Hacia el año 320 la Emperatriz Elena
de Constantinopla encontró la
Vera Cruz , la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo
Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo
Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.

El cristianismo es un mensaje de amor.
¿Por qué entonces exaltar la Cruz ?
Además la Resurrección ,
más que la Cruz ,
da sentido a nuestra vida.

Jesús no ha venido a suprimir el
sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido
para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su
presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el
Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el
sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.

En toda su vida Jesús no hizo más que
bajar: en la Encarnación ,
en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir
a la Cruz. Y
en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos
mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde
fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no
está en la Cruz
para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro
dolor solidariamente.

"No se va al cielo hoy ni de aquí
a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León
Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a
Juan de la Cruz ).
No tengamos miedo. La Cruz
es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber
sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se
cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la
nuestra, astilla de la suya.
Es la ambigüedad del dolor. El que no
sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se
amarga y se rebela.
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