miércoles, 1 de agosto de 2012

MES DOMINICANO



Este mes de agosto lo voy a dedicar a los DOMINICOS, ya que el día 8 es la festividad de Santo Domingo de Guzmán, cuya imagen ya se está preparando en el taller y una vez lista se las enseñaré a hacer. Como voy a hacer en octubre (que se lo dedicaré a los FRANCISCANOS), comparto con ustedes algunos textos que he leído antes de comenzar a hacer la imagen del santo. Les cuento también que estos datos son válidos para imágenes de otros dominicos/as que quisiéramos realizar: San Martín de Porres, Santa Rosa de Lima (que ya está publicada) y Santa Catalina, Santo Tomás de Aquino y tantos otros que engrosaron las filas de la santidad en esta Orden de Predicadores.




SÍMBOLOS QUE ACOMPAÑAN A SANTO DOMINGO

Dentro de los símbolos pertenecientes a la persona de Santo Domingo de Guzmán, tenemos: la aureola y el nimbo alrededor de a la cabeza del santo, que significa su santidad. Desde su nacimiento, se le han atribuido numerosas imágenes y símbolos como por ejemplo: la luna, la estrella, luz, estrella de la mañana, estrella vespertina, estrella en el bautismo y estrella fulgurante.



La figura del cachorro de perro que vio su madre en sueños, antes de concebirle y después de llevarlo en su vientre, portaba una antorcha encendida en su boca, en ademán de incendiar al mundo. Son signos y símbolos que, según los historiadores, estaban en consonancia con el modo de ser y pensar de sus contemporáneos.
Respecto a los atributos iconográficos y genéricos hay que decir que son permanentes al contrario de los anteriores, son símbolos aplicados al santo que aparecen y desaparecen. No son atributos constantes y no le definen iconográficamente. Son el lirio, la cruz hastial y el modo arquitectónico de la Iglesia.
En un tercer grupo se encuentran los símbolos universales referidos a todos los santos. Transferibles a todos, sin distinción; en sus raíces existe una iconografía pagana. El tipo de atributo universal y clásico, es el nimbo o disco radial en torno a la cabeza. De origen greco-romano, símbolo solar y divino con significación honorífica.




El nimbo, como atributo de santidad, aparece en todas las representaciones primitivas de Santo Domingo. Tiene forma circular, es dorado, generalmente opaco, aunque a veces es transparente. Su color es de oro.

La aureola de Santo Domingo, aparece en todas las variedades descritas. Su primera aparición es como disco de oro.

El libro constituye uno de los atributos universales más antiguo y difundido que se aplica a Santo Domingo, se presenta como un manuscrito cuadrado.

El lirio es un atributo universal aplicado a diversos santos. Nace posterior a la estrella y al libro. Antes de ser símbolo, era un motivo argumental. Por su belleza adquirió celebridad. Simbólicamente representa la pureza. El ángel que anuncia a la Virgen María la Buena Nueva, lleva en la mano el tallo del lirio, como símbolo de la virtud de la pureza, flor característica de la Virgen.

La flor de lis es una variedad estilística derivada del lirio, pero distinta. Forma parte del emblema de la realeza y también fue parte de la heráldica familiar de Santo Domingo.

El rosario es personal y propio. Constituye el último de los atributos que se le asignan a Santo Domingo. Su tipificación iconográfica depende del momento histórico preciso, cuando la plegaria mariana del rosario alcanza su apogeo.



HÁBITO TALAR

Santo Domingo eligió un determinado “hábito talar” para distinguir sus frailes de la Orden de Predicadores, de las Órdenes monásticas ya existentes. Escogió el hábito blanco y negro, común para todos.

Blanco para dos piezas interiores: túnica y escapulario-capucha.
Negro para el exterior: capa-capucha.

Las Constituciones de la Orden de Predicadores forman uno de los capítulos en el que las piezas que comprende el hábito dominicano: capa, túnica y escapulario debían ser de lana burda.
El hábito de los frailes dominicos, apenas si ha sufrido transformación a lo largo de la historia. Nació bajo signo de austeridad y pobreza como convenía a esa nueva Orden mendicante en la que desde su origen, en virtud del voto de pobreza, se prescribió la exclusión de telas preciosas, sedas y bordados.
El blanco y el negro son los colores radicalmente, opuestos, igualmente representativos de la vida y de la muerte.

El blanco es el color de la inocencia, pureza, de luz. Litúrgicamente hablando, el blanco es el color por excelencia, usado en las grandes festividades.
Por ley de contraste, el negro es la negación total de color. La iconografía le ha cargado de sentimiento negativo. Simbólicamente representa la noche, tinieblas, muerte. La iconografía alude a tonalidades negras y pardas con las que se pretende destacar la idea de renuncia de la vanidad del mundo, mortificación del placer de los sentidos, el desprecio del mundo, la representación del infierno. No podemos pensar que Santo Domingo haya elegido los dos colores por su carga simbólica. Son dos realidades al azar.
El binomio plástico blanco-negro no se ha quedado en el hábito talar, ha pasado a la emblemática y heráldica. El escudo de la Orden de Predicadores sintetiza en dos cuarteles de color blanco y negro y un sencillo dibujo, la esencia cromática de la familia dominicana. La elegancia radica en la simplicidad.


EL LIBRO: ATRIBUTO INTELECTUAL

Acompaña a Santo Domingo desde su origen. El libro se califica de intelectual, por sus connotaciones con el estudio, la ciencia, la teología, la predicación. Se presenta por medio de un libro foliado de pergamino, con sus frailes a través de la predicación en sus múltiples aspectos. Resalta su personalidad intelectual, hombre dedicado al estudio de la verdad, hombre universitario y predicador de la palabra. Conforma el medio indispensable de la familia dominicana para cumplir su misión: predicar y evangelizar.
La preocupación de Santo Domingo por el estudio de los libros despierta en sus años de joven universitario en Palencia. Siendo universitario se verá envuelto en su primera crisis de conciencia: ¿prolongar la caridad al prójimo o dedicarse a la vida de estudio? Prevaleció, naturalmente la primera opción, pronunciando aquella frase lapidaria, “no quiero estudiar sobre pieles muertas y que los hombres mueran de hambre”.

PERRO CON ANTORCHA ENCENDIDA: ATRIBUTOS DEL PREDICADOR

El atributo-perro en la historia general del arte cristiano, es emblema universal de la fidelidad. También tiene otra atribución: guía y guardián del rebaño.
El perro va íntimamente unido a la escena histórica de su nacimiento. Un perrito con la antorcha encendida, aparece sobre la cama de la madre de Santo Domingo, en una visión. Se prefigura con esta imagen alegórica de que Domingo sería predicador insigne; de sus labios brotaría el fuego de la palabra, con la que encendería el mundo y el corazón de los hombres. Su predicación sería un constante ladrido, para despertar al más dormido en el pecado, y ahuyentar a los lobos: herejes.
La tea (antorcha) encendida concentra una fuerte carga simbólica. Significa llama de antorcha, vela llamante, ráfaga de fuego, simple alusión al fuego, llamarada y, en ocasiones atípicas, el perro envuelto en las llamas.
Se incluye después junto al perro, la representación de la bola del mundo. A partir de aquí, el fuego y la luz dimanada de él se relacionan con el símbolo del mundo o esfera del globo, sobre la que se refleja la tierra y los habitantes.
La tea encendida es a la vez amor y fuego que incendia el mundo, que al igual que la finalidad de la Orden, que es la defensa de la Iglesia, en disputa con los herejes-lobos preservando el rebaño de sus fauces.

ROSARIO: ATRIBUTO MARIANO

Es el último de los atributos a la persona de Santo Domingo. Se trata de una corona de cuentas, objeto manual de devoción difundido como plegaria en honor de la Virgen; formada por cuentas reunidas en un cordel de cincuenta bolas pequeñas separadas de diez en diez y de cinco cuentas en distinto tamaño, intercaladas entre cada docena.
El rosario es llevado por los dominicos colgado del cinturón, sobre la túnica blanca, en la parte izquierda y a la altura de la mano. La devoción mariana es de gran tradición teológica.
El rezo se propaga desde la familia dominicana al pueblo sencillo.

BASTÓN Y CUCHILLO

El bastón es instrumento indispensable para los peregrinos, ayudándoles en su caminar. El cuchillo, utensilio personal, no se reviste del sentido de martirio en él. Sirve para cortar y para la defensa personal (éste último de difícil interpretación).

VERITAS: EL IDEAL DOMINICANO

“Veritas” es el emblema dominico. Caracteriza acertadamente el ideal dominicano: la VERDAD. No es un mero adorno. A lo largo de siete siglos, ha designado la principal causa a la que han querido servir los hijos de Domingo, fieles al proyecto fundacional de éste.
Su vocación ha sido de servicio a la humanidad transmitiéndole este sentido de verdad a las cosas. Su evangelización ha procurado siempre mantenerse a igual distancia de la mistificación, que hace perder el sentido de la objetividad de las cosas, y de la moralización, que con frecuencia olvida las verdades raíces del hacer histórico del hombre. Por eso, la predicación dominicana ha aparecido siempre como una predicación doctrinal, preocupada por los contenidos objetivos de las verdades sagradas que iluminan la realidad total. Ha pretendido situarse en el corazón de la verdad, al margen de la cual, ni la pasión emocional ni los propósitos ascéticos y voluntaristas adquieren garantía y consistencia. Como ya sabemos, evangelizar es anunciar la Buena Noticia, que es el anuncio de la liberación, pues anuncia la verdad que nos hace libres.


EL HÁBITO DE LOS DOMINICOS


 


 

Es muy importante tener en cuenta estos datos a la hora de hacer una imagen de algún santo o santa de la Orden de los Dominicos, por eso te recomiendo que leas este artículo y veas cómo se realizó la imagen de Santa Rosa de Lima (que ya está publicada).



Más datos sobre el hábito dominicano

Su hábito es blanco y consiste en un alba o túnica, una capilla con capucha (conocida también como esclavina), un escapulario y un rosario de 15 misterios sujeto al cinto; y, para el invierno, capa de color negro. Hasta entrado el siglo XX, era común que llevaran tonsura, lo que hoy no se practica más.

Orígenes del hábito dominicano

La Orden de Predicadores, cuya creación se debe a las oraciones de la gloriosa Virgen, según reza un antiguo relato, debe también a Ella el hábito que llevan sus miembros.
El episodio que nos narra esta intervención de la Santísima Virgen ocurrió en Roma, y fue contado por el mismo Santo Domingo al Beato Jordán de Sajonia, su inmediato sucesor.

El Beato Reginaldo, deán del Capítulo de San Aniano, de Orleans, y profesor de Derecho Canónico en París, había sido traído a la Orden por el Santo Fundador, quien le apreciaba a causa de su eminente ciencia y de su gran pureza.
Poco tiempo después, Reginaldo cayó gravemente enfermo. Domingo se puso a orar, y vio cómo la Virgen se apareció al enfermo, y habiéndole ungido, recobró la salud. Luego le mostró la dulce Madre un hábito religioso completo, diciendo: «He ahí el hábito de tu Orden».
Tres días después, la misteriosa ceremonia se repitió, esta vez en presencia del Bienaventurado Padre; y el Beato Reginaldo recibió de manos de Santo Domingo el hábito dominicano, tal cual la Virgen misma se lo había presentado.
A partir de aquel momento el escapulario reemplazó al sobrepelliz de los canónigos regulares, y el hábito dominicano fue adoptado tal como es ahora. Ordinis Vestiaria, la modista de la Orden Dominicana, es el nombre que se ha dado a la Virgen María en recuerdo de este gran acontecimiento.

 



 

El blanco y el negro en la Orden de Domingo

El hábito dominicano funde en una maravillosa unidad el blanco y el negro; el blanco que es un color perfecto, y el negro que no lo es; el blanco, símbolo de pureza, y el negro, de la penitencia; el negro cubriendo el blanco, como la penitencia protege la pureza; la pureza y la penitencia cubriendo al caballero de Cristo con una armadura invencible y capaz de desafiar el poder del infierno.
Sobre las vestiduras blancas, el dominico lleva una amplia capa negra. Es una capa negra que la Iglesia no da a los recién bautizados. ¿Por qué razón se le impone esta capa? Porque no es posible pasar por este mundo durante dieciocho años, que son los que se requieren para empezar la vida dominicana, sin que más o menos se manche la blancura del bautismo.
La capa negra simboliza la penitencia, sin la cual no se puede recuperar la perfecta inocencia. Con la esperanza de recobrarla de nuevo se ingresa en la Orden fundada por Santo Domingo, que tiene a la penitencia como una de sus características.

La capa negra, también, protectora de la túnica blanca, ha de recordarnos continuamente: que el deseo de permanecer limpio de toda mancha debe ir acompañado, para que sea verdaderamente eficaz, de igual deseo de la mortificación. Sin ésta, no será posible expiar los pecados cometidos; ella es necesaria además para evitar los pecados que puedan cometerse.

 

 





El hábito y la protección de la Santísima Virgen

El hábito dominicano representa, en lo que tiene de blanco, las gracias de pureza que dispensará la protección especial de la Virgen María a quienes lo vistan. Bajo su sombra el dominico encontrará una suave frescura contra los ardores de las pasiones, y hasta el momento de su muerte le servirá de escudo y de defensa contra los ataques del demonio y los peligros de esta vida.
El buen dominico recordará siempre que la verdadera mujer fuerte que ha tejido para su Orden esta tela blanca, es nuestra Madre celestial. Ciertamente, es gracias a Ella como nuestros santos y santas se han distinguido por su pureza. En el Oficio Divino se hace destacar con satisfacción la brillante virginidad de Santo Domingo. Es un don otorgado por la Virgen María.
Cabe aquí recordar la historia de aquella piadosa mujer de Lombardía de que hablan nuestras antiguas crónicas. Era al principio de la Orden. La buena mujer vio por primera vez a dos jóvenes religiosos «vestidos con un hábito elegante y muy hermoso». Y empezó a poner en duda su virtud. «¡Jamás —se dijo ella— podrán guardar su pureza!» A la noche siguiente se le apareció la Virgen con rostro severo: Tú me has ofendido en la persona de estos religiosos que son mis hijos —le dijo—. ¡Crees tú que yo no me preocupo de ellos!» Y abriendo su manto le mostró una multitud de frailes, entre los que se encontraban los dos religiosos que había visto el día antes.
Cuando a cada mañana el hijo o hija de Santo Domingo se ponga el hábito blanco, dirá con respeto filial a la Santísima Virgen: «Mostrad que sois mi Madre y haced que yo me muestre hijo vuestro». Después besará el escapulario con la misma veneración con que besaría la santa túnica inconsútil que María tejió para su Hijo. También nosotros, como el Santo de los santos, hemos recibido de sus manos este hábito.
Pero si queremos que la protección de María sea abundante y eficaz, debemos conservarnos humildes, muy humildes. La gracia se da a los humildes. Nuestra capa negra nos recordará sin cesar esta humildad que es indispensable. «Recibid esta capa negra —se nos dijo cuando nos la impusieron por primera vez—, símbolo de la humildad en que debéis mantenemos». El día en que olvidáramos que la pureza es un don de María; el día en que nos atribuyéramos el mérito de la misma, la perderíamos muy pronto.
Es digno de notar cómo los Padres de la Iglesia, que nos han dejado varios sermones dirigidos a las vírgenes cristianas, insisten sobre esta virtud de la humildad. Si comprendemos el lenguaje de los símbolos, nuestra capa negra nos dirá continuamente lo que San Ambrosio y San Agustín decían en su tiempo a las vírgenes cristianas.


Resonancias teológicas del hábito dominicano

Tomado de "El origen y desenvolvimiento del «stemma liliatum» en las provincias dominicanas  de España e Hispanoamérica", por Vicente Beltrán de Heredia, Archivum Fretrum Praedicatorum, XXXV, 1965, pp 67-84.

Todo el ideal de nuestra Orden se ha resumido en la palabra Veritas (Verdad) y en esta fórmula tan completa de Santo Tomás de Aquino: contemplar y dar a otros el fruto de la contemplación.
Sin duda alguna nuestro hábito blanco es un símbolo de esta verdad luminosa, a la que se consagra la Orden de Santo Domingo, y de la luz de la contemplación, y de la irradiación del celo apostólico. Tiene el mismo significado que tenía aquel maravilloso resplandor que despedía la cara de nuestro bienaventurado Padre.
Pero para conservar una fe pura, para poseer un conocimiento profundo de la Verdad, para dedicarse con amor a la contemplación de la misma, para poder difundir en torno de sí el resplandor de esta verdad y el brillo de una sólida virtud, hay que cumplir también con ciertas condiciones, que están simbolizadas en la capa negra.
Así como el blanco es el color que más despide la luz, así el negro es el que más la absorbe. Es necesario que nuestro espíritu absorba primero la luz que le viene de Dios, autor de la revelación, y también de la Iglesia, que nos la propone en nombre del mismo Dios, y de nuestros maestros que nos la explican. Es necesario que todas nuestras facultades se absorban en la oración, en el estudio, en la meditación, rumiando y asimilando la verdad. Y para que todo esto lo hagamos con provecho es necesario evitar toda disipación, reprimir la sensibilidad, saber mantener el recogimiento. Y todo esto está simbolizado en la capa negra.
Es muy conocido el famoso cuadro del Beato Angélico en el que pintó a Santo Domingo admirablemente joven, sentado, con un libro sobre sus rodillas. Está envuelto en su capa negra. Su cara está ligeramente apoyada sobre la mano derecha; lee, medita y contempla; su rostro está iluminado; una aureola resplandece en torno a su cabeza, brilla la estrella sobre su frente.
Muy distinta será su actitud cuando se levante para hablar de Dios a las almas. Sus brazos se abrirán en un gesto generoso, mostrando a los ojos de todos la blancura de su túnica, oculta en gran parte ahora bajo la capa negra. Después de haber absorbido la luz, la difundirá en torno suyo...
Todos nosotros, incluso las Hermanas Predicadoras, debemos imitar a nuestro Padre, derramando la luz en torno nuestro por la palabra y el ejemplo, y preparándonos por medio del recogimiento y las austeridades necesarias.

El Escudo de la Orden de Predicadores 




1. El sello, signo de validación, como antecedente del escudo.

Anterior al escudo es el sello, empleado como signo de validación por los conventos y jerarquías de la Orden y que es utilizado desde los inicios, en el siglo XIII. La presencia del crucifijo en el sello es privilegio exclusivo del Maestro General por disposición del Capítulo de Bolonia de 1240. Pero en general cada convento tenía su emblema. Durante el siglo XIV y principios del XV persiste la misma variedad en los sellos, adoptando cada monasterio el que mejor cuadraba con sus características. Estas representaciones eran signos de validación del documento respectivo y su empleo carece de valor heráldico propiamente dicho. Por eso, aún después de la aparición del stemma heráldico y de su generalización seguirán empleándose los Con todo no puede negarse que históricamente existe afinidad y cierto parentesco entre ambos emblemas, hasta el punto que el segundo irá suplantando al primero, y una vez que se generalice quedará vinculada a él la función propia del sello. Así sucede en nuestros días, pues hoy en cualquier documento dominicano aparece como signo de validación uno de los emblemas heráldicos, el liliado o el mantelado.


2. El ejemplar más antiguo que se conoce del «stemma liliatum».

El ejemplar más antiguo de este escudo liliado, conocido actualmente, data de 1419-20 y figura  en la peana de una imagen de Santo Domingo, hermosa imagen de alabastro, que se encuentra en el museo del Monasterio de las MM. Dominicas de Caleruega, y que anteriormente estaba en la puerta de entrada a dicho Monasterio. Parece ser que esta imagen fue mandada hacer por Fr. Luis de Valladolid, provincial de España por esos años, que asistió al Concilio de Constanza, viajó por Francia, Italia... y conocía la tradición de la Orden en cuanto al emblema heráldico de más amplia difusión. Por tanto la estatua da fe de que, en aquel momento, el escudo liliado tenía las preferencias en el instituto religioso.

 

3. Elementos esenciales del «liliatum»

Los elementos del escudo pueden reducirse a tres: la cruz flordelisada sobre campo de plata (blanco) y sable (negro). La cruz es el emblema por excelencia del cristiano y más del religioso. En alguna forma acompaña siempre a la figura de Santo Domingo y es también frecuente en los sellos de sus religiosos. La cruz es por tanto un elemento genérico de nuestro stemma, que es precisado por la adición del flordelisado, e incluso se añade otro elemento, el campo de plata (blanco) y sable (negro) representativo de los colores del hábito dominicano.

 

4. Vinculación de lirio y de la cruz flordelisada a la familia de Santo Domingo

Esta vinculación del lirio a la familia dominicana, derivándose de su Fundador, se robustece si recordamos que en las armas de la casa de Aza entraba también la cruz flordelisada: "una cruz roja con remates de flor de lis..." No es de extrañar, por tanto, que la flor de lis aparezca frecuentemente vinculada a nuestra Orden desde los orígenes. Pero la cruz flordelisada podría resultar un elemento demasiado genérico: la emplean en un solo color los monjes del Cister y también los caballeros de Calatrava y de Alcántara. No es por tanto un emblema exclusivo de los Predicadores. Pero sí resultará distintivo si le añadimos la última diferencia: su carácter bicolor en blanco y negro. El escudo mantelado, mantelatum o cappatum, nunca ha sido probado que fuese anterior y era demasiado simple, por lo que en tiempos posteriores se han añadido, a este escudo, otros dos emblemas vinculados tradicionalmente a la persona de Santo Domingo, la estrella y el cachorro con la tea encendida.
Si quisiéramos establecer comparación entre ambos escudos, el liliado y el mantelado, conviene tener presente que están concebidos en un plan del todo distinto. El único elemento común que hay entre ellos, el campo de plata (blanco) y sable (negro), en el liliado adopta forma perfectamente combinada con los dos nuevos factores, la cruz y las lises, ambos vinculados a la tradición de la Orden. En algún momento, a fines del siglo XVIII, se han combinado ambos escudos o se han fundido en uno, pero el resultado es una representación barroca y recargada.

 

 


 

SANTA FRANCISCA JAVIER CABRINI


Esta imagen de Santa Francisca Javier Cabrini la he realizado con la técnica de telas encoladas y masillas epoxídicas . Es una imagen que me encargó un laico de mi ciudad para exponerla en su casa. Es la misma técnica que se ha utilizado para hacer la imagen de la Madre Teresa, Santa Teresita, Padre Damián, etc., con lo que les doy la pauta de las múltiples imágenes artesanales, e irrepetibles que se pueden hacer. ¿Cómo se hace? te lo cuento ahora por si no leíste el anterior:
1)    Se parte de un soporte (que puede ser de alambre, madera, plástico, cartón, telgopor, etc.) En este caso es un tallado en yeso betalfa. Se le van marcando las partes del cuerpo. TENER EN CUENTA LAS PROPORCIONES!!!!!. (Ver el QUI DOCET, DISCIT sobre las proporciones corpóreas más comunes).


2)    Se sigue con la cabeza y las manos Vamos pensando cómo va a ir ubicada la ropa (para esto es preciso ver estampas para que sea más real) y las actitudes de la imagen (esto lleva bastante tiempo). Hay muchas imágenes de la Madre Cabrini, portando libros, sosteniendo una cruz o bien con las manos en posición de oración, yo me voy a inclinar por esta última.


3)    Se va pensando en todos los detalles que se le quieren hacer (ubicación de las manos, de los pies, manto, etc.). Prestar atención al moño que lleva bajo su mentón y la forma de la cruz que llevaba sobre el pecho.
4)    Si hiciera falta, se van añadiendo pequeñas almohadillas con algodón para darle volumen a las partes del cuerpo. Como es una mujer, le damos un poco más las caderas y marcaremos la zona de los pechos. Se pinta la cara y las manos. Se añade la cabeza que se fija con masilla epoxídica.
5)    Se pinta la base imitando suelo, mármol, madera, etc. y se le da varias manos de barniz. Se la protege con papel adherente para que no se ensucie. En este caso haré una imitación mármol.



6)    Se diagrama la vestimenta de Madre Cabrini en tela de algodón o lino (NO SINTÉTICO) y se le pasa una mezcla de cola de carpintero, tiza, enduído y colorantes. Por lo menos 2 manos. Atención que sobre el vestido lleva una esclavina bastante larga (no dejen de ver fotos).







7)    Dejar secar muy bien entre tela y tela, lo mismo cuando se pinta, DEJAR SECAR MUY BIEN ENTRE MANO Y MANO.
8)    Mucha PACIENCIA!!! Lo adherimos todo muy bien al cuerpo y lo dejamos secar. Nos vamos a ayudar haciendo algún “andamio” con palitos, hilos, etc. Para que fragüe todo en el lugar correcto.



9)    Sacar el papel adherente de la base y seguir decorando con otros detalles (aureola, cinturón, rosario, manto con cubre cabeza , etc.).
10) Retocar con pigmentos al tono las marquitas que hubiéramos dejado y todo el perfilado es retocado con dorado y otros colores para crear sombras.



RECOMENDACIÓN: procuren no agregarles demasiadas cosas a las imágenes, traten de hacerlas lo más fiel que puedan, por eso recurran a algún buscador para ver estampas o fotos si las hubiera.



Aclaración: aunque las telas de la esclavina y de la falda parecen distintas, son iguales, simplemente es el reflejo del flash ya que el día estaba nublado y tuve que usarlo. 


Una breve biografía de la Madre Cabrini:

Santa Francisca Javier Cabrini

Madre de los emigrantes. Nacida en 1850, última de 13 hijos. Religiosa. Fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón. Misionera en Estados Unidos. Muere en 1917  Fiesta: 13 de noviembre.
Agustín Cabrini era un cultivador muy acomodado, cuyas tierras estaban situadas cerca de Sant' Angelo Lodigiano, entre Pavía y Lodi.  Su esposa, Estela Oldini, era milanesa.  Tuvieron trece hijos, de los que la menor, nacida el 15 de julio de 1850, recibió en el bautismo los nombres de María Francisca, a los que más tarde había de añadir el de Javier.
La familia Cabrini era sólidamente piadosa, pues todo en la familia era sólido.  Rosa, una de las hermanas de Francisca, que había sido maestra de escuela y no había escapado a todos los defectos de su profesión, se encargó especialmente de la educación de su hermanita en forma muy estricta.  Hay que reconocer que Francisca aprendió mucho de Rosa y que el rigor con que la trataba su hermana no le hizo ningún daño.  La piedad de Francisca fue un tanto precoz, pero no por ello menos real.  Oyendo en su casa la lectura de los "Anales de la Propagación de la Fe", Francisca determinó desde niña ir a trabajar en las misiones extranjeras.  

China era su país predilecto.  Francisca vestía de religiosas a sus muñecas; solía también hacer barquitos de papel, y los echaba al río cubiertos de violetas, que representaban a los misioneros que iban a las misiones.  Sabiendo que en China no había caramelos, renunció a ellos para irse acostumbrando a esa privación.  Los padres de Francisca, que deseaban que fuese maestra de escuela, la enviaron a estudiar en la escuela de las religiosas de Arluno.  La joven pasó con éxito los exámenes a los dieciocho años.  En 1870, tuvo la pena enorme de perder a sus padres.
Durante los dos años siguientes, Francisca vivió apaciblemente con su hermana Rosa.  Su bondad sin pretensiones impresionaba a cuantos la conocían.  Francisca quiso ingresar en la congregación en la que había hecho sus estudios; pero no fue admitida a causa de su mala salud.  También otra congregación le negó la admisión por la misma razón.  Pero Don Serrati, el sacerdote en cuya escuela enseñaba Francisca, no olvidó las cualidades de la joven maestra.  En 1874, Don Serrati fue nombrado preboste de la colegiata de Codogno.  

En su nueva parroquia había un pequeño orfanato, llamado la Casa de la Providencia, cuyo estado dejaba mucho que desear.  La fundadora, que se llamaba Antonia Tondini, y otras dos mujeres, se encargaban de la administración, pero lo hacían muy mal.  El obispo de Lodi y Mons. Serrati invitaron a Francisca a ir a ayudar en esa institución y a fundar ahí una congregación religiosa.  La joven aceptó, no sin gran repugnancia.
Así empezó Francisca lo que una religiosa benedictina califica de noviciado muy especial. Aunque Antonia Tondini había aceptado que Francisca trabajase en el orfanato, en vez de ayudarla, se dedicó a obstaculizar su trabajo. Pero Francisca no se desalentó, con sus compañeras fundó la comunidad de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, bajo la inspiración del gran misionero jesuita  San Francisco Javier.  Cuando Francisca hizo los votos religiosos tomó el nombre del santo y, en 1877, hizo los primeros votos con siete de sus hermanas religiosas. Al mismo tiempo, el obispo la nombró superiora.  Ello no hizo sino empeorar las cosas.  La conducta de la hermana Tondina, quien probablemente estaba un tanto enferma de la cabeza, se convirtió en un escándalo público. Francisca Cabrini y sus fieles colaboradoras lucharon tres años más por sostener la obra de la Casa de la Providencia, en espera de tiempos mejores; pero finalmente, el obispo renunció al proyecto y cerró el orfanato, después de decir a Francisca: "Vos deseáis ser misionera.  Pues bien, ha llegado el momento de que lo seáis.  Yo no conozco ningún instituto misional femenino.  Fundadlo vos misma".  Francisca salió decidida a seguir sencillamente ese consejo.
En Codogno había un antiguo convento franciscano, vacío y olvidado.  A él se trasladó la madre Cabrini con sus siete  fieles compañeras.  En cuanto la comunidad quedó establecida, la santa se dedicó a redactar las reglas.  El fin principal de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón era la educación de las jóvenes.  Ese mismo año el obispo de Lodi aprobó las constituciones.  Dos años más tarde, se inauguró la primera filial en Gruello, a la que siguió pronto la casa de Milán.
Todo esto se escribe pronto, pero la realidad fue cosa muy seria. En efecto, algunos alegaron que el título de misioneras no convenía a las mujeres, y una madre se quejó de que su hija había sido engañada para que entrase en la congregación.  A pesar de ello, la congregación empezó a crecer, y la madre Cabrini demostró ampliamente su capacidad.  En 1887, fue a Roma a pedir a la Santa Sede que aprobase su pequeña congregación y le diese permiso de abrir una casa en la Ciudad Eterna.  Algunas personas influyentes trataron de disuadir a la santa del proyecto, pues juzgaban que siete años de prueba no bastaban para la aprobación de la congregación.  El cardenal Parocchi, vicario de Roma, repitió el mismo argumento en su primera entrevista con la madre Francisca; pero solo en la primera entrevista, porque la santa se lo ganó muy pronto.  Al poco tiempo, se pidió a la madre Cabrini que abriese no una sino dos casas en Roma: una escuela gratuita y un orfanato.  Algunos meses más tarde, se publicó el decreto de la primera aprobación de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón.
Como hemos dicho, la madre Cabrini había soñado en China desde la niñez.  Pero no faltaban quienes querían convencerla de que volviese los ojos hacia otro continente.  Mons. Scalabrini, obispo de Piacenza, había fundado la sociedad de San Carlos para trabajar entre los italianos que partían a los Estados Unidos, y rogó a la madre Cabrini que enviase algunas de sus religiosas a colaborar con los sacerdotes de la sociedad.  La santa no se dejó convencer.  Entonces, el arzobispo de Nueva York, Mons. Corrigan, insistió personalmente.  La santa estaba indecisa, porque todos, excepto Mons. Serrati, apuntaban en la misma dirección.  La madre Francisca tuvo por entonces un sueño que la impresionó mucho y determinó consultar al Sumo Pontífice.  León XIII le dijo: "No al oriente sino al occidente".  Siendo niña, Francisca Cabrini se había caído al río, y desde entonces tenía horror al agua.  A pesar de ello, cruzó el Atlántico por primera vez, con seis de sus religiosas, y desembarcó en Nueva York el 31 de marzo de 1889.
Misionera a Estados Unidos
Una multitud de europeos pobres, italianos, polacos, ucranios, checos, croatas, eslovacos, Etc., emigraban a los Estados Unidos. Cuando llegó la madre Cabrini, había unos 50,000 italianos solo en Nueva York y sus alrededores. La mayoría de ellos no sabían siquiera los rudimentos de la doctrina cristiana; apenas unos 1,200 habían asistido alguna vez en su vida a la misa. El clero tenía sus dificultades, pues de cada doce sacerdotes italianos en los Estados Unidos, diez habían tenido que salir de su patria por mala conducta. Y las condiciones económicas y sociales de la mayoría de los inmigrantes estaban a la altura de las condiciones religiosas.  Nada tiene, pues, de extraño que en el tercer concilio plenario de Baltimore, Mons. Corrigan y León XIII hayan estado muy inquietos.
La acogida que se dio a las religiosas en Nueva York, no fue precisamente entusiasta.  Se les había pedido que organizaran un orfanato para niños italianos y que tomaran a su cargo una escuela primaria; pero, al llegar a Nueva York, donde se les dio cordialmente la bienvenida, se encontraron con que no tenían casa, de suerte que por lo menos la primera noche tuvieron que pasarla en una posada sucia y repugnante.  Cuando la madre Cabrini fue a ver a Mons. Corrigan, se enteró de que, debido a ciertas dificultades entre el arzobispo y las bienhechoras, se había renunciado al proyecto del orfanato.  Por otra parte, aunque abundaban los alumnos, no había edificio para la escuela.  El arzobispo terminó diciendo que, en vista de las circunstancias, lo mejor era que la madre Cabrini y sus religiosas regresasen a Italia.  Santa Francisca replicó con su firmeza y decisión habituales: "No, monseñor.  El Papa me envió aquí, y aquí me voy a quedar".  El arzobispo quedó impresionado al ver la firmeza de aquella pequeña lombarda y el apoyo que le prestaban en Roma.  Por lo demás, hay que confesar que era un hombre que cambiaba fácilmente de idea.  Así pues, no se opuso a que las religiosas se quedasen en New York y consiguió que por el momento se alojasen con las hermanas de la Caridad.  A las pocas semanas, Santa Francisca había ya hecho buenas migas con la condesa Cesnola, bienhechora del orfanato proyectado, la había reconciliado con Mons. Corrigan, había conseguido una casa para sus religiosas y había inaugurado un pequeño orfanato.  En julio de 1889, fue a hacer una visita a Italia, y llevó consigo a las dos primeras religiosas italo-americanas de su congregación.
Nueve meses después, regresó a los Estados Unidos con más religiosas para tomar posesión de la casa de West Park, sobre el río Hudson, que hasta entonces había pertenecido a los jesuitas.  La santa trasladó allá el orfanato, que ya había crecido mucho, y estableció ahí mismo la casa madre y el noviciado de los Estados Unidos.  La congregación prosperaba, tanto entre los inmigrantes a los Estados Unidos como en Italia.  Al poco tiempo, la madre Cabrini hizo un penoso viaje a Managua de Nicaragua; a pesar de que las circunstancias eran muy difíciles y aun peligrosas, aceptó la dirección de un orfanato y abrió un internado.  En el viaje de vuelta, pasó por Nueva Orleans, como se lo había pedido el santo arzobispo de la ciudad, Francisco Janssens.  Los italianos de Nueva Orleans, que procedían en gran parte del sur de Italia y de Sicilia vivían en condiciones especialmente amargas.  Había entre ellos algunos criminales indeseables, y poco antes una chusma enfurecida de americanos, no menos criminal, había linchado a once de ellos.  El resultado de la visita de Santa Francisca fue que fundó una casa en Nueva Orleáns.
No hace falta demostrar que Francisca Cabrini fue una mujer extraordinaria, pues sus obras hablan por ella.  Como había sucedido a la beata Filipina Duchesne, Santa Francisca aprendió el inglés con dificultad y conservó siempre el acento extranjero muy marcado.  Pero ello no le impidió tener gran éxito en el trato con gentes de todas clases.  En particular, aquellos con quienes tuvo que tratar asuntos financieros, que fueron muchos y de mucha importancia, la admiraban enormemente.  El único punto en el que falló el tacto de la madre Cabrini fue en las relaciones con los cristianos no católicos.  Ello se debió a que entró por primera vez en contacto con ellos en los Estados Unidos, de suerte que pasó largo tiempo antes de que reconociese su buena fe y apreciarse su vida ejemplar.  Los comentarios desagradables que hizo la santa sobre este punto, se explican por su ignorancia, que era la raíz de su incomprensión.  En efecto, como lo demuestran sus ideas sobre la educación de los niños, era una mujer de visión amplia y capaz de aprender, que no cerraba a una idea simplemente porque era nueva.  La madre Cabrini había nacido para gobernar.  Era muy estricta, pero poseía al mismo tiempo un gran sentido de justicia.  En ciertas ocasiones era tal vez demasiado estricta y no caía en la cuenta de las consecuencias de su inflexibilidad.  Por ejemplo, no parece que haya favorecido a la causa de la moral cristiana negándose a recibir a los hijos ilegítimos en su escuela gratuita; tal actitud no hacía más que castigar a los inocentes.  Pero el amor gobernaba todos los actos de la santa, de suerte que su inflexibilidad no le impedía amar y ser muy amada.  A este propósito, solía decir a sus religiosas: “Amaos unas a otras.  Sacrificaos constantemente y de buen grado por vuestras hermanas.  Sed bondadosas; no seáis duras ni bruscas, no abriguéis resentimientos; sed mansas y pacíficas.”
En 1892, año del cuarto descubrimiento del Nuevo Mundo, la santa fundó en Nueva York una de sus obras más conocidas: el “Columbus Hospital”.  En realidad, dicha obra había sido emprendida poco antes por la Sociedad de San Carlos.  Desgraciadamente, la cesión del hospital a las Misioneras de Sagrado Corazón, que no fue fácil, creó ciertos resentimientos contra la madre Francisca.  La santa hizo poco después un viaje a Italia, donde asistió a la inauguración de una casa de vacaciones cerca de Roma y de una casa de estudiantes en Génova.  En seguida, fue a Costa Rica, Panamá, Chile, Brasil y Buenos Aires.  Naturalmente, en 1895, ese viaje era mucho más difícil que en la actualidad; pero la madre Cabrini gozaba enormemente con los paisajes, y ello le aligeró un tanto las molestias del viaje.  En Buenos Aires inauguró una escuela secundaria para jovencitas.  Como algunas personas le advirtiesen que la empresa era muy difícil y pesada, la santa respondió: “¿Quién la va a llevar a cabo: nosotras, o Dios? ”  Después de otro viaje a Italia, donde tuvo que encargarse de un largo proceso en los tribunales eclesiásticos y hacer frente a la turba en Milán, fue a Francia, e hizo ahí su primera fundación europea fuera de Italia.  En el verano de 1898, estuvo en Inglaterra.  El obispo de Southwark, Mons. Bourne, que fue más tarde cardenal y había conocido en Codogno a la madre Francisca, le pidió que fundase en su diócesis una casa de su congregación; pero el proyecto no se llevó a cabo por entonces.
La santa desplegó la misma actividad en los doce años siguientes.  Si hubiese que nombrar a un santo patrono de los viajeros, más reciente y menos nebuloso que San Cristóbal, la madre Cabrini encabezaría ciertamente la lista de candidatos.  Su amor por todos los hijos de Dios la llevó de un sitio a otro del hemisferio occidental: de Río de Janeiro a Roma, de Sydenham a Seattle.  Las constituciones de la Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón fueron finalmente aprobadas en 1907.  Para entonces, la congregación, que había comenzado en 1880 con ocho religiosas, tenía ya más de 1000 y se hallaba establecida en ocho países.  Santa Francisca había hecho más de cincuenta fundaciones, entre las que se contaban escuelas gratuitas, escuelas secundarias, hospitales y otras instituciones.  Las religiosas no se limitaban en los Estados Unidos a trabajar entre los inmigrantes italianos.  En efecto, el día del jubileo de la congregación, los presos de Sing-Sing enviaron a la santa una conmovedora carta de gratitud.  Entre las grandes fundaciones, nos limitaremos a mencionar dos: el “Columbus Hospital” de Chicago, y la escuela de Brockley (1902), que actualmente se halla en Honor Oak.  Es imposible hablar aquí de todas las pruebas y dificultades, tales como la oposición del obispo de Vitoria (la reina María Cristina había llamado a España a Santa Francisca), y la oposición de ciertos partidos en Chicago, Seattle y Nueva Orleáns.  En esta última ciudad las hijas de Santa Francisca pagaron el mal con bien, ya que se condujeron en forma heroica en la epidemia de fiebre amarilla de 1905.
En 1911, la salud de la fundadora comenzó a decaer. Tenía entonces sesenta y un años, y estaba físicamente agotada.  Pero todavía pudo trabajar seis años más.  El fin llegó súbitamente.  La madre Francisca Javier Cabrini murió durante uno de sus viajes a Chicago, el 22 de diciembre de 1917. 
Fue canonizada en 1946.  Su cuerpo se halla en la capilla de la “Cabrini Memorial School” de Fort Washington, en el estado de Nueva York.  Sin duda, que antes de Santa Francisca hubo muchos santos en los Estados Unidos y que seguirá habiéndolos en el futuro; pero ella fue la primera ciudadana americana cuya santidad fue públicamente reconocida por la Iglesia mediante la canonización.  Francisca Javier Cabrini es una gloria de los Estados Unidos, de Italia, de la Iglesia y de toda la humanidad.  Nadie que no fuese un santo como ella hubiese podido hacer lo que ella hizo y en la forma en que lo hizo.  Así lo reconoció León XIII, casi cuarenta años antes de la canonización de la santa, cuando dijo: “La madre Cabrini es una mujer muy inteligente y de gran virtud. . . es una santa”.