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"Sed
empeñosas en el servicio de los pobres... amad a los pobres, honradlos, hijas
mías, y honraréis al mismo Cristo"
Nació en
París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre
desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los
monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la
instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más
de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que
entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su
endeble salud. Finalmente se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras,
hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó.
Tuvieron un hijo.
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Un poco
antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de
nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña
visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había
sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un
director a quien ella no conocía aun. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya
para entonces Luisa había conocido a "Monsieur Vicente", quien mostró
al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió. San
Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus "Conferencias de
Caridad", con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre
la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran
numero de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera
absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los
corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.
A medida
que fue conociendo más profundamente a "Mademoiselle Le Gras", San
Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba.
Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una
maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más
importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de si misma por
el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos,
Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás
nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con
menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como
"Hijas de la Caridad"
y que se ha ganado el respeto de los hombres de las más diversas creencias en
todas partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con
Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente, que siempre tenía paciencia para esperar la
oportunidad enviada por Dios, mandó a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que
podríamos llamar una visita a "La Caridad" de Montmirail. Esta fue la
precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la
señorita, tomada muy en cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las
molestias y sacrificios.

Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener
alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo,
Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero San Vicente, siempre
prudente y en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había
contenido su ardor. Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente
tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó
una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación.
La sustancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de
las Hermanas de la
Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el
reconocimiento de las Hermanas de la
Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.
En la
actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido
fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en
cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño
usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que
sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese
respeto que provoca el hábito religioso.


En el año
de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa
habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo
le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había
sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo
a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última
privación.
La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo
a sus abatidas hermanas: "Sed empeñosas en el servicio de los pobres...
amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo".
Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió
al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.
San
Vicente sobre Santa Luisa:
"De
hecho no he conocido a nadie que haya demostrado una mayor prudencia que ella.
La poseía en grado sumo, y yo desearía de todo corazón que la Congregación
descollase en esa virtud.

Si en
alguna ocasión, por debilidad humana, se mostraba un tanto vehemente, no debe
extrañarnos; los mismos santos afirman que no hay nadie que no tenga sus
imperfecciones."
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