martes, 7 de abril de 2020

Semana Santa en época de cuarentena y pandemia de Covid-19 (Primera Parte)



Escrito por el Prof. Lic. Daniel Atapuerca

Jamás pensé vivir una semana santa así. Es la primera vez en mi vida que la vivo dentro de mi casa, aislado de mis seres queridos, perdiendo a algunos de ellos sin poderlos despedir y estando pendiente de los afectos, para saber si están bien o precisan cosas urgentes. Es una mezcla de sensaciones y vivencias que me hacen acordar que estoy frente al Cristo inocente a punto de vivir su vía crucis.


El Domingo de Ramos, veíamos cómo Jesús entraba en Jerusalén, era aclamado por la inmensa multitud y Él humilde, montado en un asno. Se escuchaba: “Hosanna al Hijo de David; bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna en las alturas” (Mt. 21,9). Pero a pesar de tanta euforia, Jesús estaba absorto y ajeno a todo, ya divisaba con sus divinos ojos que la cruz, las traiciones, las injusticias y miserias de los hombres estaban cerca. A diferencia de Él, nosotros buscamos elogios, momentos de triunfos y alegrías, pero atención que como se nos dice en Proverbios 14, 13 “Cercano a la alegría está la tristeza” y este año 2020, se encargó de demostrárnoslo.

La humanidad se divertía con sus logros, con sus derechos inalienables que todo lo puede hacer sin respetar a nadie ni nada. El niño por nacer no es vida; el planeta debe ser contaminado y arrasado por el hombre, porque es superior a todo lo existente; yo primero, segundo y tercero, los demás que se arreglen como puedan; no preciso de Dios, no existe ni me ayuda, sólo me complica los pensamientos y mi forma de vivir; y podría seguir con frases de muchas personas que sin duda no conocen la Fe, la Esperanza y la Caridad.
Pero llegó el gran día de comenzar entre todos, de norte a sur y de este a oeste, el gran Vía Crucis de la humanidad, estas semanas cuarentenales y cuaresmales, que seguirán, Dios sabe hasta cuándo.

Nos olvidamos de la última cena por años, donde ese gesto de amor, entrega y caridad divina de Cristo a la humanidad, fue único e irrepetible, se quiso quedar entre nosotros para siempre. Pocas veces repetimos junto a San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo quien vivo, porque es Jesús quien vive en mí” (Gal. 2,20). Nos olvidamos de comer y de beber, nos dedicamos a seguir disfrutando de nuestra entrada a Jerusalén, pero sin Él, sólo entre nosotros, como si fuésemos Él. Lo ignoramos, no lo respetamos, no lo aceptamos, nos burlamos, no lo quisimos ni lo precisamos. Qué gran error cometió la humanidad al dejar de lado al dador de Vida.

Llegó la traición de Judas, nuestra propia traición. Tantas veces repetimos “Amigo, ¿a qué has venido?” Mt. 26,50 y por el otro lado escuchábamos “¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?” Lc. 22,48, pero no nos importó. Qué distinto hubiera sido si tanto Judas como nosotros hubiéramos escuchado esas palabras de Jesús, si hubiéramos pedido perdón con arrepentimiento, seguro que el Corazón de Jesús nos hubiera perdonado y no nos hubiera dejado llegar al borde del abismo y escucharnos decir ahora, en forma desesperada “Señor, no te calles, ni te apartes de mí” Salm. 34,22

Nuestra avaricia de corazón es igual que la avaricia de Judas por esas míseras monedas, y se convirtió en ladrón Jn. 12, 6 y nos convertimos en entes sin principios, sin valores y sin espiritualidad, avaros en todo sentido.

Llegamos a Getsemaní, a ese huerto de los olivos en donde ya nos dijo Cristo hace más de 2000 años: “Velad y orad, para no caer en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil” Mc. 14, 38 Tampoco lo entendimos y seguimos durmiendo sobre los laureles, porque al fin y al cabo somos superiores a Él. Nos olvidamos que Cristo vio todo lo que iba a suceder, por eso le pide al Padre que pase de Él este sufrimiento, pero agrega: “Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya” Lc. 22, 42, se ofreció al sacrificio porque quiso (Is.53, 7). En cambio, la humanidad del siglo XXI ha venido rechazando ese cáliz en forma constante. “A mí y a mi familia no, que sufran otros, pero yo no”, es lo que se escucha con mayor frecuencia, una falta de caridad sin límites, donde el eje central es el yo y no el nosotros. Esta pandemia de Coronavirus Covid-19 ha hecho que muchos inclinasen su cabeza ante Dios con resignación, en estos momentos de angustia y han sentido una luz y una paz interior que sólo la gracia divina puede dar. Despertaron del huerto y no se durmieron, porque descubrieron dónde estaba la Verdad, el Camino y la Vida.

Getsemaní era la hora del poder de las tinieblas. “Esta es vuestra hora, y el poder de las tinieblas” Lc. 22, 53 y la reacción de “sus amigos” fue la misma que la de los hombres del siglo XXI, “Entonces todos sus discípulos, abandonándole, huyeron” Mt. 26, 56 lo dejamos solo, muy solo y sin embargo Él nunca se fue ni nos dejó.

Si hubo una noche triste para Cristo, fue esa, como la nuestra cuando la pandemia del Coronavirus empezó en China. Él sabía lo que se venía, Él sabía nuestros pecados y nuestras debilidades, a diferencia de nosotros que seguíamos creyéndonos dioses, interpretamos al revés las palabras que están en el evangelio de San Mateo 22,21, le dimos al César lo que era de Dios y a Dios lo que era del César. Como Caifás, lo volvemos a proclamar reo de muerte Mt. 26, 63-66 y nos lo sacamos de encima, se lo entregamos a otro para que se encargue de Él. Fue injusto y lo sabía, pero no le importó, su soberbia y sus ansias de poder lo enceguecieron, como a muchos hombres actuales. Cuántos San Pedros, negando a Jesús hemos visto pasar por nuestras vidas, cuántas veces lo hemos negado nosotros mismos, por vergüenza, miedo o por quedar bien con otros hombres. Muchos sentimos cantar al gallo, pedimos perdón y lloramos como Pedro, otros siguieron sordos sin recordar a Lc. 22,34.

Fuimos Pilato, lavándonos las manos y Herodes entregándolo a Cristo a la muchedumbre, como si fuera uno más, como si fuera nadie. Dejamos todo en otras manos, nunca nos hicimos cargo de su inocencia, nunca lo defendimos. Sin embargo, y pudiéndolo hacer, jamás salió de escena, siguió con su obra maestra de Salvación. La humanidad aplaudía o se iba, como si no tuvieran nada que ver. Lo flagelamos, lo coronamos con insultos e injurias y nos burlamos de Él y su doctrina. La pasión continúa con Cristo, sin ningún extra que lo reemplace. Pero con un escenario distinto al de Galilea, esta vez fue el planeta entero.


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