martes, 8 de enero de 2019

IGLESIA: UNA, SANTA, CATÓLICA, APOSTÓLICA Y ROMANA.




¿Por qué decimos que la Iglesia es Una?

Cuando decimos que la Iglesia es Una, estamos diciendo que creemos que la Iglesia Católica fue fundada sobre la Roca, Pedro (cf. Mt 16, 18), y que está unida bajo el sucesor de Pedro, que es el Papa.


Queremos decir, por tanto, que Cristo fundó una sola Iglesia.  Y que esa Iglesia que El fundó subsiste en la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor de Pedro. 

No estamos diciendo que las demás iglesias no tienen relación con Cristo, pero creemos que Cristo quiere que todos sus seguidores estén unidos en Él, tal como Él oró al Padre antes de su Pasión:  Que todos sean uno (Jn. 17, 21).

La Iglesia es Una porque tiene como origen y modelo la unidad de un solo Dios en la Trinidad de las Personas; como fundador y cabeza a Jesucristo, que restablece la unidad de todos los pueblos en un solo Cuerpo; como alma al Espíritu Santo que une a todos los fieles en la comunión en Cristo. La Iglesia tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad.

La Iglesia no puede ser sino Una, porque así como hay un solo Cristo, no pueden haber varios cuerpos de Cristo, sino un solo Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.  También la Esposa de Cristo no puede ser sino una sola:  su Iglesia.



Los Cristianos no-Católicos

Ha habido momentos de separación de la única Iglesia de Jesucristo, por fallas humanas de parte y parte.

En las Iglesias y comunidades eclesiales que se separaron de la plena comunión con la Iglesia Católica, se hallan muchos elementos de santificación y verdad. Todos estos bienes proceden de Cristo e impulsan hacia la unidad católica. 

Los miembros de estas Iglesias y comunidades se incorporan a Cristo en el Bautismo, por ello los reconocemos como hermanos. 

Todas esas iglesias y comunidades que se separaron de la Iglesia Católica han sido iniciadas por hombres.

La única Iglesia fundada por Dios mismo es la Iglesia Católica, que fue la que Jesucristo dejó fundada bajo la autoridad de San Pedro y que ha continuado a lo largo de más de 2000 años con todos los Papas que son sucesores de San Pedro.

La Iglesia es Santa

La Iglesia es Santa, no porque todos sus miembros somos santos, sino porque Dios es Santo, y está actuando en ella continuamente, y porque su fundador, Jesucristo, es Santo. La Iglesia es Santa porque Dios santísimo es su autor; Cristo se ha entregado a sí mismo por ella, para santificarla y hacerla santificante; y el Espíritu Santo actúa en ella de manera constante.


Por otro lado, todos los miembros de la Iglesia hemos sido hechos santos en nuestro Bautismo.  Y todos, sin excepción, estamos llamados a la santidad, a ser santos.  Para eso contamos con todos los medios de salvación y santificación que tenemos en la Iglesia Católica.

Somos pecadores, pero podemos ser santos, porque tenemos todas las ayudas necesarias para serlo dentro de la Iglesia que Cristo dejó fundada. Por eso no confundamos: la Iglesia es Santa, los hombres que la dirigen y la integran no lo son.

La santidad es la vocación de cada uno de sus miembros y el fin de toda su actividad. Cuenta en su seno con la Virgen María e innumerables santos, como modelos e intercesores.

La Iglesia es Católica

Católica viene del griego que significa “todo”.  También significa “universal”.
 La Iglesia es Católica, porque Cristo la llamó a profesar toda la Fe, a preservar y a administrar todos los Sacramentos, a proclamar la Buena Nueva a todos y la envió a todas las naciones.

Desde el primer siglo del Cristianismo era importante destacar que la Iglesia era Católica, es decir, universal, pues la Iglesia de Cristo no era solamente para los judíos, sino también para los gentiles o no-judíos, los que estaban cerca y los que estaban lejos de Jerusalén, en seguimiento a la orden de Cristo de llevar su mensaje a todos los rincones de la tierra (Mt. 28, 19).

La Iglesia es Apostólica

Apostólica se refiere –por supuesto- a los Apóstoles.
La Iglesia es apostólica por su origen, ya que fue construida «sobre el fundamento de los Apóstoles» (Ef. 2, 20); por su enseñanza, que es la misma de los Apóstoles; por su estructura, porque es instruida, santificada y gobernada, hasta la vuelta de Cristo, por los sucesores de los Apóstoles, que son los Obispos, los cuales están en comunión con el Papa, que es el sucesor de Pedro. Cristo funda su Iglesia sobre los Apóstoles

¿Qué es la Sucesión Apostólica?

Es la cadena ininterrumpida de Obispos que vienen desde los mismos Apóstoles.  Cuando Jesús confirió su autoridad a los Apóstoles, éstos fueron pasando esa autoridad de Obispo a Obispo hasta la actualidad.

Así que cada Obispo que ha sido ordenado Obispo puede trazar su línea hacia atrás hasta alguno de los Apóstoles.  Lo mismo todo Sacerdote que ha sido ordenado sabe que el Obispo que lo ordenó puede trazar su línea originaria hasta alguno de los 12 Apóstoles.  Impresionante ¿no?

Además de la Iglesia Católica, la única que tiene Sucesión Apostólica es la Iglesia Ortodoxa.


Los integrantes de la Iglesia Católica Apostólica Romana

Todo bautizado que esté en unión con el Papa y con los Obispos, que participa de los Sacramentos de la Iglesia está formando parte de la Iglesia Católica.

Dios quiso una sola Iglesia para todos, pero los cristianos no hemos sido fieles a ese deseo de Cristo.  Sin embargo, a pesar de la desunión, estamos unidos por la Fe común en Jesucristo y por el Bautismo.

Sabemos que la verdadera Iglesia, fue fundada por Jesucristo y es la Iglesia Católica, ahora bien, es importante preguntarse si son realmente “iglesias” las otras comunidades eclesiales cristianas.

Muchas comunidades cristianas se autodenominan iglesias.  La Iglesia Católica entiende que sólo aquellos grupos religiosos en los cuales han sido preservados todos los Sacramentos que Jesús dejó instituidos, siguen siendo Iglesia.

¿Cuáles son estos grupos?  Solamente la Iglesia Ortodoxa –aunque no está adherida al Papa- y las Iglesias Orientales Católicas que sí están adheridas al Papa.

Lamentablemente, en las comunidades eclesiales que surgieron de la Reforma Protestante, no se preservaron los Sacramentos.  A las primeras que se separaron de la Iglesia Católica en el siglo XVI (Luterana, Calvinista, Anglicana o Episcopaliana) se le suelen llamar también iglesias históricas, no así a las que se han ido desprendiendo de éstas, como las Evangélicas, por ejemplo.

Cristo quiere que todos sus seguidores estén unidos en Él, tal como Él oró al Padre antes de su Pasión:  Que todos sean uno (Jn. 17, 21) por eso existe el ecumenismo dentro de la Iglesia Católica, especialmente a partir del Concilio Vaticano II (década del 1960), donde se ha iniciado un diálogo que ha ido dando ciertos frutos para la unión de todos los Cristianos –hasta tiene un Dicasterio (oficina vaticana) dedicada a la unión de los Cristianos.

Sin embargo, hay que alertar sobre lo que no es ecumenismo:  no significa ignorar o diluir verdades fundamentales, lo que llevaría a un acercamiento conciliatorio falso que daña la pureza de la Verdad.  Dicho de manera positiva, el verdadero ecumenismo es aquél que trata de vencer los obstáculos que se anteponen en el camino de la verdadera unidad cristiana.



Un ejemplo de lo que es verdadero ecumenismo es el Documento firmado entre la Iglesia Católica y la Luterana en 1999, el cual muestra clarificaciones y acuerdos muy importantes entre ambas.
A raíz de la Reforma, las Iglesias Protestantes sostenían que la persona se salva sólo por la fe y que las obras no son necesarias, y acusaban a la Iglesia Católica de enseñar que la persona se salva por sus obras y no por la fe en Cristo.

La brecha por tantos siglos abierta a raíz de la Reforma, debido a las diferencias de comprensión de la justificación haya comenzado a cerrarse con el Acuerdo entre la Iglesia Católica y la Iglesia Luterana, firmado -precisamente- un Día conmemorativo de la Reforma, el 31 de octubre de 1999, por lo que ese día -con ese Acuerdo firmado- ya no es día de división, sino día de unión.

Para analizar, entonces, si la fe basta para la salvación y si las obras son necesarias, obligatoriamente tenemos que referirnos a ese documento, titulado “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación”, del cual extraemos las siguientes citas:

“Sólo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito, nosotros somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones capacitándonos y llamándonos a buenas obras. (#15)

   “... en cuanto a pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al perdón y misericordia renovadora, que Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito propio, cualquiera que éste sea”. (#17)

  “El ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios ...  (el ser humano), por ser pecador es incapaz de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios”. (#19)

  “Cuando los católicos afirman que el ser humano “coopera” (en su salvación) ... consideran que esa aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana de la innata capacidad humana”. (#20)

Quiere decir esto que no somos capaces, por nosotros mismos, de justificarnos, es decir, de santificarnos o de salvarnos.  Nuestra salvación depende primeramente de Dios.  Pero el ser humano tiene su participación, la cual consiste en dar respuesta a todas las gracias que Dios nos ha dado y que sigue dándonos constantemente para ser salvados.  Eso es lo que la Teología Católica llama “obras”. De tal magnitud es nuestra imposibilidad de acceder por nosotros mismos a la salvación, hasta la capacidad para dar esa respuesta a los dones de Dios, no viene de nosotros, sino de Dios.

 La relación de la Iglesia Católica con los Judíos

Los judíos son los hermanos mayores de los cristianos, porque Dios los amó y les habló a ellos en primer lugar.

Jesucristo como hombre es judío, y este hecho nos une con ellos.  La Iglesia lo reconoce como el Hijo de Dios Vivo, y este hecho nos separa.  Sin embargo, en la espera de la venida final del Mesías somos uno.

La fe judía es la raíz de nuestra fe cristiana.  La Sagrada Escritura de los judíos, el Antiguo Testamento, es parte de nuestra Sagrada Escritura. 

El concepto judeo-cristiano del hombre y la moral nos viene de los 10 Mandamientos, que compartimos con los judíos.

A diferencia de las otras religiones no cristianas, la fe judía es ya una respuesta a la Revelación de Dios en la Antigua Alianza. 

Es decir, la religión judía viene de Dios que se revela y que busca al hombre.  No así otras religiones que son iniciadas por hombres.

La Iglesia Católica respeta a todas las religiones

La Iglesia respeta todo lo que hay de bueno y de verdad en otras religiones.  Además, la Iglesia promueve y defiende la libertad religiosa como uno de los derechos humanos.  Pero también sabe y enseña que Jesucristo es el único Salvador y Redentor de toda la humanidad.

La más cercana de las religiones no cristianas, por supuesto, es la religión judía, la cual se originó como revelación divina.

Además, de la cristiana y la judía, la única otra religión monoteísta es el Islam.  Es de hacer notar, sin embargo, que el Islam venera a un único dios, pero el dios del Islam no es el Dios del Cristianismo.

Los islámicos consideran a Jesús como un gran profeta, pero creen que Mahoma está por encima de Jesús, pues no consideran a Jesús como Hijo de Dios.  Le tienen gran respeto y admiración a la Madre de Jesús, pero, por supuesto, para ellos no es la Madre de Dios.

Las religiones politeístas están menos cerca de la Iglesia Católica que las monoteístas.

¿Pueden las personas salvarse si están fuera de la Iglesia que Cristo fundó?

La Iglesia enseña que la persona que, sin culpa alguna de su parte, no conoce a Cristo y su Iglesia, pero que sinceramente busca a Dios y, bajo el influjo de la gracia, se esfuerza por seguir su Voluntad, conocida por la voz de su conciencia, puede obtener la salvación eterna.

“De todos modos, se encuentran en una situación deficitaria si se compara con la de los que en la Iglesia tienen la plenitud de los medios salvíficos”, palabras de San Juan Pablo II, el 28-1-2000.

Sabemos que Cristo dejó bien especificada la necesidad de la fe y el bautismo para la salvación: “El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará” (Mr. 16, 16). Además, instituyó su Iglesia como instrumento de salvación, en la que entramos a formar parte desde el momento de nuestro Bautismo.

De allí que no podrían salvarse aquellos que, sabiendo que Cristo (Dios) fundó su Iglesia como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubieran querido entrar a ella o hubieran escogido separarse de la misma.

Aclaremos un poco más: para todos aquéllos que rechazan la doctrina de Cristo, que evaden la pertenencia a la Iglesia, o que se separan formalmente o informalmente de ella, que es el instrumento de salvación que Dios mismo nos ha dejado, y esto lo hacen con pleno conocimiento y con pleno consentimiento, ponen en grave peligro su salvación eterna.

No todas las religiones enseñan verdades y ninguna tiene la plenitud de la Verdad que está en la Iglesia que Cristo dejó fundada, a la que aseguró que estaría con ella hasta el fin del mundo, precisamente para protegerla del error contra la Verdad.

Hay buenas personas en todos los grupos religiosos que buscan sinceramente a Dios.  Dios les premiará esa bondad y esa búsqueda de El.  Pero su bondad y sinceridad no pueden cambiar lo que no está objetivamente enraizado en la Verdad.

¿Qué es la Verdad?  ¿Puede haber dos verdades contradictorias:  la tuya, la mía, la de ellos, la de Dios, etc.?

Si nos fijamos bien, realmente no.  Lo que sucede es que el siglo XXI está influenciado por el relativismo, que fue condenado fuertemente por muchos Papas y obispos.  El relativismo nos lleva a que cada uno pretenda diseñarse su verdad.  Si unes a esto la defensa a ultranza de una libertad mal entendida, hablar de “verdades diferentes” en realidad es una forma coloquial de expresar la aceptación de “creencias” diversas -mas no “verdades”- de otros. 

Esa actitud de tolerancia es buena, conveniente y necesaria para la convivencia.    Pero, realmente, la “verdadera” Verdad no puede aceptar una supuesta verdad opuesta, pues esta última NO puede ser verdad. 
El diccionario nos dice:  Verdad es un juicio o proposición que no se puede negar racionalmente.  

Está bien ser tolerante con las distintas creencias de las personas, pero aceptar “verdades” que son errores o falsedades:  no.  No se pueden negociar “verdades” contrarias para llegar a un acuerdo de “verdad”, es imposible y contradictorio.  

Así que, aunque podamos parecer intolerantes:  la Verdad es una sola.  Las “creencias” sí pueden ser muy variadas y hasta opuestas.  Y Dios nos dio la libertad para creer lo que queramos creer, pero también nos dio el secreto para ser realmente libres: “Ustedes serán mis verdaderos discípulos si guardan siempre mi Palabra; entonces conocerán la Verdad, y la Verdad los hará libres” (Jn. 8, 31-32).

La estructura de la Iglesia Católica Apostólica Romana

  1º.  Quien guía terrenalmente a la Iglesia es el Papa.  Él es el Vicario de Cristo en la Tierra.  La Cabeza de la Iglesia es Cristo, pero el Papa es la Cabeza visible de la Iglesia.

2º.  Territorialmente, la Iglesia Católica se organiza en Diócesis, no se organiza por países.  Cada Diócesis es regida por un Obispo.

Algunas Diócesis son llamadas Arquidiócesis y su Obispo se llama Arzobispo.  El rango de Arquidiócesis puede deberse a varias razones, siendo la más común el hecho de ser territorio de una importante región urbana de un país.

Ningún Obispo, aunque haya sido nombrado Cardenal, tiene autoridad sobre otro, sino que cada Obispo depende directamente del Papa.
Los Obispos no pueden enseñar con contradicción con el Papa, solamente en unión con el Papa.  Pero, aunque no es usual, el Papa sí podría tomar decisiones en algún caso aún sin la aprobación de los Obispos.

3º.  Los Cardenales son Obispos o Arzobispos que ayudan al Papa en la acción pastoral de la Iglesia universal y en la administración del Vaticano y la Curia Romana.  Cuando el Papa muere, eligen al sucesor de entre los Cardenales.

4º.  Las Conferencias Episcopales:  Los Obispos de un mismo país – y/o de un mismo continente suelen organizarse en lo que se llama una Conferencia Episcopal, para poder ejercer unidos, funciones pastorales comunes para todos los habitantes de un país o de una región.  Los cargos dentro de las Conferencias Episcopales se los distribuyen los Obispos entre sí.

5º.  Los Sacerdotes o Presbíteros dependen directamente de cada Obispo en la Diócesis a la cual pertenecen, y ayudan a los Obispos en pastorear al pueblo de Dios, con la evangelización y la predicación de la Palabra de Dios, la administración de los Sacramentos y la celebración de la Santa Misa en cada Parroquia.  También pueden organizar obras de caridad de diversa índole.


6º.  Los Diáconos ayudan a los Sacerdotes en algunas funciones como la predicación, y pueden administrar los Sacramentos del Bautismo y el Matrimonio.
 El Papa, los Obispos, Sacerdotes y Diáconos constituyen lo que se llama la “Jerarquía Eclesiástica”.

7º.  Congregaciones y Órdenes Religiosas: Son grupos de personas establecidas conforme a los tres votos básicos de pobreza, castidad y obediencia.   Las Congregaciones y Órdenes Religiosas no pertenecen a la organización jerárquica de la Iglesia.  Unas dependen directamente del Papa y otras dependen de algún Obispo.  Se dedican a muchísimas actividades dentro de la Iglesia: enseñanza, salud, oración, pastoral, jóvenes, etc.



8º.  Los Laicos: es todo el resto del pueblo de Dios perteneciente a la Iglesia Católica y es parte muy importante de ella.  Todos somos Iglesia.  Los laicos forman parte de la Iglesia y también tienen deberes y responsabilidades dentro de la misma. 

En este siglo XXI, los laicos tenemos una gran responsabilidad y aparte de nuestros derechos como tales, tenemos muchos deberes que cumplir, ya que somos nosotros los que llegamos a tantísimos lugares que no pueden llegar los consagrados y predicar con nuestra vida cotidiana el Evangelio.

La principal responsabilidad de los laicos es ser miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo que es su Iglesia, es decir, tienen la obligación ineludible de vivir en Gracia, de ser portadores de Cristo con su vida, de manera de que la savia que fluye en ese Cuerpo no sea interrumpida por ser ellos miembros muertos que no viven en Gracia.   

Además, los fieles laicos tienen como vocación propia la de buscar el Reino de Dios, iluminando y ordenando las realidades temporales según Dios. Responden así a la llamada a la santidad y al apostolado, que se dirige a todos los bautizados.  Esa es la primera labor de los laicos:  llevar el mensaje de Cristo a sus ambientes (familiar, escolar, universitario, recreativo, laboral, etc.).

Los laicos también pueden utilizar parte de su tiempo para colaborar con la Jerarquía en difundir el mensaje de Cristo, participando en la Catequesis, la enseñanza, la evangelización o algunas otras labores a las que se dedique la Iglesia.

El Papa y su responsabilidad frente a la Iglesia y al mundo

Como sucesor de San Pedro y cabeza del Colegio de Obispos, el Papa es el fundamento y garantía de la unidad de la Iglesia.

Jesús le dio a San Pedro la singular posición de preeminencia entre los Apóstoles.  Esto lo constituyó en la suprema autoridad en la Iglesia en sus comienzos.

Por eso el Papa, que es su sucesor, tiene la autoridad pastoral suprema y es la autoridad final en materia doctrina y moral, y en decisiones disciplinarias.


El Papa es infalible cuando habla infaliblemente, pero sí puede equivocarse en cuestiones humanas y cuando no está hablando ex cathedra.

Es infalible sólo cuando aclara que habla infaliblemente.  Esto es cuando define un Dogma en un acto eclesiástico solemne (“ex-cathedra”).  

Sucede esto cuando anuncia una decisión usando su plena autoridad en materia de fe y moral.  

El último Dogma declarado fue el de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo en el año1950.

También hay algunas decisiones infalibles del Magisterio de la Iglesia por parte del Colegio de Obispos en comunión con el Papa, como sucedió con dos documentos del Concilio Vaticano II (Dei Verbum o Constitución Dogmática sobre la Sagrada Escritura y Lumen Gentium o Constitución Dogmática de la Iglesia).

La misión de la Iglesia

La Iglesia debe anunciar el Evangelio a todo el mundo porque Cristo ha ordenado: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19).

La misión de la Iglesia es claramente misionera porque, guiada por el Espíritu Santo, continúa a lo largo de los siglos la misión del mismo Cristo. 

Por tanto, los cristianos deben anunciar a todos la Buena Noticia traída por Jesucristo, siguiendo su camino y dispuestos incluso al sacrificio de sí mismos hasta el martirio.  


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