La iglesia celebra la memoria litúrgica de
Santa Teresa de Ávila. Por este motivo comienza el Año Jubilar por el quinto
centenario del nacimiento de esta santa española (28 marzo 1515 – 15 octubre
1582). El Papa Francisco escribe un mensaje al obispo de Ávila con este motivo.
Vaticano, 15 de octubre de 2014
A Monseñor Jesús García Burillo Obispo de
Ávila
ÁVILA Querido Hermano:
El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila una
niña que con el tiempo sería conocida como santa Teresa de Jesús. Al acercarse
el quinto centenario de su nacimiento, vuelvo la mirada a esa ciudad para dar
gracias a Dios por el don de esta gran mujer y animar a los fieles de la
querida diócesis abulense y a todos los españoles a conocer la historia de esa
insigne fundadora, así como a leer sus libros, que, junto con sus hijas en los
numerosos Carmelos esparcidos por el mundo, nos siguen diciendo quién y cómo
fue la Madre Teresa y qué puede enseñarnos a los hombres y mujeres de hoy.
En la escuela de la santa andariega
aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la
lección de su vida y de su obra. Ella entendió su vida como camino de
perfección por el que Dios conduce al hombre, morada tras morada, hasta Él y,
al mismo tiempo, lo pone en marcha hacia los hombres. ¿Por qué caminos quiere
llevarnos el Señor tras las huellas y de la mano de santa Teresa? Quisiera
recordar cuatro que me hacen mucho bien: el camino de la alegría, de la
oración, de la fraternidad y del propio tiempo.
Teresa de Jesús invita a sus monjas a «andar
alegres sirviendo» (Camino 18,5). La verdadera santidad es alegría, porque “un
santo triste es un triste santo”. Los santos, antes que héroes esforzados, son
fruto de la gracia de Dios a los hombres. Cada santo nos manifiesta un rasgo
del multiforme rostro de Dios. En santa Teresa contemplamos al Dios que, siendo
«soberana Majestad, eterna Sabiduría» (Poesía 2), se revela cercano y
compañero, que tiene sus delicias en conversar con los hombres: Dios se alegra
con nosotros. Y, de sentir su amor, le nacía a la Santa una alegría contagiosa
que no podía disimular y que transmitía a su alrededor. Esta alegría es un
camino que hay que andar toda la vida. No es instantánea, superficial,
bullanguera.
Hay que procurarla ya «a los principios»
(Vida 13,1). Expresa el gozo interior del alma, es humilde y «modesta» (cf.
Fundaciones 12,1). No se alcanza por el atajo fácil que evita la renuncia, el
sufrimiento o la cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores (cf.
Vida 6,2; 30,8), mirando al Crucificado y buscando al Resucitado (cf. Camino
26,4). De ahí que la alegría de santa Teresa no sea egoísta ni
autorreferencial. Como la del cielo, consiste en «alegrarse que se alegren
todos» (Camino 30,5), poniéndose al servicio de los demás con amor desinteresado.
Al igual que a uno de sus monasterios en dificultades, la Santa nos dice
también hoy a nosotros, especialmente a los jóvenes: «¡No dejen de andar
alegres!» (Carta 284,4). ¡El Evangelio no es una bolsa de plomo que se arrastra
pesadamente, sino una fuente de gozo que llena de Dios el corazón y lo impulsa
a servir a los hermanos!
La Santa transitó también el camino de la
oración, que definió bellamente como un «tratar de amistad estando muchas veces
a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). Cuando los tiempos son “recios”,
son necesarios «amigos fuertes de Dios» para sostener a los flojos (Vida 15,5).
Rezar no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de
aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se
trata al Señor, «amigo verdadero» y «compañero» fiel de viaje, con quien «todo
se puede sufrir», pues siempre «ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (Vida 22,6).
Para orar «no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho» (Moradas
IV,1,7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente
y sufrirnos pacientemente (cf. Camino 26,3-4).
Por muchos caminos puede Dios conducir las
almas hacia sí, pero la oración es el «camino seguro» (Vida 21,5). Dejarla es
perderse (cf. Vida 19,6). Estos consejos de la Santa son de perenne actualidad.
¡Vayan adelante, pues, por el camino de la oración, con determinación, sin
detenerse, hasta el fin! Esto vale singularmente para todos los miembros de la
vida consagrada. En una cultura de lo provisorio, vivan la fidelidad del «para
siempre, siempre, siempre» (Vida 1,5); en un mundo sin esperanza, muestren la
fecundidad de un «corazón enamorado» (Poesía 5); y en una sociedad con tantos
ídolos, sean testigos de que «sólo Dios basta» (Poesía 9).
Este camino no podemos hacerlo solos, sino
juntos. Para la santa reformadora la senda de la oración discurre por la vía de
la fraternidad en el seno de la Iglesia madre. Ésta fue su respuesta
providencial, nacida de la inspiración divina y de su intuición femenina, a los
problemas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo: fundar pequeñas
comunidades de mujeres que, a imitación del “colegio apostólico”, siguieran a
Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con
una vida hecha plegaria. «Para esto os juntó Él aquí, hermanas» (Camino 2,5) y
tal fue la promesa: «que Cristo andaría con nosotras» (Vida 32,11). ¡Qué linda
definición de la fraternidad en la Iglesia: andar juntos con Cristo como
hermanos! Para ello no recomienda Teresa de Jesús muchas cosas, simplemente
tres: amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad, que
«aunque la digo a la postre es la base principal y las abraza todas» (Camino
4,4).
¡Cómo desearía, en estos tiempos, unas comunidades cristianas más
fraternas donde se haga este camino: andar en la verdad de la humildad que nos
libera de nosotros mismos para amar más y mejor a los demás, especialmente a
los más pobres! ¡Nada hay más hermoso que vivir y morir como hijos de esta
Iglesia madre!
Precisamente porque es madre de puertas
abiertas, la Iglesia siempre está en camino hacia los hombres para llevarles
aquel «agua viva» (cf. Jn 4,10) que riega el huerto de su corazón sediento.
La santa escritora y maestra de oración fue
al mismo tiempo fundadora y misionera por los caminos de España. Su experiencia
mística no la separó del mundo ni de las preocupaciones de la gente. Al
contrario, le dio nuevo impulso y coraje para la acción y los deberes de cada
día, porque también «entre los pucheros anda el Señor» (Fundaciones 5,8). Ella
vivió las dificultades de su tiempo –tan complicado– sin ceder a la tentación
del lamento amargo, sino más bien aceptándolas en la fe como una oportunidad
para dar un paso más en el camino. Y es que, «para hacer Dios grandes mercedes
a quien de veras le sirve, siempre es tiempo» (Fundaciones 4,6).
Hoy Teresa nos dice: Reza más para comprender
bien lo que pasa a tu alrededor y así actuar mejor. La oración vence el
pesimismo y genera buenas iniciativas (cf. Moradas VII,4,6). ¡Éste es el
realismo teresiano, que exige obras en lugar de emociones, y amor en vez de
ensueños, el realismo del amor humilde frente a un ascetismo afanoso! Algunas
veces la Santa abrevia sus sabrosas cartas diciendo: «Estamos de camino» (Carta
469,7.9), como expresión de la urgencia por continuar hasta el fin con la tarea
comenzada. Cuando arde el mundo, no se puede perder el tiempo en negocios de
poca importancia. ¡Ojalá contagie a todos esta santa prisa por salir a recorrer
los caminos de nuestro propio tiempo, con el Evangelio en la mano y el Espíritu
en el corazón!
«¡Ya es tiempo de caminar!» (Ana de San
Bartolomé, Últimas acciones de la vida de santa Teresa). Estas palabras de
santa Teresa de Ávila a punto de morir son la síntesis de su vida y se
convierten para nosotros, especialmente para la familia carmelitana, sus
paisanos abulenses y todos los españoles, en una preciosa herencia a conservar
y enriquecer.
Querido Hermano, con mi saludo cordial, a
todos les digo: ¡Ya es tiempo de caminar, andando por los caminos de la alegría,
de la oración, de la fraternidad, del tiempo vivido como gracia! Recorramos los
caminos de la vida de la mano de santa Teresa. Sus huellas nos conducen siempre
a Jesús.
Les pido, por favor, que recen por mí, pues
lo necesito. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
Francisco.
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