del Papa" a las que él mismo se refirió el día de
Navidad de 1995 desde la ventana de su despacho; las penas y dolores cada vez
más crecientes de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, de todos los
pueblos, especialmente de aquellos más pobres de América Latina, África y Asia;
los sufrimientos de toda la
Iglesia , que naturalmente se acumulan en el vértice de la
misma. Y a todo ello se une la fatiga pastoral producida por una entrega sin
reservas al ministerio petrino, al que el Papa Wojtyla sigue ofreciendo
generosamente todas sus energías, sin dejarse rendir por la edad o por los quebrantos
de salud.
El Santo
Padre camina hacia el año 2000, al frente de la humanidad, llevando la cruz de
Jesús. Así se parece más al divino Redentor.
«Él mismo
lo ha hecho notar en una alocución dominical -Ángelus- pronunciada desde su
habitación del hospital Gemelli: "¿Cómo me presentaré yo ahora -comentaba-
a los potentes del mundo y a todo el pueblo de Dios? Me presentaré con lo que
tengo y puedo ofrecer: con el sufrimiento. He comprendido -decía- que debo
conducir a la Iglesia
de Cristo hacia el tercer milenio, con la oración, con múltiples iniciativas
(como la que actualmente está viviendo toda la Iglesia : un trienio de
preparación propuesto en su carta Tertium millenium adveniente); pero he visto
que esto no basta: necesito llevarla también con el sufrimiento"».
Nació al
Reino de Dios, el 2 de abril de 2005, El 28 de junio del mismo año se inició su
causa para la beatificación, misma que se realizó el 1 de mayo, Segundo Domingo
de Pascua del año 2011, Día de la Divina Misericordia ,
en ceremonia presidida por S.S. Benedicto XVI.
La
religiosa francesa Marie Simon Pierre revela detalles inéditos de su curación
obtenida por intercesión del nuevo Beato, este fue el milagro aprobado para la
beatificación de Juan Pablo II.
El 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto en el cual se reconoce un milagro obtenido por la intercesión del Beato Juan Pablo II. El día 27 de abril del año 2014, el Papa Francisco lo canonizó en San Pedro junto al Papa Juan XXII.
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