Nació
en Rosiere (comuna de Orsieres, cantón de Valais, Suiza) el 31 de agosto de
1910. Estudia en la escuela del lugar; al regresar, ayuda a sus padres en el
establo y la huerta.
Estuvo
internado durante seis años en el colegio de la abadía de San Mauricio, donde
destacó por ser fervoroso; después de sus estudios secundarios, ingresó al
noviciado de los canónigos Regulares de San Bernardo, donde expresó:
"Cumplir con mi vocación de abandonar el mundo y dedicarme por completo al
servicio de las almas para conducirlas a Dios, y salvarme yo mismo". Su
voluntad de ser misionero era férrea.
Su
actividad se interrumpe cuando en 1934 fue sometido a una intervención
quirúrgica, momento en el cual sus dolores los ofrece a Dios. Pronunció sus
votos solemnes en 1935 y fue enviado a misionar en Weishi, Yun-nan (suroeste de
China), en la frontera con el Tíbet, actual territorio de China.
Ahí
continuó estudiando y aprendió el idioma chino. Vivió entregado a la oración,
la Misa y la reflexión. Recibió la ordenación sacerdotal en 1938, ejerció su
ministerio y estuvo a cargo del seminario. Un año después estalló la guerra:
China fue invadida por Japón y las fronteras tibetanas fueron dominadas por el
ejército.
El
padre Mauricio necesitó pedir limosnas para alimentar a los seminaristas.
Antes de terminar el conflicto bélico (1945),
fue nombrado párroco de Yerkalo (al suroeste del Tíbet), donde el lama
Gun-Akhio era soberano en todos los aspectos y odiaba a los misioneros; por lo
que, en enero de 1946, fue conducido al exilio en Pamé, Yunnan, China, donde se
dedicó a hacer oración, visitar a los lugareños y cuidar enfermos.
En
julio de 1949, disfrazado con hábito tibetano y afeitado, se dirigió a Lhasa,
capital del Tíbet, para obtener del Dalai-Lama la libertad religiosa para los
cristianos de Yerkalo; aun siendo reconocido continuó. Cuando llegó a Tothong,
varios guardias disparan sobre él, por lo que cayó muerto.
Su
sacrificio no fue inútil, ya que en la actualidad la fe católica predomina en
Yerkalo. Así se hizo realidad uno de sus pensamientos de adolescente: "El
día de la muerte es el más feliz de nuestra vida. Ante todo, hay que alegrarse,
pues significa la llegada a la verdadera patria".
Beatificado
por San Juan Pablo II el 16 de mayo de 1992.
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