lunes, 20 de octubre de 2014

Para los amigos del Facebook.




Para todos aquellos que me preguntaron si estábamos en Facebook, esta es la dirección:

https://www.facebook.com/pages/Imaginer%C3%ADa-Religiosa-San-Juan-De-Dios/231289990348953?fref=ts



Figuramos como : Imaginería Religiosa San Juan de Dios. Con un simple "ME GUSTA" en la página, estarán al tanto de los últimos trabajos que realizamos en el taller y de novedades eclesiales, al igual que el santoral. Los esperamos. 
Que Jesús y María, nuestra Buena Madre nos guíen y protejan.


Año jubilar Teresiano, frases de Santa Teresa 2.




domingo, 19 de octubre de 2014

19 de octubre BEATIFICACIÓN DEL PAPA PABLO VI.



Hijo de un abogado y de una piadosa mujer, Giovanni Battista Montini nació en Concesio, cerca de Brescia, el 26 de septiembre de 1897. Desde pequeño Giovanni se caracterizó por una gran timidez, así como por un gran amor al estudio.
Acogiendo la llamada sacerdotal, Giovanni ingresó a los 19 años al Seminario de Brescia. Ordenado sacerdote del Señor el 29 de mayo de 1920, cuando tenía cumplidos 23 años, se dirigió a Roma para perfeccionar allí sus estudios teológicos.

Allí mismo realizó estudios también en la academia pontificia de estudios diplomáticos y en 1922 ingresó al servicio papal como miembro de la Secretaría de Estado. En mayo de 1923 se le nombró secretario del Nuncio en Varsovia, cargo que por su frágil salud tuvo que abandonar a finales del mismo año. De vuelta en Roma, y trabajando nuevamente en la Secretaría de Estado de la Santa Sede, el padre Montini dedicó gran parte de sus esfuerzos apostólicos al movimiento italiano de estudiantes católicos (1924-1933), ejerciendo allí una importante labor pastoral.
En 1931, a sus 32 años, le era asignada la cátedra de Historia Diplomática en la Academia Diplomática.

En 1937 fue nombrado asistente del Cardenal Pacelli, quien por entonces se desempeñaba como Secretario de Estado. En este puesto de servicio Monseñor Montini prestaría un valioso apoyo en la ayuda que la Santa Sede brindó a numerosos refugiados y presos de guerra.

Arzobispo y cardenal preparando el Concilio Vaticano II En 1944, ya bajo el pontificado de S.S. Pío XII, fue nombrado director de asuntos eclesiásticos internos, y ocho años más tarde, Pro-secretario de Estado.

En 1954, el Papa Pío XII lo nombró Arzobispo de Milán. El nuevo Arzobispo habría de enfrentar muchos retos, siendo el más delicado de todos, el problema social. Entregándose con gran energía al cuidado de la grey que se le confiaba, desarrolló un plan pastoral que tendría como puntos centrales la preocupación por los problemas sociales, el acercamiento de los trabajadores industriales a la Iglesia, y la renovación de la vida litúrgica. Por el respeto y la confianza que supo ganarse por parte de la inmensa multitud de obreros, Montini sería conocido como el "Arzobispo de los obreros".

En diciembre de 1958 fue creado Cardenal por S.S. Juan XXIII quien, al mismo tiempo, le otorgó un importante rol en la preparación del Concilio Vaticano II al nombrarlo su asistente. Durante estos años previos al Concilio, el Cardenal Montini realizó algunos viajes importantes: Estados Unidos (1960); Dublín (1961); África (1962).

Sumo Pontífice con apretado programa apostólico Su pontificado El Cardenal Montini contaba con 66 años cuando fue elegido como sucesor del Pontífice Juan XXIII, el 21 de junio de 1963, tomando el nombre de Pablo VI. Tres días antes de su coronación, realizada el 30 de junio, el nuevo Papa daba a conocer a todos el programa de su pontificado: su primer y principal esfuerzo se orientaba a la culminación y puesta en marcha del gran Concilio, convocado e inaugurado por su predecesor. Además de esto, el anuncio universal del Evangelio, el trabajo en favor de la unidad de los cristianos y del diálogo con los no creyentes, la paz y solidaridad en el orden social —esta vez a escala mundial—, merecerían su especial preocupación pastoral.

El Papa Pablo VI y el Concilio Vaticano II

El pontificado de Pablo VI está profundamente vinculado al Concilio, tanto en su desarrollo como en la inmediata aplicación.

En su primera encíclica, la "programática" Ecclesiam suam, publicada en 1966 al finalizar la segunda sesión del Concilio, planteaba que eran tres los caminos por los que el Espíritu le impulsaba a conducir a la Iglesia, respondiendo a los "vientos de renovación" que desplegaban las amplias velas de la barca de Pedro. Decía él mismo el día anterior a la publicación de su encíclica Ecclesiam suam: El primer camino «es espiritual; se refiere a la conciencia que la Iglesia debe tener y fomentar de sí misma. El segundo es moral; se refiere a la renovación ascética, práctica, canónica, que la Iglesia necesita para conformarse a la conciencia mencionada, para ser pura, santa, fuerte, auténtica. Y el tercer camino es apostólico; lo hemos designado con términos hoy en boga: el diálogo; es decir, se refiere este camino al modo, al arte, al estilo que la Iglesia debe infundir en su actividad ministerial en el concierto disonante, voluble y complejo del mundo contemporáneo.
Conciencia, renovación, diálogo, son los caminos que hoy se abren ante la Iglesia viva y que forman los tres capítulos de la encíclica».





Sesiones del Concilio Vaticano II y varios viajes apostólicos Cronología del Concilio bajo su pontificado

El 29 de setiembre de 1963 se abre la segunda sesión del Concilio. S.S. Pablo VI la clausura el 4 de diciembre con la promulgación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia.

En enero de 1964 (4-6), S.S. Pablo VI realiza un viaje sin precedentes a Tierra Santa, en donde se da un histórico encuentro con Atenágoras I, Patriarca de Jerusalén.

El 6 de agosto de 1964, S.S. Pablo VI publica su encíclica programática Ecclesiam suam.

La tercera sesión conciliar duraría del 14 de setiembre hasta el 21 de noviembre de 1964. Se clausuraba con la promulgación de la Constitución sobre la Iglesia. En aquella ocasión proclamó a María como Madre de la Iglesia.

Entre la tercera y cuarta sesión del Concilio (diciembre 1964), S.S. Pablo VI viaja a Bombay, para participar en un Congreso Eucarístico Internacional.

El 4 de octubre, durante la cuarta y última sesión del Concilio, viaja a Nueva York a la sede de la ONU, para hacer un histórico llamado a la paz mundial ante los representantes de todas las naciones.

El 7 de diciembre de 1965, un día antes de finalizar el gran Concilio, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I hacen una declaración conjunta por la que deploraban y se levantaban los mutuos anatemas —pronunciados por representantes de la Iglesia Oriental y Occidental en Constantinopla en 1054, y que marcaban el momento culminante del cisma entre las Iglesias de oriente y la de occidente—.

El 8 de diciembre de 1965 confirmaba solemnemente todos los decretos del Concilio, y proclamaba un jubileo extraordinario, el 1 de enero al 29 de mayo de 1966, para la reflexión y renovación de toda la Iglesia a la luz de las grandes enseñanzas conciliares.

El Post-Concilio La aplicación del Concilio: la época post-conciliar Culminado el gran Concilio abierto al tercer milenio, se iniciaba el difícil periodo de su aplicación. Ello exigía un hombre de mucha fortaleza interior, con un espíritu hondamente cimentado en el Señor; hombre de profunda oración para discernir, a la luz del Espíritu los caminos seguros por donde conducir al Pueblo de Dios en medio de dificultades propias de todo proceso de cambio, de adecuación, de renovación... propias también de la furia del enemigo, cuyas fuerzas buscan prevalecer sobre la Iglesia de Cristo.



Lo que a S.S. Pablo VI le tocó vivir como Pastor universal de la grey del Señor, lo resume el Papa Juan Pablo II en un valiosísimo testimonio, pues él —como dice él mismo— había podido «observar de cerca» su actividad: «Me maravillaron siempre su profunda prudencia y valentía, así como su constancia y paciencia en el difícil período posconciliar de su pontificado.
Como timonel de la Iglesia, barca de Pedro, sabía conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial incluso en los momentos más críticos, cuando parecía que ella era sacudida desde dentro, manteniendo una esperanza inconmovible en su compactibilidad» (Redemptor hominis, 3).

El primer Papa en América y otras labores de su pontificado.

El Papa Montini tuvo también una gran preocupación por la unión de los cristianos, causa a la que dedicó no pocos esfuerzos, dando así los primeros pasos hacia la unidad de todos los cristianos.

Por otro lado, fomentó con insistencia la colaboración colegial de los obispos. Este impulso se concretaría de diversas formas, siendo las más significativas el proceso de consilidación de las Conferencias Episcopales Nacionales en toda la Iglesia, los diversos Sínodos locales y también los Sínodos internacionales trienales. Durante su pontificado los temas tratados en estos Sínodos episcopales fueron: el sacerdocio (1971); la evangelización (1974); la catequesis (1977).

Otro hito importante de su pontificado lo constituye el viaje realizado al continente americano para la inauguración de la II Conferencia general del Episcopado Latinoamericano, siendo ésta la primera vez que un Sucesor de Pedro pisaba tierras americanas.

Su peculiar doctrina, las enseñanzas al Pueblo de Dios.

S.S. Pablo VI ha dejado un rico legado en sus muchos escritos. Dentro de esta larga lista cabe resaltar a la encíclica Populorum progressio, la cual trata sobre el tema del desarrollo integral de la persona.
Esta encíclica fue la base para la Conferencia de los Obispos latinoamericanos en Medellín. También merece ser especialmente mencionada la exhortación Evangelii nuntiandi, carta magna de la evangelización, que pone enfáticamente el anuncio de Jesucristo en el corazón de la misión de la Iglesia.
Para muchos, esta carta vino de algún modo, a completar y profundizar la Gaudium et spes. Además, constituyó el telón de fondo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla.

La encíclica programática Ecclesiam suam –la primera que escribió— es asimismo, de gran importancia. Manifiesta que de la «conciencia contemporánea de la Iglesia —nos dice S.S. Juan Pablo II—, Pablo VI hizo el tema primero de su fundamental Encíclica que comienza con las palabras Ecclesiam suam; (...) Iluminada y sostenida por el Espíritu Santo, la Iglesia tiene una conciencia cada vez más profunda, sea respecto de su misterio divino, sea respecto de su misión humana, sea finalmente respecto de sus mismas debilidades humanas: es precisamente esta conciencia la que debe seguir siendo la fuente principal del amor de esta Iglesia, al igual que el amor por su parte contribuye a consolidar y profundizar esa conciencia.
Pablo VI nos ha dejado el testimonio de esa profundísima conciencia de Iglesia. A través de los múltiples y frecuentemente dolorosos acontecimientos de su pontificado, nos ha enseñado el amor intrépido a la Iglesia (...)» (Redemptor hominis, 3).

Son muy significativas también todas las enseñanzas dadas con ocasión del Año Santo de la Reconciliación, en 1975, lo que queda manifiesto en una importante exhortación apostólica: La reconciliación dentro de la Iglesia. Por otro lado, es también de especial importancia El Credo del Pueblo de Dios. En él, el Papa Pablo VI hace una hermosa profesión de fe, que reafirma las verdades que el Cuerpo místico de Cristo cree y vive, tomando así una firme postura ante los no pocos intentos de agresión que sufría la fe cristiana.
La herencia que ha dejado a la Iglesia con todos sus escritos es invalorable.

Iluminando la plenitud humana de vida próximo ya a su muerte .Su tránsito a la casa del Padre

Su Santidad Pablo VI, luego de su incansable labor en favor de la Iglesia a la que tanto amor mostró, fue llamado a su presencia por el Padre Eterno, el 6 de agosto de 1978, en la Fiesta de la Transfiguración (que curiosamente fue también la fecha de la publicación de la encíclica que anunciaba el programa de su pontificado).
Acaso el Señor mismo, con este signo de su amorosa Providencia, quiso rubricar con sello divino aquello que el Santo Padre, pocos años antes, había escrito en una preciosa exhortación apostólica sobre la alegría cristiana: «...existen muchas moradas en la casa del Padre y, para quienes el Espíritu Santo abrasa el corazón, muchas maneras de morir a sí mismos y de alcanzar la santa alegría de la resurrección.
La efusión de la sangre no es el único camino. Sin embargo, el combate por el Reino incluye necesariamente la experiencia de una pasión de amor (...) «per crucem ad lucem», y de este mundo al Padre, en el soplo vivificador del Espíritu» (Gaudete in Domino, 37).
Y ciertamente, el Padre Eterno quiso que este hijo suyo, habiendo pasado por muchos sufrimientos y habiendo entregado ejemplarmente su vida en el servicio amoroso a la Iglesia, pasase "de la cruz a la luz" en el día en que la Iglesia entera celebraba la gran Fiesta de la Transfiguración, que indica esperanzada la meta final a la que conduce la muerte física de todo cristiano fiel.
Y él —como dijera S.S. Juan Pablo I— había transitado ese camino de modo ejemplar: «(...) en quince años de Pontificado, este Papa ha demostrado no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y sufre por la Iglesia de Cristo».

Él mismo, vislumbrando ya esta magnífica realidad, dejaría escrito para todos en su "Testamento":

«Fijo la mirada en el misterio de la muerte y de lo que a ella sigue a la luz de Cristo, el único que la esclarece; miro, por tanto, la muerte con confianza, humilde y serenamente. Percibo la verdad que ese misterio ha proyectado siempre sobre la vida presente y bendigo al vencedor de la muerte por haber disipado en mí las tinieblas y descubierto su luz.

»Por ello, ante la muerte y la separación total y definitiva de la vida presente, siento el deber de celebrar el don, la fortuna, la belleza, el destino de esta misma fugaz existencia: Señor, te doy gracias porque me has llamado a la vida y más aún todavía porque me has regenerado y destinado a la plenitud de la vida».

Su magisterio pontificio

Encíclicas:

Ecclesiam suam (6-8-1964), sobre los caminos que la Iglesia Católica debe seguir en la actualidad para cumplir con su misión.

Mysterium fidei (3-9-1965), sobre la doctrina y culto de la Santa Eucaristía.

Populorum progressio (26-3-1967), sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos.

Sacerdotalis caelibatus (24-6-1967), sobre el celibato sacerdotal.

Humanae vitae (25-7-1968), sobre la regulación de la natalidad.


Exhortaciones apostólicas:

Marialis cultus (2-2-1974), sobre la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen.

Petrum et Paulum.

Gaudete in Domino (9-5-1975), sobre la alegría cristiana.

Evangelii nuntiandi (8-12-1975), acerca de la evangelización en el mundo contemporáneo.


Cartas apostólicas:

Octogesima adveniens (1971), con ocasión del 80 aniversario de la encíclica Rerum novarum.


Declaraciones:

Persona humana (29-12-1975), acerca de algunas cuestiones de ética sexual.

Inter insigniores (15-10-1976), sobre la cuestión de la admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial.


Otros:

Constitución apostólica Paenitemini (17-2-1966), sobre el valor de la penitencia individual.

El "Credo del Pueblo de Dios" (30-6-1968).


El Papa Francisco lo proclama Beato el 19 de octubre de 2014 en la Plaza de San Pedro.










miércoles, 15 de octubre de 2014

Mensaje del Papa por el inicio del Año Jubilar, por el aniversario del nacimiento de Santa Teresa de Ávila.





La iglesia celebra la memoria litúrgica de Santa Teresa de Ávila. Por este motivo comienza el Año Jubilar por el quinto centenario del nacimiento de esta santa española (28 marzo 1515 – 15 octubre 1582). El Papa Francisco escribe un mensaje al obispo de Ávila con este motivo.

Vaticano, 15 de octubre de 2014

A Monseñor Jesús García Burillo Obispo de Ávila

ÁVILA Querido Hermano:

El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila una niña que con el tiempo sería conocida como santa Teresa de Jesús. Al acercarse el quinto centenario de su nacimiento, vuelvo la mirada a esa ciudad para dar gracias a Dios por el don de esta gran mujer y animar a los fieles de la querida diócesis abulense y a todos los españoles a conocer la historia de esa insigne fundadora, así como a leer sus libros, que, junto con sus hijas en los numerosos Carmelos esparcidos por el mundo, nos siguen diciendo quién y cómo fue la Madre Teresa y qué puede enseñarnos a los hombres y mujeres de hoy.

En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida y de su obra. Ella entendió su vida como camino de perfección por el que Dios conduce al hombre, morada tras morada, hasta Él y, al mismo tiempo, lo pone en marcha hacia los hombres. ¿Por qué caminos quiere llevarnos el Señor tras las huellas y de la mano de santa Teresa? Quisiera recordar cuatro que me hacen mucho bien: el camino de la alegría, de la oración, de la fraternidad y del propio tiempo.

Teresa de Jesús invita a sus monjas a «andar alegres sirviendo» (Camino 18,5). La verdadera santidad es alegría, porque “un santo triste es un triste santo”. Los santos, antes que héroes esforzados, son fruto de la gracia de Dios a los hombres. Cada santo nos manifiesta un rasgo del multiforme rostro de Dios. En santa Teresa contemplamos al Dios que, siendo «soberana Majestad, eterna Sabiduría» (Poesía 2), se revela cercano y compañero, que tiene sus delicias en conversar con los hombres: Dios se alegra con nosotros. Y, de sentir su amor, le nacía a la Santa una alegría contagiosa que no podía disimular y que transmitía a su alrededor. Esta alegría es un camino que hay que andar toda la vida. No es instantánea, superficial, bullanguera.

Hay que procurarla ya «a los principios» (Vida 13,1). Expresa el gozo interior del alma, es humilde y «modesta» (cf. Fundaciones 12,1). No se alcanza por el atajo fácil que evita la renuncia, el sufrimiento o la cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores (cf. Vida 6,2; 30,8), mirando al Crucificado y buscando al Resucitado (cf. Camino 26,4). De ahí que la alegría de santa Teresa no sea egoísta ni autorreferencial. Como la del cielo, consiste en «alegrarse que se alegren todos» (Camino 30,5), poniéndose al servicio de los demás con amor desinteresado. Al igual que a uno de sus monasterios en dificultades, la Santa nos dice también hoy a nosotros, especialmente a los jóvenes: «¡No dejen de andar alegres!» (Carta 284,4). ¡El Evangelio no es una bolsa de plomo que se arrastra pesadamente, sino una fuente de gozo que llena de Dios el corazón y lo impulsa a servir a los hermanos!


La Santa transitó también el camino de la oración, que definió bellamente como un «tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). Cuando los tiempos son “recios”, son necesarios «amigos fuertes de Dios» para sostener a los flojos (Vida 15,5). Rezar no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata al Señor, «amigo verdadero» y «compañero» fiel de viaje, con quien «todo se puede sufrir», pues siempre «ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (Vida 22,6). Para orar «no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho» (Moradas IV,1,7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente y sufrirnos pacientemente (cf. Camino 26,3-4).

Por muchos caminos puede Dios conducir las almas hacia sí, pero la oración es el «camino seguro» (Vida 21,5). Dejarla es perderse (cf. Vida 19,6). Estos consejos de la Santa son de perenne actualidad. ¡Vayan adelante, pues, por el camino de la oración, con determinación, sin detenerse, hasta el fin! Esto vale singularmente para todos los miembros de la vida consagrada. En una cultura de lo provisorio, vivan la fidelidad del «para siempre, siempre, siempre» (Vida 1,5); en un mundo sin esperanza, muestren la fecundidad de un «corazón enamorado» (Poesía 5); y en una sociedad con tantos ídolos, sean testigos de que «sólo Dios basta» (Poesía 9).

Este camino no podemos hacerlo solos, sino juntos. Para la santa reformadora la senda de la oración discurre por la vía de la fraternidad en el seno de la Iglesia madre. Ésta fue su respuesta providencial, nacida de la inspiración divina y de su intuición femenina, a los problemas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo: fundar pequeñas comunidades de mujeres que, a imitación del “colegio apostólico”, siguieran a Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con una vida hecha plegaria. «Para esto os juntó Él aquí, hermanas» (Camino 2,5) y tal fue la promesa: «que Cristo andaría con nosotras» (Vida 32,11). ¡Qué linda definición de la fraternidad en la Iglesia: andar juntos con Cristo como hermanos! Para ello no recomienda Teresa de Jesús muchas cosas, simplemente tres: amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad, que «aunque la digo a la postre es la base principal y las abraza todas» (Camino 4,4). 

¡Cómo desearía, en estos tiempos, unas comunidades cristianas más fraternas donde se haga este camino: andar en la verdad de la humildad que nos libera de nosotros mismos para amar más y mejor a los demás, especialmente a los más pobres! ¡Nada hay más hermoso que vivir y morir como hijos de esta Iglesia madre!

Precisamente porque es madre de puertas abiertas, la Iglesia siempre está en camino hacia los hombres para llevarles aquel «agua viva» (cf. Jn 4,10) que riega el huerto de su corazón sediento.

La santa escritora y maestra de oración fue al mismo tiempo fundadora y misionera por los caminos de España. Su experiencia mística no la separó del mundo ni de las preocupaciones de la gente. Al contrario, le dio nuevo impulso y coraje para la acción y los deberes de cada día, porque también «entre los pucheros anda el Señor» (Fundaciones 5,8). Ella vivió las dificultades de su tiempo –tan complicado– sin ceder a la tentación del lamento amargo, sino más bien aceptándolas en la fe como una oportunidad para dar un paso más en el camino. Y es que, «para hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sirve, siempre es tiempo» (Fundaciones 4,6).
Hoy Teresa nos dice: Reza más para comprender bien lo que pasa a tu alrededor y así actuar mejor. La oración vence el pesimismo y genera buenas iniciativas (cf. Moradas VII,4,6). ¡Éste es el realismo teresiano, que exige obras en lugar de emociones, y amor en vez de ensueños, el realismo del amor humilde frente a un ascetismo afanoso! Algunas veces la Santa abrevia sus sabrosas cartas diciendo: «Estamos de camino» (Carta 469,7.9), como expresión de la urgencia por continuar hasta el fin con la tarea comenzada. Cuando arde el mundo, no se puede perder el tiempo en negocios de poca importancia. ¡Ojalá contagie a todos esta santa prisa por salir a recorrer los caminos de nuestro propio tiempo, con el Evangelio en la mano y el Espíritu en el corazón!

«¡Ya es tiempo de caminar!» (Ana de San Bartolomé, Últimas acciones de la vida de santa Teresa). Estas palabras de santa Teresa de Ávila a punto de morir son la síntesis de su vida y se convierten para nosotros, especialmente para la familia carmelitana, sus paisanos abulenses y todos los españoles, en una preciosa herencia a conservar y enriquecer.



Querido Hermano, con mi saludo cordial, a todos les digo: ¡Ya es tiempo de caminar, andando por los caminos de la alegría, de la oración, de la fraternidad, del tiempo vivido como gracia! Recorramos los caminos de la vida de la mano de santa Teresa. Sus huellas nos conducen siempre a Jesús.
Les pido, por favor, que recen por mí, pues lo necesito. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.

                                                                                 Fraternalmente, Francisco.