Pertenece
al período de Reforma en la Iglesia. Fruto de la región toscana de Lucca, en el
pueblo de nombre Diécimo.
Esa región antes religiosísima y escrupulosa en la fe
que ahora está agitada por la crisis protestante. Nace en casa de acomodados
industriales; la familia practica y vive fiel en el catolicismo.
Después de
haberse preocupado de que a su hijo Juan se le diese la mejor formación posible
al calor del párroco del pueblo, lo encaminan a que estudie farmacia, que en
aquel tiempo era lo mismo que droguero, profesión que también tenía algo de
filosofía, alquimia y magia.
Aquel joven
con promesa no se casa. Algo está pasando. Sin milagrería llamativa, emplea su
tiempo en la farmacia de Diécimo, inicia estudios de latín y comienza bajo la
dirección del dominico Paolino Bernardini a estudiar teología.
Ya habrá muerto
su padre cuando cambie las píldoras y pócimas por el ministerio sacerdotal. Se
ordena en Pisa el año 1572, tiene treinta y dos años; lo hacen capellán de la
iglesia de San Giovanni della Magione y comienza su labor apostólica,
destacando de modo especial la enseñanza del catecismo.
El obispo
cuenta con él para implantar en otras parroquias la misma actividad catequética
en el territorio de Lucca. Juan Leonardi, obligado por la necesidad, al tiempo
que escribe su Manual, y funda la Compañía de la Doctrina Cristiana, integrada
por seglares y que pronto se extenderá por Siena, Pistoya, Nápoles y Roma.
Comienza a destacar su personalidad de organizador para bien de la Iglesia.
Ahora pone
en marcha una idea antigua que le rondaba la cabeza. En torno a sí va reuniendo
desde el 1574 a un grupo de colaboradores parroquiales que poco a poco,
abriendo horizontes y sembrando ilusiones, va preparando para el sacerdocio.
Serán los comienzos de la fundación propia que le caracteriza: Los Clérigos
Regulares de la Madre de Dios, sacerdotes con ministerios eminentemente
parroquiales y dispuestos a entregarse desde las parroquias a atender las
necesidades de los fieles.
No tiene otra ambición que hacer de ellos unos
sacerdotes santos, piadosos, bien preparados doctrinalmente y celosos de los intereses
de Dios en las almas.
Aquella
modalidad de sacerdotes que atienden parroquias como los demás, pero que viven
reunidos en torno a una figura del fundador al estilo de los religiosos no fue
bien entendida y mucho menos estimada por las autoridades civiles de las que
iba a depender en parte la autorización para asentarse, y los recursos
materiales para sobrevivir.
Mal lo pasó Juan. Rechazo, trabas y pobreza hasta
verse obligado a pedir limosna. Pero, como pasa siempre en las obras de Dios,
aquellas dificultades sirvieron para crecer en confianza y arreciar en la
oración: Intensifica el culto al Santísimo Sacramento con la implantación de
las Cuarenta Horas, monta ejercicios de reparación, mueve a la gente con
misiones populares y organiza procesiones de penitencia por las calles de Lucca
yendo de iglesia en iglesia.
Funda
también la Compañía de la Paz para amparar la conversión espontánea y masiva de
delincuentes; en ella podrían agruparse en el futuro los que se encontraran en
esas circunstancias; pero aquello fue un fracaso por no tener raíz, carecer de
formación y estar aquellos sujetos más apegados a sus viejos vicios de lo que
parecía en principio.
Unos volvieron a las andadas y algunos se integraron en
los capuchinos.
Como su
carisma es organizar, también fundó algo para mujeres: Las Monjas de los
Ángeles, religiosas que se ocuparían de la atención y formación de las
muchachas jóvenes. Pero, como no quería estar liado con asuntos en donde las
mujeres mandaran, las dejó pronto.
Se dedicó a
consolidar la obra principal y a procurar la apertura de nuevas casas hasta
que, con el apoyo del cardenal Baronio, consigue asentar la de Roma.
También
reunió a su alrededor un conjunto de presbíteros dedicados a la propagación de
la fe; este grupo, dispuesto a la primera evangelización, fue asumido y
ampliado por la Santa Sede y llegó a convertirse en la Congregación romana
llamada Propaganda Fide, colaborando con el cardenal español Juan Bautista
Vives en la organización del Colegio.
Clemente
VIII aprobó en 1603 las Constituciones de la Congregación, viviendo aún el
fundador.
Murió en
Lucca, el año 1609.
Pío IX lo
beatificó en 1861 y Pío XI lo canonizó en 1938. El 8 de agosto del año 2006. El
Papa Benedicto XVI, lo declara patrono de los farmacéuticos.
Se conservan
sus restos en la casa generalicia de Santa María in Campitelli.
No se
conocen hechos prodigiosos en su historia que puedan aureolar su figura. Más
bien podría decirse que su obra fue gris, corriente y hasta vulgar, con
aciertos y fracasos. Pero él puso al servicio de Dios y de la Iglesia los
talentos que recibió; trabajó con perseverancia en sacarles todo el jugo sin
contentarse con menos y así consumió su vida. No se puede pedir más.
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