Gema
Galgani nació en 1878 en Camigliano, un pequeño pueblo de la provincia de Lucca
(Italia), en el seno de una familia era de condición modesta: el padre
farmacéutico y la madre ama de casa. Gema tuvo una infancia normal, asistió a
la escuela pública de Lucca, donde la familia se había mudado, y tenía muchos
amigos. Pero aquella normalidad fue destrozada por pruebas durísimas.

Para Gema
comenzaron también por aquella época una serie de enfermedades, algunas de
ellas graves. Gema pronto comenzó a enfermar.
Se le desarrolló una curvatura en
la columna vertebral y le dio también una meningitis dejándola con una pérdida
de oído temporal. Largos abscesos se le formaron en la cabeza, el pelo se le
cayó, y finalmente las extremidades se le paralizaron.
Un doctor
fue llamado y trató muchos remedios, los cuales fallaron y ella sólo se puso
peor. Gema comenzó entonces su devoción al entonces Venerable Gabriel de la
Dolorosa, joven pasionista popularísimo en Italia, hoy canonizado. Además, en
el invierno de 1898, fue curada milagrosamente por intercesión de Santa
Margarita María de Alacoque de otra de las enfermedades.

Y así, creciendo progresivamente en la
vida espiritual, recibió extraordinarios dones místicos: sentía claramente
junto a sí la presencia del ángel de la guarda y hablaba con Jesús y María.
Hasta que
le fue concedido el don de los estigmas. Ella narra el acontecimiento:
“Estábamos en la tarde del 8 de junio de 1899, cuando, de repente, siento un
dolor interno por mis pecados… Jesús se apareció, tenía todas las heridas
abiertas, pero de aquellas heridas ya no salía sangre, salían como unas llamas
de fuego, que tocaron mis manos, mis pies, mi corazón.
Me sentía
morir...” No se puede pasar por alto el parecido de esta descripción a la que
hizo San Pío de Pietrelcina sobre su estigmatización ocurrida el 20 de
septiembre de 1918. Las heridas profundas en las manos, los pies y el costado
se reabrían todos los jueves a las 8 de la tarde y los viernes a las 3, y este
raro fenómeno venía acompañado por éxtasis. Para disimular las llagas usaba
guantes.

Y digo que
parecía, porque de las heridas salía sangre, en parte líquida y en parte
coagulada, y al cesar ésta de salir, la herida se contraía y no era fácil
explorarla sin el auxilio de la sonda, instrumento que no me atrevía a usar, ya
por el temor reverencial que me inspiraba la extática en aquellas condiciones,
ya porque el dolor le hacía contraer convulsivamente las manos”.
Su confesor
ordinario, Monseñor Volpi le dijo que no se dejase ver las manos porque la
gente se podría reír de ella. En efecto Gema sufrió el desprecio, rechazo y la
burla de muchos aun cuando caminaba por las calles de Lucca, la tenían por una
farsante y una histérica, e gritaban insultos y burlas por las calles.
Así
comienza para Gema una vida de incomprensión, pues su propio confesor, Monseñor
Volpi dudaba de la veracidad de los estigmas y pensaba que era obra de la
histeria, apoyado por el parecer de un médico al que pidió que examinase los
estigmas: Años después le sucedería algo parecido al P. Pío con alguno de los
especialistas que le examinaron.
También los familiares de Gema tenían
dificultades para creerla y en secreto la espiaban para ver si se autoinfligía
las heridas de los estigmas.
Rechazada
para la vida religiosa por su salud débil y la sospecha de desequilibrio
mental, en el mismo año 1899, la joven conoció a los Pasionistas y fueron estos
religiosos los que le buscaron una familia que la cuidase, por su precaria
situación económica. Los buenos esposos Giannini, que hospedaban a los
Pasionistas cuando iban a Lucca, quisieron acoger a Gema en su casa, para
salvarla de una vida de miseria, y la trataron como a una hija.
La madre de
la familia, Cecilia, la puso en contacto con un gran director espiritual
Pasionista, el P. Germano de San Estanislao, que a partir de entonces la guiará
con gran sabiduría. Con los Giannini Gema llevó una vida retirada de la casa a
la iglesia, obediente a las directrices del director espiritual, el sacerdote
Pasionista P Germano.
Mientras
tanto, la enfermedad que había sufrido en la adolescencia se volvió a
manifestar en 1902, haciéndola sufrir mucho.
Con buena salud desde su cura
milagrosa, se ofreció a Dios como víctima por la salvación de las almas y cayó
peligrosamente enferma. No podía pasar ningún alimento. Aunque recobró
brevemente la salud, rápidamente volvió a caer enferma y el 21 de septiembre de
1902, comenzó a vomitar pura sangre que venía de los espasmos violentos de amor
de su corazón. Mientras tanto, pasaba por un martirio espiritual que ella
experimentaba como aridez y desconsuelo en sus ejercicios espirituales.
Los tiempos
en los que vivió fueron de un positivismo triunfante y, sin embargo, su vida
fue una gran refutación de esta certeza filosófica, pues muchos científicos
acudieron a estudiarla y no entendieron nada de lo que le ocurría, ya que
ninguna teoría humana podía explicar los fenómenos extraordinarios que
experimentó esta mujer: Gema hablaba con su ángel de la guarda y le encargaba
tareas delicadas, como la de hacer llegar a Roma la correspondencia de algunos
de sus directores espirituales.
Sobre esta
curiosa tarea, escribió: “En cuanto termino la carta, se la doy al ángel. Está
junto a mí, esperando”. Y curiosamente las cartas llegaban a su destino sin
pasar por el servicio de correos. Además, Gema predecía acontecimientos
futuros, caía en éxtasis, sudaba sangre, y muchos que acudían a ella
simplemente por curiosidad, salían convencidos y a veces convertidos.
Sin duda un
aspecto especialmente misterioso de la vida de Gema Galgani fue su lucha contra
el demonio, que se cebó con ella, por así decir, ya que la santa no solamente
se ofrecía como víctima por la conversión de los pecadores, sino que también
con sus dones extraordinarios conseguía la conversión de muchos.
El demonio
se ensañaba atrozmente contra ella, intentando hacerla expulsar de la casa de
los Giannini; también intentaba engañar a sus confesores, dejaba sus huellas en
el diario íntimo de Gema, la tentaba contra la castidad, la golpeaba, la
levantaba de la tierra y la tiraba por tierra, bajo el armario de su
habitación. Le aparecía bajo el aspecto de su ángel de la guarda para
engañarla, le llenaba la comida de gusanos para impedirle comer.
El Señor
permitió incluso que el demonio la poseyese, y en ese estado la lanzaba contra
los objetos sagrados, la empujaba a escupir al crucifijo, la hacía gritar y
sufrir las contorsiones típicas de los poseídos. La misma Gema lo describió en
una carta enviada a su confesor, el P. Germano: “El demonio me hostiga, me hace
todo tipo de cosas.
No duerme.
A saber las tentaciones que tendré que aguantar todavía… y qué pasará cuando
muera y tenga que ser juzgada…” Un sacerdote que la conocía le regaló una
reliquia de la Santa Cruz y desde entonces quedó libre de estas posesiones.
Pero el
demonio atacaba a Gema de muchos otros modos, y los testigos presenciales del
Proceso de Canonización que la asistían en sus últimos años aseguraron que no
exageraba en lo que contaba: El P. Pedro Pablo la encontró por tierra llorando,
Cecilia Giannini afirmó haberla visto como llena de golpes y en una ocasión la
encontró como muerta con la boca llena de baba. Ella misma contó de haber visto
algunas veces temblar su cama de modo violento.

Una de
ellas, su amiga Eufemia, contó que la santa pedía siempre oraciones y agua
bendita. Contó también que Gema veía con frecuencia seres horribles a su
alrededor, veía peces que rodeaban su cama, o cubierta de gusanos y objetos
repugnantes que ella llamaba “cosas del infierno”.
Eufemia
siguió contando en cierta ocasión: “No para de rociar el lecho con agua
bendita. Está mal, hace pocos minutos ha lanzado un grito porqué le parecía
tener en la garganta un escorpión que la mordía, pero que al rociar el agua
bendita ha escapado de la cama con forma de gato. Dice que siente punzadas en
cada parte del cuerpo”.

Todo esto nos podrían parecer exageraciones piadosas si no
constasen bajo juramento en el Summarium del Proceso de Canonización de Gema
Galgani.
Un
auténtico calvario permitido por el Señor para que pudiese conformarse más a Él
a través de la humillación, la soledad, la incomprensión y el despojo de sí.
Pocos instantes antes de morir, Gema pronunció estas palabras: “Ya no pido
nada, he sacrificado a Dio todo y todos” y dos lágrimas le cayeron de los ojos.
Cuatro años
después de su muerte comenzó el proceso de beatificación, algo inusitado en
aquella época. Fue beatificada en mayo de 1933 y canonizada por el Papa Pío XII
en plena Segunda Guerra Mundial, el 14 de mayo de 1940, siendo la primera santa
del siglo XX en llegar a los altares.
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