Hoy
la familia trinitaria celebra la memoria de esta valerosa mujer, signo del amor
redentor de Dios y ejemplo de entrega máxima.
María
Francisca Espejo y Martos nació el 2 de febrero de 1873, en la ciudad de Martos
(Jaén )en el seno de una familia humilde, era sobrina de una monja trinitaria,
llamada sor María del Rosario.
Francisca,
al quedar huérfana muy joven, entró como educanda en el convento de Martos al
amparo de su tía, y en su adolescencia y sintiendo el deseo de quedarse en el
convento como monja, pidió ser admitida en la comunidad. Tomó el hábito el 2 de
julio de 1893, y realizó su profesión solemne el 5 de julio de 1894, tomando el
nombre de sor Francisca de la Encarnación.
Sor
Encarnación era una religiosa tranquila y dedicada completamente al
cumplimiento de sus deberes religiosos, a los trabajos comunitarios.
Su
vida fue la de una mujer oculta la mayor parte de sus años entre los muros del
convento trinitario, dedicada a la oración, al trabajo, a la penitencia.
Sus
oficios fueron los de enfermera, sacristana, portera y tornera, ejercidos con
su característica sencillez, espíritu de servicio y obediencia. Padeció mucho
con el reúma, sufriendo en una ocasión un ataque que la dejó paralizada durante
varios meses, prueba que sobrellevó con paciencia admirable. Sor Encarnación
fue de carácter retraído, introvertido, era muy tímida y asustadiza.
Durante
toda su vida religiosa estuvo cuidando a su tía Rosario, también religiosa, y
de agrio carácter.
El
21 de julio de 1936, a las diez de la mañana, se presentaron en el convento los
milicianos, con orden de desalojarlo y apoderarse de sus instalaciones. Sor
Francisca, con su tía, sor Rosario, y una tercera religiosa, sor Dolores, se
fueron a refugiar a casa de Ramón, hermano de sor Francisca. Les dieron como
aposento una habitación grande en la planta alta de la casa.
Quedaron
tía y sobrina. Vestían de negro, con un pañuelo oscuro en la cabeza, sin salir de
casa para nada. En su habitación seguían la vida regular propia del convento,
con los mismos horarios de oraciones y labores.
Un
frío 12 de enero de 1937, se presentaron en el domicilio familiar unos
milicianos, diciendo que querían llevarse a las monjas. Sin permitirles llevar
nada consigo, sacaron a sor Francisca y a su anciana tía, sor Rosario, de su
casa.
El
día anterior, 11 de enero, la aviación franquista había bombardeado la zona;
como represalia, los milicianos decidieron vengarse, fusilando a cincuenta
personas, señaladas por sus ideas políticas de derechas o por su carácter
religioso. Especialmente, señalaron a las superioras de las tres comunidades
religiosas femeninas de Martos; nadie sabe por qué, pero creyeron que sor
Francisca era la priora.
Madre
Francisca de la Encarnación fue encerrada en los calabozos del Ayuntamiento,
linderos con su convento. Allí coincidió con la superiora del colegio de la
Divina Pastora, y con sor María de los Ángeles, religiosa trinitaria, que
sobrevivió a los hechos.
Aquella
noche del 12 al 13 de enero de 1937, sacaron en camiones a los cincuenta
presos. Todos varones, menos tres religiosas: sor Francisca, la beata sor
Victoria Valverde (superiora de las religiosas de la Divina Pastora) y madre
Isabel, abadesa de las clarisas.
Los
llevaron a la aldea de Casillas de Martos, y en su cementerio fueron fusilando
a los presos. De las tres monjas, a dos las llevaron a las verjas del
cementerio, tratando de abusar de ellas; éstas se resistieron, abrazándose a
las verjas, y allí mismo fueron fusiladas.
A
Sor Francisca, se la llevó un miliciano a una hondonada cercana, para abusar de
ella, sin lograrlo, porque ésta se resistió con todas las fuerzas, provocando
la ira del agresor, quien la mató a fuerza de golpes en la cabeza, con la
culata del fusil, como luego se pudo comprobar al exhumar el cadáver.
Una
vez muerta, la llevó arrastrando hasta echarla a una de las tres fosas que
habían cavado en el cementerio, en que yacían ya los hombres recién fusilados.
La cruda narración de los hechos proviene de un testigo directo.
Fue
beatificada el 28 de octubre de 2007 en Roma, por el Papa Benedicto XVI,
convirtiendose así en la primera monja trinitaria que obtiene dicho título.
Actualmente puede observarse su cuerpo incorrupto en el Monasterio de la
Santísima Trinidad de la ciudad de Martos.
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