lunes, 1 de abril de 2013

¿ES UN ERROR VENERAR A LOS SANTOS?



Si bien es cierto que muchas personas se confunden acerca de la naturaleza de la devoción a los santos, no por eso hay que decir en absoluto que el culto a ellos sea un error que deba ser desechado. Más bien es necesario dar una mayor instrucción a los fieles para que sepan usar bien de este medio que está a nuestro alcance y que la Iglesia, desde sus orígenes, propone. 

En los más antiguos documentos de la literatura cristiana aparece que ya en los primeros tiempos de la Iglesia se tributaba un culto a los mártires y a sus reliquias. En el s. IV se añadió el culto a los Obispos que sobresalieron por la santidad de su vida y muy pronto también el de los anacoretas y otros fieles que con su vida de grande austeridad imitaron de algún modo a los mártires.

La Iglesia al canonizarlos da testimonio y sanciona que estos hombres y mujeres ejercitaron las virtudes de un modo heroico, y que actualmente gozan de Dios en el cielo. De esta forma ellos se convierten para los creyentes en un modelo de santidad y en intercesores en favor nuestro. Por supuesto que la Iglesia Católica no obliga a nadie a invocar y tener devoción a los santos. Solamente los propone como modelos para ser imitados.

Son modelos de santidad: alguno podría decir que no necesitamos otro modelo de santidad pues ya tenemos el modelo del propio Jesús y que Cristo es el único camino. Esto es verdad, pero no significa que no hubo hombres y mujeres que, transitando el único camino que es Cristo, puedan transformarse para nosotros en ejemplo del seguimiento de Jesús. Así lo afirma San Pablo: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte es una ganancia... Hermanos, sigan mi ejemplo y fíjense también en los que viven según el ejemplo que nosotros les hemos dado a ustedes» (Fil. 1, 21 y 3, 17).

En otra parte dice el Apóstol: «Sigan ustedes mi ejemplo como yo sigo el ejemplo de Cristo Jesús» (1 Tim. 1, 16). En estos textos vemos claramente que Pablo se pone a sí mismo como ejemplo de seguidor de Cristo, e incita a los creyentes a ser sus imitadores, como él lo es de Cristo.

Otro ejemplo nos muestra la Biblia en María, la Madre de Jesús. Ella es la mujer «que Dios ha bendecido más que a todas las mujeres» (Lc. 1, 28 y 1, 42), como dijeron el ángel Gabriel y su prima Isabel. Y en el cántico de María (Lc. 1, 46-55); ella se presenta también como ejemplo de humilde servidora y de esclava, «en adelante todos los hombres me llamarán bienaventurada» (Lc. 1, 48). La Biblia, entonces, pone claramente a María como modelo de santidad para todas las generaciones. Y es eso lo que celebra la Iglesia Católica al venerar a María. La veneración a María nunca puede ser culto de adoración; la veneración es un culto de honra y de profundo respeto hacia la Madre de Jesús.




Cuando leemos con atención las Escrituras, nos damos cuenta de que la Biblia nos ofrece muchos modelos de santidad; por ejemplo: al apóstol Tomás, que era un hombre con grandes dudas sobre la fe pero que al fin proclamó a Jesús como su Señor y su Dios (Jn. 20, 26-28). Así también la Iglesia Católica presenta el ejemplo de Juan Bautista que con gran valentía dio testimonio de Jesús hasta derramar su sangre por el Señor (Mt. 14, 1-12).

 De igual manera, la Iglesia Católica presenta ahora a los santos de nuestros tiempos como ejemplos de fe cristiana. Ellos nos señalan un camino y muchos ven en ellos la gracia del Señor Jesús, que fue tan eficaz en sus vidas. Los santos son para nosotros verdaderos modelos a imitar. Ellos tuvieron una clara prioridad en su vida: Jesucristo. Y es este modelo de fe cristiana el que tocó de diversas maneras el corazón de mucha gente. La fe en los santos no es, de ninguna manera, un obstáculo a la fe en Jesucristo sino un estímulo para seguir a Cristo.

Por supuesto debemos evitar excesos, los santos no son semidioses y la santidad de tal o cual persona nunca puede oscurecer el seguimiento de Cristo. Al contrario, la verdadera santidad de los santos siempre anima hacia una mayor búsqueda de Dios.

Son intercesores en nuestro favor: Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los hombres: «Hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (1 Tim. 2, 5; Hebr. 8, 6 y 9, 11-14). Nosotros, los católicos, también proclamamos esto. Pero los santos no son un obstáculo para dirigirnos directamente a Jesucristo, a Dios Padre o al Espíritu Santo. Los santos no nos alejan de Dios; simplemente ellos con sus ejemplos de fe cristiana nos estimulan a acercarnos a Dios con la sola mediación de Jesucristo.

Ahora bien, cuando la Iglesia Católica dice que los santos son intercesores nuestros delante de Jesucristo, eso no quiere decir que ellos son los que hacen los milagros. Es siempre Dios Padre, Jesucristo o el Espíritu Santo, quienes obran maravillas entre nosotros, aunque sí puede ser que los milagros sean hechos «por intercesión» de estos santos.

Veamos nuevamente el ejemplo de María, ahora en las bodas de Caná. Es María la Madre de Jesús la que invita discretamente a su Hijo a hacer un milagro diciendo: «Ya no tienen vino». Y Jesús le hace entender que la hora de hacer signos no ha llegado todavía. Sin embargo, por la intercesión de su Madre María, Jesús hace su primer milagro (Jn. 2, 1-12). Este es el sentido bíblico de la intercesión de los santos. Hay muchos ejemplos más de la intercesión de los santos ante Dios. Veamos algunos textos: Moisés ora a Dios por intercesión de Abraham, Isaac y de Jacob (Ex. 32, 11-14). Jesús manda a sus Apóstoles a sanar enfermos, a resucitar muertos, a limpiar leprosos y echar demonios (Mt. 10, 8). Pedro y Juan, en nombre de Jesús, sanan a un hombre tullido (Hech. 3, 1-10). En el pueblo de Tróada, el apóstol Pablo devuelve la vida a un joven accidentado (Hech. 20, 7-11). 

Cuando el apóstol Pedro pasaba por la calle, la gente sacaba a los enfermos y los ponía en camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre algunos de ellos, y todos eran sanados (Heh. 5, 15-16). Dios hacía grandes milagros por medio de Pablo, tanto que hasta los pañuelos o las ropas que habían sido tocados por su cuerpo, eran llevados a los enfermos y los espíritus malos salían de éstos (Hech. 19, 11-12).

Todos estos textos nos dicen que Jesucristo hacía milagros por medio de sus discípulos. «Ustedes han recibido este poder sin costo; úsenlo sin cobrar», dijo Jesús (Mt. 10, 8).

Pero además de todos estos ejemplos, en los cuales nuestro Único mediador Jesucristo realiza milagros por medio de otros hombres, la Biblia nos enseña también que "la oración de los santos es como perfume agradable ante el trono de Dios" (Apoc. 8, 4). «Ahora me alegro, dice el Apóstol Pablo, en lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando en mi propio cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, que es su cuerpo» (Col. 1, 24). «La oración fervorosa del hombre bueno tiene mucho poder. 

El profeta Elías era un hombre tal como nosotros, y cuando pidió en su oración que no lloviera, dejó de llover sobre la tierra durante tres años y medio y después cuando oró otra vez, volvió a llover y la tierra dio su cosecha» (Stgo. 5, 16-18). «Los cuatro seres vivientes y los 24 ancianos se pusieron de rodillas delante del Cordero. Cada uno de los ancianos tenía un arpa, y llevaban copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los que pertenecen a Dios» (Apoc. 5, 8). 

En todos estos textos notamos que la oración fervorosa o la intercesión de los santos tienen mucho poder delante del trono de Dios. No podemos dudar de que estos santos, que ahora están delante de Dios, van a interceder por nosotros, como lo hizo Moisés al hablar con Dios para aplacar su ira invocando a Abraham, Isaac y Jacob (Ex. 32, 13).

Al invocar a los santos siempre contemplaremos las virtudes que obró Dios en ellos. Dios debe estar siempre en el trasfondo de nuestra invocación o veneración a los santos. Los santos no nos alejan de Dios, sino que nos invitan a ponernos directamente en contacto con El, con la sola mediación de Jesucristo.



 



Por supuesto que en la veneración a los santos hay que evitar los excesos. Hay gente que no busca a los santos como un modelo de fe cristiana, sino solamente como remedio a sus dolencias, angustias y dificultades, o para encontrar un objeto que se le ha perdido. Sabemos muy bien que hay gente que se acerca a los santos con una fe casi mágica. Pero no nos corresponde juzgar los sentimientos de nuestros hermanos que tienen una fe débil. 

Estoy seguro de que Dios respeta la conciencia de cada uno. Pensemos en aquella mujer de la Biblia que sufría hemorragias de sangre durante tantos años, la que se acercó a Jesús tal vez con una fe mágica, pensando que con sólo tocar su manto sanaría, y la señora con esta fe que a nosotros nos parece medio mágica sanó. 

Pero luego Jesús buscó a aquella mujer y quiso darle más que un simple remedio a sus dolencias. Jesús deseaba un encuentro personal con aquella enferma y aclarar la verdadera razón de su sanación: La fe. «Hija, has sido sanada porque creíste» (Lc. 8, 43-48). Eso debemos hacer nosotros: fortalecer la fe de nuestros hermanos, enseñándoles qué enseña la Iglesia acerca de los santos y de su veneración. Debemos ayudarles con mucho amor a purificar su fe, como lo hizo Jesús con aquella mujer enferma. Un poco de fe basta para que Dios actúe.




Por el tema de las imágenes, le recuerdo que la Biblia rechaza enérgicamente el culto de adoración a los ídolos (falsos dioses), pero la Biblia nunca ha rechazado las imágenes como signos religiosos. Dios mismo manda a Moisés hacer imágenes como símbolos religiosos: «Harán dos querubines de oro macizo, labrados a martillo y los pondrán en las extremidades del lugar del perdón, uno a cada lado... Allí me encontraré contigo y te hablaré desde el lugar del perdón, desde en medio de los querubines puestos sobre el arca del Testimonio...» (Ex. 25,18-22). 

Estos dos querubines parecidos a imágenes de ángeles, eran adornos religiosos para el lugar más sagrado del templo. Pues bien, estas imágenes, hechas por manos de hombres, estaban en el templo, en el lugar más sagrado y nunca fueron consideradas como ídolos, sino todo lo contrario, el mismo Dios ordenó construirlos. También confrontar: Números 21, 8-9 donde Dios manda a Moisés que construya una serpiente de bronce; o el Salmo 74, 4-5, donde se ve que en el Templo de Jerusalén había imágenes religiosas.



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