San Ramón nació de familia noble en Portell, cerca de Barcelona, España en el año 1200. Recibió el sobrenombre de non natus (no
nacido), porque su madre murió en el parto antes de que el niño viese
la luz. Con el permiso de su padre, el santo ingresó en la orden de los
Mercedarios, que acababa de fundarse. San Pedro Nolasco, el fundador,
recibió la profesión de Ramón en Barcelona.
Progresó
tan rápidamente en virtud que, dos o tres años después de profesar,
sucedió a San Pedro Nolasco en el cargo de "redentor o rescatador de
cautivos". Enviado al norte de Africa con una suma considerable de
dinero, Ramón rescató en Argel a numerosos esclavos. Cuando se le acabó
el dinero, se ofreció como rehén por la libertad de ciertos prisioneros
cuya situación era desesperada y cuya fe se hallaba en grave peligro.
Pero el sacrificio de San Ramón no hizo más que exasperar a los
infieles, quienes le trataron con terrible crueldad. Sin embargo, el
magistrado principal, temiendo que si el santo moría no se pudiese
obtener la suma estipulada por la libertad de los prisioneros a los que
representaba, dio orden de que se le tratase más humanamente. Con ello,
el santo pudo salir a la calle, lo que aprovechó para confortar y
alentar a los cristianos y hasta llegó a convertir y bautizar a algunos
mahometanos. Al saberlo, el gobernador le condenó a morir empalado, pero
quienes estaban interesados en cobrar la suma del rescate consiguieron
que se le conmutase la pena de muerte por la de flagelación. San Ramón
no perdió por ello el valor, sino que prosiguió la tarea de auxiliar a
cuantos se hallaban en peligro, sin dejar escapar la menor ocasión de
ayudarlos.
San
Ramón encaró dos grandes dificultades. No tenía ya un solo centavo para
rescatar cautivos y predicar el cristianismo a los musulmanes
equivalía a la pena de muerte. Pero nada lo detuvo ante el llamado del
Señor. Conciente del martirio inminente, volvió a instruir y exhortar
tanto a los cristianos como a los infieles. El gobernador, enfurecido
ante tal audacia, ordenó que se azotase al santo en todas las esquinas
de la ciudad y que se le perforasen los labios con un hierro candente.
Mandó ponerle en la boca un candado, cuya llave guardaba él mismo y sólo
la daba al carcelero a la hora de las comidas. En esa angustiosa
situación pasó San Ramón ocho meses, hasta que San Pedro Nolasco pudo
finalmente enviar algunos miembros de su orden a rescatarle. San Ramón
hubiese querido quedarse para asistir a los esclavos en Africa, sin
embargo, obedeció la orden de su superior y pidió a Dios que aceptase
sus lágrimas, ya que no le había considerado digno de derramar su sangre
por las almas de sus prójimos.
A
su vuelta a España, en 1239, fue nombrado cardenal por Gregorio IX,
pero permaneció tan indiferente a ese honor que no había buscado, que no
cambió ni sus vestidos, ni su pobre celda del convento de Barcelona, ni
su manera de vivir. El Papa le llamó más tarde a Roma. San Ramón
obedeció, pero emprendió el viaje como el religioso más humilde. Dios
dispuso que sólo llegase hasta Cardona, a unos diez kilómetros de
Barcelona, donde le sorprendió una violenta fiebre que le llevó a la
tumba. El santo tenía aproximadamente treinta y seis años cuando murió
el 31 de agosto de 1240. Cardona pronto se transformó en meta de
peregrinaciones. Fue sepultado en la capilla de San Nicolas de Portell.
El Papa Alejandro VII lo incluyó en el Martirologio Romano en 1657.
San Ramón Nonato es el patrono de las parturientas y las parteras debido a las circunstancias de su nacimiento.
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