lunes, 8 de abril de 2019

Augustine Tolton, primer sacerdote católico de raza negra en Estados Unidos.



Los disparos rompían el silencio de la noche. Una silueta trataba de atravesar un río que parecía más profundo que nunca. La mujer, cargando tres pequeños hijos, intenta huir de la persecución de Missouri y llegar al norte de Illinois.

Comenzaba la Guerra Civil y ella era una esclava. Con todas las fuerzas que una madre puede reunir cuando trata de salvar a sus hijos, Martha Jane Chisley alcanza la orilla, cae de rodillas y reza “Somos libres; nunca olvidemos la bondad del Señor”.

Uno de los niños, bautizado en la iglesia de San Pedro de Brush Creek de Missouri como Augustine por su tío, había nacido hacía poco, el 1 de abril de 1854, esclavo al igual que sus padres. Católicos y formados en la Santa fe, contaban con un padre bueno y honesto. Peter Paul Tolton era muy querido por sus dueños, para quienes trabajó duro. Su amos, Stephen y Savilla Elliot fueron los padrinos de Augustine y le sostuvieron en brazos al recibir las aguas salvíficas. 


Siete años después estallaba la Guerra y el pequeño Gus, como llamaban cariñosamente a Augustine, dormía cuando Peter susurraba a su esposa los planes para convertirse en soldado de la Unión. Los Elliot liberaron a todos sus esclavos y les permitieron ir donde quisieran. Llenos de fe, tras profundos abrazos y tiernos besos se separaron para no verse más. 

Charley, Augustine y Anne no volverían a recibir las caricias de su padre ni jugarían con él o se colgarían de sus fuertes brazos: Peter yace en una tumba sin nombre, soñando un mundo donde sus hijos serían libres.

Cuando los Tolton llegan a Quincy, Illinois, se encuentran con el mismo prejuicio racial y se les condena a vivir en un barrio segregado. Esto no derrumbó la fuerza interior de la madre, que buscó trabajo y trabajó duro para apoyar la nueva vida que le ofrecía – con la gracia de Dios – a sus hijos. Lo primero que hicieron fue buscar la iglesia local – San Pedro – y juntos adoraron al verdadero Dios. 

El párroco escocés, Brian McGirr, inmigrante como ellos, les abrazó con ternura, conmovido por la devoción de la familia liberada. Invitó a Augustine a asistir a la escuela parroquial en invierno, cuando la fábrica permanecía cerrada.

Esta decisión enfureció a la comunidad. Los demócratas no querían que sus hijos se educaran con un niño negro. Los demás parroquianos hervían de resentimiento y desprecio racial. El irlandés les entendía como nadie y, mantuvo firme su decisión de que estudiase allí. 


Con vigor predicó ante la congregación – influida por la cultura protestante racista – hablándoles con suavidad sobre el Padre de todos los hombres y la salvación universal, recordándoles que todo cuánto hagamos al prójimo se lo hacemos a Dios mismo y en especial a los menores entre nosotros. El niño continuó luego estudiando en forma privada con los sacerdotes.El pequeño Gus creció en gracia, fuerza y altura. A los nueve años era un muchacho inteligente, alegre y brillante que agradaba a todos por su buen corazón. 

Junto a sus hermanos Martha y Charley, se entregó al trabajo en una fábrica de tabaco – la Herris Tobacco Company – para ayudar a mantener a su familia. Sus patrones gustaban mucho de él por su vida virtuosa y el vigor con que se desempeñaba, dando ejemplo a sus pocos años de trabajo duro y fuerte. 

El pequeño Charley murió al poco tiempo.


Los republicanos derrotaron a los demócratas esclavistas y la Guerra Civil terminó: los esclavos al fin eran libres.

 La luz que llegaba a los Tolton y los otros esclavos era clara, pero el pequeño Gus comprendió que todos sus hermanos liberados tendrían muchas necesidades ahora y, en especial, llevarían una vida difícil y llena de privaciones.

Augustine llevaba en su sangre la fuerza idealista de su padre, pero en lugar de ir por la vía pública o política, en él ardía el amor de Dios y la vida religiosa.

 Los Tolton eran conocidos por su vida piadosa y él no era menos: pese al duro trabajo compartía su tiempo ayudando en la Iglesia, participando de sus ceremonias y luego servía en la Santa Misa y se convirtió en pequeño catequista seglar. 

El formidable Padre McGirr no ignoraba la virtud de Gus ni sus cualidades humanas.

Un día vio a Gus rezando ante el Altar, como de costumbre, pero los penetrantes ojos del religioso notaron algo diferente. Con caridad paterna le abordó cuando terminaba sus oraciones. En la expresión del niño había confusión. El sacerdote le invitó a abrir su corazón, como desde hacía tiempo deseaba que lo hiciera. Gus, con los ojos brillando y una amplia sonrisa radiante de alegría, le confesó que él sólo deseaba ser sacerdote y pedía con el fervor de la mujer cananea del Evangelio.

El Padre McGirr emprendió la tarea de convertirle en sacerdote. Gus estaba admirado y feliz. Pero los seminarios de todo el país se negaron a aceptarle e incluso las órdenes religiosas cerraron sus puertas ante la petición: ningún espacio en la nación tenía antecedentes de recibir en sus miembros a un joven negro. Gus, esclavo liberado recientemente, no dejó de rezar y pedir a los Cielos esa gracia.

Gus regresó a la fábrica de cigarros y trabajó muy duro. Sus patrones le dieron un pequeño consuelo ascendiéndole. El tiempo que le quedaba lo pasaba en la Iglesia, ayudando en la Santa Misa. Sólo su cariñosa madre y el buen Padre McGirr conocían el secreto de su corazón, toda la tristeza que cabía en él que se ocultaba tras su franca y contagiosa sonrisa. 

El sacerdote también rezaba sin cesar: sabía que el corazón humano era débil, que la Santa Iglesia es intachable en su conducta con todos los hermanos y hermanas en Cristo, pero que son los hombres los que la componen y son pecadores, tan débiles como cuanto consientan en pecar. Él rezaba, ofrecía sacrificios y la Santa Misa. Y, sobre todo, esperaba confiado en la Misericordia de Dios y en Su Santa Madre.

Augustine asistió y se graduó en el Colegio San Francisco Solano – hoy Universidad Quincy – fundada por un pequeño grupo de franciscanos alemanes.

Gus nunca pudo estudiar en algún seminario de los Estados Unidos. Pero la luz del Cielo le iluminó y abrió una generosa puerta en un seminario pontificio en Roma. El 21 de febrero de 1881, Augustine Tolton tomó un barco y abandonó América, destinado a ser luego misionero en tierras africanas.

Él amaba su estadía en la Roma eterna y sus compañeros de seminario le amaban también, tanto como sus profesores, que le tenían en la más alta estima. Bajo la mirada del Papa, Gus conoció la vida libre de prejuicios raciales. Y él correspondió a todos los favores divinos y humanos apostando todo su esfuerzo en el estudio y oración. Se convirtió en un erudito. 

Aunque había aprendido alemán en Quincy, en la Pontificia Universidad Urbaniana y enfrentado a ser misionero necesitaba dominar el francés y el italiano, además de un perfecto latín y griego. Por los requisitos de la destinación probable, dominó las lenguas y culturas regionales del África.

El Domingo de Resurrección de 1886, con 31 años, fue consagrado sacerdote por manos de Lucido María Cardenal Parocchi, Secretario del Santo Oficio, antigua Inquisición. El varón de Dios le impulsó a servir a los hombres y amarles hasta dar la vida si fuese necesario para alcanzar su salvación. Recientemente había participado en el cónclave del Papa León XIII y poco después se le nombró Cardenal Camarlengo.

No fueron años de preocupación como los que marcaron su infancia. Ahora sólo le inquietaba el destino al que sería enviado. Y la respuesta vino por donde menos esperaba: Roma no veía problemas con que fuese enviado hacia donde venía y le destinaron a los Estados Unidos.

En julio de 1866, Quincy bullía de agitación: el chico negro que había dejado la parroquia, a sus compañeros de trabajo y a sus amigos ahora regresaba revestido de sotana negra y borde rojo. Una multitud ruidosa y alegre fue a la estación a esperarle. Sólo un alma no se unió a la muchedumbre y se mantuvo apartada, llorando al ver cómo su amado hijo volvía ahora hecho un sacerdote de Cristo. 

Eran el ejemplo de sus padres y el ambiente católico del hogar los que dieron ese fruto precioso y el alimento de su vocación. Visto el júbilo, sintió que sería como un Domingo de Ramos para su hijo: hoy recibían al amigo, al erudito abierto y generoso, piadoso y celoso del bien de las almas, que luego sería perseguido, difamado, insultado y rechazado como el Señor mismo.

Había hecho su primera misa pública en la iglesia de San Bonifacio en Quincy y trató de abrir una escuela parroquial. Se unieron en su contra sacerdotes y parroquianos (muchos de ellos de origen alemán), influidos por la cultura de la ex colonia inglesa, los pastores protestantes negros y los prejuicios culturales para conseguir la remoción del joven religioso.

Intentó organizar la iglesia y escuela de San José en Quincy, pero el decano del colegio saboteó al Padre Tolton, queriendo obligarle a que no aceptara a feligreses blancos allí. No alcanzaron a pasar tres años desde su regreso triunfal cuando el Padre Tolton estaba sentado en un tren nocturno, en un coche separado para negros, rumbo a Chicago, donde se le asignó el cuidado de la gente de su raza.

El joven sacerdote se encomendó a la Divina Providencia y con él a la creciente población negra de la zona más pobre del sur de la ciudad. Dirigió una sociedad misionera – la de San Agustín – que se reunía en un sótano de la Iglesia de Santa María. Frente a la miseria, pidió y obtuvo autorización de su Obispo para recaudar fondos y construir una nueva iglesia. Con celo apostólico recorrió las calles, pidió y recibió fondos más que suficientes para su parroquia.

Con el apoyo de una filántropa, la señora Anne O’Neill y la hija de un banquero, la iglesia de Santa Mónica fue levantada en las calles 36 y Dearborn. El santuario de la iglesia llegó a contar con 850 feligreses. En su inicio pasó de los 30 a los 600 fieles. El éxito entre la comunidad negra llamó la atención de la sociedad, especialmente de la jerarquía católica. Fue llamado “el buen padre Gus”, y era reconocido por su talento musical y la elocuente piedad de sus sermones.

Los periódicos comenzaron a hablar de él. Un artículo de 1893 en Lewiston Daily Sun, escrito mientras trabajaba para establecer la iglesia de Santa Mónica decía: “El padre Tolton (…) es un orador fluido y elegante y tiene una voz cantante de excepcional dulzura, lo que muestra una buena ventaja en los cantos de la Misa Mayor. No es inusual ver a muchos blancos entre su congregación”. En 1894 La Verdadera Sabiduría y Crónica Católica le describen como “infatigable”.

Más que sólo erigir un templo, como sacerdote le preocupaban las almas de la población afrodescendiente. Sabía que sus parroquianos eran mayoritariamente pobres y sin educación, ex esclavos que sufría mucho más los efectos de la depresión y la violencia. Se encaminó en especial hacia aquellos que por tantas razones renunciaban a vivir. Como sacerdote acudió junto a ellos para recordarles que, por la gracia de Dios, había algo que nadie, ninguna potencia ni situación, podía arrebatarles: su fe católica.

Por esos días un sacerdote visitante se reunió con el Padre Tolton y se quedó junto a él para asistir en el apostolado. A diferencia de las parroquias más ricas de la ciudad, el párroco vivía muy modestamente. La madre del Padre Tolton se había trasladado para servir como ama de llaves. 
De ambos recibió una cálida bienvenida. El sacerdote no sólo era muy culto y santo, sino que además era mortificado – jamás se quejaba de nada -, paciente y fervoroso, orando por todo y en cada circunstancia. 

Terminada la cena, el joven sacerdote se puso de pie, tomó un rosario colgado de un clavo en la pared, y junto a su madre se arrodilló en el suelo de piedra para rezar con la misma devoción y gratitud con que lo rezaban desde que huyeron de la esclavitud años atrás. 
A esa altura ya era amigo y confesor de Santa Katharine Drexel – la hija de los banqueros que ayudó a financiar Santa Mónica – fundadora de las Hermanas del Santísimo Sacramento para indios y gente de color. Ella fue su aliada y hermana de apostolado, quien le comprendía y veneraba. 

 


Ella, que gastó su herencia personal de 20 millones de dólares de la época, formó la primera escuela de las Hermanas del Santísimo Sacramento para indios americanos, la escuela india de Santa Catherine en Santa Fe, Nuevo México, además de otras escuelas para los indios americanos del este del río Mississippi y para los afroamericanos del sur de los Estados Unidos.



Tenía 43 años y asistía a un retiro para sacerdotes cuando el Padre Tolton regresaba en tren y se sintió mal. Le habían forzado poco antes a tomar una licencia por salud a causa de una misteriosa enfermedad y la ola de calor de ese año le golpeó gravemente. Saliendo de la estación, le vieron tropezar y caer en la calle. Mientras llegaba la ambulancia, la multitud citadina se reunió para ver el insólito espectáculo de un hombre negro vestido de sacerdote con una sotana. 

En el Hospital de la Misericordia el capellán le administró los últimos sacramentos y junto a las religiosas que rezaron ante él se encontraba, de rodillas, su madre. El 9 de julio de 1897, el Padre Augustine Tolton entregó su alma a Dios después de gastar su vida al servicio del rebaño que se le encomendó. A su funeral asistieron más de 100 sacerdotes y cientos de dolidos fieles.

Su voluntad había sido ser enterrado en Quincy, donde le devolvieron, y ser enterrado en una humilde tumba en el templo de San Pedro que le recibió tras escapar de la esclavitud, en la iglesia donde él sirvió en Misa y conoció su vocación sacerdotal, donde daba el catecismo después de las duras horas de trabajo en la fábrica. Sorprendió, sin dudas, a los presentes que les escogiera para descansar allí, precisamente entre quienes le rechazaron, difamaron y persiguieron. 

Olvidaban que décadas atrás una esclava negra huía junto a tres hijos y fue en esa tierra donde encontró libertad y esperanza para los suyos. Su madre siguió trabajando como ama de llaves de un sacerdote y catorce años después, con igual vida piadosa y santa, entregó su alma al Señor.

Santa Katharine Drexel, hija y heredera espiritual, fundó cuatro años después la Xavier University en Luisiana y la Xavier University Preparatory School en Nueva Orleans, junto con numerosas capillas, conventos, y monasterios. En 1955, cuando murió, más de 500 Hermanas enseñaban en 63 escuelas en todo el país.

Recientemente, tras el estudio de las virtudes heroicas del Padre Tolton, se le proclamó Siervo de Dios. La iglesia de Santa Mónica, que tanto esfuerzo, tiempo y sacrificio tomó al Padre Augustine, el primer sacerdote negro de la historia de Estados Unidos, se convirtió en misión de la iglesia de Santa Isabel y en 1924 fue cerrada como iglesia nacional. Los feligreses negros prefirieron continuar en sus parroquias más cercanas. Décadas después finalmente fue derrumbada.

La Academia Católica Augustus Tolton se inauguró en el otoño de 2015 en Chicago, Illinois. Es la primera escuela de STREAM en la Arquidiócesis de Chicago. Con un enfoque en ciencias, tecnología, religión, ingeniería, artes y matemáticas, se distingue como una escuela primaria de primer nivel en Chicago. La Academia Tolton está situada en la iglesia de San Columbano.

Proceso de Canonización

Una comisión teológica de nueve miembros en el Vaticano votó por unanimidad el 5 de febrero que la causa de la santidad de Tolton, que comenzó en 2010, avanzará y se presentará a la Reunión Ordinaria de Cardenales y Arzobispos, que anunció la archidiócesis de Chicago la semana pasada.

Allí los miembros tomarán una votación final antes de presentar un Decreto de Virtudes Heroicas al Papa Francisco para su aprobación.

El padre Tolton recibiría el título de "Venerable" después de la aprobación de ese decreto, que indica que "vivió las virtudes teológicas de la fe, la esperanza y la caridad y las virtudes cardinales de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza a un nivel heroico", Arquidiócesis dijo.

Tolton será declarado "bendito" una vez que se confirme que Dios ha concedido un milagro a través de su intercesión. Un segundo milagro es típicamente requerido para la canonización.

El fallecido cardenal Francis George de Chicago anunció la causa de canonización de Tolton en marzo de 2010, y Tolton recibió la designación de "Siervo de Dios", un título otorgado por el Vaticano una vez que comenzó la causa de la santidad, en febrero de 2011.

Un comité de seis funcionarios del Vaticano aprobó por unanimidad como históricamente correcto un documento conocido como la posición que resume la vida, la virtud y los supuestos milagros de Tolton en 2018.

La situación, enviada a Roma en septiembre de 2014, fue el resultado de una extensa investigación realizada en Chicago e incluyó “documentos, publicaciones, correspondencia, recortes de periódicos y hechos históricos de la época en que vivió”.


La Congregación para las Causas de los Santos en Roma inauguró oficialmente Las Actas de la Investigación Diocesana sobre la vida y las virtudes de Tolton en marzo de 2015, y en abril de 2015 la Congregación aprobó la validez jurídica de la Investigación Diocesana.


El Vaticano concedió un obstáculo nihil al obispo Thomas Paprocki de Springfield, Illinois, en junio de 2016 para permitir que la diócesis exhumara los restos de Tolton. El cuerpo de Tolton se envolvió posteriormente con un nuevo conjunto de vestimentas sacerdotales y se reenvió a su tumba.





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