La
beata Ángela (Aniela) Salawa, laica, virgen seglar de la Tercera Orden Secular
de San Francisco de Asís, nació en Siepraw (Cracovia, Polonia), el 9 de
septiembre de 1881 en el seno de una familia piadosa, de escasos recursos
económicos. De sus padres aprendió pronto el amor a la oración, al trabajo y al
espíritu de sacrificio.
Dos años después, conmovida por la serena muerte de su hermana Teresa
e impulsada por una voz interior, tomó la firme decisión de buscar la santidad
en ese tipo de vida humilde y pobre. Por gracia especial del Señor, se sintió
llamada a vivir en el estado de castidad virginal.
Ejerció
un apostolado activo entre las demás empleadas de hogar, numerosas entonces en
la ciudad, para las que fue siempre un modelo y una guía de vida cristiana.
Alimentaba constantemente su vida espiritual con la oración, que nunca le
impidió el cumplimiento de sus deberes domésticos. «Amo mi trabajo -decía-
porque en él encuentro una excelente ocasión de sufrir mucho, de trabajar mucho
y de orar mucho; y, fuera de esto, no deseo nada más en el mundo».

El año
1911 sufrió, de forma especial, por una dolorosa enfermedad, y por la muerte de
su madre y de la señora para quien trabajaba, las dos personas que más quería.
Además, se vio abandonada por sus compañeras, a las que ya no podía reunir en
la casa.
En 1912
descubrió que su espíritu de humildad y pobreza tenían una gran afinidad con
san Francisco, por lo que decidió profesar la vida de la orden secular
franciscana.

El año
1917 enfermó y se vio obligada a abandonar el trabajo.
En una estrechísima
habitación alquilada pasó los últimos cinco años de su vida, en medio de
sufrimientos continuos, que ofrecía a Dios por la expiación de los pecados del
mundo, la conversión de los pecadores, la salvación de las almas y la expansión
misionera de la Iglesia.
Expiró
serenamente en el Señor el 12 de marzo del año 1922 en Cracovia, y su fama de
santidad se difundió rápidamente por toda Polonia.

Esta ciudad fue el ambiente de su
trabajo, de sus sufrimientos y de su maduración en la santidad. Vinculada a la
espiritualidad de san Francisco de Asís, mostró una sensibilidad insólita ante
la acción del Espíritu Santo. Los escritos que nos dejó dan testimonio de
ello».
En otro momento de la homilía, se refirió a la beata Eduvigis, reina, y
a la nueva beata: «Que se unan a nuestra conciencia estas dos figuras
femeninas.
¡La reina y la sirvienta! ¿Acaso no se expresa toda la historia de
la santidad cristiana y de la espiritualidad edificada según el modelo
evangélico en esta simple frase: "Servir a Dios es reinar"? (cf.
Lumen Gentium 36). La misma verdad encuentra expresión en la vida de una gran
reina y de una sencilla sirvienta».
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