martes, 3 de abril de 2018

LOS ACTUALES DESAFÍOS DE LA VIDA CONSAGRADA EN EUROPA (y en todos los otros continentes) .




 17 mayo, 2017 por Bruno Secondin, O. Carm. Roma.


El Padre Bruno Secondin nos propone en esta reflexión una renovación y actualización de los carismas. La capacidad de nuestras familias religiosas para dialogar con el presente reside justamente ahí y no tanto en la apariencia de nuestras obras. Por otro lado, incide en un aspecto sugerente, el sujeto de la renovación es la persona y no la organización. Casi lo inverso de lo que ocurre en la praxis de buena parte de la vida consagrada. Este tiempo es el de la persona, convocada y recreada a una fraternidad que hay que descubrir y construir… contando con todos.

Teología del carisma, hacia nuevas fronteras

El Concilio Vaticano II no ha aplicado el término carisma a la vida consagrada, pero con alusiones y referencias (paulinas) ha favorecido una aplicación similar. El desarrollo reciente de la “teología del carisma”, aplicado a la vida consagrada, es un fruto evidente del impulso conciliar. Hoy poseemos una articulada “teología del carisma”, con aplicaciones y distinciones numerosas: carisma de la vida consagrada, carisma de los/del fundadores, carisma del instituto, carismas personales, familia carismática, etc.(1).

Ventajas evidentes

Esta clave interpretativa ha ayudado a todos los institutos a releer las propias identidades fundacionales de forma dinámica, proyectual y no solo acumulativa. Tanto los grandes institutos históricos, como los más pequeños grupos han encontrado en este principio una posibilidad de interpretarse. Por otra parte, esta terminología, si es usada bien, ayuda a interpretar los acontecimientos históricos de los varios institutos, sus crisis y los frecuentes impulsos de “reforma”, como períodos creativos en un contexto eclesial y social específico. Pero hace de base también para cada nuevo intento de “re-fundar” la familia religiosa, en los nuevos contextos y para responder a los nuevos desafíos y urgencias. No siempre la “teología del carisma” a la que se apela, con sus constelaciones y la búsqueda en proceso, es genuina en los fundamentos cristológicos y pneumatológicos. Pena que en el Código la palabra carisma se haya eliminado en la fase final, con miedo a demasiada vaguedad: se ha replegado en el término patrimonio (cn. 578). ¡Pero abusus non tollit usum!

Ciertamente esta categoría interpretativa ha sido instrumento eficaz para poner en marcha las fuerzas y el discernimiento, la planificación y la inventiva. La fidelidad al carisma se vive purificando la identidad de las fases culturales que ya no son fecundas o significativas en el horizonte del radicalismo evangélico. Y se vive explorando, bajo la guía del Espíritu y de los pastores, vías nuevas para una fecundidad inédita y no puramente repetitiva. Como dice el Papa Francisco, “el carisma no se debe conservar como una botella de agua destilada, se debe hacer fructificar con valentía, comparándolo con la realidad presente, con las culturas, con la historia”. (2).

Recurso heurístico

El “proyecto carismático” de un instituto no es la suma de los hechos y de las obras. Tampoco se cristaliza en las vicisitudes y en los textos de las fundaciones, o en la redacción de las Constituciones. Pero es un dinamismo más profundo, un impulso misterioso que necesita continuar y encarnar, que se conserva como fuego y como philum genético. Para que sea vivo y verdadero no puede bastar una escrupulosa búsqueda de archivo, no basta la evocación idolátrica de la memoria, se requiere el arte carismático de explorar y el empeño en inculturarse. Los institutos son las “comunidades narrativas”: saben contarlo juntos, en forma diferenciada, la diligencia de Dios y sus designios todavía inacabados, confiados a nuestras manos. Cuando todo el énfasis está sobre el fundador, como “icono” del carisma y modelo hipostasiado, la teología no está sana. Es preciso vigilar, para que sea verdaderamente “una presencia creíble del Espíritu Santo” y no solo basada en su “utilidad y conveniencia operativa… o fenómenos devocionales ambiguos para sí mismos” (MR 51).

El Espíritu Santo no abandona a sí mismos los carismas, sino que es el donante y el intérprete y, continuamente, actúa para que nuestros esquemas de interpretación no lo encierren en fórmulas sacralizadas. Y tampoco se puede pensar que un carisma pueda ser monopolizado por un grupo, para después ponerlo en contradicción con otros carismas, o también para aislarse en la Iglesia como un grupo elitista. El carisma se da a la Iglesia, a través de un hombre/una mujer y sigue siendo de naturaleza y finalidad eclesial, para una dedicación “radical” a Cristo y al evangelio en la Iglesia y en la historia. Es “una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y constantemente desarrollada en sintonía con el cuerpo de Cristo en perenne crecimiento” (MR 11).

Por lo tanto, ninguna “autocefalia”, ni cierre dentro de “círculos” impenetrables. Es preciso que sea fermento, no que genere “iglesillas” separadas. La multiplicación en estos últimos decenios de formas de “familias” dentro de tantísimos institutos –con la participación de los laicos en la espiritualidad y en la actividad y también en la responsabilidad por la fecundidad de los carismas (cf., VC 54-56)– exige alguna indicación de gestión adecuada. Es el Espíritu quien hace a los laicos corresponsables con la fecundidad del carisma, no es una concesión del instituto. Es preciso indicar no sólo límites, sino también dar directivas para secundar al Espíritu y sus nuevas aventuras. Muchas iniciativas están en estado “salvaje”: es urgente indicar parámetros adecuados para unir antiguo y nuevo (3). Podemos hablar de un verdadero movimiento de mestizaje, inédito del todo, no de razas o de etnias o de culturas, sino de formas de vida eclesiales, de ósmosis.

Una cuestión espinosa es la relación entre el modelo de encarnación del carisma inculturado en Europa, en una cierta situación histórica y eclesial y su fecundidad en contextos nuevos e inéditos, fuera de Europa, o también dentro de la Europa actual. La transmisión es obra legítima y necesaria, pero debe hacerse de manera que queden en evidencia el fuego del Espíritu, la intuición evangélica, “la chispa inspiradora, el idealismo, los proyectos, los valores… aquella creatividad ha prendido” (Carta a los consagrados, 1). Evangelizar también la historia del carisma vivido, reencontrando el sabor genuino y creativo dentro de una memoria mitificada, esta es la tarea de las nuevas generaciones. Es necesario dar la posibilidad de hacerlo: sea en los nuevos contextos fuera de Europa de los origenes, sea dentro de nuestra Europa, con su nueva cultura y las nuevas urgencias.

Un carisma “congelado” en la interpretación históricamente datada y “esclerotizado” dentro de obras y estilos de vida sacralizados, ¡es un pecado contra el Espíritu Santo! Un carisma que no consigue promover una “ministerialidad” eclesial generalizada (4), sino que tiende a monopolizar en su beneficio valores eclesiales esenciales (oración, caridad, educación, iniciación cristiana, comunión, etc.), contradice cuanto Pablo recomendaba: el apoyo mutuo y la oikodomé (Rom 14,19).


Sinergia de los carismas


La situación de debilidad generalizada, está llevando a muchas familias religiosas a la “reestructuración” de trabajos y agrupaciones: la fenomenología es evidente en todos los institutos. No solo se cierran tantas casas y tantos trabajos, también famosos, sino que se unen las provincias, los noviciados, las casas de formación, la economía, la comunicación y tantas otras cosas. Incluso se pide ayuda de personal de otras provincias para no cerrar. Una situación caótica, soluciones a menudo improvisadas y sin gradualidad, desconfianzas no acompañadas con discernimiento: en Europa son millares los religiosos “importados” para tapar agujeros y debilidades del personal. No se trata de una “misionariedad” ad intra genuina: se trata de operaciones sin criterio, cuando no lo absurdo de la idolatría de las obras, glorias efímeras, transformismos falsificados. “Inseminaciones artificiales” ha llamado a estas importaciones el Papa Francisco (1/2/16).

¿Por qué no pensar también en dar cumplimiento a lo que ya la Perfectae caritatis (PC 21-22) indicaba como operaciones a gestionar: la unión o la fusión entre institutos religiosos? No se hace unión cuando ya la muerte se cierne: dos enfermos no hacen un sano (5). Pero hacerlo cuando todavía hay vitalidad, cuando se puede crear juntos alguna cosa nueva, cuando es posible vivir una aventura de fecundidad evangélica y carismática.

Y tras la resistencia fanática y obstinada de encorsetarse, de creerse “únicos e irrepetibles”, se mueven también otros intereses. Las casas y los trabajos que ya no se consiguen gestionar son apetitos de “astutos” bienhechores. Y mientras en apariencia parecen venir en ayuda, para aconsejar y proteger, traman por sus propios intereses. ¡Y tantos se encuentran en un buen lío! ¿Por qué no fomentar más la sinergia, la federación, la asociación, la fusión y también la unión? Tantas situaciones están en plena descomposición de vida y de evangelicidad: ¿podemos dejar que vayan a la deriva, vidas sin recursos, tristezas evidentes, soledades en agonía?

La crisis de las obras apostólicas

Son la gloria y el tormento en cada instituto. Alguno ha hablado de las innumerables obras apostólicas como “epifenómeno de la revolución industrial” (G. Canobbio), como lo eran para las órdenes de caballería en el medievo, o los Montes de piedad del renacimiento. Hoy son otras las revoluciones. Ciertamente, en los países en vías de desarrollo tienen todavía un papel fundamental. Pero en las sociedades de desarrollo avanzado, y donde el welfare (bienestar) estatal se encargará de todos estos servicios, la pregunta se plantea: ¿todavía tienen sentido? Eran respuestas valientes y funcionales ante ciertas deficiencias y urgencias del pasado: de las escuelas a la asistencia, de la educación a la prevención, etc. Hoy han perdido muchas razones para su utilidad y plausibilidad.

Hoy no basta decir que están mejor gestionadas, que hacen igualmente un buen servicio, que son mediaciones para hacer pasar los principios cristianos, etc. Es preciso reconocer que se encuentran respondiendo a pedidos que nadie hace, haciéndose concurrencia entre ellas, dando apoyo a las élites que después se comportarán según principios ajenos a la ética cristiana. A veces son estructuras y actividades muy complejas y pesadas, para aplastar a los pocos religiosos que trabajan, alimentando un malestar de fondo en las personas y eso causa problemas. Se llega a verdaderos y propios “sacrificios humanos”, por amor de honor y gloria, por la avidez de ganancias, por vanidad social.

No se trata ahora de reciclar estos enormes edificios en agroturismo religioso a precios módicos o en “casa de vacaciones” para el turismo religioso –como sucede en tantos lugares, sobre todo en Roma – sino de devolver a las personas a las raíces de la consagración a la radicalidad evangélica. Porque en estas obras mastodónticas no se ve el barniz del evangelio, no se ve transparencia de Dios. Muchas veces ni siquiera hay más deseo de un testimonio auténtico: todo rueda, todo sofoca, falta el aire… El problema no es solo administrativo de eficiencia, pero en el fondo: ¿qué tan evangélico es todo lo que se quiere acreditar a través de estas obras? Y si lo era en el pasado, ¿cómo se percibe hoy por los que nos ven y juzgan?

La invitación del Papa Francisco a salir hacia las periferias ¿no podría abrir una nueva época de refundación, para explorar nuevas iniciativas valientes y audaces de servicio apostólico, de presencia en medio de los pobres, de compañía en el nombre del Señor y del Evangelio? Las mediaciones adoptadas en el pasado han hecho tanto bien, han sido cultura de referencia. Y el Estado ha aprendido a encargarse de tantos servicios que antes hacíamos nosotros: y así nos ha cortado el aire y la hierba bajo los pies. No nos hagamos mal a nosotros mismos con ciertas idolatrías, sino reconozcamos que el Espíritu está actuando al bloquearnos los caminos habituales, para abrirnos nuevos caminos hacia el desconocido “Filipos”. 

De hecho, hay todavía tantos ámbitos, urgencias, sufrimientos, donde el Estado no sabe llegar, o no quiere hacerlo. 

Recuperando el fuego carismático de sus orígenes, tantos institutos podrían inventar algo, “saliendo fuera de las puertas”, es decir, pasando de la tristeza del fatalismo a la alegría por la fantasía de la caridad. 

Dios nos espera “en otra parte”, pide una espiritualidad distópica, esto es, que ve más, a través de, por un testimonio no solo eficientista, sino generadora y explorativa. La crisis es transformada en oportunidad, por una humanidad mejor, para colmar el vacío del alma de la Europa saciada y egoísta.

La Iglesia “fraternidad”: un modelo alternativo

Todos sabemos que la espiritualidad de comunión es uno de los puntos clave del impulso conciliar, pero no en el sentido intimista y romántico. Pero el Concilio ha usado también otros vocablos e imágenes, ofreciéndonos una rica eclesiología. En particular la perspectiva del pueblo de Dios en camino, era la terminología más sugerente. Hoy vuelve, en el magisterio del Papa Francisco, la centralidad del Pueblo de Dios, con su religiosidad, con sus sufrimientos y sus utopías, con su sensus fidei: “El pueblo de Dios posee un olfato infalible al reconocer los buenos pastores y distinguirlos de los mercenarios” (Audiencia, 23/11/2014).

Tras un léxico diferente, hay sensibilidades y culturas diversas. Y luego también las mismas palabras, en contextos culturales diferentes, pueden conseguir fuerzas y significados no conocidos en otra parte. La prioridad del Sínodo de 1985 y también de Benedicto XVI, por el léxico de la Iglesia comunión, no estaba exenta de las preocupaciones teológicas y eclesiales ligadas a la crisis de identidad y de unidad del Occidente cristiano. El término pueblo de Dios, además de ser conciliar, tiene, para el Papa Francisco, una profundidad existencial y teológica muy particular, en razón de su proveniencia eclesial de la América latina. Un vocablo parecido dicho en el contexto asiático, resonaría de modo diferente; dicho en el Este de Europa o en África, implica aún otro significado.

Tanto Benedicto XVI como Francisco, prefieren utilizar el término fraternidad (6). Me permito aprovechar este término. Y desde esta perspectiva eclesiológica, podemos sacar inspiración para desarrollar algunas aplicaciones a la vida consagrada.


Vida fraterna


Solo nosotros, los más ancianos, recordamos la concepción de la vita in communi del Código de 1917, donde prevalecía la rigidez de la uniformidad visible y la regularis observantia, exigente y escrupulosa. Una versión completamente diferente tiene la PC 15a, cuando habla de fraterna conversatio y pide evidenciar el vinculum fraternitatis. En la misma perspectiva se mueve el nuevo Código, cuando habla de: Vita fraterna, unicuique instituto propria… fraterna comunione…  (cn. 602). No se trata solo de recuperar un léxico antiguo, o superar el modelo rígido y despersonalizador anterior. Se trata de un modelo de Iglesia, que la vida consagrada pretende proponer y visibilizar. Una Iglesia de fraternidad, de diálogo, de cercanía, de servicio y corresponsabilidad.

No es una variante lingüística, es algo de sustancia. También si se hace difícil sacar las consecuencias jurídicas, modificando modelos institucionales o al menos abriéndolos a lo nuevo que crece. Muchas han sido en este tiempo las experiencias de fraternidad que los consagrados han intentado vivir. 

Ante el encanto de la fraternidad simple, flexible, hospitalaria, orante, dialogante, en medio de la vida de todos, se han inspirado muchos grupos en estos años. Pero querría dar un paso más adelante. Es preciso ir más allá de la fenomenología, para una nueva eclesiología.

La vida en fraternidad es también un modelo eclesial que proponer. Siempre ha sido así, de Basilio a Francisco, de Agustín a las actuales experiencias: la fraternitas no era una ilusión romántica, un pio deseo generoso. Sino un modelo alternativo de ser Iglesia, auténtica, fiel, centrada en las relaciones primarias, sinceras, inmediatas, no jerarquizadas. Y, al mismo tiempo, también abierta a la diferencia de las culturas, a la sinodalidad (7). En esto beneficiaría recurrir más a la comunidad pluralista y misionera de Antioquía de los Hechos, que a la subrayada de Jerusalén, demasiado simbiótica, monocultural y narcisista (8).

Laboratorio de interculturalidad

Se multiplican velozmente las comunidades donde conviven y colaboran personas de diferentes orígenes, culturas, lenguas, orígenes. En el pasado esto era muy raro. Hoy, este fenómeno se está transformando de ocasional a proyectado, necesario, querido, planificado. Y, por tanto, es necesario administrarlo y no solo sufrirlo: para hacer esto muchas cosas tienen que ser reconsideradas. Pero no basta estar juntos en la misma casa para superar las barreras y las incomprensiones recíprocas. Las comunidades deben asumir la tarea de una conversión permanente, de invento de un nuevo modelo de convivencia: “De modo que podamos alcanzar para todos una ayuda mutua al realizar la vocación propia de cada uno” (CIC, cn. 602).

Aquí se impone un modo nuevo de vivir y ejercer el leadership (liderazgo): no se puede esconder la diversidad por miedo a comprometer la unidad. No se puede destacar la diversidad hasta el punto de fragmentar todo por miedo de herir a alguien. Propio de un líder es el arte de motivar la diversidad hacia la sinodalidad, la sinergia, la dinámica de la colaboración y de la corresponsabilidad. La clásica figura del superior que hace de vigilante urbano, “canalizando” el tráfico de la observancia regular, ya no aguanta más. Debe sentirse comprometido a vivir la diversidad reconciliada, no con una mera aproximación a la diversidad, sino en la “convivencia de las diferencias”. Haciendo converger todo en los proyectos, en las metas, en las iniciativas, como en la oración, en la corresponsabilidad, en la solidaridad.

Existen, de hecho, muchas comunidades interculturales y multiculturales, pero falta la mirada contemplativa recíproca, el deseo de hacer iglesia juntos, el empeño en llegar a ser laboratorios de hospitalidad social a través de procedimientos en red. Porque estamos habituados a administrar sistemas cerrados, procedimientos de eficiencia y funcionalidad standard. Pero la comunidad religiosa no es una hacienda y no puede vivir de esquemas “heterodirectos”. Debe ser capaz de autogobierno, gestionando las dinámicas internas y propias. El problema de fondo es que faltan modelos probados por responsables con esta mentalidad. Sirven fraternidades con inéditos códigos de experiencia y de pertenencia: la sinodalidad y la koinonia no conviene confundir con una perpetua presencia simultánea de todos, con la puntualidad de todos al mismo horario, con la nivelación amorfa ni con la indiferencia recíproca por amor a la paz.

Es más difícil, si no imposible, cuando se trata de actividades/obras complejas, donde tal vez se requiere hoy más management de los funcionarios que inspiraciones orientadoras del leadership. Demasiado a menudo, el superior de las casas internacionales parece ejercer el papel del hotelero que ofrece refugio tras el pago, y no lo del samaritano que baja del caballo y venda las heridas… (cf. Lc 10,34). No se nos improvisa en este nuevo papel, es necesario tener dentro del corazón un recurso de empatía y de servicio, para hacer sujeto a las personas y no la organización. Y esto no se da automáticamente, con el nombramiento canónico…

Una iglesia pobre y para los pobres

Ha sido famosa esta expresión del Papa Francisco, dicha en el encuentro con los periodistas pocos días después de su elección. En estos 35 meses de pontificado, se ha visto que es verdaderamente una opción fundamental, y emerge continuamente en los gestos y en las exhortaciones, en las críticas incisivas que le gusta hacer y en las preocupaciones que expresa. En su exhortación apostólica Evangelii gaudium se nota este fil rouge que atraviesa todo el texto, porque él está convencido que “en el corazón de Dios hay un lugar preferente para los pobres” (EG 197). Él quiere una “Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de compromiso hacia los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo cortinas espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana saboreando el aire puro del Espíritu Santo, que nos libra de permanecer centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios (EG 97).

Toda la historia de la vida consagrada está marcada por esta centralidad, expresada de varias maneras, según las circunstancias y emergencias. S. Juan Pablo II había afirmado que “servir a los pobres es un acto de evangelización y, al mismo tiempo, sello de evangelicidad e impulso hacia la conversión permanente para la vida consagrada” (VC 82). Todas las reformas en la milenaria historia de la vida consagrada han tenido en la elección de la pobreza y de los pobres uno de los ejes decisivos. También hoy esta situación de los pobres, de los empobrecidos y de los marginados se presenta con múltiples diferencias, según los lugares y los contextos. Pero es un desafío y una oportunidad y es preciso retomar este protagonismo innovador que tanto alabamos por nuestro pasado (9). Es una cuestión de amor y de calidad relacional: “Quien ama poco ve pocos pobres a su alrededor”. La misericordia es genial, intuitiva, creativa.

Pero la respuesta o las respuestas no pueden ser simplemente las de las obras heredadas del pasado, que además tienen todavía sentido y son necesarias. Es preciso inventar nuevas soluciones, iniciar nuevas “obras” como respuesta a las nuevas urgencias. Debe ser el esplendor de una vida pobre, honesta, gratuita, sin derroches. Pero también una administración sin ilegalidades, una gestión sin el afán de la acumulación idolátrica. Más elocuente todavía es una opción de vivir como pobres y abrazar la causa de los pobres: “No son pocas las comunidades –reconocía Juan Pablo II– que operan y viven entre los pobres y los marginados, se abrazan a sus condiciones y comparten sus sufrimientos, los problemas y los peligros” (VC 90).

Hoy, con esta “globalización de la indiferencia” y los sistemas financieros sin ética ni humanismo, es necesario llegar incluso a la denuncia de las injusticias. Favorecer una nueva alianza contra el individualismo mercantilizado por el capitalismo financiero. El Papa Francisco hizo un audaz discurso en el encuentro con los Movimientos Populares (28 de octubre de 2014), cuando manifestó su solidaridad con los pobres que protestan contra las causas estructurales de la pobreza y ha invitado a promover el protagonismo y la dignidad de los mismos pobres. El mismo tono ha tenido en los varios encuentros en el viaje a Sudamérica (julio de 2015). Repite, de manera siempre incisiva, cosas parecidas todas las veces que encuentra a grupos que intentan promover la concienciación de los derechos de los marginados y de los “desechados” de la sociedad.

Así como en el pasado los religiosos han sabido conseguir respuestas estructurales y permanentes para la promoción de los pobres y de los marginados, también hoy es necesario inventarlas de nuevo. Es necesario recuperar iniciativas, primerear, diría el Papa Francisco: “Tomar la iniciativa sin miedo, ir al encuentro, buscar a los alejados y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos” (EG 24). Los carismas pueden llegar a ser fantasmas obsesivos o tótems intocables: deben ser, por el contrario, “el perfume de Evangelio” (EG 39). Porque “cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, nos ponemos en la condición de descubrir algo nuevo respecto a Dios. Cada vez que abrimos los ojos para reconocer al otro, es mejor iluminada la fe para reconocer a Dios” (EG 272).


Conclusión

He tratado solo algunos aspectos, para mostrar algunas pistas en el camino, a la luz de algunos grandes valores que caracterizan la vida consagrada. Para que aún hoy sea capaz, bajo la guía del Espíritu –en esta nueva Europa en equilibrio inestable entre clausuras y solidaridad– de testimonio evangélico, transparencia de Dios, atracción hacia Cristo y el Reino prometido.

Estamos llamados a habitar los horizontes, a explorar caminos, no simplemente a reciclarnos, solo por sobrevivir. Quien no anticipa el futuro, no encontrará lugar en el futuro (10). Los religiosos son, desde siempre, testigos del futuro esperado y anticipadores simbólicos de lo que todos esperamos por la fe: un “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”(11).

San Juan Pablo II invitaba a “reproducir con valentía el ingenio, la inventiva, la santidad de los fundadores y de las fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos emergentes en el mundo de hoy” (VC 37). Pero, para hacer esto es necesario reconocer a la vida consagrada un “estatuto jurídico” abierto y capaz de respetar y apreciar una cierta genialidad de exploración y de invención. Si se endurece dentro de esquemas rígidos, por miedo a perder el control, o porque el encanto del pasado nos impide pensar de una forma nueva y creativa, se corre el riesgo de hacerle hacer el fin del vino nuevo puesto en odres viejos. Un desastre asegurado para el vino y para los odres…: “Se pierden vino y odres” (Mc 2,22).
Ciertos ejercicios de sobrevivencia no son más que un juego de espejos: mandan siempre la misma figura, achicada hasta el infinito. Precisamente como ciertas comunidades e Institutos, que creen que hacen cosas nuevas reciclando viejas costumbres, vueltas a barnizar solo superficialmente. ¡Las cosas buenas valen tanto siempre…! Como decían los de la parábola: “¡El vino viejo es agradable!” (Lc 5,39).

“He aquí que hago una cosa nueva: precisamente ahora brota, ¿no os enteráis de ello?” (Is 43,19). El Espíritu está llamando a cosas nuevas, incluso ya las suscita, con su creatividad y llamando a nuevas épocas a nuestros carismas, en el trabajo de una Europa que se retuerce con dolores de un parto doloroso e imprevisto. Que no nos ocurra también a nosotros constatar con el profeta Isaías: “Hemos concebido, hemos sentido los dolores casi tendríamos que parir: era solo viento; no hemos llevado salvación a la tierra y no han nacido habitantes en el mundo” (Is 26,18).







1 Cf. Rocca G., Il carisma del fondatore,  Ancora, Milano 2015.

2 Papa Francisco, Mensaje a la Asamblea de la CISM, Tivoli, 7 nov. 2014.

3 Cf. nuestro: Abitare gli orizzonti, cit., 164-201,245-261.

4 Cf.  CIVCSVA, Religiosi e promozione umana (1980), 6.

5 Según estadísticas no precisamente recientes, del 1960 al 2009, la CIVCSVA ha aprobado la desaparicón, la fusión/unión de 370 institutos; en el mismo tiempo ha aprobado 469 nuevos (incluso los institutos seculares).

6 Cf. Ratzinger J./Benedetto XVI, La fraternità cristiana, Queriniana, Brescia 2005; Papa Francesco, Fraternità, fondamento e via per la pace, Messaggio per la Giornata della Pace, 1 gennaio 2014; cf. Dianich S.-Torcivia C., Forme del popolo di Dio tra comunione e fraternità, San Paolo, Cinisello B. 2012.

7 Cf. el documento de la CIVCSVA,  La vita fraterna in comunità. “Congregavit nos in unum Christi amor” (1994). Muy inspirador para el tema fraternidad es el reciente documento de la CIVCSVA, Identità e missione del fratello religioso nella Chiesa. “E tuti voi siete fratelli” (Mt 23,8), LEV, Città del Vaticano 2015.

8 Ya he elaborado esta idea en: Abitare gli orizzonti, cit., 136-163; anche in Aa.Vv., La vita fraterna inizio di risurrezione, Gabrielli, S. Pietro in Cariano 2010, 31-75; De Jérusalem à Antioche. Repenser le modèle biblique de la vie consacrée, in Vies Consacrées, 77(2005-3), 174-195.

9 Cf. Gutierrez G.-Müller G.L., Dalla parte dei poveri. Teologia della liberazione, teologia della Chiesa,  Emi, Bologna 2013.

10 De Mahieu W., Quel avenir la vie consacrée se donnera-t-elle? Ou quel avenir accueillera-t-elle?, in Vies Consacrées 87(2015/3), 209-216.

11 Prefacio para la fiesta de Cristo Rey del universo.

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