Profesor
universitario, terciario franciscano.

Error de graves
consecuencias. Todo cristiano está llamado a ser santo, pues el amor y la
gracia de Cristo obra en todos los hombres para poder amar hasta el extremo.
Por eso
cuando el Papa San Juan Pablo II beatificó en Nuestra Señora de París a Antonio
Federico Ozanam, laico y padre de familia, fue un acontecimiento que hizo
escribir al cardenal Paul Poupart: “Quiero decirle al Santo Padre, después de
la celebración, lo feliz que estoy porque nos ha dado como modelo a un joven
profesor de universidad, padre de familia, radiante de inteligencia, de fe y de
amor por los pobres. Dulce rostro de la Iglesia”.
Los padres
del beato, Juan Antonio Ozanam y María Vantras, eran cristianos ejemplares y un
matrimonio feliz, ambos de la ciudad francesa de Lyon. Refiriéndose a su madre
escribirá un día Ozanam: “Sentado en sus rodillas aprendí a temerte, Señor, y
en sus miradas conocí tu amor”.
El padre
había participado en algunas campañas junto a Napoleón Bonaparte, pero no
siguió la carrera militar ni las ambiciones bélicas del emperador. Su caridad
lo llevó a apoyar a un pariente insolvente y así perdió los bienes de fortuna.
Por fin decidió trasladarse a Milán, entonces bajo dominio francés, para
enseñar lenguas clásicas. A la vez estudió Medicina y llegó a ser un médico
prestigioso que atendía gratuitamente a muchos enfermos pobres. Esa caridad era
compartida por su esposa que ayudaba a familias necesitadas.
Federico
nació en Milán en 1813. Fue el quinto hijo de un total de nueve, de los que
sobrevivieron sólo tres: Alfonso fue un sacerdote ejemplar, Carlos, que fue
médico como su padre y él.
Pronto
regresó la familia a Lyon. Desde los nueve años estudió en el College Royal.
Federico era cariñoso, compasivo ante cualquier desgracia y de pureza
angelical. Con todo, el futuro beato confesaba humildemente su carácter
irascible, su pereza y su desobediencia. Si bien reconocía que de la pereza le
curó su entrada en el colegio, y de su desobediencia el recibir la Primera
Comunión dos años después.
Obtuvo
excelentes notas en sus estudios y a los 13 años sintió su vocación literaria,
tanto en prosa como en verso. En su adolescencia tuvo una crisis de fe. Su
espíritu inquisitivo lo llevaba a dudas y vacilaciones. Sufrió por eso
intensamente. Pero recobró la serenidad por su oración ferviente ante el
Santísimo Sacramento y por las orientaciones de su profesor de Filosofía, el
padre Noirot.
De esta
prueba salió Ozanam decidido a consagrar su vida a la defensa de la verdad.
Sendero arduo que le produjo humillación y desprestigio por parte de los
intelectuales anticlericales que pululaban en Francia.
A los 18
años se trasladó a París para matricular en la Facultad de Derecho y de Literatura
de la Sorbona. De dos mil setecientos estudiantes sólo una docena confesaba ser
cristiano.
Federico comenzó a rebatir oralmente y por escrito las acusaciones e
insinuaciones anticristianas que los profesores difundían desde las cátedras.
Muy pronto agrupó en torno suyo un nutrido grupo de amigos que discutían entre
ellos cuestiones difíciles y controvertidas.

Providencialmente
Federico se encontró en París con su paisano, Andrés María Ampère, celebérrimo
científico y ferviente cristiano. Este hombre bueno y generoso lo alojó en su
propia casa, lo orientó en sus estudios y lo introdujo en los ambientes
literarios.


Consciente
de la necesidad de defender la fe católica, él y sus amigos llevaron a muchos,
incluso a catedráticos, a convencerse de que se puede amar la religión al mismo
tiempo que la libertad y sacar a los jóvenes estudiantes de la indiferencia
religiosa.
Cursar
simultáneamente Leyes y Literatura le exigía diez horas diarias de estudio, sin
contar el tiempo de las clases. Con todo, dedicaba su tiempo a la oración y a
las tareas de caridad y apostolado.

La defensa
de la tesis sobre Dante, en París-1839, fue un éxito rotundo que bien
apreciaron los famosos profesores del jurado. El ministro de Instrucciones allí
presente, exclamó: “Esto sí que es elocuencia”. Ese mismo año murió su madre.
En su
batalla cultural el joven Ozanam recibió una objeción que le hirió
profundamente: “Dígannos qué es lo que hacen ustedes los estudiantes católicos
a favor de los pobres”.
Desde aquel momento Federico dirigió a sus amigos de
las conferencias de Historia y Filosofía la invitación: “Vayamos a ocuparnos de
los pobres”. Así surgieron las famosas Conferencias de San Vicente de Paúl, en
las que se unían armónicamente la fe, la caridad, la cultura y la acción
social.
Al principio (1893) eran sólo ocho universitarios, al cabo de ocho
años, sólo en París, eran dos mil. Después de 20 años en toda Francia pasaban
de 500 conferencias.
La experiencia les enseñó que unas visitas amistosas y sin
muestras de superioridad o paternalismo eran manifestaciones efectivas de la
caridad cristiana. Siguiendo a San Vicente de Paúl, Ozanam exclamaba: “Esos
pobres de Jesucristo son nuestros señores y maestros y nosotros no somos dignos
de atenderlos”.
En 1840 el
futuro beato obtuvo la cátedra de Literatura extranjera en la célebre
universidad La Sorbona de París.
Según el veredicto del jurado, “descollaba por
sus conocimientos clásicos tan profundos, por su manera amplia y firme de
interpretar a los autores y de concebir una idea, por la claridad de sus
comentarios y de sus definiciones, por sus concepciones atrevidas y justas, y
por su lenguaje, en el cual se combinan la originalidad y la razón, la
imaginación y la seriedad”.

Federico se
sintió llamado al estado laical y contrajo matrimonio con una joven de sus
mismos ideales, Amelia Soulacroix, hija de un conocido profesor de Lyon.
Se casan en
1843 en una iglesia de Lyon. Las naves del templo estaban llenas de los
familiares y de los miembros de las Conferencias de San Vicente de Paúl. La
novia tenía 21 años y él 28.
El señor
Soulacroix deseaba que permanecieran en Lyon, pero Federico veía su vocación en
La Sorbona y la joven esposa lo aceptó. Viajaron a Nápoles y Sicilia, y en Roma
los recibió paternalmente el Papa Gregorio XVI. En 1845 nació la hija ansiada,
María.
En 1846
Ozanam recibió el título de Caballero de la Legión de Honor, pero ese mismo año
tuvo una fiebre maligna y pertinaz que lo privaba de todas sus fuerzas y lo
llevó al borde de la muerte. No podía visitar a los pobres pero asistía a los
que lo visitaban y les suplicaba que rogaran por él. Mejoró por las
prescripciones de su médico y los afectuosos cuidados de su esposa.
Los
facultativos le prescribieron un año de reposo. El ministro de Instrucción le
propuso un viaje de estudios históricos a Italia, de modo relajado. Él aceptó
sobre todo para efectuar un estudio enriquecedor y provechoso.
El medio
año en Italia fue una de las fases más dichosas de su vida. Le acompañaban su
esposa e hija. En Roma lo recibió el Beato Pío IV, que iniciaba su pontificado.
Visitaron Florencia, Monte Casino, Pisa, Bolonia, Venecia y Asís, cuna de san
Francisco, a cuya Tercera Orden (hoy Orden Franciscana Seglar) pertenecía
Federico.
Fruto de
este viaje a Italia es el libro de valor perenne "Los poetas franciscanos de
Italia en el siglo XIII". En él hay una exploración acerca de la persona y la
obra de fray Jacopone da Todi, autor del Stabat Mater.
En 1848
fuertes impulsos revolucionarios transformaron la situación política de
Francia. Ozanam trató de suscitar entre los católicos actitudes de apertura
frente a los cambios políticos y sociales. Pero fue atacado por los católicos
conservadores apegados a la monarquía tradicional.
La muerte del arzobispo de
París, monseñor Affre por una bala perdida cuando cruzaba las barricadas en
busca de una reconciliación, fue para Ozanam un momento de gran dolor. Él era
uno de los que había pedido al prelado esta intervención de la paz social.
Su débil
constitución se resentía de tantos trabajos e inquietudes. Los médicos le
prescribían cambios de clima y tiempo de reposo. Con su familia descansó en
Bretaña y estuvo algún tiempo en Inglaterra.
En 1852 dio
su última clase en La Sorbona. Nuevas prescripciones médicas lo llevan a los
Pirineos. Allá mejoró.
Estando tan
cerca de España, deseó llegar hasta Sevilla, pero sólo llegó a Burgos, donde
visitó la Conferencia de San Vicente de aquella ciudad y la Catedral, la cual
le impresionó enormemente.
En Toscana,
desde enero de 1853, encontró mejoría, pero su cuerpo era ya demasiado frágil
para seguir viviendo.
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Después de
recibir con fervor la Unción de los enfermos, la Penitencia y el Viático, al
atardecer del 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María (y en Cuba de
Nuestra Señora de la Caridad), entregó su alma a Dios, tenía 40 años. A quien
le preguntaba si tenía miedo de encontrarse con Dios, él le respondía: “¿Por
qué iba a tenerle miedo? ¡Yo le amo!” Fue beatificado en 1997.
El viernes
22 de agosto de 1997, en el marco de las duodécimas Jornadas Mundiales de la
Juventud, en la catedral de Nuestra Señora de París, San Juan Pablo II
beatifica a Federico Ozanam.
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