viernes, 1 de agosto de 2025

El hábito Trinitario.





Fr. Sergio Pereira O.SS.T. ha recopilado mucha información en su blog “Meditaciones Trinitarias”.

El Hábito desde los orígenes de la Orden trinitaria hasta hoy

Desde San Juan de Mata hasta la expansión de la Orden

Según una antigua tradición de la Orden, el 2 de febrero de 1198, Inocencio III impuso el hábito a san Juan de Mata y a san Félix de Valois, el mismo que en días anteriores -supuestamente- el Papa había visto en la celebración de la eucaristía, a saber: un ángel vestido de túnica y escapulario blancos con una cruz roja y azul en el pecho.


La vestición del hábito de manos de Inocencio III no se puede asegurar con claridad y en cuanto al primer hábito que vistieron los trinitarios, aunque la Regla no lo aclara, es probable que san Juan de Mata y sus compañeros vistieran el de los Canónigos Regulares de San Víctor, una túnica de lino (la de los trinitarios sería de lana) de color blanco y una Sobrepelliz de mangas anchas (como una especie de roquete grande).

Sin embargo, en este caso, tampoco se tienen las fuentes suficientes para saberlo con certeza, salvo el hecho de que el signo externo -propiamente dicho- que identificaba a los religiosos era la capa, igualmente de color blanca y a la que iría unido el escapulario.

Que en las capas de los Hermanos se pongan los signos.

El dato más claro que ofrece la Regla trinitaria, respecto a la indumentaria de los frailes, es que en las capas de los hermanos se pongan los signos (RT 8).

 El Cardenal Vitry, que conocía distintos hábitos de su época, especifica que en las capas blancas fijan en el exterior una cruz roja y negra en medio del pecho (Les Origines, doc. 24, P. 115).

Con la edición clementina de la Regla (1267) se especificarán los colores: pondrán sobre el pecho una cruz, cuyo brazo vertical sea de paño rojo y el transversal de color azul. (RTC 8)


La forma de la cruz debió ser al principio como la que aparece en el mosaico de Santo Tomás in Formis en Roma, es decir, una cruz griega que se ensancha un poco al final de cada brazo (cruz paté).



Significado de los colores

Por más que la Regla y cronistas importantes para la historia inicial de la Orden, como Jacobo de Vitry y Humberto de Romanis no lo especifican, la tradición ha visto un reflejo figurativo de la Trinidad en los colores: Tres son los colores del hábito, colores que simbolizan al padre, al Hijo y al Espíritu Santo (L’Ordre des Trinitaires, 26).

Aunque a lo largo de historia se han hecho diversas interpretaciones del significado de los colores, como la ascética, que ve en el color blanco la castidad, en el rojo la obediencia y en el azul la pobreza; la cristológica que ve simbolizado en el rojo la humanidad de Cristo y en el azul, la divinidad; y la visión mística de san Juan Bautista de la Concepción: La Santísima Trinidad os da una dádiva celestial, que vistáis del color de vuestro enamorado Cristo, que es pureza, sangre derramada y celos de crecer cada día en más amarlo (Obras VI, 38).

Lo cierto es que el elemento simbólico es muy importante para el hombre medieval, así que, no cabe duda de que san Juan de Mata e Inocencio III, dejaron impregnado en los colores del hábito su simbología trinitaria, el emblema de la Trinidad, que a causa de su visibilidad, no era necesario dar tantas explicaciones y mucho menos colocarlas por escrito, él mismo era una catequesis.

De la imposición y la calidad del hábito.

Los candidatos cuando eran acogidos en las casas de la Trinidad, servían a Dios conservando sus vestidos seglares hasta el día de la ceremonia de imposición del hábito, la cual se hacía el mismo día de la profesión.

En su calidad, color y hechura, los trinitarios adoptaron como criterio: la sencillez y los decretos de los concilios: Sus vestidos exteriores serán cerrados, ni demasiado cortos, ni demasiado largos.

No han de llevar telas de color rojo y verde (Can. 16 del concilio IV de Letrán).  Las prendas de vestir de los pobres eran de lana sin teñir, y los frailes trinitarios buscando la pobreza iban vestidos de día y de noche con túnicas blancas (Les Origines, 115: doc. 24)

Complementos del hábito.

El hábito se completaba con otras piezas. Se permite tener a cada hermano una pelliza (una especie de chaqueta pegada al cuerpo), que se ajustaba encima de la túnica.

Era común en las regiones frías como en cerfroid. También formaban parte de la vestimenta los calzones de origen galo (especie de pantalones de tela, atados al talle). El calzado era el apropiado para los frecuentes viajes, generalmente albarcas.

Un hábito para cada nación

En la medida en que la Orden de la Santa Trinidad se fue extendiendo, se hicieron necesarias ciertas adaptaciones de la indumentaria de los frailes. A partir del siglo XV, el hábito de la Orden variaba de acuerdo a cada región donde se encontraba.

Para el siglo XV en Francia se conservaba casi el mismo hábito de los orígenes, una túnica de estameña (tejido de lana sencillo y burdo) blanca, con un escapulario de lo mismo y unida a él la capucha: sobre el escapulario tenía una cruz (paté) roja y azul. Al parecer usaban zapatillas cerradas.

Con la reforma de Juan III en 1554, el hábito se compuso de una túnica y escapulario de paño blanco, con una cruz sobre la muceta de lo mismo, a la que estaba unida la capilla (capucha). Usaban calzado cerrado.




El 8 de octubre de 1580, mediante bula de Gregorio XIII, los ermitaños Julián de Natonville y Claudio Aleph recibieron el hábito en Cerfroid, dando paso a la reforma francesa. Estos frailes conservaron el mismo hábito, pero solo se les permitía estar calzados por permiso del general o del provincial.

En 1768, cuando se obligó la unión de todas las ramas trinitarias en Francia y se convirtieron en la Congregación de canónigos regulares de la Santísima Trinidad, mudaron el hábito, quitando la capilla del escapulario y uniéndola a una muceta que ponían encima de él. Continuaron con el uso de zapatos.


En los siglos XVI y XVII en Castilla y Aragón los trinitarios calzados llevaban un hábito compuesto de túnica, capucha y escapulario blanco con la cruz paté sobre este último.

A causa de una disputa con los Mercedarios, se vieron obligados a abandonar la capa blanca y comenzaron a usarla negra con una capucha del mismo color. Los de la provincia de Andalucía se diferenciaban en que la muceta (esclavina corta) de la capucha estaba abierta por delante, y por la parte de atrás remataba en medio punto. 

Los recoletos de Valdepeñas, usaban el mismo hábito, solo que más burdo y austero.

Con el breve del 20 de agosto de 1599, Clemente VIII autorizaba la independencia de los religiosos descalzos españoles (la rama de san Juan Bautista de la Concepción).

Su hábito estaba compuesto por una túnica y escapulario de paño blanco con una cruz recta (eliminando la cruz paté) roja y azul, y una capucha unida a una muceta. Andaban descalzos con sandalias de cáñamo. 

Cuando salían del convento o del coro se colocaban una capucha y un manto (capa) bastante corto de color pardo oscuro que tiraba a negro, más adelante será totalmente negro.  

En Portugal tenían una variante del hábito que curiosamente conservaba la cruz roja y azul sobre la capa que era de color blanco (como en los orígenes). Usaban zapatos con hebillas plateadas.

Las monjas y los laicos

El hábito de las monjas españolas era una túnica y escapulario blancos, con la cruz roja y azul (paté). Para ir al coro se colocan un manto negro. Las recoletas de la Madre Ángela María de la Concepción, usaban el mismo hábito, con la diferencia de que su cruz paté era más alargada. Las monjas descalzas llevaban el mismo hábito de los religiosos descalzos, de cruz recta.

Las monjas portuguesas usaban un hábito compuesto por una túnica sin corte hasta los pies con magas estrechas. Sobre el escapulario llevaban la cruz trinitaria todo de lana gruesa y blanca. 

La toca era de lino tapado sin artificios. Cuando tenían que aparecer al público tenían una especie de velo que les cubría el rostro casi que llegaba a los pies. Usaban sandalias de cáñamo.

El hábito de la Orden Tercera, compuesta por personas seglares, era un ropón blanco y un escapulario con una cruz encarnada y azul. Este hábito lo llevaban generalmente debajo de sus vestidos seglares.

Aunque en algunas partes lo podían usar públicamente, tal como en París, donde usaban un hábito semejante al de los religiosos, solo que en vez de manto (capa), llevan sobre el ropón una especie de sotana abierta por delante y las mujeres, en lugar de toca, tenían un pañuelo en punta y debajo del velo negro una toca blanca.

 En algunas regiones de Francia llevaban al cuello una medalla de plata en triángulo.

El hábito trinitario de hoy

Como hijos de la Reforma de san Juan Bautista de la Concepción, el hábito que portan los trinitarios del siglo XXI, es el de la descalcés trinitaria. 

Aunque el uso del hábito no es común en los religiosos trinitarios de hoy, esto no quiere decir que se haya abandonado. De hecho el número 9 de las constituciones dice expresamente:


“El hábito, signo de nuestra consagración y de nuestra fraternidad, consta, según la tradición recibida en la Orden, de túnica blanca con correa negra, escapulario blanco que lleva encima una cruz de color rojo y azul, y capucha igualmente blanca” (Const. 9).

El hábito Jesuita.





Una orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola. Llamada por él “La Compañía de Jesús” para indicar su verdadero jefe y su espíritu militar, el título fue latinizado como “Societas Iesu” en la Bula de Paulo III que aprobaba su creación y la primera fórmula de su Instituto (Regiminis militantis ecclesia”, 27 de Septiembre de 1540). 

El término “Jesuita” (con origen en el Siglo XV, que significaba alguien que usaba demasiado frecuentemente o se apropiaba el nombre de Jesús) fue aplicado al principio como reproche a la Compañía (1544-52), y nunca fue empleado por su fundador, aunque miembros y amigos de la Compañía aceptaron con el tiempo el nombre en su buen sentido. 

La Compañía figura entre los institutos religiosos como una orden mendicante de clérigos regulares, esto es, un cuerpo de sacerdotes organizados para el trabajo apostólico, siguiendo una regla religiosa, y contando para su sostenimiento con limosnas [Bulas de Pío V, “Dum indefessae”, de 7 de Julio de 1571; de Gregorio XIII, “Ascendente Domino” (vid.), de 25 de Mayo de 1585].




Como se ha explicado en el artículo “Ignacio de Loyola”, el fundador comenzó su propia reforma, y el alistamiento de seguidores, totalmente poseído por la idea de la imitación de Cristo, y sin ningún plan para una orden religiosa ni propósito de atender a las necesidades de la época. 

Inesperadamente impedido de llevar a cabo esta idea, ofreció sus servicios y los de sus seguidores al Papa, “Cristo en la Tierra”, quien en seguida le empleó en cuantas tareas eran más apremiantes en ese momento. 

Fue sólo después de esto y justo antes de que sus compañeros empezaran a marchar por encargo del Papa a diversos países, cuando se tomó la resolución de crear una orden, y cuando Ignacio fue encargado de redactar unas Constituciones. 

Esto lo hizo lenta y metódicamente, introduciendo primero reglas y costumbres y viendo cómo funcionaban.

No las codificó durante los primeros seis años. Luego se dieron tres años para formular leyes, cuya sabiduría hubiera sido probada por la experiencia. En los últimos seis años de la vida del Santo las Constituciones así compuestas fueron finalmente revisadas y puestas en práctica en todas partes. 




Esta secuencia de acontecimientos explica de una vez cómo la Compañía, aunque dedicada al seguimiento de Cristo, como si no hubiera otra cosa de qué preocuparse en el mundo, está también excelentemente adaptada a las necesidades del momento.

 Empezó a atenderlas antes de comenzar a legislar, y su legislación fue la codificación de aquellas medidas que habían sido probadas por la experiencia como aptas para preservar su previo principio religioso entre hombres efectivamente dedicados a los requerimientos de la Iglesia en tiempos no diferentes de los nuestros.

La Compañía no se fundó con la finalidad confesada de oponerse al Protestantismo. Ni las cartas papales de aprobación, ni las Constituciones de la orden mencionan esto como objeto de la nueva fundación. 

Cuando Ignacio empezó a dedicarse al servicio de la Iglesia, probablemente ni siquiera había oído los nombres de los reformadores protestantes. Su plan originario fue más bien la conversión de los mahometanos, una idea que, pocas décadas después del triunfo final de los cristianos sobre los moros en España, debe haber atraído con fuerza al caballeroso español. 

El nombre de “Societas Iesu” había sido llevado por una orden militar aprobada y recomendada por Pío II en 1450, cuya finalidad era luchar contra los turcos y ayudar a extender la fe cristiana. Los primeros jesuitas fueron enviados por Ignacio a tierras paganas o a países católicos; a países protestantes sólo por petición especial del Papa y a Alemania, la cuna de la Reforma, a solicitud urgente del embajador imperial.

 Desde el mismo principio las labores misioneras de los jesuitas entre los paganos de la India, Japón, China, Canadá, América Central y del Sur fueron tan importantes como su actividad en países cristianos. Como el objeto de la Compañía era la propagación y refuerzo de la fe católica en todas partes, los jesuitas se esforzaron naturalmente en contrarrestar la extensión del Protestantismo. 

Se convirtieron en el principal instrumento de la Contrarreforma; la reconquista de Alemania del sur y del oeste y Austria para la Iglesia, y la conservación de la fe católica en Francia y otros países se debieron principalmente a sus esfuerzos.



San Ignacio de Loyola, no les exigió a los Jesuitas un hábito especial, como el que ya tenían otras órdenes, sino que los instaba a que vistieran el hábito de los clérigos honestos del lugar donde estuvieran, eso sí, de color negro. 

El hábito era un instrumento más de mortificación y alejamiento de las vanidades del mundo, teniendo siempre en cuenta que los Jesuitas trabajaban para el mundo pero no pertenecían a él. Antiguamente usaban “bonetes” y más tarde pasó a formar parte de su vestimenta, una faja. 

En síntesis el hábito jesuita es una sotana talar negra, con faja. En la actualidad el clergyman sustituyó a todo esto.

Imagen de Santa Clara de Asís.


Esta imagen de Santa Clara de Asís, la he realizado para la capilla que lleva su nombre, en la ciudad de Oberá, Misiones, Argentina. Es una Santa a la que le tengo gran devoción y admiración. Está hecha con la técnica de telas encoladas y masillas epoxídicas . Es la misma técnica que se ha utilizado para hacer la imagen de Santa Faustina, Santa Bernardita, San Pedro, etc., con lo que les doy la pauta de las múltiples imágenes artesanales, e irrepetibles que se pueden hacer. ¿Cómo se hace? te lo cuento ahora por si no leíste el anterior:




1)    Vamos preparando la cabeza y las manos, mientras armamos un soporte (que puede ser de alambre, madera, plástico, cartón, telgopor, etc.) en este caso es una estructura de plástico, recubierta en telas. Se fija dicho soporte a una base de madera. Se le van marcando las partes del cuerpo. TENER EN CUENTA LAS PROPORCIONES!!!!!. Para eso te recomiendo que veas el artículo de QUI DOCET, DISCIT (septiembre de 2011) que habla sobre las proporciones corpóreas más comunes. Si hiciera falta, se van añadiendo pequeñas almohadillas con algodón para darle volumen a las partes del cuerpo. Como es una mujer, le damos un poco más las caderas y marcaremos la zona de los pechos. Se pinta la cara y las manos. Se añade la cabeza que se fija con masilla epoxídica. Esta estructura  está fija a una base de madera de ciprés barnizada.





2)    Se sigue con la cabeza y las manos, ya terminadas, las vamos a añadir a la estructura que hemos hecho. Vamos pensando cómo va a ir ubicada la ropa (para esto es preciso ver estampas para que sea más real) y las actitudes de la imagen (esto lleva bastante tiempo) es cuestión de buscarlas. Se va pensando en todos los detalles que se le quieren hacer (ubicación de las manos, de los pies, cofia, velo, etc.). En este caso la imagen va a llevar una gran custodia, que es un atributo característico en las distintas imágenes de la santa. La vamos preparando, porque lleva mucho, pero mucho tiempo. La confeccioné en metal trabajado, masillas epoxídicas y estrases checoslovacos antiguos.











3)    Se diagrama la vestimenta de Santa Clara en tela de algodón o lino (NO SINTÉTICO) y se le pasa una mezcla de cola de carpintero, tiza, enduído y colorantes. Por lo menos 2 manos. Dejar secar muy bien entre tela y tela, lo mismo cuando se pinta, DEJAR SECAR MUY BIEN ENTRE MANO Y MANO. Lo adherimos todo al cuerpo y lo dejamos secar. Nos vamos a ayudar haciendo algún “andamio” con palitos, hilos, alfileres, etc. Para que fragüe todo en el lugar correcto. La secuencia es: mangas, túnica, toca, cofia, capa y velo, EN ESE ORDEN. Mucho cuidado al pintar, ya que estamos trabajando con negro, marrón y blanco. Siempre recomiendo empezar por el más claro, aunque en este caso, conviene ir pintando a medida que superponemos otras partes.





4)    Sacar el papel adherente de la base y seguir decorando con otros detalles (aureola, cordón, rosario, custodia, etc.). Retocar con pigmentos al tono las marquitas que hubiéramos dejado y todo el perfilado es retocado para crear sombras.

RECOMENDACIÓN: procuren no agregarles demasiadas cosas a las imágenes, traten de hacerlas lo más fiel que puedan, por eso recurran a algún buscador para ver estampas o fotos si las hubiera.

El paso a paso: