
La
Pasión: centro de su vida
A los siete
años tuvo una visión de la Reina de los cielos. A los diez, a raíz de un sermón
sobre la Pasión de Cristo que la impresionó mucho, soñó que veía al Señor
clavado en la cruz y oyó estas palabras: "Mira en qué estado estoy, hija
mía." "¿Quién os ha hecho eso, Señor?", preguntó la niña. Y
Cristo respondió: "Los que me desprecian y se burlan de mi amor." Esa
visión dejó una huella imborrable en Brígida y, desde entonces, la Pasión del
Señor se convirtió en el centro de su vida espiritual.
Matrimonio
Antes de
cumplir catorce años, la joven contrajo matrimonio con Ulf Gudmarsson, quien
era cuatro años mayor que ella. Dios les concedió veintiocho años de felicidad
matrimonial. Tuvieron cuatro hijos y cuatro hijas, una de las cuales es
venerada con el nombre de Santa Catalina de Suecia. Durante algunos años,
Brígida llevó la vida de la época, como una señora feudal, en las posesiones de
su esposo en Ulfassa, con la diferencia de que cultivaba la amistad de los
hombres sabios y virtuosos.
En la
Corte
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Las
Visiones
La santa
empezó tener por entonces las visiones que habían de hacerla famosa. Estas
versaban sobre las más diversas materias, desde la necesidad de lavarse, hasta
los términos del tratado de paz entre Francia e Inglaterra. "Si el rey de
Inglaterra no firma la paz -decía-- no tendrá éxito en ninguna de sus empresas
y acabará por salir del reino y dejar a sus hijos en la tribulación y la
angustia." Pero tales visiones no impresionaban a los cortesanos suecos,
quienes solían preguntar con ironía: "¿Qué soñó Doña Brígida anoche?"
Por otra
parte, la santa tenía dificultades con su propia familia. Su hija mayor se
había casado con un noble muy revoltoso, a quien Brígida llamaba "el
Bandolero" y, hacia 1340, murió Gudmaro, su hijo menor. Por esa pérdida la
santa hizo una peregrinación al santuario de San Olaf de Noruega, en Trondhjem.
A su
regreso, fortalecida por las oraciones, intentó con más ahinco que nunca volver
al buen camino a sus soberanos. Como no lo lograse, les pidió permiso de
ausentarse de la corte e hizo una peregrinación a Compostela con su esposo. A
la vuelta del viaje, Ulf cayó gravemente enfermo en Arras y recibió los últimos
sacramentos ya que la muerte parecía inminente. Pero Santa Brígida, que oraba
fervorosamente por el restablecimiento de su esposo, tuvo un sueño en el que
San Dionisio le reveló que no moriría. A raíz de la curación de Ulf, ambos
esposos prometieron consagrarse a Dios en la vida religiosa.
Viuda,
vida religiosa, aumentan las visiones

Pero en una
visión que se repitió tres veces, se le ordenó que se pusiese bajo la dirección
del maestre Matías, un canónigo muy sabio y experimentado de Linkoping, quien
le declaró que sus visiones procedían de Dios. Desde entonces hasta su muerte,
Santa Brígida comunicó todas sus visiones al prior de Alvastra, llamado Pedro,
quien las consignó por escrito en latín. Ese período culminó con una visión en
la que el Señor ordenó a la santa que fuese a la corte para amenazar al rey
Magno con el juicio divino; así lo hizo Brígida, sin excluir de las amenazas a
la reina y a los nobles. Magno se enmendó algún tiempo y dotó liberalmente el
monasterio que la santa había fundado en Vadstena, impulsada por otra visión.
En Vadstena
había sesenta religiosas. En un edificio contiguo habitaban trece sacerdotes
(en honor de los doce apóstoles y de San Pablo), cuatro diáconos (que
representaban a los doctores de la Iglesia) y ocho hermanos legos. En conjunto
había ochenta y cinco personas. Santa Brígida redactó las constituciones; según
se dice, se las dictó el Salvador en una visión.

En la
fundación de Santa Brígida, lo mismo que en la orden de Fontevrault, los
hombres estaban sujetos a la abadesa en lo temporal, pero en lo espiritual, las
mujeres estaban sujetas al superior de los monjes. La razón de ello es que la
orden había sido fundada principalmente para las mujeres y los hombres sólo
eran admitidos en ella para asegurar los ministerios espirituales. Los
conventos de hombres y mujeres estaban separados por una clausura inviolable;
tanto unos como las otras, asistían a los oficios en la misma iglesia, pero las
religiosas se hallaban en una galería superior, de suerte que ni siquiera
podían verse unos a otros.
El monasterio
de Vadstena fue el principal centro literario de Suecia en el siglo XV. A raíz
de una visión; Santa Brígida escribió una carta muy enérgica a Clemente VI,
urgiéndole a partir de Aviñón a Roma y establecer la paz entre Eduardo III de
Inglaterra y Felipe IV de Francia. El Papa se negó a partir de Aviñón pero, en
cambio envió a Hemming, obispo de Abo, a la corte del rey Felipe, aunque la
misión no tuvo éxito.
Entre
tanto, el rey Magno, que apreciaba más las oraciones que los consejos de Santa
Brígida, trató de hacerla intervenir en una cruzada contra los paganos letones
y estonios. Pero en realidad se trataba de una expedición de pillaje. La santa
no se dejó engañar y trató de disuadir al monarca. Con ello perdió el favor de
la corte, pero no le faltó el amor del pueblo, por cuyo bienestar se preocupaba
sinceramente durante sus múltiples viajes por Suecia.
En Roma
e Italia


Hay que decir que, probablemente, la
reprensión de la santa no produjo efecto. Más éxito tuvo su celo por la reforma
de otro convento de Bolonia. Allí se hallaba Brígida cuando fue a reunirse con
ella su hija, Santa Catalina, quien se quedó a su lado y, fue su fiel
colaboradora hasta el fin de su vida. Dos de las iglesias romanas más
relacionadas con nuestra santa son la de San Pablo extramuros y la de San
Francisco de Ripa.
En la
primera se conserva todavía el bellísimo crucifijo, obra de Cavallini, ante el
que Brígida acostumbraba orar y que le respondió más de una vez; en la segunda
iglesia se le apareció San Francisco y le dijo: "Ven a beber conmigo en mi
celda". La santa interpretó aquellas palabras como una invitación para ir
a Asís. Visitó la ciudad y de allí partió en peregrinación por los principales santuarios
de Italia, durante dos años.
Profecías
y revelaciones

El gozo que
experimentó la santa con la llegada de Urbano a Roma fue de corta duración,
pues el Pontífice se retiró poco después a Viterbo, luego a Montesfiascone y
aun se rumoró que se disponía a volver a Aviñón.
Al regresar
de una peregrinación, a Amalfi, Brígida tuvo una visión en la que Nuestro Señor
la envió a avisar al Papa que se acercaba la hora de su muerte, a fin de que
diese su aprobación a la regla del convento de Vadstena. Brígida había ya
sometido la regla a la aprobación de Urbano V, en Roma, pero el Pontífice no
había dado respuesta alguna. Así pues, se dirigió a Montefiascone montada en su
mula blanca.
Urbano
aprobó, en general, la fundación y la regla de Santa Brígida, que completó con
la regla de San Agustín. Cuatro meses más tarde, murió el Pontífice. Santa
Brígida escribió tres veces a su sucesor, Gregorio XI, que estaba en Aviñón,
conminándole a trasladase a Roma. Así lo hizo el Pontífice cuatro años después
de la muerte de la santa.

Dios
resolvió la dificultad del modo más inesperado y trágico, pues Carlos enfermó
de una fiebre maligna y murió dos semanas después en brazos de su madre. Santa
Brígida prosiguió su viaje a Palestina embargada por la más profunda pena.
En Jaffa
estuvo a punto de perecer ahogada durante un naufragio Sin embargo durante, la
accidentada peregrinación la santa disfrutó de grandes consolaciones
espirituales y de visiones sobre la vida del Señor.

La comitiva
llegó a Roma en marzo de 1373. Brígida, que estaba enferma desde hacía algún
tiempo, empezó a debilitarse rápidamente, y falleció el 23 de julio de ese año,
después de recibir los últimos sacramentos de manos de su fiel amigo, el Padre
Pedro de Alvastra. Tenía entonces setenta y un años. Su cuerpo fue sepultado
provisionalmente en la iglesia de San Lorenzo in Panisperna. Cuatro meses
después, Santa Catalina y Pedro de Alvastra condujeron triunfalmente las
reliquias a Vadstena, pasando por Dalmacia, Austria, Polonia y el puerto de
Danzig.
Santa
Brígida, cuyas reliquias reposan todavía en la abadía por ella fundada, fue
canonizada en 1391 y es la patrona de Suecia.
Visiones
y escritos

Santa
Brígida, con gran sencillez de corazón, sometió siempre sus revelaciones a las
autoridades eclesiásticas y, lejos de gloriarse por gozar de gracias tan
extraordinarias, las aprovechó como una ocasión para manifestar su obediencia y
crecer en amor y humildad. Si sus revelaciones la han hecho famosa, ello se
debe en gran parte a su virtud heroica, consagrada por el juicio de la Iglesia.
El libro de
sus revelaciones fue publicado por primera vez en 1492.
Las
brigidinas tienen unas lecciones de maitines tomadas de sus revelaciones sobre
las glorias de María, conocidas con el nombre de "Sermo Angelicus",
en recuerdo de las palabras del Señor a la santa: "Mi ángel te comunicará
las lecciones que las religiosas de tus monasterios deben leer en maitines, y
tú las escribirás tal como él te las dicte".
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