miércoles, 11 de octubre de 2017

La caridad empieza por casa.



Muchos pequeños gestos pueden cambiar la vida y ayudar a transmitir el Evangelio desde lo cotidiano. Esos sencillos actos de caridad que olvidamos a menudo, pueden hacerse en nuestra vida cotidiana entre los integrantes de la familia, los amigos, los vecinos e inclusive con aquellas personas que no conocemos y que pasan por nuestro camino diario.

Estos actos no sólo son válidos para la época de cuaresma o adviento, deben formar parte de nuestro vivir diario. Son actos sencillos de caridad que muchas veces pasamos por alto pero que, en su sencillez son manifestaciones concretas del amor de Dios.

Un corazón que se ha encontrado con Jesús no puede permanecer indiferente a los demás. ¡No privemos a los demás de nuestra sonrisa, de nuestra alegría, de la esperanza que nos da Cristo! El mundo lo necesita y hoy más que nunca. Este siglo XXI tan enloquecido y apurado, nos necesita para generar un poco de paz y armonía.

Por lo tanto, para vivir este testimonio de la caridad es indispensable el encuentro con el Señor que transforma el corazón y la mirada del hombre. La Eucaristía es el encuentro sublime que nos recuerda todo el amor que el Señor tuvo y tiene por nosotros. En efecto, es el testimonio del amor de Dios hacia cada uno de nuestros hermanos en humanidad que da el verdadero sentido de la caridad cristiana.

Esta no se puede reducir a un simple humanismo o a una empresa de promoción humana, como le decía la Madre Teresa a sus hermanas: “somos en primer lugar religiosas y no asistentes sociales”. La ayuda material, aun siendo verdaderamente necesaria, no lo es todo en la misma caridad, que es participación en el amor de Cristo recibido y compartido.

Toda obra de caridad auténtica es, por lo tanto, una manifestación concreta del amor de Dios a los hombres y por ello se vuelve anuncio del Evangelio.



 Debemos tener en cuenta y no olvidar:

Recordarles a los demás cuánto los amas.

Nosotros sabemos que los amamos… ¿y ellos? Las caricias, los besos, los abrazos y las palabras nunca sobran. Me imagino a Jesús, María y José en la vida cotidiana, seguramente en cada gesto se manifestaban cuánto se querían. Si Jesús no se hubiera hecho carne, nosotros jamás habríamos entendido que Dios es Amor.

Sonreír y dar las gracias a Dios y a las personas.

No nos damos cuenta pero cuando sonreímos aligeramos la mochila a quienes nos rodean en la calle, en el trabajo, en casa, en la universidad. La felicidad del cristiano es una bendición para los demás y para uno mismo. ¡Quién tiene a Cristo en su vida no puede estar triste!

Nunca nos acostumbremos a recibir porque lo necesitamos o porque tenemos "derecho a". Todo lo recibimos como un regalo, nada nos "lo deben" aunque hayamos pagado por ello. Demos siempre las gracias. Es más feliz quien es agradecido.

Saludar con alegría a esas personas que ves a diario y escuchar la historia del otro, sin prejuicios, con amor.

El portero, la vecina, la persona que limpia en el trabajo o el panadero. Los vemos a diario y al saludarlo le recordamos que es importantísimo lo que hace. Tanto nuestro trabajo como el de él/ella se hace más a gusto si le hacemos ver que es valioso para otros, que su presencia cambia las cosas.

¿Qué puede hacernos más humanos que saber escuchar? Cada historia que nos cuentan nos une más con el otro: a los hijos, a la pareja, a los docentes, a los amigos, etc. Sabemos que sus preocupaciones y alegrías no sólo son palabras, son partes de su vida que necesitan ser compartidas.



 Detenernos para ayudar. Estar atentos a quien nos necesita.

¿Qué más podemos decir? No importa si es un problema de ingeniería, una simple pregunta o alguien que tiene hambre ¡jamás sobra la ayuda! Todos necesitamos de los demás. Aunque solemos ayudar, recordemos que nosotros también somos necesitados. Ayudar cuando se necesite para que otro descanse. Esto lo vivimos en las familias: cuando uno descansa otro trabaja. 

Nada más hermoso que saber que alguien más ya comenzó a hacer algo que necesitabas por ti o que siempre puedes pedir ayuda. Cuando nos ayudamos mutuamente a llevar las responsabilidades diarias la vida es más llevadera. 

Mención especial merecen las madres que con su entrega diaria nos ordenan la casa y hacen de ella un verdadero hogar. Si vivimos en familia, en comunidad o ya estamos fuera de casa viviendo solos, sabemos lo importante que es recoger y limpiar lo que usamos. Hay una voz dentro de nosotros que nos dice que deberíamos ayudar un poco más de lo que quisiéramos ... Y sorprendentemente nos sentimos muy bien de hacerlo.

Llamar por teléfono, enviar SMS o mensajes de Whatsapp a nuestros padres, abuelos y amigos.

Tal vez vivamos solo o quizá tengamos nuestra propia familia. Sin embargo, nuestros padres aún se conmueven cuando les hacemos saber que estamos pensando en ellos. Estar atentos a lo que necesitan o simplemente saber cómo están, es algo que no te cuesta mucho y es un gesto enorme de gratitud. 

En la era de las comunicaciones y los celulares, ya no tenemos excusas para no podernos comunicar y hacerle saber a los demás que nos acordamos de ellos.


Levantarle el ánimo a alguien.

Sabemos que no anda bien o nada bien y no sabemos qué hacer. Decidimos sacarle una sonrisa para hacerle saber que no todo es malo. 

Siempre es bueno saber que hay alguien que te ama y que estará siempre a pesar de las dificultades. Hay que tener buenos detalles con los que están cerca nuestro. Sabemos lo que le gusta mejor que nadie, ¿por qué no aprovechar eso? 

Nada se disfruta más que aquello que es dado con amor, él se gana unos minutos de descanso y nosotros una sonrisa auténtica. Salir de uno mismo y pensar en los demás siempre es mejor y alegra el corazón.

Ayudar a los demás a superar obstáculos y corregir con amor, no callar por miedo.

De chiquitos lo hacíamos, ¿por qué no hacerlo ahora? Ayudarle a alcanzar el transporte, a cargar sus maletas, a cruzar la calle o regalarle unas monedas para que pueda pagar. Esos detalles nunca se olvidan. Somos los extraños que aún creemos en la humanidad.

 Corregir es un arte. Muchas veces nos encontramos en situaciones que no sabemos manejar. El mejor método es el amor. El amor no sólo sabe corregir, sino que sabe perdonar, aceptar y seguir adelante. No tengamos miedo de corregir y ser corregido, eso es una muestra que los demás apuestan por nosotros y quieren que seamos mejores. 

También es muy importante celebrar las cualidades o éxitos de otro. Solemos callarnos lo que nos gusta y nos alegra de los demás: sus éxitos, sus cualidades, sus buenas actitudes. Simples frases como "¡Felicidades!", "Me alegro mucho por ti" o "Ese color te queda muy bien" le han hecho feliz el día a alguien y nos ayudan a vernos entre nosotros como Dios nos ve.


Seleccionar lo que no usamos y regalarlo a quien lo necesita.


Es bueno acostumbrarnos a valorar lo que tenemos y si tenemos más de lo que necesitamos, regalarlo nos ensancha el corazón y protege del frío a otro. Los centros de caritas en casi todas las parroquias son especialistas en dirigir las cosas materiales que damos y hacerlas llegar a los que menos tienen.

No hay comentarios: