Daniel es
un profeta del Antiguo Testamento. Su nombre es raro en la Escritura. En 1 Par.
3,1, figura un Daniel entre los hijos que le nacieron a David en Hebrón y del
cual nada se dice en la historia sucesiva. En 1 Esd. 8, 2, aparece otro Daniel
entre los repatriados que subieron con Esdras de Babilonia a Jerusalén.
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Lo mismo viene a repetir en 14,20, donde
declara mejor que no salvarían a "un hijo ni una hija; por su propia
justicia escaparían ellos y salvarían la propia vida". Aquí se pondera la
justicia de Daniel, junto con la de Noé y Job, la cual, sin embargo, no sería
suficiente para obtener gracia en favor del pueblo rebelde y condenado ya en el
tribunal de la justicia divina a la pena del cautiverio.
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Aquí se nos vuelve a hablar de Daniel
como conocedor de los secretos divinos y, por tanto, un gran amigo de Dios;
pero también un personaje antiguo y famoso.
Los
documentos hallados no hace mucho tiempo en Fenicia nos dan a conocer a un
cierto Daniel o Danel, y se discute sobre su identificación con el de Ezequiel.
No es éste el lugar propio para discutir el problema, sobre el cual no están
concordes los doctos.
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Esto nos lleva a recordar cómo en la literatura seudoepigráfica del
Antiguo Testamento, igual que en los apócrifos del mismo, los verdaderos
autores de los libros recurren a los personajes antiguos, tales como Enoc, Moisés,
Salomón, Esdras, Baruc, etc., etc., a quienes hacen hablar o los consideran
como los verdaderos autores de las obras.
Es éste un artificio literario por
todos conocido y que por esto a nadie engañaba ni engaña.
El libro de
Daniel es una obra llena de misterios, no precisamente misterios divinos, sino
literarios e históricos, que ofrecen a los doctos materia de largos estudios,
de múltiples hipótesis, sin que hasta el presente se haya llegado a soluciones
claras.
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Hay, pues, en el
libro dos partes, una histórica y la otra profética; la primera parenética, que
nos ofrece en Daniel y sus compañeros otros tantos modelos de la fidelidad a la
Ley, y la segunda profética, que en diversas visiones de Daniel nos anuncia la
próxima venida del Mesías. En las dos se contiene todo cuanto podemos saber de
la vida de Daniel.
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Pero en el mismo libro de los Reyes se
cuenta que el rey Joaquim había estado sujeto a Nabucodonosor durante tres
años; pero que luego se rebeló contra él. "Entonces mandó Yahvé contra
Joaquim tropas caldeas, sirias, moabitas y amonitas, y las envió contra Judá
para destruirle, según la palabra que Yahvé había pronunciado por sus siervos
los profetas" (2 Reg. 24,2ss.).
Aquí no se habla de deportación, pero nada
tendría de extraño que a la invasión acompañara también la deportación de
algunas partes de la población y con ella la de Daniel y sus compañeros.
La
introducción histórica del libro de Daniel nos presenta a los cuatro jóvenes
celosos de la observancia de la Ley. El rey quiere aumentar el personal de su
corte con algunos jóvenes de los deportados de Judá.
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Pero los jóvenes, llevados de
su amor a la Ley, temen quebrantar los preceptos divinos comiendo cosas
prohibidas, y así ruegan y obtienen que los dejen pasar con legumbres y agua.
Y, en efecto, con este tratamiento, que Dios bendice, los jóvenes hombres
aparecen los más lucidos de todos los de su clase. Con esto vino a corresponder
el progreso en las letras y ciencias en que se los instruía.
Llegado el tiempo
de su presentación al rey, éste los encontró muy de su agrado, por encima de
todos los de su clase. Indudablemente que Dios había premiado el amor de
aquellos jóvenes por la Ley divina.
Pronto
llega el momento de la prueba. El rey tiene una visión, pero se le olvida su
contenido. Sólo una cosa retiene, el hecho de la visión y que ésta debe ser muy
importante. El monarca hace venir a todos los sabios de la corte, a los
sacerdotes, cuya ciencia consistía en conocer el sentido de los sueños.
Pero en
el caso presente, como en el del Faraón, la ciencia caldea, tan famosa en el
mundo antiguo, se declara impotente para resolver el problema que se le
presenta. El rey insiste y hasta amenaza, pero nada saca con ello.
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Es el sueño de la estatua, que concuerda con las
visiones que luego vendrán. En todas aparece la sucesión de los imperios que
aparecerán en Oriente: el caldeo, representado por el mismo Nabucodonosor; el
persa, el macedonio y el seléucida o sirio, fuerte, porque será el perseguidor
del pueblo escogido, pero débil por las divisiones y guerras civiles, que
acabarán con él.
Finalmente vendrá el reino que no será destruido jamás y que
no pasará a otro pueblo, mas permanecerá para siempre. El relato se cierra con
dos cosas: la glorificación de Dios por Nabucodonosor y la exaltación de Daniel
y sus compañeros, que reciben así el premio de su amor por la Ley.
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En medio del
inmenso campo de Dura se levanta la estatua: todos los vasallos de Nabucodonosor
se postran ante ella; sólo se niegan a rendirle adoración los tres compañeros
de Daniel, a quienes, a ruegos de Daniel, había el rey constituido sobre la
provincia de Babilonia (2,49). La negativa vendrá a constituir un crimen de
lesa majestad, que sólo se expía con la muerte.
Pero entonces aparece el
milagro. En medio del fuego un ángel protege a los tres jóvenes y se hace
patente el poder del Dios verdadero. Resultado final: que Nabucodonosor, que
antes quería ser adorado como dios, ahora se rinde con toda su corte a
reconocer al Dios de Israel, y más todavía: que todo hombre que hable mal del
Dios de aquellos jóvenes será descuartizado y su casa convertida en un muladar.
Resultado del episodio: la glorificación de Dios por el rey y la de sus fieles
siervos, entre los cuales no aparece Daniel, pero que, sin duda, está oculto en
la escena.
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El largo
reinado de Nabucodonosor terminó, y va a terminar también el reino de Babilonia
bajo el cetro de un príncipe llamado Baltasar. La crónica babilónica nos cuenta
cómo fue ocupada la gran ciudad, sin derramar una gota de sangre, por el
ejército de los persas mandado por un general caldeo.
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Como en casos anteriores, acude la ciencia caldea a
descifrar aquellas palabras misteriosas, pero tiene que confesar su impotencia.
Entonces se presenta Daniel, a quien se revelan los secretos de Dios, y éste de
plano declara el misterio, que aquella misma noche se cumplirá; aunque todavía
queda lugar para la glorificación de Daniel y en Daniel la del Dios verdadero,
que le revela sus secretos.
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Que esto despertara
envidias nada tiene de particular, teniendo en cuenta, sobre todo, que Daniel
era extraño a la raza imperante. El modo empleado para perderle es de lo más
singular. Los enemigos de Daniel proponen al rey Darío la publicación de un
decreto en que se prohibía hacer petición alguna a hombre o dios, fuera del rey
Darío. Y sólo Daniel no respeta tal decreto, pues, según su costumbre, continúa
haciendo su oración a Dios tres veces al día.
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A estos
episodios proféticos de la vida de Daniel siguen las cuatro visiones
proféticas, en que se reproduce el plan de la visión de la estatua. Con
diferentes detalles las visiones nos ofrecen la serie de los imperios
orientales desde el caldeo al seléucida, perseguidor, con Antíoco IV, del
pueblo de Dios. A este cuarto imperio sucederá el mesiánico, no inmediatamente.
Si no a la distancia que Dios conoce.
Tal es el
resumen de la parte semítica del libro de Daniel, al cual se añade un apéndice
en lengua griega, en que se cuenta la intervención del joven Daniel en el
episodio de Susana, que salva a los inocentes y condena a los culpables. Es de
notar aquí el cuadro que se nos ofrece de la casa de Joaquim, y de la vida del
pueblo, que goza de autonomía hasta para aplicar la pena de muerte. Con esto
"Daniel se hizo famoso en el pueblo".
Este atrevimiento de
Daniel le trae, como en otro caso, ser condenado a los leones, de los que la
mano de Dios le libra, dando esto lugar a una nueva glorificación del Dios de
Daniel, a quien un decreto del rey ordena a todos sus vasallos que le teman
como verdadero salvador y obrador de maravillas en la tierra.
El autor
sagrado, más que la vida de Daniel, lo que se propone es la glorificación de
Dios por los reyes de Caldea y de Persia. Y esta glorificación, más que de la
realidad histórica de las cosas que se cuentan, recibe su fuerza de la
autoridad del profeta que nos lo cuenta, el cual sería un profeta apocalíptico,
a juicio de muchos.
Del juicio que sobre este problema se forme dependerá la
historia del profeta Daniel. La exégesis futura logrará poner más en claro lo
que al presente se halla para nosotros bastante obscuro.
ALBERTO COLUNGA, O. P.
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