Esta
Santa nació el 20 de febrero de 1926 en Madrid en el seno de una familia
acomodada. Al día siguiente, fue llevada a la fuente bautismal en la parroquia
de Nuestra Señora de la Concepción, recibiendo el nombre de María Isabel.
En su
ambiente familiar, fuertemente motivado en sentido religioso, junto con la
primera educación asimiló también los valores cristianos, que profundizó con
creciente conocimiento frecuentando desde niña el colegio madrileño de la
Virgen María, gestionado por las Religiosas Irlandesas.
En el ámbito de su itinerario formativo,
recibió la Primera Comunión, la Confirmación y completó el currículo normal de
los estudios. En el 1936, al estallar la guerra civil, la familia se trasladó a
Portugal; pero, después de dos años, regresó a la patria, escogiendo como
residencia, en un primer momento, la ciudad vasca de San Sebastián y luego
nuevamente Madrid.
A
lo largo de estos años María Isabel fue madurando en todas las cualidades
personales y culturales para poder proyectar una vida social llena de
satisfacciones, revalorizada posteriormente por su procedencia alto burguesa.
Ella,
sin embargo, comenzó a percibir con mucha claridad la vocación a la vida
religiosa, de manera que, una vez presentada la solicitud, en el 1944 fue
acogida como postulante en el Instituto de las Hermanas de la Compañía de la
Cruz de Sevilla. Al año siguiente recibió el hábito religioso, asumiendo el
nombre de Sor María de la Purísima de la Cruz, y fue admitida al noviciado.
Ya
durante este periodo de formación, la Sierva de Dios se distinguió por su
compromiso, espíritu de sacrificio y ejemplaridad. De modo particular se manifiestan
en ella, con admirable sencillez, el amor a la pobreza, un comportamiento
humilde y un espíritu de obediencia desinteresada y convencida. En el 1947
emitió los votos temporales.
Reconociendo
en ella la preparación humana y espiritual, a la joven hermana se le confió la
dirección del colegio de Lopera, cerca de Jaén, compromiso al que siguieron
otros cargos de responsabilidad en Valladolid y Estepa. En 1966 fue llamada a
la Casa Madre de Sevilla, primero como auxiliar del Noviciado, luego como Maestra
de novicias. Dos años más tarde fue nombrada Provincial, luego Consejera
General, después aún Superiora de la comunidad de Villanueva del Río y Minas
(Sevilla) y en el 1977 fue elegida Madre General del Instituto. Sería
reelegida, con permiso de la Santa Sede, otras tres veces para este oneroso
cargo, particularmente delicado en los difíciles años que siguieron al Concilio
Vaticano II y que vieron a la Sierva de Dios comprometida en la actualización
de las Constituciones del Instituto dentro de la óptica de la salvaguardia y de
la revalorización del carisma original, a través de una renovada fidelidad al
Evangelio y al Magisterio eclesial, una intensa dimensión eucarística y
mariana, una inteligente adaptación de la tradición a las nuevas perspectivas
de la Iglesia y de la sociedad.
Su
actitud fundamental fue de un equilibrio dinámico: Sor María no vivió la
fidelidad como una cansada repetición de fórmulas ensayadas, sino como un deseo
de creatividad para ir al encuentro de las exigencias que el Señor le iba
haciendo comprender.
En
cada circunstancia miró a Santa Ángela de la Cruz, Fundadora de la
Congregación, como a un manantial perenne de continuidad coherente dentro de la
necesaria renovación.
Tuvo
una solicitud particular por la formación permanente de las Hermanas, sobre
todo por las que atravesaban momentos de crisis y de desorientación, de modo
que en aquellos años de experiencias y de no pocas incertidumbres su testimonio
de vida constituyó un punto seguro de referencia para muchas de ellas.
Cuidó
con amor la animación vocacional, cuyos frutos maduraron incluso de modo
visible, hasta el punto de que la Sierva de Dios tuvo que dedicarse a abrir
nuevas casas religiosas en otras ciudades de España, como Puertollano, Huelva,
Cádiz, Lugo, Linares, Alcázar de S. Juan.
Incluso en Reggio Calabria, en Italia, en el
1984 realizó la fundación de una casa. Su personalidad serena y jovial
contribuía a crear un clima de confianza y de comunión, pero era sobre todo su
sólida espiritualidad la que motivaba sus intenciones y sus acciones.
En
ella, efectivamente, se pone de manifiesto una intensa experiencia religiosa,
vivida con clara conciencia de la presencia de Dios y en la constante búsqueda
de su voluntad, y alimentada en las fuentes de la oración y de la contemplación;
una sincera disponibilidad a las exigencias del prójimo, de manera particular
para con los más necesitados, y una sagaz apertura hacia los problemas
contemporáneos; una tendencia hacia la perfección, hasta llegar a conseguir un
asiduo y fervoroso ejercicio de las virtudes humanas e cristianas.
En
el 1994 le diagnosticaron un tumor, por el que tuvo que ser operada. Afrontó la
enfermedad con gran docilidad a la voluntad de Dios y con fortaleza de ánimo y
durante cuatro años continuó generosamente con su actividad. En los últimos
días de vida, cuando el sufrimiento fue más doloroso, renovó su confianza en la
bondad de Dios, preparándose para el momento del encuentro con el Esposo.
El
31 de octubre 1998 se durmió piadosamente en la Casa Madre de Sevilla. En su
funeral participaron numerosos sacerdotes y religiosas, junto con una
grandísima asistencia de fieles, testimonio de una fama de santidad que ya en
vida había acompañado a la Sierva de Dios.
La
beatificación
El
sábado 27 de marzo de 2010, S.S. Benedicto XVI firmó el decreto referente a un
milagro atribuido a la intercesión de la venerable María de la Purísima de la
Cruz Salvat.
La
protagonista fue una niña de La Palma del Condado (Huelva), Ana María Rodríguez
Casado, que había nacido con una cardiopatía congénita y sin vena cava
inferior, por lo que llevaba marcapasos desde los 13 meses. Una noche de enero
de 2004, cuando tenía tres años, se desplomó en brazos de su madre. Se le había
roto el cable del marcapasos provocándole una parada cardiorrespiratoria. Había
sufrido el síndrome de stock adam. La falta de oxígeno en el cerebro le provocó
importantes secuelas neurológicas. La niña volvió a su casa en una silla de
ruedas, sin hablar, no conocía a nadie.
Dos
Hermanas de la Cruz dieron a su madre una estampa de María de la Purísima.
"Yo no sabía quién era, pero me dijeron que me encomendara a ella. Cogí la
estampa y dije: Si eres santa sólo te pido que mi hija me vea y me conozca. No
te pido más. Aunque se quede en la silla de ruedas, pero que esos ojitos me
vean".
Le
pasó la foto por la cabeza. Tras rezar, las hermanas se marcharon prometiendo
volver al día siguiente para hacer una novena. Minutos después, Paloma escuchó
la voz de su hija: "Mamá Paloma", exclamó primero. "Abuela
Dolores", dijo después. "Hubo una mejoría instantánea. Salí a la
calle corriendo, gritando que era un milagro".
Pero
la recuperación no quedó ahí. Ana María le pidió a su padre que la ayudara a
levantarse de la silla de ruedas. La niña, aunque había mejorado notablemente,
aún no era capaz de mantener una conversación.
"Le hice una novena a Madre
María de la Purísima y al pasar unos días mi padre pasó por casa y la escuchó
hablar perfectamente. La niña tenía la estampa de Madre en la mano y le dijo
´ella es la que me ha curado´". El equipo médico, impresionado y sorprendido
ante su evolución, manifestó que su curación había sido "excepcional, no
previsible y difícilmente explicable".
La
niña hizo su primera comunión con 10 años en la beatificación de María de la
Purísima, con 45.000 asistentes, en 2010. "Para mí, Madre María Purísima
es mi mejor amiga", explicaba la niña a la prensa.
La
canonización
El
martes 5 de mayo de 2015, S.S. Francisco firmó el decreto referente a un
milagro atribuido a la intercesión de la Beata María de la Purísima de la Cruz
Salvat.
Este
milagro sucedió en 2012 en Sevilla bajo control hospitalario. Francisco José
Carretero, "er Carre", un miembro de la hermandad de la Macarena en
la que procesionaba siempre como armao se recuperó tras sufrir un ataque al
corazón por el que permaneció 12 días ingresado en la UCI sin que los médicos
tuvieran ninguna esperanza de recuperación. Pero su madre era muy devota de
siempre de Sor Ángela de la Cruz y de María de la Purísima.
Muchos
rezaron a Dios por Francisco José mediante la intercesión de la beata. A los 12
días despertaba sin secuelas. Dado que los médicos no pueden atribuir su
recuperación a ninguna medida terapéutica ni natural, se atribuye a la oración.
Fecha
de beatificación: 18 de septiembre de 2010, durante el pontificado de S.S.
Benedicto XVI.
Fecha
de canonización: 18 de octubre de 2015, por S.S. Francisco.
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