viernes, 1 de marzo de 2013

QUI DOCET, DISCIT. (LAS AUREOLAS).




AUREOLAS EN LAS IMÁGENES RELIGIOSAS



El círculo luminoso utilizado durante siglos por los artistas para coronar las cabezas de figuras religiosas no fue originariamente un símbolo cristiano, sino pagano, y está incluso en el origen de la corona real.



Hay antiguos escritos y dibujos llenos de referencias a los nimbos (aureolas) de luz que rodeaban las cabezas de las deidades.



En el arte antiguo hindú, indio, griego y romano, las cabezas de los dioses emiten una radiación celestial. Los reyes, para destacar su relación especial con un dios, y la autoridad divina así infundida en ellos, adoptaban una corona de plumas, piedras preciosas u oro. Los emperadores romanos, convencidos de su divinidad, rara vez aparecían en público sin un tocado simbólico. Y la corona de espinas colocada en la cabeza de Cristo era interpretada como una burla pública de su reino celestial.



Con su difusión a lo largo del tiempo, el círculo luminoso perdió su asociación con los dioses paganos y se convirtió en símbolo por derecho propio para numerosas confesiones, con una notable excepción. Los padres de la primitiva Iglesia católica, teniendo en cuenta las raíces paganas de la aureola, trataron de disuadir a los artistas y escritores de que la representaran o describieran. Los manuscritos de la Edad Media revelan que estas admoniciones tuvieron efectos prácticamente nulos.



Los historiadores sitúan la adopción gradual de la aureola por la Iglesia alrededor del siglo VII, pero con una función prosaica y utilitaria, como una especie de parasol para proteger la estatuaria religiosa exterior contra las lluvias, la erosión y las deposiciones de los pájaros. Las aureolas eran entonces amplias planchas circulares de madera o de bronce.



Milenios antes de Cristo, los campesinos trillaban el grano amontonando los haces de espigas sobre terreno duro, y haciendo pasar sobre ellos, una y otra vez, una yunta de bueyes describiendo círculos. Estos circuitos creaban un camino circular, al que los griegos daban el nombre de “halos” (halo), que significa literalmente “suelo circular para el trillado”.



En el siglo XVI, cuando los astrónomos reinterpretaron la palabra, aplicándola a las aureolas de luz solar refractada alrededor de los cuerpos celestiales, los teólogos se la apropiaron para designar la corona que rodea la cabeza de un santo. Así, como observa un moderno historiador religioso, el halo o aureola combina tradiciones de la agricultura griega, la deificación romana de unos gobernantes megalómanos, la astronomía medieval y una antigua medida protectora contra la suciedad y las inclemencias del tiempo.

 





La aureola, llamada también nimbo, es un cerco en torno a la cabeza o a la figura del personaje con el que se manifiesta su santidad. Puede tener varias formas:



1) Aureola circular: corresponde a todos los santos. En la pintura gótica no es raro que dentro de la aureola esté inscrito el nombre del santo correspondiente.



2) Aureola poligonal: consiste en un polígono regular de lados rectos, o a veces cóncavos, que se reserva a los patriarcas, profetas y demás varones santos del Antiguo Testamento. En el arte medieval la llevan incluso San Joaquín, Santa Ana y San José aplicándose la circular a partir de la Virgen María.



3) Aureola crucífera: que lleva una cruz inscrita en el círculo, distingue exclusivamente a Cristo en su figura humana o en la de Agnus Dei. En ocasiones, esta aureola crucífera prescinde del círculo y está formada por cuatro haces de rayos dispuestos en cruz.



4) Aureola triangular: pertenece al Padre Eterno y también al Hijo y al Espíritu Santo en ciertas representaciones de la Trinidad. En sustitución de cualquiera de las formas geométricas anteriores, se utiliza con frecuencia la aureola de rayos que salen de un centro en disposición radial.




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